sábado, 20 de julio de 2024

Un nuevo golpe a la Segunda República

En el artículo Un nuevo golpe a la Segunda República, publicado en EL PAÍS el 13 de julio de 2024, su autor, Nicolás Sesma, subtitula de esta manera:

Una guía para orientarse en los debates sobre un régimen democrático en discusión: de una transición incompleta a la violencia política como argumento deslegitimador

Se trata pues de una clara declaración de intenciones. El texto no solo muestra la opinión del autor o sus conocimientos sobre este periodo de la historia, Su intención es que sirva de guía para orientar, es decir, dirigir en un determinado sentido, los análisis que pudieran realizar los lectores, respecto a ese régimen que él califica en primera instancia, cabe pensar que en base a sus principios, de democrático.

Nada más lejos de mi intención que cuestionar por principios el carácter democrático de la Segunda República española. Si el término democracia hace referencia a la manera en la que los colectivos humanos y sus organizaciones sociales y políticas toman sus decisiones haciendo partícipes de las mismas a un considerable número de sus integrantes, entonces no cabe duda que la Segunda República fue un régimen democrático. Tampoco se puede cuestionar que durante el breve periodo republicano se amplió este carácter democrático respecto de la monarquía de Alfonso XIII, ya que en estos años se amplió la participación política a las mujeres, cosa que por cierto, no hizo el Frente Popular francés a lo largo de sus dos años de gobierno, desde 1936 a 1938. Ahora bien, las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 las convocó el presidente del último gobierno monárquico, Juan Bautista Aznar. En ellas pudieron votar todos los varones mayores de 25 años, tal como establecía la ley electoral de 1907, por lo que este régimen monárquico, en ese preciso momento, y en algunos anteriores, aunque no en todos, se puede considerar democrático. 

Como vemos es habitual que un proceso electoral provoque con el paso del tiempo, sea este mucho o poco, un cambio notable de régimen. Así sucedió en España y en Alemania en los años 30, aunque alguien, y yo también, podría decir que en sentidos opuestos. Pero para que se produzca este cambio notable primero se han de dar las circunstancias que impulsen la historia en esta dirección, es decir, ha de existir una cierta masa social susceptible de ser movilizada por una organización religiosa, sindical, política, militar, etc. dotada de líderes con la convicción y la determinación suficiente. A los procesos que promueven estos cambios radicales en la organización social se les conoce como revoluciones, y el alumbramiento de la Segunda República no fue una excepción. Los mismos protagonistas de estos hechos los caracterizaron como revolucionarios.

Una vez dicho esto cabría añadir que no comparto en absoluto la visión de la historia que a todas luces tiene el autor del artículo, al menos por lo que afirma en el mismo. Yo no siento la necesidad de legitimar o deslegitimar un régimen político que estructuró el estado a lo largo de cinco años. Nació, creció hasta la edad infantil, difícilmente hubiera podido reproducirse a tan corta edad y finalmente murió debido a que eran muchos más los que estiraban para hacerla desaparecer que los que lo hacían para que permaneciera. Su historia es breve y por mucha leyenda romántica que le queramos añadir no pasa de fugaz. Ni supernova ni canto de cisne, antes de la República la historia venia de lejos, y después de ella la vida siguió, bastante gris por cierto, pero siguió.

Si se tienen convicciones y afinidades políticas es lícito luchar por ellas con los medios de que dispongamos a nuestro alcance, pero corremos el riesgo de que a fuerza de mirar el mundo a través del cristal de nuestro color preferido la imagen que obtengamos del mismo sea algo muy lejanamente parecido a la realidad. La objetividad pese a poder ser un punto de partida en nuestras disquisiciones nunca puede alcanzarse de forma absoluta, en todos nuestros análisis añadimos un poco de aquello que ya teníamos preconcebido, es inevitable y además ayuda a mantener una buena salud mental. Para mantener el intelecto bien engrasado conviene cuestionar de vez en cuando nuestros principios básicos y nuestras certezas establecidas, pero manteniendo esta actividad dentro de unos límites razonables para no acabar psicótico perdido.

Si uno hace un análisis histórico con el objeto de defender la legitimidad de..., y por tanto, frecuentemente, de deslegitimar a..., es juez y parte en el mismo proceso, cosa que no nos ha de preocupar si lo que pretendemos es conseguir la victoria sobre quienes se adscriben a un cuerpo ideológico contrario al nuestro y son, por tanto, nuestros enemigos.

A mi, personalmente, no me importaría tener enemigos, y claro está también amigos, si no fuese por que con el devenir del tiempo he comprobado que muchas veces estoy en algo de acuerdo con mis enemigos y en mucho de desacuerdo con mis amigos, por lo que me resulta muy cansado tener de unos y de otros y prefiero tener conocidos, de los que algunos son más íntimos y puedo tener con ellos confidencias que con otros no tendría, aunque sepa que en muchos aspectos no estoy muy de acuerdo con ellos.

En el Diario de Sesiones del Congreso podemos leer las actas de las sesiones parlamentarias republicanas, al igual que las otras claro está.

Como leer nunca es malo me quedo con el litado de lecturas que sugiere al final del artículo.

Lista de lecturas

Edición de Juan Carlos Mateos Fernández  

Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío  

David Ballester Muñoz  

Inger Enkvist

Ruben Pérez Trujillano

Ruben Pérez Trujillano

Miguel Pino Abad 

José Ignacio Nicolás-Correa 

Roberto Villa García

Ana María Cervera

Carmelo Romero Salvador

Francisco Sánchez 

Leoncio López-Ocón Cabrera

Isaías Lafuente

Jagoba Álvarez Ereño

Ricardo Robledo

Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío

Eduardo González Calleja, Francisco Cobo Romero, Ana Martínez Rus y Francisco Sánchez Pérez

Ángel Viñas

Alicia Palmer y Montse Mazorriaga














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