lunes, 29 de noviembre de 2021

Sierra de Francia en 1848

El Correo salmantino, Número 49, 23 de abril de 1848, Pág. 1 

SIERRA DE FRANCIA

MISERIA QUE AMAGA A SUS HABITANTES.—CARÁCTER DE ELLOS Y DE LOS DEL CAMPO. CAUSAS DE SU MAL-ESTAR.

Nuestro corresponsal de Tamames (1) nos ha remitido algunos datos curiosos acerca del estado en que se halla la mayor parte de los habitantes de la Sierra de Francia. 

Vamos a encabezar este artículo trascribiendo sus palabras. Al hacer una reseña de la miseria que amenaza apoderarse de aquel país tan pintoresco, dice: «¿Qué otro resultado han de esperar sus habitantes, cuando los frutos no tienen valor alguno? Está hoy el cántaro de vino a dos reales y medio; deduciendo mermas, muerto y bota en el acto de la venta, viene a quedar a dos reales. De esta suerte un cosechero que recoge mil cántaros, percibe solo 2.000 reales, de cuya cantidad deben descontarse el importe de 150 a 200 jornales que se emplean en la caba, tapa, limpia, poda, recolección etc., y otros 250 reales que son necesarios para reparos de cubaje, colambres y herramienta. Vienen, pues, a quedar líquidos 950 reales de los que es también preciso deducir un 40 por 100 por toda clase de contribuciones, igualas etc. Si esto continúa, en cuanto lleguen a agotarse las míseras economías de tiempos mas felices tendremos en esta Serranía todos los males de la indigencia.»
No creemos que sean las economías las que estén sosteniendo a los habitantes de la Sierra, puesto que
por desgracia no son fáciles los ahorros al que vive con los eventuales recursos del trabajo. Si la propiedad hubiese estado allí acumulada; si sus explotadores fueran meramente colonos; sino se hallasen dotados de esa energía que les hace sacar provecho hasta de la pelada superficie de las rocas; tiempos hace que se vieran yermas las mesas y laderas de las montañas.

La naturaleza física influye indudablemente sobre el carácter moral de los hombres: de esto nos ofrece un vivo ejemplo la provincia de Salamanca. Los habitantes del campo que se extiende hasta las vertientes de la Sierra, reflejan en su ánimo la monótona calma que reina en las verdes sábanas de sus sembrados y praderas, en el recinto de sus bosques de encinas que apenas agita el impulso de los vientos. Llano y unido el terreno guarda cierta armonía con la ecuanimidad de sus cultivadores; avezados a seguir el tardo paso de sus yuntas, y a esperar en sosiego el curso uniforme de las estaciones, se han dejado apoderar de una indolencia que favorece poco al desarrollo de las facultades morales e intelectuales. 

El sol que alumbra aquel no interrumpido horizonte derrama una majestuosa melancolía, y ella se descubre en los prolongados ecos del canto del labrador y en la gravedad de su baile favorito, la escuadra. La religión también, queremos decir el culto, es sencillo y poco adornado de tradiciones maravillosas. Un paso mas allá, en cuanto el observador se interna entre las sierras, la decoración varia. La vista encuentra por todos lados gigantescas pirámides cubiertas de nieblas a manera de un velo, nieblas que elevándose al ascender el sol, coronan las cimas con vaporosos penachos y dejan percibir, como edificado entre nubes, el ruinoso edificio que fue convento de los dominicos de la Peña de Francia. Circula por los países montañosos aquel espíritu del Señor que pasaba por delante del rostro de los profetas. Los hombres se han desarrollado allí en proporción de los obstáculos que tienen que vencer diariamente; su voz es fuerte como para hacerse oír por cima de los rumores del viento, y el estrépito de los. torrentes, su rostro y sus músculos pronunciados como para luchar a brazo partido
con una naturaleza que solo cede a redoblados esfuerzos. Las almas tienen un temple mas duro, mas sombrío, mas fantástico, por eso tienen cabida crímenes a veces horrorosos, por eso también hay más aparato y esterioridades en el culto. Apenas  se da un paso por aquel estrecho circulo sin tropezar con una cruz, apenas hay pueblo en que no se cuenten, y aun se crean, sucesos de brujas y aparecidos. Las vírgenes de la Peña, de Gracia y del Robledo, Simón Vela y la Moza Santa, ofrecen crónicas no desprovistas dela poesía que nace del sentimiento religioso. Todas estas cualidades de los habitantes aplicadas al trabajo, han servido para convertir en un jardín aquellas laderas y gargantas que cruza todavía el gamo, y que todavía dan albergue al lobo y al jabalí. 

¿Cómo es que la miseria no es contenida por hombres enérgicos, trabajadores, y que cultivan campos que son suyos? Si algo hay de que admirarse es solo de que ese lamentable.estado no se haya precipitado mucho antes. En dos leguas cuadradas contadas como centro, desde Sequeros, se encuentra una población equivalente a 2.500 habitantes por legua; en otras dos al N. de Tamames solo sube el número de habitantes a 600 por cada una. He ahí la diferencia capital entre la tierra llana y la de la Sierra. Si en esta última hubiesen tenido los cultivadores que pagar rentas, si no variasen hasta el infinito la explotación del suelo, si no la auxiliasen con algo de industria doméstica, sería aquel país tan miserable como el contiguo de las Jurdes. La aspereza del terreno le ha salvado, porque así no ofreció alicientes a los que se han partido el feracísimo del campo: el grado de prosperidad a que este pudiera llegar en cuanto se desarrollasen en sus moradores las facultades de que dan ejemplo los serranos, fácil es de ser concebido. 

La falta de precio de los vinos unida a la pérdida de los castaños a consecuencia de una enfermedad epidémica, cuya primera muestra refieren que se observó en seguida del famoso terremoto de Lisboa, son las causas de la apurada situación que lamenta nuestro corresponsal. La vista del gobierno debe penetrar hasta los rincones mas humildes del país para extirpar los gérmenes de la miseria, capaces ahora mas que nunca de producir terribles resultados. Esas primeras quejas, mas o menos exageradas, que se escuchan, son la voz de alerta de los centinelas avanzados.

Cuando la circulación interior se halle expedita material y moralmente; cuando nuestros vinos tengan abiertos los mercados que ahora les niega el espíritu fiscal propio y extraño; cuando lecciones. y ejemplos enseñen a los serranos a mejorar cual deben la industria vinera, entonces renacerá su prosperidad antigua. 

Nosotros ponemos aquí fin a estos pensamientos estampados a medida que nos han ido ocurriendo.

A. G. S,

(1) D. Jacinto Cerezo. 

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