jueves, 11 de diciembre de 2025

El glaciar Trasllambrión

La desaparición del glaciar Trasllambrión

Los científicos que estudian las masas gélidas en las montañas del norte de León ratifican el declive de estas masas de hielo 

Imagen comparativa del estado del glaciar Trasllambrión en 2007 y en 2025.

Lo que eran 10 generosas hectáreas de hielo han quedado reducidas a apenas unas manchas gélidas. El glaciar Trasllambrión encara su decadencia tras al menos 700 años seguidos, y milenios en otras épocas, cubierto de hielo los 12 meses. El aumento de las temperaturas de los últimos años ha acarreado que este helero de los Picos de Europa haya mermado tanto que se puede considerar desaparecido. Javier Santos, especialista en glaciares y geógrafo en la Universidad de León, ha ewstudicado este elemento singular de la Cordillera Cantábrica.

El análisis de esas áreas montañosas se ha ido ejecutando desde el siglo pasado, con fotografías que revelan la superficie de hielo perenne. Durante la denominada pequeña Edad de Hielo, entre el siglo XIV y XIX, el Trasllambrión tenía en torno a 10 hectáreas, pero a lo largo del siglo XX se fue reduciendo, según revelan las fotografías tomadas en esas décadas. A comienzos del siglo XXI aún había cerca de dos hectáreas de hielo dividido ya en tres manchas menores que se han ido reduciendo paulatinamente. Los especialistas vieron como las abundantes nevadas entre 2009 y 2020 ocultaban el helero, con nieve mantenida durante años, pero en el último lustro ha tenido un retroceso muy fuerte por las altas temperaturas y la menor cantidad de nieve. En 2023 apenas había media hectárea congelada en forma de dos manchas mínimas y en octubre de 2025 se convirtió en una presencia de hielo testimonial, con apenas un bloque de 15 metros de largo por 15 de ancho.

El glaciar Trasllambrión en 2011 tras varios años de nevadas abundantes.

Las Novedades, 9 de junio de 1858

VALDEON, CAIN, LA CANAL DE TREA.

Ascensión a los Picos de Europa en la cordillera Cantábrica.

Creemos que nuestros lectores verán con gusto el siguiente viaje, tan pintoresco como científico, a los Picos de Europa, de nuestro insigne geólogo D. Casiano del Prado, honor del cuerpo de ingenieros de minas, que goza de merecida reputación entre los extraños, y a cuya laboriosidad y desvelos por la geología debe ya España las cartas geológicas de varias provincias, publicadas unas, y otras que se irán litografiando.

Con razón se lamenta de lo poco que son visitadas, de propios ni de extraños, muchas de nuestras fragosas montañas y empinadas sierras, de hermosa perspectiva y de interés científico, cuando tanto es el afán, aun entre nuestros compatriotas, de explorar y visitar lejanos países, no mas dignos de curiosidad y de examen. Tal vez su interesante lectura sirva de estimulo a que se repitan tales viajes de instrucción y recreo. El señor Prado, que ha tenido el honor de que le acompañen en sus viajes geológicos por España, Mr. Verneuil y Loriére, sus colegas en la sociedad geológica de Francia, y aquel su presidente, según nuestras noticias, tendrá la satisfacción este verano de continuar sus trabajos geológicos en compañía del primero.

«En el verano del año de 1741, dos ingleses se dirigieron al corazón de los Alpes sin otro objeto que contemplar de cerca el imponente espectáculo que la naturaleza no podía menos de ofrecer en aquellas misteriosas comarcas, apenas conocidas hasta entonces; pisar la eterna nieve que las cubre, y dar luego a conocer en su país cuanto hubiesen visto. Las impresiones que recibieron causáronles tal novedad, que en memoria de su expedición dejaron grabada en un gran peñón de granito, que se ve en el borde del que llaman Mar de Hielo, cerca de Chamounix, esta inscripción: POCOCK ET WINDHAM, 1741. Hoy día concurren a visitarlo gran número de viajeros, y Mr. Elie de Beaumont, que refiere también esta historia, dice, y con razón, que es un verdadero monumento.

Gran novedad causó tal visita entre los habitantes de aquel país, quienes apenas podían comprender entonces que sin otro objeto que el de la curiosidad pudiese nadie emprender un viaje tan largo. Cuando algunos años después vieron llegar a otra clase de hombres que, armados de martillo, brújula y otros instrumentos, recogían fragmentos de rocas, sin desechar las mas comunes, los observaban con la lente y los guardaban cuidadosamente envueltos en papeles, su extrañeza debió de ser mayor todavía, y el célebre Saussure, en su grande obra sobre los Alpes, no oculta el embarazo en que esto le ponía muchas veces.

Así es como comenzaron en Europa dos clases de viajeros, hoy día tan numerosos: los geólogos y los turistas. En España todavía hacia esa época, y bastantes años después, sucedía muchas veces que si ciertas personas tenían precisión de venir a la corte desde Galicia, por ejemplo, no se decidían a pasar los montes, como entonces se decía; esto es, 40 ó 50 leguas de malísimo camino de herradura, poco frecuentado además, .sin hacer antes testamento, según siendo joven oía decir a los ancianos. Y por lo que toca a los que en sus viajes llevan martillo, diré que todavía en el año 1817 era prudente ocultarlo, y aun así por poco no pasó una noche en cárcel dura un geólogo novel, que vive para contarlo, como medida de buen gobierno que el alcalde de un pequeño pueblo había creído buenamente exigía de su celo tan notable caso.

Esos tiempos fueron por dicha desapareciendo también para España; ni podía ser de otra manera, con la revolución que en esto, como en todo, se ha obrado en el mundo, resultado debido a los progresos de las ciencias, a las relaciones cada vez mas estrechas que entre las gentes mas apartadas se fueron estableciendo, a la facilidad de viajar, que fue siendo también mayor de día en día, y, finalmente, a la marcha de la civilización, que tiende a hacer de todo el linaje humano una sola familia.

Sin embargo, preciso es decirlo; mientras que en otras naciones difícilmente se podrá señalar una sola comarca que no haya sido visitada y explorada con diferentes objetos, hay todavía muchas en nuestra península, donde ningún hombre consagrado a las ciencias, ningún curioso ha penetrado todavía; y de este número es aquella en que se hallan los Picos llamados de Europa, los mas altos de nuestro territorio después de Sierra Nevada, y los Pirineos de Aragón, nombre que deben a ser los primeros que los navegantes descubren, viniendo por la parte del Norte a tomar tierra en Asturias, Vizcaya o Santander. 

¡Cuán vivo interés no deben inspirar por otra parte aquellos enhiestos riscos que la mano de Dios colocó allí como núcleo y corona de unas montañas a cuyo amparo debieron nuestros padres la salvación de sus leyes y su culto! Tan cierto es que las circunstancias físicas del terreno tuvieron una parte muy principal en la existencia y la circunscripción de los imperios.

En 1845 comencé en las montañas de León y Palencia una serie de viajes é investigaciones, aunque interrumpidas algún año, que no han concluido todavía. Desde lo alto de Peña Corada, la mas meridional de ellas hacia la parte del Esla, he visto por la primera vez aquellos picos que me señalaron los pastores, y entré desde luego en deseos de subir a sus cimas. En 1851 hice al efecto la primera tentativa, que me salió fallida por las nieblas y la lluvia que sobrevinieron cuando ya me hallaba a alguna elevación. En 1853 traté de renovarla, y Mrs. de Verneuil y de Loriére, mis colegas en la sociedad geológica de Francia, con quienes había viajado ya en otra ocasión, luego que lo supieron me ofrecieron acompañarme, pero tampoco he logrado entonces mi objeto, sino en parte, como voy a referir.

Nos reunimos en Riaño, según habíamos convenido, y desde allí, siguiendo el curso del Esla por el valle de la Reina, llegamos a Portilla, donde hicimos noche. Nuestro patrón se nos ofreció por guía, como conocedor que decía ser del terreno adonde nos dirigíamos. Aceptamos, y en esto hicimos mal, porque si sabia los caminos ordinarios, que es por lo común lo suficiente, esto no nos bastaba a nosotros. La regla en tales casos es tomar guía en el pueblo a cuyo término pertenece el punto ó puntos que uno desea recorrer.

Era el día 18 de julio. Emprendimos la marcha muy de mañana, no sin observar antes las enormes masas colgadas sobre las casas de la población de una roca sumamente dura a que en el país llaman piedra habosa, y es un conglomerado de cantos rodados de gran dureza que forma en algunas partes montes muy elevados, como la Peña de Curavacas, el Pico Lezna, los collados de Naranco y otros.

Después de una marcha de 10 kilómetros por un país sumamente agreste y solitario en que no se ven mas que chozas de pastores, llegamos a la majada de Remoña, que se halla ya fuera de la cuenca hidrográfica del Duero, lo mismo que los picos a que nos dirigíamos. Allí dejamos los caballos, siguiendo a pie a tomar la Canal de Liordes entre la Peña Remoña y la llamada Torre de Salinas, donde hay una trocha en extremo pendiente, y que aun con los recovecos que forma, viene a ser en algunos puntos una escalera de peldaños informes.

A su conclusión pisamos el primer nevero y subimos en derechura a la torre que acabo de nombrar, y en cuya pendiente nos hallábamos, por habernos dicho el guía que aquel pico era el que dominaba a todos los demás. Pero la verdad es que lo ignoraba, no menos que el camino que debiéramos haber seguido, según luego supimos, para vencerlo con la menor fatiga posible, pues nos llevaba por la umbría, casi toda cubierta de nieve, que en algún punto atravesamos por un conducto a manera de cañón de bóveda que las aguas habían abierto en ella. Mucho tuvimos que bregar para llegar a la cumbre. Arriba estamos, pudimos clamar por fin, pero nuestra satisfacción se vio no obstante algún tanto turbada, porque en estas expediciones no cree uno haber logrado su objeto si no puede decir que ha llegado a lo mas alto, y desde luego conocimos que en ese caso no nos hallábamos nosotros.

De tres barómetros que habíamos sacado de París y Madrid, solo uno llegó al punto sin haberse desgraciado, justamente el mas viejo, que había servido ya en la isla de Candía y otras, partes del Oriente de Europa. Le montamos y hemos visto que nos podíamos hallar a una altura de 2,500 metros poco mas ó menos sobre el nivel del mar. En cuanto al termómetro señalaba 14 grados y medio a las doce del día.

Observamos por largo rato el terreno que nos circundaba. ¡Cuántas rocas altísimas, de cuyos bellos perfiles, que se proyectaban con fuerza en el azul del cielo, purísimo aquel día, no podíamos apartar los ojos! Naturalmente debía de ocurrírsenos el preguntar los nombres de las mas notables, pero nuestro buen guía los ignoraba. Decía que nos hallábamos en las Peñas de Liordes, y en esto decía bien; porque tal nombre tiene en efecto el grupo que forman las principales, tomado acaso del de una famosa majada, que se halla en el centro del mismo, y de que mas adelante hablaré.

Habíamos hecho subir una botella de vino con que reparamos nuestras fuerzas. A M. de Verneuíl se le ocurrió luego que podría servimos para dejar allí, dentro de ella, nuestras tarjetas.

Pero el guía, luego que se hizo cargo de lo que intentábamos, tomándolo acaso por una niñería, nos dijo y nos aseguró que por ahí no iba nadie, y que seria lástima quedarse en aquel sitio perdida una cosa que a él le vendría bien para el ajuar de su casa. Semejante ocurrencia nos dejó parados. Le dimos la razón; a lo menos el pobre y sencillo montañés debió creerlo así al verse complacido. Pero ¡oh instabilidad de las humanas satisfacciones! Al tomar la tal baratija, escurríósele de entre las manos, y fue rodando por la nieve con mas velocidad de la que él quisiera, a tiempo que un peñón la esperaba (a lo menos así lo parecía) para poner término a aquella escena. El descalabro no pudo ser mas completo.

El bajar rara vez es tan penoso como el subir, y en parte lo hicimos cómodamente, y aun con placer, dejándonos escurrir por tres veces sentados sobre la nieve, a lo que en aquellas montañas se llama desvilgar; y en verdad que se hace sin peligro cuando la pendiente no pasa de ciertos límites. Hubo, sin embargo, un momento en que yo me sentí arrastrar con demasiada violencia; pero para templar el movimiento, me bastó echarme de espaldas durante uno ó dos segundos, volviendo después a incorporarme.

Comimos en la majada de Remoña, y después volvimos a Portilla, donde hicimos noche.

Al día siguiente resolvimos ir a Caín, y nos dirigimos al puerto de Pan de Trábes, desde donde anduvimos casi una legua en cuesta para llegar a Santa Marina, primer pueblo de Valdeón, por las vueltas que forma el camino. Otra legua después, bajando siempre, llegamos a Prada, siguiendo la orilla derecha del Carés, que en Asturias pierde su nombre, desaguando en el Deva, que baja de la Liévana.

En Prada descansamos un rato y seguimos a Caín, que sé halla legua y media mas abajo, tomando en Posada por la orilla izquierda del río. Cordiñanes se deja a la derecha después de andar dos kilómetros. Otros dos kilómetros antes de Caín dejamos los caballos. Desde allí el valle no es mas que una hoz cubierta de piedras sueltas, muchas de ellas de gran tamaño, que fueron arrastradas por el río en las avenidas, ó que se desprendieron de aquellos derrumbaderos.

En un punto pasa el camino por debajo de una de estas piedras, que en su caída quedó suspendida como la clave de un arco, distante del suelo cuatro pies y medio.

Una estacada de 3 metros de altura con su puerta cierra la hoz y el río un poco mas adelante. Allí comienza la tierra de Caín, que puede compararse a un redil. Los ganados andan allí sueltos por todas partes sin pastores ni perros que los guarden; porque el rio entra más abajo en una estrecha canal de paredes verticales por donde solo un pájaro pudiera pasar; a los lados cierran el término peñas inaccesibles, y todo él se halla formado de terreno tan fragoso, que los carros son allí muebles inútiles y aun las caballerías: así es que hasta la recolección de la yerba se hace sin otros vehículos que las espaldas de los vecinos.

A las tres y media de la tarde marcaba el barómetro, montado sobre el puente que allí tiene el río, 727 1/2 milímetros, lo que quiere decir que nos hallábamos bastante mas bajos que las llanuras de Castilla.

Veinte vecinos tiene el pueblo, que se halla dividido en dos barrios, Caín de Abajo y Caín de Arriba, ambos a la izquierda del río y distantes uno de otro 300 metros. Su riqueza consiste principalmente en ganados. Cogen también algún lino y semillas, y fabrican queso, que van a vender a Arenas de Cabrales, en Asturias.

En la ladera derecha, un poco mas arriba del puente y a unos 150 metros de distancia, nace una fuente caudalosa, ó, por mejor decir, un río, cuyas aguas se precipitan al principal por un cauce a medio formar, cubierto de peñones apenas visibles por los grandes rizos y globos de espuma que los cubren. El estruendo que forman es tal, que a su inmediación apenas se puede hablar no siendo á gritos. Llámase la fuente de la Jarda.

Una vecina del pueblo, a cuya casa habíamos ido a parar, brindónos con una pequeña merienda, que aceptamos de muy buen grado. Componíase de manzanas, de miel y de queso, que es tenido por el mejor de las montañas de León si se exceptúa acaso el del Cebrero, con pan moreno ó con borona, a escoger, pues en aquel concejo, así como en el de Sajambre, ya se coge maíz, lo mismo que en toda la vertiente septentrional de la cordillera cantábrica. El vino procedía de las riberas del Duero, y no era regalado, pero tampoco pecaba de desagradable. Se parecía mucho a los de Francia, y sin duda alguna le aventajaría si en su preparación se procediese con un poco más de esmero. Dimos las gracias por su agasajo a doña María, que este era el nombre de nuestra huéspeda, y salimos de allí tan complacidos como de un festín tenido en Londres o en Paris.

Al volver a Prada, donde habíamos de pasar la noche, nos llevaron a ver el pozo de los Lobos, que se halla cerca del sitio donde nos esperaban los caballos, en el fondo de una cañada trasversal que en lo mas bajo cierran zarzos y estacadas por ambos lados. La disposición del terreno es tal que cuando uno de aquellos animales tiene la mala suerte de dejarse ver hacia aquel paraje, se le considera por una presa casi segura. Los vecinos concurren entonces por obligación al toque de las campanas del valle. Unos ganan los altos para que la fiera no pueda dirigirse sino hacia la parte inferior de la cañada, donde otros la esperan resguardados en una serie de pequeños chozos que tienen la entrada mirando al río, y salen con chuzos a hostigarla y empujarla hasta que la obligan a tirarse al pozo. Según allí se nos dijo, en cuarenta y seis años se habían cogido por este medio sesenta y tantos lobos y solo un oso; porque este último animal anda siempre por los sitios mas apartados, por las peñas mas altas y por las cavernas, adonde hay que ir a cazarlos.

En Prada paramos en casa del primer contribuyente del concejo, que era alcalde aquel año, y nos recibió con la mejor voluntad, porque allí no hay posadas ni es tránsito aquel para ninguna parte. Esto quiere decir que en aquélla tierra, lo mismo que en la mayor parte de las montañas de León, se viaja como en los tiempos antiguos se hacia en todos los países, siendo entonces la hospitalidad uno de los deberes mas sagrados.

Luego que nuestro patrón hubo oído la relación de la jornada que habíamos hecho en el día anterior, nos manifestó que se nos había guiado mal, y que habíamos andado bastante extraviados. Tenia 73 años de edad, y era acaso la persona mas enterada de las cosas de aquella tierra.

Entonces pudimos saber los nombres de todas las peñas del contorno y que habíamos subido a la torre de Salinas. Manifestónos que la mas elevada era la torre de Llambrión, y preguntándole si lo sabia porque alguno la hubiese medido, nos contestó que lo decía porque cuando se descomponía el tiempo, allí era donde agarraba la primera nube, y en acercándose el invierno, allí era también donde aparecía la primera nieve, en lo cual no iba fuera de razón. Verdad es que ahora resulta que otra peña le iguala y aun le excede algo en altura, pero también es cierto que no se ve desde el valle.

Al día siguiente nos despedimos, tomando en nuestros libros de viaje el nombre del amo de la casa, que era el de Martin de la Cuesta. Su mujer nos dijo que pusiésemos también el de Francisca González que era el suyo, y le hemos dado gusto, como era razón, agradeciendo su buena voluntad y el favor que nos había dispensado, lo mismo que su marido, con la acogida que les debíamos. pusímonos en marcha y casi a la salida del pueblo nos separamos para no vernos otra vez hasta de allí a algunos meses en Paris. Mis compañeros de viaje se dirigieron a la parte oriental de Asturias, por los puertos de Pan de Ruedas y Beza, y yo por el de Pan de Trábes a la Liévana y la Hermida para efectuar una primera exploración de aquellos terrenos. 

En el año de 1855, desde las montañas de la provincia de Palencia, que eran entonces y habían sido en el año anterior objeto principal de mis estudios, me dirigí a Santa Marina de Valdeón, huyendo del cólera, siempre preocupado con la idea de la ascensión que meditaba.

Busqué por guía uno de los principales cazadores del pueblo para emprender la marcha al otro día muy de mañana; pero no presentándose a la hora convenida, por haber salido en busca de dos ovejas que le habían faltado aquella noche, salimos demasiado tarde; y ya cuando nos hallábamos a la misma altura que la Torre de Salinas, pude conocer que no habría día suficiente para completar la jornada: por sensible que me fuese, no podía prescindir de dar la vuelta. Aun así, y apresurándonos, llegamos al pueblo con una hora de noche. Ya a lo último se rompió el barómetro por haberse caído el hombre que me lo llevaba, pues en la canal de Llordes, con la priesa que nos dábamos me faltaron las fuerzas para llevarlo yo mismo. No por eso he perdido el tiempo, por las observaciones que tuve lugar de hacer y por el conocimiento del terreno que para otra tentativa me vendría muy bien.

Al año siguiente emprendí de nuevo la marcha para aquellas montañas, no ya con el objeto de hacer una simple excursión, sino un reconocimiento algún tanto detenido de los terrenos del partido de Riaño, tarea que me había impuesto para aquel verano, y no podía prescindir de plantar el barómetro y el teodolito en lo mas alto de las peñas de Liordes. Por Sajambre gané el puerto de Dovrcs, situado en un terreno apenas hollado y aguanoso además. Allí entré en el término de Valdeon, bajando a pie por un espeso monte de hayas y robles, cortado por todos lados de profundos barrancos, materialmente atestados de árboles, ya casi podridos por la mayor parte, que los huracanes sin duda habían echado a tierra. Al fin de la bajada se hallan Calvavilla y Soto de Valdeon en un valle trasversal que tiene la cabecera en la Collada de la Vieja, por donde se va a Valdeburón, y el puerto de Pan de Ruedas, en el camino que va a Oseja de Sajambre y que termina en Posada, cabeza del concejo. Posada, Prada y los Llanos puede decirse no forman mas que un solo pueblo, tan corta es la distancia que los separa. De suerte que son siete los pueblos de aquel concejo, y su población unos 900 habitantes.

Al día siguiente se presentó el cielo con bastantes nubes; y como para mi objeto necesitaba se hallase completamente despejado, me determiné a bajar a Caín, y desde allí hacer una excursión a la Canal de Trea, que deseaba conocer. Tres años antes la náyade de la fuente de la Jarda nos había hecho un recibimiento que nos dejó encantados: esta vez se hallaba dormida en su gruta. El contraste era notable: todo era allí quietud, y ni el mas leve murmurio se dejaba oír. En lugar de las grandes masas de espuma que con su albor y a la luz del sol deslumbraban la vista, entonces no se veían allí mas que cantos parduscos y musgos verdinegros. Pero aquella novedad venia a serme favorable, por que me advertía no tendría tanto que luchar cuando subiese a la región de las nieves. Era el 6 de agosto, y la fuente había dejado de manar el 20 de julio.

Saludáronme los vecinos del pueblo como a persona que ya les era conocida, y tomé por guía uno de ellos para penetrar en la Canal de Trea, que así se llama la larga garganta que sirve de cauce al río desde Caín, y que se prolonga bastante en Asturias. El paso que allí se abrió el agua es tan estrecho, que para el de la gente y los ganados a los pastos que tiene el pueblo mas abajo, fue preciso establecer una trocha por los barrancos de la vertiente derecha, y es tan penosa, que la Canal de Liordes le lleva mucha ventaja: en la parte de Asturias lo es todavía mas, según me han asegurado.

Consiste en una serie de subidas y bajadas muy pendientes en ciertos puntos, con escalones de piedra ó madera y trancos como los que ofrecen algunas cavernas y minas mal labradas. El paso se efectúa en algunas partes a favor de rollizos hasta de ocho metros de largo, trabados unos con otros, y tendidos de peñón a peñón, sin pretiles, suerte de viaductos a que llaman armaduras.

Otras veces se camina sobre planchas sustentadas por hierros engastados en la roca ó por otros medios. En los escurrideros, ó sea en las peñas rasas é inclinadas, a que llaman llambrias, se forma la senda orillándola por la parte inferior con maderos ó cualesquiera palos tendidos a lo largo y sujetos a favor de la raíz de alguna mata, de algún nudo de la roca ó de rollos y zoquetes de madera introducidos en agujeros que la roca naturalmente ofrece con frecuencia cuando es caliza, como allí sucede, algunos de los cuales pudiera creerse habían sido abiertos a mano. «Dios los hizo, señor,» me decía el guía, y yo estaba bien lejos de creer otra cosa.

Los lobos mismos miran con respeto aquellos pasos y no se aventuran a salvarlos: no es preciso mas para venir en conocimiento de lo que pueden ser. El ganado los salva, porque se halla enseñado, porque se le obliga a ello si es preciso, Como las yerbas, por otra parte, cuanto a mayor altura vegetan son mas sabrosas, tiene que trepar de continuo por aquellos derrocaderos para buscarías, adquiriendo así toda la destreza que pudiera necesitar. Sin embargo, con bastante frecuencia se despeñan los pobres animales, sobre todo las vacas. A los hombres les sucede otro tanto, y se cuentan allí las catástrofes mas lastimosas. Ocupándose mucho en la caza de rebecos, discurren por las peñas con la mayor agilidad y confianza, pero esa confianza es la que los pierde. 

Por eso siempre se ha dicho que «el mejor nadador es del agua», refrán que por aquellos pueblos se halla sustituido con este otro mas tristemente expresivo: «Los de Caín no mueren si no se despeñan.» Probablemente no dejará de hallarse en uso otro equivalente en algunos pueblos de los Alpes donde tantos hombres se desgracian también en el mismo ejercicio.

Estuve bien distante de internarme mucho en la Canal, que es muy larga; y aun así con la reverberación del sol en los inmensos hastiales que forman aquellas peladas y blancas peñas, volví a Caín con los vestidos materialmente empapados de sudor, y harto rendido. A la una de la tarde, y á la sombra, marcaba el termómetro 27 grados junto a una cascada adonde había bajado para apagar la sed con una de las aguas mas sabrosas que he gustado en mi vida.

Después de haber tomado algún descanso, volví a Prada, satisfecho el deseo que tenia de visitar aquellos apartados sitios y conocer aquellos moradores, cuya vida en todas las estaciones es una continua lucha, pero que se arrostra con calma y como una condición ordinaria que impone allí al hombre la naturaleza en sus admirables armonías. No, los habitantes de Caín, en medio de su pobreza y las que pudieran llamar desdichas los de las campiñas ó las ciudades, no maldicen su suerte, antes bien viven con ella contentos, y quien crea lo contrario, que observe, si le es dable, los efectos que por lo general produce en su espíritu una larga ausencia de los riscos que los vieron nacer.

Como el tiempo no acababa de afirmarse, me trasladé de aquel valle al de Vegacerneja, y después a Escaro y Riaño, reconociendo el terreno. EL 11 pude ya volver a Santa Marina a medio día, y después de comer y preparar la expedición, me dirigí a la majada de Liordes para pasar allí la noche, adonde esta vez subieron los caballos llevados de la rienda. Nos hallábamos 1,880 metros sobre el mar, y a pesar de que la temperatura es tal en aquel punto, que ni aún en la fuerza de los calores se ven allí moscas ni mosquitos, no fue preciso hacer fuego.

A las dos de la mañana me levanté para observar el tiempo, pero nada indicaba dejase de serme favorable.

(Se concluirá.)

Las Novedades, 10 de junio de 1858

VALDEON, CAIN, LA CANAL DE TREA.

Ascensión a los Picos de Europa en la cordillera Cantábrica

(Continuación.)

El cielo estaba despejado, el aire no se movía. La naturaleza entera parecía hallarse en el mas profundo reposo; solo le turbaban el trémulo resplandor de los relámpagos sin truenos que de tiempo en tiempo se divisaban a lo lejos por la parte del Nordeste, ó las estrellas fugaces que cruzaban por la esfera en diferentes direcciones, y cuya luz me parecía mucho mas viva que cuando se las observa desde las tierras bajas. Nunca como en la soledad de aquel sitio y en el silencio que me rodeaba, el espectáculo del cielo estrellado hizo en mi alma una impresión tan profunda, y durante algún tiempo permanecí como en un éxtasis. Volví luego a mi yáciga, pero ya no me fue posible cerrar los ojos.

Levantéme a las cinco, y ya el sol doraba las crestas de los montes, cuando me puse en marcha con toda la cuadrilla: éramos siete hombres. Por la falda del Sur se iba en menos tiempo, pero la subida a lo último es terrible, según había visto en el año anterior, aunque no haya que pisar nieve en ningún punto. Aun en invierno es poca la que allí puede detenerse, desprendiéndose en mueldas y boladas a lo hondo de los barrancos tan pronto como toma algún espesor. Resolvimos, pues, efectuar la ascensión por la umbría, aunque el camino es bastante mas largo.

Fue preciso salvar desde luego la cuerda que se presentaba al Norte y va de la Torre de Llambrión al Collado de las Nieves, punto que sirve de mojonera común a las provincias de Oviedo, León y Santander. Esta primera subida no es muy penosa; y desde lo alto se presentó a muestra vista otra cuerda mas elevada, a que corresponden la Peña de Moñas, ya en Asturias, la Torre dé Cerredo y el Cueto de Taranos.

Bajamos a la cañada que entre las dos cuerdas se forma y tomando a la izquierda a poco hemos entrado en el primer nevero. Pronto nos acometió la sed, pero en aquellas grandes alturas no hay manantial alguno. Agrietado y horadado el terreno, cuando no cubierto de nieve ó de piedra suelta, el agua se pierde en lo interior tan pronto como cae de las nubes ó se produce por el deshielo, y fue preciso tratar de deshacer alguna nieve, pero se deshacía con tanta dificultad, que hubimos de contentamos con humedecer la boca.

No había helado aquella noche, al parecer, y se marchaba bien: acaso esto consistía en que el sol había obrado ya sobre la nieve. La que cae en las montañas, si no se derrite pronto pasa al estado de nevé, que no se diferencia del hielo sino en que no se halla en masas continuas y trasparentes, como el de los carámbanos de las fuentes y cascadas, ó el que se forma en la superficie de los ríos y lagos. Constituye una suerte de arenisca, cuyos granos se hayan ya aglutinados entre sí, ya mas ó menos sueltos.

Cuando la pendiente comenzó a hacerse demasiado fuerte, dispuse que uno fuese delante haciendo peales con un martillo, pues si alguno se escurriese no se sabe dónde iría a parar. En este nevero seria imposible bajar como tres años antes había hecho con mis compañeros de viaje, no solo por la inclinación que presentaba, sino también porque no se alcanzaba a ver dónde y cómo concluía. Aquel yermo singular solo se halla poblado por rebecos que huían delante de nosotros conforme seguíamos avanzando.

En la parte mas alta y de mayor pendiente se veía en la nieve, ó sea en el nevé a lo largo, una serie de surcos paralelos, muy próximos unos a otros, con la convexidad hacia fuera, y en un thalweg que allí se formaba, entraban hacia dentro presentando un hermoso aspecto.

Estos surcos no pueden proceder de otra cosa que de hallarse allí la nieve formando capas como se ve en los Alpes, en las que son perpetuas. Yo creo que aquellas lo son también, y habiendo sido el anterior invierno uno de los de menos nieve en todo este siglo, la que tenia a la vista pudiera proceder de una época bien remota. La disposición de los surcos era tal, que las capas no podían menos de hallarse inclinadas hacia afuera, lo que atribuyo al asiento que pudo haber sufrido la masa hacia el nevero por la continua tendencia de este a descender.

Según Mr. de Humboldt, en los Pirineos, de que es continuación la cordillera cantábrica, el limite de las nieves perpetuas se halla a 2.728 metros sobre el nivel del mar, esto es, 50 metros mas alto que los Picos de Europa.

Aun admitiendo este hecho como bien averiguado, hay que tener presente que estos Picos se hallan mas cerca del mar que los Pirineos centrales, a los que acaso se refiere aquel autor.

En las montañas del Cáucaso este límite comienza 650 metros mas arriba que en los Pirineos, que se hallan en la misma latitud; y esto porque en lo interior de los continentes cae menos nieve, y los veranos son mas calientes que en las costas. Por otra parte, en la vertiente de las montañas que recibe los vientos de tierra calientes, comienzan las nieves perpetuas a mayor altura que en la que recibe los del mar, que son mas frescos; de forma que en los montes del Himalaya los dos límites en una y otra vertiente ofrecen por esta causa una diferencia de nivel de 1,170 metros.

Yo admito por lo mismo que en los Picos de Europa las nieves adyacentes a las cumbres más altas que se observan a la parte del Norte, que es la del mar, son perpetuas y dan origen al nevero que tenia a la vista, al que he observado también, aunque de lejos, al Norte de la Torre de Cerredo y a algún otro que pueda haber, también por la parte del Norte, contra la Peña de Moñas o la Peña Santa; de modo que allí la región de las nieves perpetuas se halla reducida a algunos apéndices, independientes los unos de los otros. Pienso que la Torre de Salinas; 171 metros mas baja que la Torre de Llambrion, no alcanza a ella, donde las nieves son puramente estacionales, conservándose de un año para otro solo cuando cae mucha, a no ser la de algunos hoyos y aberturas donde no llega nunca a derretirse del todo.

Ya bastante cerca de la cumbre comenzaron las mayores dificultades de la jornada. Los instrumentos pasaron de mano en mano, en algunos puntos hubo que subir y bajar cómo por paredes, para lo cuál tuve que descalzarme. La nieve a lo último iba desapareciendo, lo que atribuyo, ya a la influencia de los vientos de tierra, ya a que allí se hacia lo que en aquellas montañas se llama con propiedad un ventisquero ó una ventera, como se ve hasta en las calles de los pueblos cuando nieva, que en muchos puntos apenas se conserva nunca la nieve por el viento que la traslada y acumula en otros.

¡Ea! ya estamos en lo alto. En verdad que la plaza era bastante estrecha: ocho metros de largo y tres por lo mas ancho. Apenas nos podíamos mover. Al tiempo de subir se levantaban de cuando en cuando algunas ráfagas dé viento del Sur muy fuertes, y si nos cogieran en lo alto, seguramente hubiéramos tenido que echamos a tierra, por lo cual lo primero que hice fue montar y observar el barómetro. Eran las once de la mañana, y marcaba 559,30 milímetros, el termómetro unido al mismo 12,7 grados, y el expuesto al aire libre 12,6. Felizmente el viento no se dejó sentir mientras permanecimos allí, y la calma era perfecta. El cielo estaba despejado en lo alto. A lo lejos, en los llanos de Castilla y León, había calima. La Liébana, hoya ó por mejor decir hoyo, que en tiempos anteriores se llamó provincia; por su situación aislada sin duda, y cuya altura sobre el nivel del mar es bastante menor que la de Caín, se veía cubierta de nubes, que gradúo se hallaban 1.000 metros mas bajas que la Torre de Llambrion.

He aquí la altitud de los Picos de Europa, según pude deducir de las observaciones efectuadas en el punto de estación (1). Dicho punto 2.676 metros, la Torre de Cerredo 2.678 a la distancia de 2.858, la Peña de Moñas 2.636 a la de 4.060, la Peña Santa. 2.605 a la de 9.184, el Naranjo de Bulnes 2.592 a la de 4.302, la Torre de Salinas 2.505 a la de 2.572, el Carbanal 2.407 a la de 7.750, la Torre de Friero 2.403 a la de 3,060, el Collado de las Nieves 2.368 a la de 2.470.

Este último se halla sobre la Liévana y en la unión, como ya dije, de las tres provincias de León, Oviedo y Santander, la Peña Santa en la raya de las de León y Oviedo, la Peña de Moñas y el Naranjo de Bulnes ya corresponden a la de Oviedo; las demás son de León, inclusa la Torre de Cerredo, pues la raya no pasa por lo alto de la misma, sino por una traviesa ó sea canal que tiene inmediatamente al Norte. De todas estas peñas, la única que en aquel país se tiene por inaccesible al hombre y aun a los rebecos es el Naranjo de Bulnes, magnífica pirámide cuya forma, vista desde la Torre de Llambrión, se parece mucho a la de un pilón de azúcar.

A pesar de la grande elevación del punto en que nos hallábamos, mucho estrechaban el horizonte las montañas inmediatas. Solo por las abras que se hacían en las que caen hacia el Sur, ó mas bien al segundo y tercer cuadrante, se veían otras mas lejanas. El Espigüete, que tan imponente se presenta cuando se le observa desde los páramos de Valladolid ó Palencia, ¡cuán humillado me parecía desde allí! ¡cuán otro su perfil valiente! Difícilmente le hubiera reconocido a no ser por la señal que en su cúspide había dejado dos años antes, y respecto de otras montañas me sucedía lo propio: de tal modo varía el aspecto que ofrecen según la situación del punto desde donde se les observe.

(Se concluirá.)

Las Novedades, 12 de junio de 1858

VALDEON, CAIN, LA CANAL DE TREA.

Ascensión a los Picos de Europa en la cordillera Cantábrica.

(Conclusión.)

En rigor no había subido a lo mas alto, que era a lo que yo aspiraba; pero la diferencia era bien corta, y no por eso creía frustrada mi expedición. Y aun cuando la geología no tuviese ningún atractivo para mí y al encaramarme a aquellas cumbres no llevase otro objeto que contemplar el magnífico panorama que se ofrecía a mi vista, ¿pudiera no contar aquellas horas entre las mas gratas de mi vida?

Pero no; por mas que desde mis mas tiernos años tuviese grande afición a subir a los montes sin otro objeto que recrear la vista y hacer acaso prueba de mis fuerzas y robustez, otros eran los móviles que ahora me dirigían: estudiar unos terrenos cuya constitución física y geológica era desconocida, y verme en ocasión de ser en algún modo útil a la ciencia que reveló al mundo en nuestra edad tantos hechos asombrosos, que es hoy día objeto de la particular protección de todos los gobiernos, y a cuyo culto dedican tantos hombres esclarecidos sus desvelos y fatigas, derramados por todos los ámbitos de la tierra; sobre todo, fijar con la posible exactitud las circunstancia de un hecho que acaso en ninguna otra región se pudo observar todavía, y de que aquí no me ocuparé, porque no es ahora otro mi objeto que destruir la prevención con que se miran los viajes y correrías por nuestras bellas montañas y el desvío que hacia su estudio se nota aun por desgracia entre nosotros.

¡Cuánto llamaba mi atención el aspecto que presentaban aquí los montes! ¡Que de picos, picachos, agujas, cerros, crestas y cuchillares, separados unos de otros por pandas, horcados, canales y barrancos! No faltan tampoco horados por los cuales se ve la luz al otro lado, como los que forman las puertas de Muéños (1) en la Torre de la Palanca, simas, toyos, hoyos y cavernas. Por todas partes se ven piedras sueltas, y entre ellas grandes peñones que cubren en muchos puntos el terreno, sobre todo en las laderas, formando moledizos, como allí llaman, algunos de los cuales no se pueden atravesar, sino a la carrera, a pata pura, y aun así con riesgo de despeñarse. Estas piedras se separan de los altos principalmente por efecto del deshielo; y muchas se ven todavía en su asiento natural, que ya no se hallan en firme, ó ya no son piedra viva, según se dice vulgarmente, y es necesario por lo mismo marchar a veces con la mayor cautela, no fiando los pies ó las manos de las que se hallen en este caso. De modo que nada seria mas fácil que demoler allí grandes masas sin otro auxilio que el de una mala herramienta, y acaso el de las manos solamente. En la Torre de Llambrión se ve esto, y para alzar allí una señal de dos metros de alto, no nos faltó piedra suelta, que allí se hallaba de sobra.

¡Qué escuela para el que intente estudiar las revoluciones porque nuestro globo ha pasado en la serie de los siglos! ¡Qué contraste entre el aspecto que allá un día debieron de ofrecer aquellos mismos sitios y el que ahora presentan! ¿Qué quieren decir si no los innumerables restos que en aquellos terrenos se encuentran de animales que solo pudieron vivir en el mar; aunque todos de especies diferentes de las actuales; porque las especies, si bien contando con un período de existencia mucho más largo que los Individuos, llegan también a desaparecer como estos de la creación? ¿Qué quiere decir si no, por otra parte, salvando tiempos de larga duración, el ver allí pruebas evidentes de que el rinoceronte bicorne que actualmente vive en el Mediodía del África, y otros mamíferos extraños discurrían por aquella región, dotada entonces de otro clima sin duda alguna y vestida de una vegetación mas rica y hermosa?

Todas aquellas masas presentan señales evidentes de haber sido formadas paulatinamente en lechos ó capas horizontales en el fondo del mar: ¿cómo ahora se hallan éstas a tanta altura y ya no horizontales, sino verticales ó mas ó menos inclinadas, siguiendo una misma dirección en grandes distancias y tomando después otra, ó paulatinamente, ó por accidentes y quebrantos que interrumpieron la continuidad de las capas?

¿Cómo se produjeron tales cambios? ¿Por cataclismos cuya trascendencia fuese tanta que llegase a causar el perecimiento de todos los seres creados cada vez que tuvieron lugar, como ha pensado un eminente geólogo, ó se obraron lentamente en la larga sucesión de los siglos, aunque de tiempo en tiempo hayan sobrevenido grandes trastornos, pero reducidos a ciertos límites?

Y después de estas convulsiones, ¡cuanto debieron de haber variado las formas que el terreno ofrecía con la denudación que en ellos causaron las aguas y los hielos de la época del diluvium! A todas éstas causas, que obraron allí con inmensa fuerza, atribuyo yo que el punto mas alto y el mas bajo de toda la provincia de León solo diste uno de otro algunos kilómetros. ¡Qué escuela, vuelvo a decir, para el que quiera estudiar la geología, no en las aulas, sino con el gran libro de la naturaleza, abierto delante de los ojos!

Una cosa me llamó también la atención en aquellas montañas, y es que, conforme se va subiendo, la caliza aparece cada vez mas áspera por la corrosión que sufre; tal, que a veces al apoyarse en ella hay que hacerlo con tiento por las pequeñas puntas y filos que suele ofrecer, aspereza que contrasta bastante con la lisura que la misma roca presenta cuando forma el cauce de los ríos por efecto de otra suerte de denudación.

Hay mas: esta, pasados 2.000 metros de altitud, se presenta como producida por un líquido corrosivo qué ha corrido en la roca, formando reguerillos, con sinuosidades iguales a las de los ríos, como se ve en los diminutos cauces que han dejado. En hastiales verticales ó poco inclinados, el líquido produjo surcos, aunque no tan profundos, rectos y paralelos de alto a bajo.

En el Espigüete y otras montañas he observado los mismos efectos, sacando algunos dibujos para publicar en tiempo oportuno. ¿Qué extraño es que la denudación haya sido allí inmensa si a ella contribuyó la acción de los ácidos fuertes, a lo menos de uno de ellos, que yo creo haya sido y sea todavía el nítrico?

¡Y que desnudez la de aquellas alturas! No se ve allí un árbol ni una mata: solo alguna planta raquítica apenas perceptible a alguna distancia; lo que hace mas imponentes aquellas soledades. Así, la vista sé reposaba con placer en la inmediata vega de Liordes, que teníamos casi debajo de nuestras plantas, ricamente vestida de verdes yerbas que se tuvieron siempre por las más finas de todas aquellas montañas, y se reservaron desde muy antiguo para los sementales de los rebaños del rey que fue siempre el primer ganadero de la nación.

Es está vega una pequeña hoya situada en el intermedio que forman la Peña Remoña, el Collado de las Nieves y la Torre de Salinas. Entre la primera y el segundo se hace una panda adonde alcanza aquella grande alfombra y adonde se sube por un suave declive, disfrutando desde allí la magnífica vista que ofrece la Liévana con sus viñas, sus maizales, sus vergeles y sus enmarañados y famosos bosques, que cubren en bastante altura las faldas de las montañas. No falta allí un riachuelo que dé mayor encanto a aquella estancia con la pureza y el murmurio de sus aguas.

Las mismas yerbas, que le ven nacer le ven morir a unos 300 metros de distancia, no en otro río sino en una gruta, sin la cual todo aquel sitio hubiera sido un lago. Pueden pacer allí de 700 a 800 cabezas de ganado.

A las tres de la tarde emprendimos la bajada por el camino mas corto, y pude ver entonces las dificultades que ofrece para la subida el último reventón, que es de prueba. A su final hallé algunos indicios de carbón en una caliza betuminosa y también multitud de fósiles, aunque en fragmentos indeterminables. Ya en un nivel bastante bajo dimos con un pequeño manantial donde refrescamos, que harto lo habíamos menester.

Llegamos con mucho día a la majada. Grande era apetito que teníamos, porque la merienda que habíamos llevado a lo alto había tenido algo de escasa por un error de cálculo, por lo cual no nos descuidamos en reponer nuestros estómagos, dando fin alegremente a todas nuestras provisiones. La noche vino luego a envolvemos con su manto. En la anterior no se había hecho sentir el frio: en esta, por el contrario, algún tanto escasa me parecía la capa para tornarlo, pero me consolaba con la idea de que en la tierra baja muchos serian los que a aquellas mismas horas no pudiesen cerrar los ojos con el calor.

Al día siguiente había pensado hacer una estación en el collado de las Nieves, pero no fue posible. No había absolutamente nada que comer. Si aquel no fuese un moroquil hubieran podido los pastores proveemos de leche ó prepararnos una abundante cuajada, obsequio que había recibido en los Picos de Mampodre,y en otros puntos anteriormente. En tal situación, y considerando además que algunos de la cuadrilla habían sufrido deterioros de consideración en su calzado y vestidos, fue preciso dar por concluida por entonces aquella expedición. Agradecimos a los pastores el buen recibimiento que nos habían hecho, y dejándolos con la paz de Dios, nos fuimos con nuestros martillos é instrumentos a otra parte. — Casiano de Prado, individuo de la comisión del Mapa Geológico.

(1) Mueño, es cabra montés, animal que ha desaparecido ya casi completamente de aquellas montañas.

Las Maravillas y progresos del siglo, 9 de octubre de 1876

LOS GLACIARES

Entre las maravillas de la Suiza, ninguna mueve en tan alto grado la sorpresa y curiosidad como la vista de los glaciares. Vivísimas son las sensaciones que experimenta el viajero que los ve por vez primera recorriendo el dilatado trecho que va desde Berna a Lausana ó mejor á Ginebra. Allí los elevados Alpes alzan sus cimas cubiertas de nieve de una blancura deslumbradora, brillando de un modo admirable a la luz del sol. Al caer de la tarde, cuando la llanura ya hace rato que está envuelta en las sombras del crepúsculo, aquellas alturas se pintan de un color rosáceo; pero apenas dejan de dar en ellas los rayos solares, se oscurecen de repente y acaban por desaparecer en la oscuridad de la noche.

A medida que el viajero se acerca al pie de aquellos colosos, los bosques y los prados reemplazan a los campos cultivados, las formas de los terrenos son cada vez mas abruptos, el valle se angosta y el camino serpentea por las laderas, mientras que el torrente, muchas veces invisible, muge en el fondo del abismo. Mas adelante y arrancando de un recodo del monte, álzanse inmensas pirámides de hielo, rodeadas de negros abetos y mas ó menos lejos, aparece el valle como cerrado por una cascada helada. Es aquel sitio la extremidad inferior de un glaciar, de cuyo pie brota un arroyuelo que reunido mas lejos con otro forma un torrente, mas lejos un riachuelo y formará mas tarde un grande rio.

Por mucho tiempo la presencia de los glaciares en los valles en donde la nieve desaparece muchas veces a últimos de abril ó a principios de mayo, pareció un hecho inexplicable. Estaba reservado a Scheuchzer primero, y a Saussure después, analizar este fenómeno.

Sabido es que a medida que nos elevamos del nivel del mar, la temperatura del aire va siempre decreciendo; así pues, los montes alcanzan una altura variable en cada clima, y la nieve que cae en sus cúspides durante el invierno, primavera y otoño no se derrite en verano. El limite sobre el cual la nieve no desaparece ya en verano se llama el límite ó línea de las nieves eternas. Así es que por término medio, cerca del Ecuador, según el ilustre Alejandro de Humboldt, este limite está a 4.800 metros sobre el mar; en los Alpes suizos a 2.730 metros; en el cabo Norte, debajo de los 71º de latitud boreal, baja hasta los 720 metros; y en fin, en el norte de Spitzberg, las olas del mar Glacial llegan a lamer los bordes de las llanuras cubiertas de eternas nieves. Esto sentado, es indudable que desde el origen de los siglos, ó mejor dicho desde el levantamiento de los Alpes, las nieves se acumulan en sus cimas y ocupan espacios inmensos conocidos con el nombre de neveras.

El límite de estas neveras coincide con el de las nieves. Pero si un valle angosto, una garganta profunda, bajan de estos campos de nieve hacia el valle, entonces la nevera desciende también y llena mas ó menos la sima, donde no penetrando los rayos solares, jamás llega a fundirse por entero; porque estas masas heladas que parecen el tipo de la inmovilidad, están animadas de un movimiento progresivo continuo; estos ríos de hielo corren como los de la llanura; únicamente su curso es mas lento y recorren en un año el trecho que un río rápido salva en algunos minutos. He aquí las pruebas de un hecho tan increíble en apariencia.

La superficie de los glaciares está cubierta, por lo general, de moles pétreas, llamadas cantos erráticos. Estas moles se acumulan también a su pie y forman una masa conocida con el nombre de Canchal terminal. Hacía ya mucho tiempo que se había observado que aquellos cantos no eran de la misma naturaleza de la roca fija sobre la cual descansa el glaciar. Subiendo hacia las neveras, los geólogos habían llegado al comienzo de aquellos cantos, guiados por la larga rastra que cubre el glaciar; aquellas rastras conocidas con el nombre de canchales centrales, les habían conducido al pie de las agujas escarpadas cuyos desmoronamientos continuos debidos a las heladas de la primavera y del otoño, alimentan el canchal. Es pues incontestable que aquellos cantos debían ser trasportados, como efectivamente lo son, por el glaciar desde las agujas de donde se desprenden hasta la llanura.

Comprobóse este hecho por la observación y la experiencia. Marcáronse los cantos que, cada año, adelantaban hacia la llanura, y muchas veces los guías de Chamounix ó de Grindelwald indican al viajero el espacio recorrido por una de aquellas masas durante cierto número de años. Sc hizo todavía mas: buscáronse por personas inteligentes dos puntos de mira inmóviles, como por ejemplo un árbol y la cima de un monte, que pasaran por una línea recta, tirada entre ambos, y el canto errático, y al año siguiente vióse que el canto había salido de la línea y se tuvo la seguridad de que había descendido hacia el valle.

He aquí otro hecho que pone esta verdad fuera de toda duda, un explorador ardiente de los altos Alpes, Mr Hugi de Soleura, deseando estudiar el glaciar inferior del Aar, hizo construir durante el verano de 1827 en el centro del mismo glaciar una pequeña cabaña. Los trozos sueltos del canchal le procuraron las piedras de su edificio, que se hallaba al pie de un monte en forma de promontorio, conocido con el nombre de Abschwieng. En 1839, el profesor Agassiz de Neuchatel y el geólogo Desor, quisieron volver a ver aquella cabaña; en vano la buscaron al pie del Abschwieng, y desconfiaban ya de su tentativa, cuando observaron una masa de piedras amontonadas a gran distancia del promontorio. Podía quedar todavía alguna duda sobre la identidad de la cabaña; pero entre aquellas piedras y unos restos de robusta percha, descubrieron una botella y en aquella botella que había permanecido perfectamente cerrada, había un papel escrito de puño de Mr. Hugi. En el decía que en 1827 había construido su cabaña al pie mismo del Abschwieng; que en 1830 ya se había alejado unos 60 metros de su primer sitio, y que habiéndola visitado de nuevo en 1836 la halló a una distancia de 715 metros. La botella contenía además las tarjetas de visita de varios viajeros. Entonces los Sres. Agassiz y Desor se apresuraron a medir la distancia que los separaba de Abschwieng y vieron que era de 1.430 metros. En 1840 se midió otra vez la distancia y vióse que había adelantado 65 metros. Así es que aquella cabaña en el espacio tan solo de trece años, había adelantado hacia el valle 1.493 metros, y por consiguiente había tenido por término medio un avance anual de 115 metros.

Posteriormente el citado Agassiz hizo nuevas pruebas que le dieron idénticos resultados, quedando demostrado para siempre el fenómeno de la marcha de los glaciares. Así pues, resumiendo, un glaciar es una masa de hielo en comunicación con las neveras ó campos de nieves eternas de las elevadas cimas, como un rio lo es con el lago donde toma origen. Esta masa de hielo está animada de un movimiento progresivo, lento pero continuo, lo que explica su presencia en los valles. En efecto, durante el verano la extremidad inferior del glaciar se derrite a la influencia del calor solar: aquella fusión alimenta los grandes ríos, tales como el Ródano, el Rhin, Tessino, Reuss, Aar, Adigo, cuyas aguas están siempre altas en verano y bajas en invierno; pero todo lo que el glaciar pierde por la fusión de su extremidad inferior es reemplazado por las partes superiores que descienden. Sin cesar alimentado por el inmenso depósito de las neveras, repara sus pérdidas como el río salido del lago. Se establece así una especie de equilibrio entre la fusión y la progresión. Durante los veranos fríos la progresión gana y el glaciar adelanta hacia el valle, abriéndose paso por en medio de bosques y casas; pero si el verano es caliente, el glaciar se derrite mucho y su progresión no estando en relación con la fusión, parece retroceder.

Pero desgraciadamente las tierras una vez invadidas están condenadas a una eterna esterilidad, porque las cubre de cantos rodados, arena y pedruzcos que arrastra sin cesar; del monte a la llanura. 

Las mas de las veces los cantos erráticos caen a orillas de los glaciares; entonces andan, por decirlo así, unos en pos de otros, siguiendo siempre los bordes ó como si dijéramos la playa del glaciar y forman largas bandas llamadas canchales laterales. Y así también como un gran río está formado por la reunión de varios riachuelos, un glaciar principal resulta muchas veces del enlace ó reunión en uno solo de varios pequeños glaciares.

En algunos glaciares vénse con sorpresa ciertos cantos erráticos sostenidos por pedestales de hielo que se elevan de un metro, y a veces mas, de la superficie del glaciar; estos cantos son llamados tablas de los glaciares. Esto fenómeno se explica fácilmente. En verano, la superficie superior del glaciar disminuye por la fusión y la evaporación; actívase sobre todo durante el día y cuando el sol despide sus mas vivos rayos; pero cuando un gran canto está enclavado en el hielo, lo preserva de la acción del aire y del sol: entonces no funde, y mientras que el nivel general del glaciar decrece en torno de aquel punto, aquel nivel permanece el mismo debajo del canto errático, el cual se halla, al cabo de cierto tiempo, elevado a la cima de un pedestal cuya altura es proporcional a la actividad de la fusión y evaporación durante los calores del verano.

En algunos glaciares, el viajero se para con sorpresa en presencia de unos conos formados en apariencia por acumulación de arena gruesa. Su regularidad es tal que se duda en considerarlos como obra de la naturaleza. Varían en altura desde algunos decímetros hasta muchos metros. Examinándolos de cerca, se ve que tan solo su superficie está formada por arena pegada por un cimiento helado, pero que su esqueleto consiste en un cono de hielo compacto cuya formación se explica por la acción preservativa de la arena y de los pequeños cantos acumulados en mayor abundancia en un punto dado del glaciar. Agassiz les ha dado el nombre de conos arenosos.

Hay glaciares que no están cubiertos sino por un cierto número de cantos erráticos; estos son los mas hermosos a los ojos del artista; su superficie lisa como la de un espejo, caprichosamente hendida ó erizada de agujas de formas fantásticas, brilla a los rayos del sol, y contrasta con los sombríos bosques de abetos ó el verde claro de los prados que los cercan. Pero hay otros que están surcados por largos canchales y algunos desaparecen enteramente bajo los montones de piedras que arrastran: entonces el viajero ignora muchas veces que marcha sobre un glaciar y cree cruzar un derrumbamiento de la montaña. No obstante el hielo que compone la masa del glaciar es siempre perfectamente puro y no contiene ni arena ni piedras. Todas las que caen en las grietas ó rendijas, vuelven a hallarse en la superficie al cabo de cierto tiempo. Cuando se pregunta a los montañeses cual es la causa de aquella singularidad, contestan: «El glaciar no admite nada impuro, lanza afuera todos los cuerpos extraños.» Por lo que antes dijimos se comprenderá también este fenómeno; no es la piedra ó arena las que suben, sino el nivel general del glaciar el que baja.

En Suiza la altura del escarpe ó tajo con que termina un glaciar, varia entre diez y cuarenta metros en la parte inferior; pero es cuatro ó mas veces elevado en la superior. Ni su extensión ni su anchura son constantes. El mas largo de todos, en la región citada, tiene 28 kilómetros por un ancho medio de cinco kilómetros. Muchas veces un glaciar termina con una bóveda, en la que se admiran las mas hermosas tintas azuladas. Estas bóvedas se forman en la primavera, y son obra de un riachuelo que funde los hielos que le rodean. Aquella agua proveniente a su vez del derretimiento de las nieves y de los hielos, tiene una temperatura muy cercana a cero, ya sus colores rivalizan con los de la bóveda, ya arrastran arena y cascajo que alteran su pureza y la coloran de amarillo y hasta de negro.

Nos formaríamos muy mala idea del suelo de un glaciar, si lo creyéramos parecido al de nuestros ríos ó estanques: este es compacto y homogéneo como el cristal; el de los glaciares, por el contrario, está formado de fragmentos irregularmente cristalizados, del tamaño de una pulgada a veces, y separados por un número infinito de pequeñas hendiduras y designadas por esto con el nombre de fisuras capilares.

La superficie de un glaciar, hemos dicho que raras veces se presenta compacta: está surcada por hendiduras, interrumpida por grietas profundas, sembrada de numerosas cavidades, abriéndose en ella pozos verticales de paredes azuladas, llenos de un agua cuya frescura y nitidez seducen al viajero sediento; su diámetro es apenas de 2 a 4 decímetros, pero su profundidad es muy considerable.

Para dar una idea de ellos, diremos que los guías de Chamounix, sumergen en aquellos pozos sus largos bastones con conteras de hierro, y no vuelven a la superficie sino hasta el cabo de muchos segundos. Son las piedras sueltas calentadas por los rayos solares las que abren lentamente aquellos grandes agujeros.

La formación de las grietas que surcan el glaciar se hacen de otro modo. ¿Qué viajero no ha oído el profundo silencio de aquellas soledades turbado por detonaciones súbitas parecidas a cañonazos ó al rumor del trueno? Los gamos que pacen por los montes cercanos están tan acostumbrados a aquellos estruendos, que la detonación de un arma de fuego no les asusta y muchas veces el cazador puede volver a cargar su arma y apuntarles otra vez. Aquellas detonaciones acompañan la formación de una grieta: en un principio es una hendidura linear poco profunda que cruza el glaciar; pero cada día su anchura y profundidad aumentan y al cabo de algunos meses se halla, si se han seguido sus progresos, un abismo de una profundidad desconocida y cuyo ancho excede a veces de muchos metros. A la desigual dilatación de las diferentes partes del glaciar debe atribuirse la formación de las grietas, fenómeno análogos al que presenta una masa de cristal que se quiebra en todas direcciones, si se expone una de sus caras únicamente a la acción de un foco de calor.

Las grietas que surcan los glaciares han sido causa de varios accidentes que se pueden evitar con alguna prudencia y obedeciendo los consejos del guía que conoce su naturaleza. Sobre todo cuando el glaciar está cubierto de nieves, es preciso andar con mucha precaución y sondear el piso con el bastón herrado. En efecto, las grietas no estando llenas como se podría creer, sino ocultas únicamente por un puente de nieve que algunas veces tan solo tiene uno ó dos decímetros de espesor, no podría soportar el peso de un hombre.

No es la Suiza el único país en que haya glaciares: se encuentran también en los Alpes franceses, en los del Tirol, en los Pirineos y en fin en los Alpes escandinavos. En estos últimos la altura de las montañas está compensada por el rigor del clima. Así es que en Noruega, bajo los 61º de latitud N., la extremidad inferior de los glaciares de Justedal, está únicamente a 485 metros sobre el nivel del mar. Los de Lodal y de Nygaard descienden a 577 y hasta 340 metros. En Islandia por los 64º latitud N., bajo la doble influencia de un clima mas rigoroso y de montañas mas elevadas, los glaciares llegan hasta las orillas del Océano. Pero nunca penetran en el mar y siempre dejan una playa libre que permite andar entre el glaciar y las olas. No sucede así en Spitzberg, en donde el límite de las nieves eternas está en las orillas del mar; allí los glaciares llenan el fondo de las bahías y presentan fenómenos especiales. En verano el mar se deshiela y su temperatura se mantiene a algunos grados sobre cero, porque la costa occidental de la isla (la única visitada hasta al presente) está bañada por uno de los brazos del gulf-stream, corriente ecuatorial, cuyo origen se halla en el golfo de Méjico, y que arrastra hasta las costas de Noruega maderas y frutos de América. El glaciar animado de un movimiento de progresión continua, desciende al mar; рзго a medida que el hielo se halla en contacto con aquella agua que tiene una temperatura superior, se licúa en su parte inferior, formando arcadas colosales algunas veces, que van derrumbándose de continuo. De ahí esas masas de hielos flotantes que en tan gran número se hallan en el Océano glacial. Así procede la naturaleza siempre por medio de leyes tan grandes como sencillas. Los glaciares de Suiza envían al Océano los grandes ríos que mantienen la constancia de su nivel. Los glaciares de Spitzberg contribuyen al mismo resultado, vertiendo en él periódicamente aquellas masas inmensas de hielos flotantes que rebajan la temperatura de los mares del Norte, disminuyen su evaporación y hacen que las lluvias sean raras y poco abundantes en las regiones situadas al norte del circulo polar.

Si, en aquellas comarcas ya cubiertas de pantanos y de lagos que el sol es impotente para secar a pesar de su prolongada presencia sobre el horizonte, las lluvias fuesen tan frecuentes como en las zonas templadas, la línea de las nieves eternas bajaría aun mas, los pantanos aumentarían en extensión, y aquellos países, ya tan poco favorecidos por la naturaleza, se harían de todo punto inhabitables.

Sin ir hasta Spitzberg, se puede ver en una corta escala el fenómeno de la formación de los hielos flotantes. Antes de atravesar el Simplón, los numerosos viajeros que van ó vienen de Italia, no tienen que sacrificar mas que un solo día para ser testigos de él. El inmenso glaciar de Aletschz, situado no lejos de Brygg, en el Valais, está bañado por el pequeño lago Moerill; adelanta en él y las porciones de hielo que se desprenden sobrenadan en las aguas del lago.

Así en este lago como en los mares polares, aquellos hielos flotantes arrastran cantos erráticos. Si las piedras permanecen fijas en el hielo, este las trasporta lejos hasta que se derrite, y entonces aquellas caen al fondo del Océano ó van a estrellarse en sus costas.

El Constitucional, 16 de agosto de 1882

LOS PICOS DE EUROPA

Hoy habrá asistido S. M. el rey, a una montería que estaba preparada en su obsequio en este sitio, acerca del cual creemos oportuno dar una ligera noticia:

«Se levantan estos picos, que son 12, en el valle de Liébana. Su altura viene a ser, la del menor, de 2.403 metros y la del mayor de 2.678. Se llaman de Torre Cerrada, Peña Santa, Torre de Salinas, Llambrión, Collado de la Nieves. Peña de las Moñas, Cueto de Zaranos, Naranjo de Bulnes, El Carbanal, La Torre de la Palanca, Peña Ramona y Torre de Fuero.

El Naranjo de Bulnes es el único que se considera de todo punta inaccesible, hasta para las cabras monteses.

Tienen algunos de estos picos sobre el nivel del mar, algunos de ellos, 8.612 pies; y es tradición que en estas comarcas fue destrozado por un oso el rey Fabila.

La cacería principal dispuesta en obsequio del rey D. Alfonso, tendrá lugar en el Samelar.

El aspecto del paisaje es encantador. Blanquea aun la nieve sobre el puerto de San Glorio, y blanquea mucho más en las cañadas orientales de Peña Vieja, que levanta sus tremendas moles de peñascos hasta 2.800 metros (9.943 pies) de altura allá en Aliva, rodeada magníficamente de los enormes Picos de los Urrieles, Garnizoso. Peñón de las Torres, el Borio, Sengros, Neveron, collado de Cambuero, Peña Castil, collado do las Moñas y otras montañas altísimas y escarpadas, cuyas agujas colosales parecen, de lejos, filigranadas torres de inmensa catedral gótica rodeando el titánico cimborio. Más cerca en la demarcación de Andara, se ve el Pico de San Benigno, sobre el cual estuvo en Setiembre de 1881 S. M. el rey Alfonso XII, y que tiene 2.600 metros (9.329 pies) de elevación, y próximo a ese se ve el Pico del Fierro, a 2.678 metros (9.610 pies) de altura sobre el mar, y en cuya cúspide S. A. R. la infanta doña Isabel estuvo el mismo día que el rey, contemplando el grandioso panorama.

El ingeniero de Minas Sr. Arce es el que hace días está disponiendo todo lo conveniente para la expedición, ayudándole los cazadores hijos del país Juan Moradielos y Severino López. Estos cazadores se proponen reunir en un punto determinado de las alturas hasta 500 rebezos, número que nos parece exagerado aunque esto los hechos habrán de decirlo.

El tiempo se presentaba bueno para la montería a la fecha de las últimas noticias, pero si cambiara, esto influiría mucho en la expedición, si bien siempre quedaría la cacería de osos en la parte baja de los frondosos bosques de Liébana.

El Campo, 1 de julio de 1887

DON ROBERTO FRASSINELLI,

CAZADOR SELVÁTICO Y ENTUSIASTA NATURALISTA

Acabo de recibir su papeleta mortuoria. Murió en Corao, entre los vestigios de la antigua colonia romana; cerca de Santa Eulalia de Abamia, donde estuvo el sepulcro del rey Pelayo; a corta distancia de Covadonga, donde dejará recuerdo imperecedero; a la vista de las Peñas de Europa, teatro de su vida salvaje y aventurera y pasión que le hizo olvidar todas las comodidades de la civilización y todas las aspiraciones de la vida.

Alemán por todos cuatro costados, vino a España en aquella época feliz para anticuarios y bibliófilos, en que los tesoros de la desamortización se malbarataban en las ferias y baratillos en nombre del progreso y de las luces, y sus conocimientos literarios y artísticos, superiores a los de la generalidad de sus contemporáneos españoles, le produjeron rica cosecha de adquisiciones arqueológicas. Su minucioso y exactísimo modo do dibujar le permitió conservar en verdaderas fotografías de lápiz el recuerdo de monumentos arquitectónicos, que la piqueta revolucionaria ha convertido en miserables ruinas. Carderera decía que las inscripciones copiadas por Frassinelli eran más fáciles de descifrar que los originales esculpidos en las antiguas piedras, y las carteras del arqueólogo alemán conservan los restos de monasterios y castillos que descubrió en sus largas correrías a pie en los más apartados valles de las más remotas montañas, y de los que ya no existe ni la más lejana memoria.

Pero si el arqueólogo y el artista eran en su tiempo una notabilidad, arqueología y arte palidecían en él ante el culto ardiente que profesaba a la naturaleza. Covadonga le enamoró la primera vez que deslizándose por el angosto y tortuoso camino que desembocaba frente a la cueva, se le apareció en toda la salvaje majestad é histórica grandeza de aquel lugar, cuya extrañeza, según el cronista de Felipe II, «no se podía dar bien a entender del todo con palabras.»

Allí sentó sus reales, creando en la pintoresca aldea de Corao aquella casa modesta, con su jardín primorosamente cultivado y su cueva, aquella cueva habitada, según la tradición, por el Cuélebre fantástico y sanguinario, y de la que salía al oscurecer, para vagar por su jardín, la gigantesca lechuza domesticada por el sabio alemán para reflejar en sus anchas alas los plateados rayos de la luna.

Pero su verdadero teatro eran los Picos de Europa, Peña Santa, la Canal de Trea, los gigantescos Urrieles asturianos.

Allí se perdía meses enteros, llevando por todo ajuar un zurrón con harina de maíz y una lata para tostarlo al fuego de la hierba seca, su carabina y los cartuchos. Vino, no lo bebía; bebía agua en la palma de la mano; carne, sólo la del robeco, que abatía el certero disparo de su escopeta, y cuya asadura tostaba sobre la misma lata al mismo fuego. Dormía sobre las últimas matas del enebro que avecinan la región de las peñas y de las nieves; se bañaba al amanecer en los solitarios lagos de la montaña, y al recogerse, después de la penosa ascensión a los altos picos, se refrescaba revolcándose desnudo sobre la nieve. En las noches de luna trasladaba a su cartera los fantásticos picachos de la caliza, los jirones desgarrados de la niebla, los ventisqueros olvidados entre las rocas, el águila erguida sobre la peña colosal, el robeco trasponiendo la cortante arista de la cumbre.

Era un hombre muy original, y su originalidad lo mismo se prestaba a la admiración que al ridículo. El respeto a la muerte me veda tratar aquí la parte cómica de sus extraordinarias teorías y aventuras, de sus inverosímiles narraciones; pero sea de ello lo que quiera, siempre será cierto que Covadonga ha perdido una de sus personalidades más características, un extranjero arqueólogo y artista, que enamorado de la grandiosa naturaleza asturiana, renunció a todas las ventajas de la vida para sumir su alma en la contemplación de aquellas bellezas sublimes, que sólo se pueden sorprender en todo el encanto de sus misterios, internándose y como perdiéndose allá en los laberintos sin término de aquellas torres de piedra, de aquellos bosques impenetrables, de aquellos matorrales solitarios, de aquellas cuevas gigantescas que pueblan aquella región inaccesible a todo ánimo temeroso, a toda planta insegura, a todo espíritu, en fin, menos tocado del amor irresistible a lo infinito que embargaba al ilustre alemán que acaba de bajar al sepulcro.

Covadonga lo recordará, y serían ingratos sus hijos si entre las lápidas que visten las paredes de los claustros del Monasterio no se leyera en una el nombre del extranjero alemán, hijo adoptivo de aquellas montañas, arqueólogo, dibujante, arquitecto, bibliófilo, literato, botánico, médico, que reconcentró todo su amor en aquellos lugares, donde solía vivir constantemente y adonde quiso volver pocos días antes de su muerte, como si misterioso aviso le indicase su próximo fin, y como si quisiera que sus huesos reposaran a la vista de aquellas agujas de piedra que tantas veces conquistó con la firmeza y la tenacidad de su lápiz y de su planta, a la sombra del venerable santuario que tuvo durante cerca de medio siglo en él uno de sus más devotos admiradores y fervientes panegiristas.

Alejandro Pidal y Mon.

El Campo, 16 de julio de 1891

EL POZO DE LOS LOBOS.

Así llama en Pedrosa del Rey un collado de la divisoria entre el valle de Valmanzano y la cuenca principal del Esla.

¿Hubo allí antiguamente una trampa destinada a coger lobos?

De seguro. El nombre de Pozo de los lobos, la frecuencia con que por aquel collado transitan estos enemigos del país, la señal evidente de haber habido un pozo en medio del collado, donde todavía se reúnen las aguas cuando llueve, y la existencia actual de otro pozo de este género en Valdeón, cinco leguas al nordeste de Pedrosa, son indicios que no dejan racionalmente lugar a la duda.

También en Prioro, dos leguas al Sur, hay otro collado, no menos lobero, conocido con el nombre de Corral de los lobos, y en otros pueblos que no recuerdo ahora, tengo idea de haber oído que existen sitios con nombres análogos, lo cual hace creer que en lo antiguo, allá cuando la vida comunal de los pueblos era más extensa y más vigorosa, antes de que el liberalismo viniera a relajar los vínculos sociales y a dar rienda suelta a los egoísmos del individuo, había en todos los concejos de aquella montaña un pozo para coger lobos, establecido y servido comunalmente, a la manera como todavía se conserva el de Valdeón, del que quiero dar idea a los lectores de El Campo.

El valle denominado Valdeón, antiguamente VALLE DE EÓN (in Valle Eone, que dicen las escrituras del monasterio de Sahagún de los siglos X al XII), tiene etimología claramente vasca;

Eón significa en vascuence quietud, estar quieto, y es un significado que cuadra perfectamente al valle, cuya tranquilidad y cuya atmósfera pesada hacen a sus moradores perezosos y tardos. Está situado este valle en la vertiente septentrional de la cordillera Cántabro-Astúrica; de modo que debía pertenecer a Asturias; pero ha pertenecido siempre a León, lo mismo que el valle de Sajambre que, más al Occidente, ocupa una situación análoga, porque teniendo comunicación, aunque dificultosa, con León, por los collados de la divisoria, denominados Pandetrave, Panderuedas y Pontón, con Asturias no tenían comunicación posible, porque el río Cares, que nace en Valdeón, y el Sella, que nace en Sajambre, para bajar el primero a Arenas de Cabrales, y el segundo a Cangas de Onís, han tenido que abrirse paso durante los siglos a través de los célebres Picos de Europa, formando estrechos hoces inaccesibles a la humana planta. La hoz del Sella, denominada el Beyo, ha sido abierta recientemente por la carretera de Sahagún a las Arriondas; pero la hoz del Cares no se ha abierto ni hay trazas de que se abra nunca.

Tiene Valdeón nueve pueblecitos que forman un solo Ayuntamiento, y son, comenzando por los más altos, Santa Marina, Prada, Caldevilla, Soto, Posada, Los Llanos, Cordiñanes, Caín de Arriba y Caín de Abajo. Entre Cordiñanes y Caín está el extenso monte llamado Corona, donde hay una ermita de la Virgen que lleva el mismo título y cuya romería se celebra el 8 de Septiembre. Más abajo de Corona, en el paso para Caín, hay un puente romano completamente vestido de verdura, único indicio, pero indubitable, de la dominación romana en aquellos lugares agrestes.

Limita el valle por el Este y le separa de la provincia de Santander el grupo oriental de los Picos de Europa, coronado por la peña de Liordes, que es de entre todas la más alta; por el Mediodía le separa de los pueblos de Portilla, Barniedo y Arenabres, la cordillera cántabro-astúrica, de la que los Picos de Europa, mucho más altos que ella, no son sino estribaciones septentrionales; por el Poniente le separa de Sajambre el grupo occidental de los referidos Picos, coronado por Peña Santa, y por el Norte, hacia donde corre el río, un límite puramente convencional le separa de Asturias.

Desde Caín hay una senda que sube a lo alto del grupo occidental de los Picos y desciende a Covadonga, senda más propia de rebecos que de hombres. Sin embargo, aunque parezca increíble, como la necesidad carece de ley, que dice un refrán, y otro añade: «apurado te veas para que lo creas», por esta senda, en el sentido contrario en que la he descrito, pasó de Asturias a Caín, al principio de este siglo, el Marqués de la Romana con toda su gente y algunos caballos, y subió de Caín a Valdeoín, por donde también el paso de caballería, hasta hace pocos años que la Diputación de León reformó algo la senda, se tenía poco menos que por imposible.

Los lectores me perdonarán que me haya entretenido demasiado dándoles noticias históricas y geográficas de Valdeón sin hablarles de lo principal, del Pozo de los lobos, ó del CHORCO, que es como allí le llaman, usando este vocablo que viene a ser aumentativo de CHARCO, pues CHORCO vale lo mismo que charco profundo.

En el monte ya mencionado de Corona, al lado de arriba del camino que va por la orilla izquierda del río, está el pozo famoso, a la vera de un roble grueso y bragado. Tiene de cinco a seis varas de profundidad, próximamente otro tanto de diámetro en la boca, que está cuidadosamente cubierta de ramas verdes, como, al decir de los poetas, suelen estar los pantanos del mundo.

Desde muy lejos, y muy separadas una de otra en los principios, vienen por el monte a dar al pozo dos altas cerraduras de palicios, las cuales, aproximándose cada vez más y estrechando poco a poco el espacio entre ambas comprendido, forman un colosal embudo, cuyo agujero menor es la bragada ó abertura del roble mencionado, en cuyo tronco mueren apoyadas como tangentes por costados opuestos ambas paliciadas.

Hállanse éstas vareadas exactamente y repartidas con igualdad por sorteo, para su conservación entre todos los vecinos del concejo, de modo que cada uno sabe lo que a él le corresponde cerrar y procura tenerlo constantemente cerrado; porque como en el archivo concejil se guarda un apeo de la medida y de la distribución, si en un día de ojeo se escapa un lobo, se averigua en seguida a quién pertenece el portillo ó el saltadero por donde se escapó, y el negligente tiene que pagar un fuerte castigo en vino para convidar a los ojeadores.

Así las cosas, en cuanto un lobo tiene la mala idea de meterse en el monte de Corona y hacer alguna de las suyas, vamos, algo que acredite su presencia, ya le ha caído la lotería. Corre la voz, se dispone el ojeo a campana tañida, se revisa el CHORCO, renovando su falsa cubierta de ramascas, y después de tirar cuatro tiros ó dar cuatro voces en las laderas de la derecha del río para que, si el lobo está por allí traslade su domicilio al monte de la izquierda, ocupa cada cual su puesto bajo la dirección de la autoridad local y de sus delegados, que son los vecinos más expertos é inteligentes, y comienza con toda solemnidad la hacendera.

Por la parte alta y occidental del monte sirve de cierro en un gran trecho el corte vertical de una peña que, ni la mejor muralla; y después que se acaba este corte entra la paliciada; por la parte de abajo es artificial toda la cerradura.

Al principio, cuando el lobo escucha las primeras voces lejanas, cree que la cosa no va con él: por precaución se va escurriendo al monte abajo, pero sin correr, para no darse por aludido. Después, cuando, ya las voces suenan más claras y más frecuentes, y oye algún tiro y percibe el olor de la pólvora, comienza a sospechar si todo aquel ruido vendrá contra él; pero no se asusta por eso, ni echa a correr todo lo que puede: se contenta con sacar el trote y levantar el rabo para burlarse de los que le persiguen, como diciendo: «¡Sí; lo que es vosotros me vais a coger a mí!.... ¡Por el ole!»

Así camina distraído un largo rato hasta que una vez acierta a mirar a un lado y ve una cerradura; vuelve la vista al otro lado y ve otra. «¡Caramba! —dice entonces el lobo, al verse entre cerraduras; porque los lobos no suelen usar esas otras interjecciones más fuertes que usan algunos personajes políticos. —¡Caramba! ¡Esto ya no me gusta un pelo!» Y trata de volverse atrás, por si acaso. Pero ya no es posible. Porque allí hay de trecho en trecho, parte adentro de la paliciada, unas chozas donde con anticipación se apostaron unos vecinos que, después que pasa el lobo le tiran una piedra ó un palitroque y dicen a media voz: ¡ahí va! para avisar a los de más adelante. Algún lobo quiere volverse y acometer a uno de los de las chozas, pero éste le enseña un chuzo que tiene a prevención, y el animal no sintiéndose con valor para luchar contra el acero y no viendo tampoco todavía la imperdible, sigue adelante, para que otro desde otra choza le tire otra piedra, y otro otra, y así sucesivamente.

Entonces empieza a comprender el lobo lo grave de su situación, y si tiene algunos conocimientos literarios, aunque no sea más que como Carulla, ó así, repite con cierta amargura aquel pareado:

«¡Quién pudiera verse fuera!

Que esto huele a ratonera....»

El infeliz hace entonces dos ó tres tentativas por saltar la paliciada; pero viendo que no puede, se deja ya de bromas y de reflexiones y aprieta a correr como alma que lleva el diablo.

Cuando ha corrido ya un rato bueno y las cerraduras han ido aproximándose y estrechando la calleja cada vez más, y se cree perdido pues no le parece que aquello pueda tener buen fin, divisa la bragada del roble como a dos varas de altura sobre el suelo, y dice para sus adentros lobunos: «Allí está mi salvación: aquello lo salto yo lo mismo que me como un cordero en ayunas, es decir, como me da la gana.»

Con esta ilusión aprieta el paso, llega cerca, da un salto fuerte para dar de rebote otro mayor y ganar la anhelada tronera, la bragada del roble.... ; pero..... antes del roble está el pozo, y al saltar fuerte sobre la mentida alfombra verde que le oculta, se hunde en él con estrepitosa alegría de los que le persiguen.

Entonces, ó se le mata allí a palos y a pedradas, ó si la gente está de buen humor, se le saca vivo. Para esto se corta un largo varal de fresno horcajado en la punta, se coloca la horcajadura del varal sobre el pescuezo del lobo, y agarrándose dos ó tres mozos de fuerza al otro extremo del varal. sujetan a la fiera contra el suelo: baja entonces al chorco otro mozo determinado, pone al lobo un bozo como a un perro, y tirando luego desde arriba de un cordel atado al collar del bozo, suben al lobo en vilo y lo llevan de paseo por los pueblos, para diversión de los rapaces.

Hace pocos años traían por las calles, así embozado y amarrado, un lobo cogido en el chorco y al obscurecer, cuando el ganado venía del pasto, le pusieron cerca una cabra. El lobo, igual que si no tuviera bozo, la tiró un embite con el hocico en dirección a la falda, como para reventarla; pero al mismo tiempo el mozo que le tenía sujeto, temiendo que aun con el bozo puesto hiciera daño a la cabra, le tiró del cordel y no le dejó llegar a ella. El lobo se dejó caer al suelo y no se volvió a levantar. Se había muerto de la coragina.

Y recuerdo que a aquellos sencillos montañeses les asombró muchísimo el caso; porque, ya se ve.....; apenas entienden de política, ni saben lo que son ciertas pasiones, ni conocen la voracidad de ciertas razas.

Lo demás. Que le quitaran ahora al Gobierno de entre los dientes, como quien dice, el proyecto de merendarse al país en el palacio del Banco, y no sé yo si dejaría de morirse de repente.

Antonio de Valbuena.

Madrid. 10 de Julio de 1891.

Ilustración artística. 5 de marzo de 1900

BUQUES SORPRENDIDOS POR LA NIEVE EN EL PUERTO DE NOVOROSSISK

Como explicación de los grabados que, reproduciéndolos de fotografías, publicamos en esta página, traducimos el relato que firman dos testigos presenciales de la terrible tempestad de nieve ocurrida en diciembre último en el puerto de Novorossisk, uno de los más importantes del mar Negro.

Barco de vela sorprendido por la nieve en el puerto de Novorossisk en 19 de diciembre de 1899 (de fotografía)

«Nuestro barco, el Cervin, llegó al puerto y ancló en la mañana del domingo 17 de diciembre de 1899. El viento soplaba entonces del Nordeste; las cumbres de las colinas estaban completamente rodeadas de una densa masa de nubes blancas y antes de la noche reinaba fuerte temporal. Por la tarde llegó un pequeño vapor ruso, el Ingar, que ancló más allá de nosotros, a barlovento de la costa. Toda la noche acreció la fuerza del viento, hasta que al amanecer del lunes soplaba con la violencia de un huracán; por la tarde hubo helada fuerte y comenzó a nevar. El viento era entonces tan espantoso, que no se podía permanecer en pie en ningún lugar libre de la cubierta; y para ir de un punto a otro debíamos arrastrarnos, cogiéndonos a cuantos objetos estaban a nuestro alcance.

El buque ruso «Ingar» sorprendido por la nieve en el puerto de Novorossisk el 19 de diciembre de 1899 (de fotografía)

Toda la noche siguió nevando, de modo que la cubierta, los mástiles y el aparejo quedaron revestidos de una gruesa capa blanca, rompiéndose las cuerdas por el peso excesivo del hielo.

»Al amanecer del martes vimos que el vapor ruso se esforzaba en vano para dirigirse hacia nosotros; durante algún tiempo hubo gran peligro de que chocara con el nuestro, pero por fortuna pasó delante, y al pronto no pudimos ver cuál era su suerte; pero estábamos seguros que no tocaría en tierra, como así fue en efecto, según observamos después.

Oficiales y tripulantes del buque «Cervin» (de fotografía)

»Nuestra situación comenzaba a ser en extremo peligrosa, porque el barco avanzaba despacio, pero con seguridad, hacia las rompientes, y si tocábamos en ellas, el barco y la tripulación se perdían sin remedio. Otro peligro nos amenazaba, tanto mayor cuanto que era silencioso y nos rodeaba, sin que le viéramos hasta que alcanzó grandes proporciones. Nuestro barco se hundía; cada ola que chocaba contra él se helaba en seguida; así es que sus costados estaban revestidos de una capa de hielo de varios pies de grueso, tan pesada que nos sumergía poco a poco.

»En estas condiciones pasamos la eterna noche del martes. ¡Qué largas nos parecieron aquellas horas! Apenas osábamos esperar que nos fuera posible resistir hasta el amanecer; mas al fin vimos asomar la luz de la aurora, aunque tan sólo para reconocer nuestra desesperada posición. No había señales de que mejorase el tiempo; el peso del hielo aumentaba cada vez más, y a través de la nieve que nos azotaba el rostro podíamos ver los temibles arrecifes cubiertos de hielo, de los que apenas distábamos la mitad de la longitud del barco.

»No quedaba más que una probabilidad de salvarnos, y se reducía a dirigir el barco hacia la playa. Así resolvimos hacerlo, aunque la maniobra no dejaba de ser peligrosa, a causa del peso de la nieve y del hielo que se acumulaban en los costados, en la cubierta, en los mástiles y en el aparejo. Sin embargo, no podíamos permanecer donde estábamos, ni quedaba más alternativa. Se preparó todo, y a eso de las nueve de la mañana a todo vapor hicimos rumbo hacia la playa. La distancia no era considerable; pronto nos vimos en salvo; el fondo era de arena, y le tocamos suavemente, sin más que un ligero choque con un vapor impelido por el viento. Después de anclar, el hielo comenzó a formarse rápidamente en torno nuestro, y antes de llegar la noche nos cercaba completamente.

El buque inglés «Cervin» sorprendido por la nieve en el puerto de Novorossisk el 19 de diciembre de 1899 (de fotografía)

»Cuando tuvimos tiempo de pasear la mirada a nuestro alrededor, nos fue dado contemplar una terrible escena de naufragio y desolación; varios vapores, rotas sus amarras, habían sido arrastrados; y algunos barcos pequeños estaban casi sepultados bajo el hielo. El vapor ruso que antes habíamos visto arrastrado hacia la orilla parecía más bien un glaciar que un barco, como puede verse en el grabado, los pasajeros y la tripulación se salvaron afortunadamente; pero el capitán murió después por los efectos del frío.

»Continuó helando con fuerza basta Navidad: pero después el tiempo mejoró mucho, y la nieve y el hielo desaparecieron gradualmente. El día 31 nos despedimos alegremente de Novorossisk Para buscar mas benignos climas.

Firmado: JAIME REID, capitán JAIME INKSTER, oficial primero.»

Ilustración artística. 18 de noviembre de 1901

LAS EXPEDICIONES ANTÁRTICAS INGLESA Y ALEMANA

Durante la primera quincena de agosto último se han hecho a la mar las dos expediciones antárticas inglesa y alemana, cuyos preparativos desde hace tanto tiempo venían preocupando al mundo científico. Asimismo acaba de partir otra misión, organizada en Suecia y dirigida por el Dr. Otón Nordenskjold, y finalmente prepárase en Escocia una cuarta exploración antártica bajo la dirección de M. Bruce. De suerte que próximamente va a darse un gran asalto a los hielos australes para arrancarles los secretos que hasta ahora han guardado detrás de su muralla invencible.

El éxito de tales empresas despierta un interés extraordinario. Nada ó casi nada se sabe acerca de la inmensa zona antártica: a partir del paralelo 50 Sur, es decir, a partir de una latitud correspondiente a la de Amiéns en nuestro hemisferio, nuestros conocimientos son en extremo vagos, y basta consultar un planisferio para ver evidenciada nuestra ignorancia por el escaso número de indicaciones que el mapa contiene.

Los pocos trozos de territorio antártico que conocemos están sometidos a una congelación infinitamente más intensa que la que se manifiesta en el hemisferio Norte, en la Groenlandia ó en el Spitzberg, y el estudio de este fenómeno no es sino uno de los numerosos problemas que en aquellas regiones solicitan la atención de los exploradores.

El Discovery, buque de la expedición antártica inglesa

Son asimismo muy vagos los conocimientos que poseemos acerca de las condiciones oceanográficas y batimétricas de los mares antárticos, del clima, de la biología y por último de la geología de aquellas tierras. La región antártica sigue siendo la última gran mancha blanca del globo.

Pocas han sido, en efecto, las expediciones que se han dirigido a las heladas tierras australes; de ellas no hemos de hacer la historia en el presente artículo; así es que después de haber recordado el memorable viaje de Cook (1772 a 1774), nos limitaremos a citar las principales realizadas durante el siglo XIX.

En 1819 y 1820, el ruso Bellinghamen lleva a cabo un viaje de circunnavegación alrededor de la zona polar antártica y descubre las islas de Pedro el Grande y Alejandro I. En 1823, el cazador de focas inglés Wedell llega hasta los 70º 15' de latitud Sur, al Este de la punta meridional del continente americano, y en aquel punto encuentra el mar libre, que no pudo recorrer a causa del mal estado de su barco. De 1830 a 1832, Juan Biscoe efectúa una fructuosa circunnavegación del Antártico, y en 1838 y 1839, Balleny descubre las islas que llevan su nombre y distingue otras muchas tierras.

De 1837 a 1840, el francés Dumont d'Urville explora la extremidad septentrional dé la tierra de Graham y descubre luego en el Sur de Australia las tierras de Adelie y de Clarie. Desde 1837 a 1840, el americano Wilkes recorre el Océano Antártico, y en el Sur de Australia señala varias masas continentales que pasan a figurar en los mapas con el nombre de tierras de Wilke, aun cuando no pertenezca por completo a este explorador el descubrimiento de las mismas. Finalmente, en los años 1839, 1840 y 1841 Jacobo Ross realiza su célebre viaje, el más fecundo de cuantos se han llevado a cabo hasta el presente en el Océano Polar austral; en el curso de esta expedición descubre, al Sur de Nueva Zelandia, la Tierra Victoria, el fragmento más importante del continente antártico hasta ahora conocido. Jacobo Ross penetró hasta los 78º 10' de latitud Sur, ó sea el punto más meridional alcanzado hasta el presente; de allí no pudo pasar a consecuencia de una muralla de hielo de más de 200 kilómetros de longitud, detrás de la cual se extendía el inmenso glaciar que cubre las tierras situadas más hacia el Sur.

El Gauss, buque de la expedición antártica alemana

Después de estas memorables campañas, los marinos sintieron como un cansancio, y durante más de cincuenta años no hicieron ninguna tentativa en aquellas regiones. En 1893 planteóse de nuevo la cuestión de la exploración de las regiones antárticas ante la opinión pública científica, decidiendo entonces Alemania é Inglaterra organizar una expedición cada una. Pero adelantóse a ellas Bélgica, gracias a la iniciativa y actividad de M. Gerlache, bajo cuya dirección se realizó a bordo del Bélgica, en 1898 y 1899, una campaña de gran importancia para la ciencia, al Sur del cabo de Hornos. Por otra parte, organizábase por uno de los grandes editores de Londres, Sir Jorge Newnes, otra expedición para asegurar a los periódicos por él publicados una relación del viaje en la zona antártica, en el momento en que esta región ocupaba la atención en Inglaterra. Dirigida por el noruego Borchgrevink, visitó esta misión la tierra Victoria y pasó en ella el invierno de 1898 a 1899, siendo aquella la primera vez que unos exploradores invernaban en tierras antárticas.

La gran obra inaugurada por Gerlache y Borchgrevink va a ser ahora brillantemente continuada por las misiones inglesa y alemana, que acaban de ponerse en camino y que se proponen no hacer una tentativa hacia el polo Sur, sino proseguir el estudio del casquete antártico, reconocer la distribución de las tierras y de los mares en aquella parte del globo y estudiar los fenómenos que allí se realizan. Se han tomado de antemano todas las medidas para que esta empresa de los mayores resultados científicos posibles. Entre ambas expediciones se ha trazado de común acuerdo un programa de investigaciones, quedando claramente deslindado el campo de exploración confiado a cada uno. El casquete antártico ha sido dividido en cuadrantes que corresponden a otras tantas esferas de actividad científica y que llevan respectivamente los nombres de Enderby (0º al 90º de longitud Este de Gr,), de Victoria (90° al 180°), de Ross (180° al 90° de longitud Oeste de Gr.) y de Wedell (90º al 0º). Los alemanes trabajarán en el cuadrado de Enderby y los ingleses en los de Victoria y de Ross. Por último, para seguir la marcha de los fenómenos magnéticos y meteorológicos observados por los exploradores fuera de la zona antártica, se harán observaciones en un gran número de observatorios.

La expedición antártica alemana, dirigida por el profesor E. de Drygalski, se hizo a la mar el día 12 de agosto; va en el Gauss, buque construido especialmente para la navegación en medio de los hielos. Esta embarcación, como todas las destinadas a tal empresa, es mixta, es decir, que va provista de un gran velamen a fin de economizar el carbón y de poder seguir navegando en caso de avería de la máquina; tiene un casco muy sólido para resistir a los choques de los hielos y es relativamente pequeña para que pueda evolucionar fácilmente en los canales del banco de hielo. Con toda la carga desplaza 1.450 toneladas.

El personal de la expedición comprende, además de su jefe, veintiocho hombres, cuatro sabios, que son los doctores Vanhoffen {geólogo y botánico), Philippi (geólogo), Bidlingmaier (meteorólogo), Gazert (bacteriólogo), cinco oficiales y veinte marineros. La expedición ha sido costeada por el Estado bajo el patronato del emperador Guillermo II, quien no ha cesado de manifestar el más vivo y constante interés por esta campaña marítima. Desde !a embocadura se ha encaminado hacia Kerguelen, en donde debe establecerse una estación destinada a servir de base de operaciones y de observación científica; esta estación, será instalada en Three Islands-Harbour, en el Royal Sund (costa oriental de la isla) y en ella se quedarán tres sabios y dos marineros que realizarán allí observaciones magnéticas y bacteriológicas conforme al programa internacional. A fines de 1901 el Gauss se dirigirá primeramente hacia el Este, hasta los 90° de longitud Este de Greenwich, y luego hacia el Sur, y deberá procurar llegar a las tierras antárticas y establecer en ellas una nueva estación, junto a la cual invernará el buque. Si las circunstancias son favorables, la expedición alemana, compuesta de sabios distinguidos, obtendrá seguramente un gran éxito.

El 6 de agosto se puso en marcha la expedición inglesa organizada por la Royal Society y por la Sociedad de Geografía de Londres, con el concurso del gobierno inglés. Va embarcada en el Discovery que, como el Gauss, ha sido expresamente construido para este viaje y cuyas dimensiones son algo mayores que las del buque alemán, puesto que desplaza 1.750 toneladas. Está mandada por un oficial de la marina real, el capitán R. Scott, y lleva cincuenta hombres, cuatro de ellos naturalistas, que son: míster Jorge Murray, Mr. J. V. Hodgson (biólogo), Mr. H. T. Ferrer (geólogo) y Mr. Luis C. Bernacchi (meteorólogo) Mr. Murray sólo acompañará la expedición hasta Melbourne y durante la travesía habrá de poner a los sabios del Discovery al corriente de las investigaciones que han de emprender.

La misión inglesa va a la tierra Victoria. Durante el verano de 1901 a 1902 examinará la gran barrera de hielo descubierta por Ross y reconocerá si está flanqueada al Este por una tierra. Si las circunstancias no se oponen a ello, el Discovery invernará en la costa Oeste de la tierra Victoria, verificándose durante esta detención excursiones de trineos hacia el Sur, sobre los glaciares, y hacia la región volcánica del monte Erebus. En 1903, la expedición verificará su regreso.

CARLOS RABOT,

Hojas selectas. Enero de 1903

EL ALUD DE LA TÊTE-ROUSSE

Los ferrocarriles de montaña siguen casi siempre las inflexiones de las vaguadas de los ríos y torrentes, plegándose al terreno, para evitar la construcción de costosas obras de fábrica.

GLACIAR DE LA TÊTE-ROUSSE. —  Hundimiento de la superficie del helero en 1892.

Estas líneas suelen ser pintorescas, porque atraviesan comarcas de tierras cultivadas con esmero en las partes bajas de las cuencas, y de bosques y pastizales en las partes medias y elevadas, en donde nacen los ríos y arroyos que guían al caminante por los senderos de los valles.

El viajero que va sentado cómodamente en un vagón de ferrocarril, contemplando los variados escenarios que le ofrece la naturaleza en cada recodo del camino, no tiene idea siquiera de los obstáculos que han debido vencer: el ingeniero, en el campo y en el gabinete; el industrial en el taller, y el obrero en el campo, en lucha con las inclemencias del cielo, y con el bravío y rudo suelo.

Los afortunados, gracias a esos esfuerzos, pueden saciar su afán de ideal, cómodamente arrellanados en muelle sillón, contemplando el cinematógrafo que la naturaleza ofrece a los que viajan, rápidos como cl pensamiento, entre montañas llenas de luz y harmonía, bañadas de rocío, que refresca sus tonos y sus colores, dejándolas como si acabaran de salir, cada mañana, de las manos augustas de Dios.

Contemplar con ojos de artista las, obras de la naturaleza, es un gran placer; subir más, en la escala de los cielos, para acercarse al grande arcano, al gran misterio que la ciencia trata de descubrir, teniendo la vista fija en las montañas elevadas cubiertas de heleros y campos de nieve, surcadas de ríos que nacen entre morenas, devastadas por aludes cuyas caídas producen catástrofes espantosas; mezcla de horrores y bellezas infinitas, de muerte y de vida, de luz y de sombra, confusión espantosa tras la que se transparenta la conclusión consoladora de que la vida lo es todo, en el tiempo y en el espacio, y que la muerte, más que destrucción, es vigoroso renuevo de todo lo caduco y cansado, porque las energías no pueden renovarse más que en la juventud y en las primaveras de la vida.

BALNEARIO DE SAINT - GERVAIS Y HOTEL DE LOS BAÑOS ANTES DE LA CATÁSTROFE 

Estudiar todo esto bañado en la atmósfera purísima de las altas montañas de la tierra, cuando se aspira un aire puro y oxigenado, es algo más que contemplar un paisaje, y aspirar sus esencias y perfumes; es poner el espíritu en contacto con la naturaleza para escrutar sus secretos, sus fuerzas gigantescas, sus variantes infinitas; es investigar las causas sin cuyo conocimiento los efectos admiran, pero no convencen; es disecar, con el escalpelo en la mano, el límite en que se confunden la muerte y la vida; es llegar al convencimiento de que aquellas masas de nieve, aquellos inmensos sudarios, expresión siniestra de la muerte, se convierten, por ley de naturaleza: en vida que pulula en los valles y las llanuras, bañadas por las oleadas de agua, en cuyo seno murió quizá intrépido viajero, allá en las heladas altitudes en que parecen confundirse el cielo y la tierra, el terror y el pasmo, la calma y la tempestad.

En el seno de las montañas el ánimo mejor templado siente, a pesar suyo, la pesadumbre de tanta grandeza. El que va de Ginebra a Chamonix, al llegar a Salanches, al descubrir el enorme macizo del Monte-Blanco, con su famosa crestería de cristal, de blancura inmaculada al nacer el sol; de rojo intenso al ponerse, como si pasaran por aquella cumbre llamaradas de incendio colosal, el ánimo sobrecogido, turbado, siente la tristeza, la incapacidad absoluta de acaparar, en un instante, la expresión exacta de tan sublime hermosura.

Y sin embargo, aquella sirena encantadora, que atrae y seduce a tantas gentes, aquellos campos inmensos de hielo son el sudario que cubre muchas víctimas seducidas por uno de los espectáculos más bellos de la creación.

Cruzar los heleros de los Alpes, y describir sus peligros, no tienta hoy mi pluma; el artista, el viajero, quienes busquen emociones que despierten la sensibilidad embotada de su sistema nervioso, hallarán en el Monte-Blanco cuanto pueda ambicionar el temperamento más exigente y la imaginación más fatigada; en aquellos heleros, seracs y morenas, en aquellas manchas inmensas de hielo que reflejan todos los matices del cielo, en aquellos abismos insondables hallarán el placer íntimo más exquisito; pero todo esto es tan personal, tan subjetivo, que mi descripción, por buena que fuera, y por ser propia no lo sería, no podría ser otra cosa que un cuadro más ó menos realista, más ó menos verdad, pero nunca la verdad entera con todos sus matices y colores. Por esto la misión que me impongo al escribir este trabajo es mucho más modesta: es la de un ingeniero que busca en la naturaleza un punto de vista poco conocido, nuevo para muchas gentes, de fácil estudio; y un dato más que puede acopiar el erudito, ansioso, en estos tiempos de acaparamiento intelectual, de ensanchar un poco más el círculo de sus conocimientos, ávido de subir un peldaño más de aquella escala de tonos que nos ha de conducir al descubrimiento del grande arcano a que antes me referí, y que ha de acercar cada día más el hombre a su Creador.

EL HOTEL DE LOS BAÑOS DESPUÉS DE LA CATÁSTROFE 

En un recodo de los Alpes saboyanos existe una estación termal poco conocida, que se llama Saint-Gervais. Cansado ya de recorrer valles y montañas, estaciones termales y sanatorios, no había de ser cosa fácil para mí hallar, en aquella estación termal, otra cosa que la anhelada calma, exigida por un sistema nervioso fatigado.

Situado el hotel de la Savoie en la entrada de una garganta, por cuya vaguada corre el rumoroso Bon-Nant, rodeado el valle de montañas altísimas por cuyo fondo discurre el Arve, río caudaloso en aquella altitud, que recoge las aguas que nacen en los grandes heleros del Monte-Blanco, el paisaje no ofrece al viajero perspectivas capaces de hacerle pensar hondo ni recibir la sacudida nerviosa del placer. Pero, quien siga la corriente del Bon-Nant, —aguas arriba,— y penetre en el obscuro valle cubierto de alerces y pinabetes, — esbeltos, altísimos,— formando con arbustos y hierbas enmarañada selva, como visión engañadora de bosque tropical, y siga hasta dominar el valle para descubrir el macizo del Monte-Blanco, en cuya base descansa Saint-Gervais, poblado de quintas, de hoteles, de iglesias, todo limpio, todo nuevo ó con apariencias de renovado; el ánimo despierta y goza, ante un espectáculo lleno de luz vivísima, de colores refulgentes, de vida joven, ardiente, poderosa, sacudida por el aire puro y sutil de las grandes altitudes.

ASPECTO DE LA CUENCA BAJA DEL BON - NANT DESPUÉS DEL PASO DEL ALUD

Y, sin embargo, flota en aquella serena calma el recuerdo de una catástrofe espantosa, reciente, tan reciente, que el surco que dejó sobre la tierra puede seguirse aún palmo a palmo, como podría hallarse en el corazón de muchos seres vivientes el recuerdo de las doscientas personas que en noche aciaga perdieron la vida en el valle encantador de Montjoie.

Parece un sueño pensar que una pequeña mancha de hielo en la montaña, una mancha que vista de lejos parece un punto en el espacio, y que medida no tiene más que once hectáreas de superficie; que un helero tan pequeño, separado de los grandes glaciares del Monte-Blanco por cresterías de rocas talladas por la acción incesante de las aguas y los hielos, helero que ni por su peso ni su pendiente puede caminar, como caminan, casi todos, siguiendo la línea de máxima pendiente, con paso lento, lentísimo, rompiéndose, rugiendo, agrietándose, y formando en su seno cavernas espantosas, hasta dar con las morenas, con los despojos de las impurezas que lleva en sus entrañas y que devuelve a la tierra, como si rechazara cuanto impurifica su inmaculada blancura; sí, parece un sueño que tan pequeño accidente en la montaña haya podido producir la catástrofe de la noche luctuosa del 11 al 12 de Julio de 1892, que destruyó dos aldeas, se llevó de cuajo el hotel de los Baños de Saint-Gervais, llenó de cantos y fango 70 hectáreas de tierra cultivada, y causó la muerte de más de 200 personas, que dormían, y que pasaron del sueño tranquilo de la vida al sueño eterno de la muerte, en hora impensada, destruido de cuajo y en un segundo el hotel en que habitaban, cayendo sobre el edificio un alud espantoso de agua, de témpanos de hielo, de cantos enormes de más de cien toneladas de peso, formando masa caótica que rugía como trueno espantoso, con fuerza gigantesca apenas concebible por el entendimiento humano.

Y aquella ola demoníaca, aquella masa enorme que se despeñaba de 3.500 metros de altura, recorrió 15 kilómetros de longitud en un cuarto de hora, sin hallar un solo obstáculo en su camino, no digo ya que la detuviera, sino que pudiera detenerla, lanzada por las pendientes del torrente de Bionnasset hasta su confluencia con el Bon-Nant, siguiendo después la vaguada de este riachuelo hasta pasar por el puente del Diablo, arrancando presas, chozas, árboles, y aumentando cada vez más su volumen, hasta saltar por la garganta del valle de Montjoie y llevarse de cuajo el hotel, cuyos despojos fueron a parar al Arve; despojos macabros, restos de viviendas, de cuerpos humanos, testimonio de un cataclismo espantoso en el seno de la muerte.

Y todo eso ocurrió en noche tranquila, sin razón aparente que lo explicara ni temor que lo previniera, como fenómeno extraño, nuevo, surgiendo de repente en aquella comarca, avezada a vivir respaldada sobre aquel accidente de la naturaleza, como buenos amigos, sin temor a asechanzas traidoras, sin pensar jamás en que, sin aviso previo, y por la espalda, la infiriera la cuchillada trapera por cuya ancha herida había de salir toda la sangre de doscientas vidas, y la savia de una gran riqueza.

Al día siguiente, Francia y Suiza, conmovidas, comunicaban al mundo entero la catástrofe, y los sabios acudían al lugar del suceso a estudiar los fenómenos de los heleros para investigar las causas y los efectos del alud de la Tête-Rousse. El fenómeno mostróse a las gentes con tanta claridad en sus efectos, como obscura fue su gestión en el fondo del helero. Nadie pudo dudar de que durante un período más ó menos largo de tiempo, los hielos derretidos formaron un verdadero pantano subglaciar, cerrado en su boca por un muro de hielo que hasta el 12 de Julio de 1892 mantuvo las aguas empantanadas en equilibrio estable; después, sólo Dios sabe lo que pasó: ¿cedió el muro helado de cerramiento a la presión de las aguas embalsadas? ¿Rompióse el dique bajo la acción intensa de la gravedad que solicitaba las aguas en el sentido de la máxima pendiente ó la bóveda de hielo que cubría el pantano? ¿Hundióse ésta de repente, disminuida su resistencia por la acción misma de las aguas, desquiciando todo el edificio, mantenido en equilibrio por la bóveda que cubría las aguas empantanadas en el fondo del helero y que cede, en un momento dado, desarrollando presiones laterales enormes que rompen el dique que las mantenía en equilibrio?

¡Quién es capaz de averiguarlo!

Los forestales franceses que estudiaron el fenómeno, hallaron en la base del helero un enorme boquete por donde pasaron, en brevísimos segundos de tiempo, 80.000 metros cúbicos de agua, que lanzados violentamente por las vertientes escarpadas de la montaña, arrancan parte de la morena lateral derecha y la frontal del helero de Bionnasset, chocan en las vertientes del torrente, descalzan sus orillas, y formando lava de agua, témpanos de hielo, fango y troncos de árboles seculares, los grandes bloques de 100 y 200 metros cúbicos de grueso ceden empujados por alud irresistible, que no ha de hallar ya en su camino de desolación y de ruinas, más obstáculo que la llanura a donde irán a morir tantas fuerzas acumuladas, subdivididas hasta lo infinito, donde la pendiente se convierte en tramo horizontal, el movimiento en reposo, y los dos términos de la ecuación en perfecta igualdad.

Los ingenieros de montes franceses han hecho un estudio detallado del fenómeno y han levantado el plano del helero, de los perfiles longitudinales y transversales del camino recorrido por el alud en aquella noche aciaga; lo han dibujado con todos sus detalles, han calculado el volumen de la lava, que llegó a tener en la parte baja de la cuenca un millón de metros cúbicos de espesor; y han hecho más, han redactado un proyecto, que se está ejecutando, para evitar las veleidades siniestras de la Tête-Rousse é impedir que, en lo sucesivo, pueda causar los daños que en 1892 lloraron tantas gentes, engañadas por el sonriente aspecto de las montañas que forman el deleitoso valle de Montjoie y Saint-Gervais.

GLACIAR DE LA TÊTE-ROUSSE. Boquete por donde salió el alud de agua empantanada en la noche del 12 de Julio de 1892.

Desde aquella fecha memorable, pasados diez años ya, el helero de la Tête-Rousse ha reconstituido lentamente su antigua y primitiva forma: el boquete de desagüe se ha cerrado, el pozo central hundido el día de la catástrofe, se ha rellenado; el pequeño manchón dé hielo vuelve a tener la fisonomía de sus mejores tiempos, preparando quizá lentamente nueva y traidora acometida; pero como esto hay que evitarlo a todo trance, como un nuevo alud se volvería a llevar probablemente el hotel reconstruido de los baños termales de Saint-Gervais, y quizá también la estación de La Fayet-Saint-Gervais, que no existía en 1892, el gobierno francés ha confiado a la administración forestal el proyecto que, bien estudiado y ejecutado, ha de impedir la catástrofe, y que tiene por objeto principal evitar el empantanamiento de las aguas en el fondo del helero de la Tête-Rousse, por medio de un desagüe lento y constante que permita arrojar, a la vaguada del helero del Bionnasset, las aguas que se vayan acumulando en el fondo de la Tête-Rousse. Este problema, al parecer tan sencillo, ha resultado un verdadero rompecabezas para los forestales franceses, y es que el hombre, cuando no conoce las causas de un fenómeno, ha de partir de lo desconocido para llegar a lo conocido; y aunque la habilidad de su ingenio ponga en sus manos elementos empíricos de valía que, a veces, le guían con fortuna en el camino de la solución más acertada del problema, en otras ocasiones, el dato empírico está mal comprendido, y siendo la base falsa, el resultado ha de serlo también.

Aplicado este razonamiento al desagüe del helero de la Tête-Rousse, resulta que, ignorando los ingenieros las causas de la formación del pantano glaciar, desconociendo el sitio exacto del embalse y aun si fue debido al calor inusitado que reinó en aquella comarca durante el verano de 1892, y no a causas de carácter permanente, ofrece dos incógnitas de difícil despejo; y como, sin conocerlas, el problema es insoluble, hubo que tantear el terreno para averiguar:

GLACIAR DE LA TÊTE - ROUSSE (vista de una galería interior)

a) Si las aguas subterráneas de la Tête-Rousse son debidas ó no a causas de carácter permanente, por más que sea indudable la acción más ó menos directa y efectiva del calor solar en aquellas altitudes, durante el verano; y

b) Si las aguas derretidas del helero de la Tête-Rousse, por la configuración del terreno, se depositan siempre en la misma bolsada (poche d'eau de los franceses) ó si se depositan en varias cavidades que, relacionadas entre sí y en momentos dados, aumentan la presión hasta el punto de romper el dique de hielo que las contiene y determina la catástrofe.

La primera incógnita del problema es la más difícil de despejar; porque la coincidencia del desastre con un verano caluroso, no es bastante indicio para asegurar que el derretimiento de las aguas y su empantanamiento en el fondo del helero de la Tête-Rousse es puramente de carácter eventual; y como la apreciación de otras causas escapa a la investigación directa del observador, las hipótesis pueden conducir a apreciaciones falsas que hagan ineficaces las soluciones adoptadas. La segunda incógnita es de más fácil averiguación, pues la apertura de catas y la aplicación de sondeos bien dirigidos pueden dar indicios bastantes para averiguar las formas de la cuenca, y por tanto, de los sitios en que han de embalsarse forzosamente las aguas derretidas.

Que estos estudios se han hecho por los forestales franceses, no cabe duda; como no puedo tenerla de que han fundado su proyecto de defensa contra los aludes de la Tête-Rousse en la aceptación de un principio y la determinación de una base: el de la formación de un pantano subglaciar en la Tête-Rousse, de carácter constante y debido a causas permanentes, y la de que conocían el sitio del embalse, y por tanto la dirección que debían dar al desagüe, partiendo de la cuenca del Bionnasset, perforando la arista rocosa que la separa de la Tête-Rousse, hasta llegar al pantano que se trata de vaciar.

Después de haber sondeado el helero, de haber levantado toda la cuenca por curvas de nivel, y acordado verter el lago subglaciar de la Tête-Rousse en la cuenca del helero del Bionnasset, el estudio del terreno y el de las condiciones en que han de trabajar los obreros, en aquellas altitudes, indujo a los forestales franceses a construir un camino de herradura de 7 kilómetros de largo por dos metros de anchura, y una senda de 2.590 metros para tránsito y conducción de materiales; abrir en la arista rocosa que separa las cuencas de la Tête-Rousse de la de Bionnasset un túnel de 120 metros X 2 X 2, y construir cuatro barracas a 2.100, 2.550, 2.900 y 3.900 metros de altitud, con objeto de proporcionar abrigo y descanso a los obreros en aquellas alturas, en que no pueden trabajar más tiempo que de primeros de Junio a fines de Septiembre de cada año.

No tendría interés la descripción de las obras ejecutadas, ni la de los sufrimientos padecidos por los obreros, en aquel aire enrarecido y cielo inclemente; basta saber que es muy raro conseguir la permanencia de un mismo obrero, más allá de tres semanas, en aquellas obras, por robusto que sea, sin que se vea declinar la vida de aquellos hombres, moviéndose en un medio de aire seco que da una sed que abrasa, en aire enrarecido que obliga a un movimiento de aspiración pulmonar espantoso, y en temperaturas de cero a un grado en pleno período estival: inclemencias que producen una gran indolencia para el trabajo corporal, dolores de cabeza frecuentes, falta de apetito y sed constante y abrasadora.

GLACIAR DE LA TÊTE-ROUSSE. — Entrada del túnel abierto en 1899 para desviar el lago subglaciar y lanzar sus aguas a la cuenca del Bionnasset.

Con tantos inconvenientes y tantos gastos, el túnel se ha abierto en roca viva primero, en terrenos completamente helados después; hielos que se derretían al calor del trabajo, amenazando la vida del obrero con continuados derrumbamientos, contenidos por entibaciones adecuadas, que deberán substituirse por revestimientos de obra que mantenga la curva del túnel bien estribada; y marchando siempre camino de las aguas empantanadas, el túnel ha llegado a los 220 metros del proyecto sin hallar más que hielos endurecidos, y sin más solución que un intento fracasado.

El pantano subglaciar, si existe, no ha sido descubierto; las catas, los sondeos, la previsión humana con todo su bagaje de hipótesis, la indicación casi segura de la acumulación de aguas en la Tête-Rousse, vista y estudiada a raíz de la catástrofe por tantas personas inteligentes, el temor cada día creciente de un nuevo alud que renueve las escenas de desolación y de ruinas del aciago día 12 de Julio de 1892; las obras, en que se han gastado tantos centenares de miles de francos, tanta inteligencia y tantos padecimientos; todo inútil, todo perdido, como no sea ganancia, y ganancia de valía, la experiencia adquirida, la hipótesis desechada, el estudio hecho en otras direcciones, serie de afirmaciones y negaciones resumidas en nuevos estímulos, nuevos afanes, en ansias de acertar y adelantar, luchando siempre para conocer cuanto se opone al progreso, a la expansión de la vida, y al conocimiento exacto de los fenómenos de la naturaleza.

Ante el desengaño sufrido, en otro país que no fuera Francia, la opinión pública, mal dirigida, hubiera infamado a los encargados de proyectar y dirigir las obras, los habría abandonado, y declarado la impotencia humana para contrarrestar los efectos, de causas mal conocidas, de los aludes de la Tête-Rousse.

La administración y la opinión pública en la vecina república, no han obrado de esta manera; atentos a impedir nuevos desastres, conociendo a fondo las dificultades de la empresa, y sabiendo que no hay éxito que no tenga por base la perseverancia, los forestales franceses han podido hacer nuevos estudios y proyectar otro túnel, en busca siempre de un pantano subglaciar, que quizá no exista más que eventualmente, y debido a causas que no tienen carácter de permanencia.

Y los trabajos continúan con empeño, con la vista fija en el éxito deseado, y en la tranquilidad que exige la vida y la riqueza de una comarca que tiene derecho al amparo y a la protección de su gobierno y de toda una gran nación.

RAFAEL PUIG y VALLS.

(Fotografías del Ministerio de Agricultura de Francia.)

Mensajero leonés, 3 de octubre de 1905

Desde Oseja de Sajambre

Con el fin de asistir a la cacería del Rey en los Picos de Europa, y de acuerdo con los jefes encargados de esta expedición cinegética, a los que como algo aficionado, me había ofrecido voluntario, salimos de aquí el 31 del próximo pasado mes de Agosto, y habrían pasado 15 ó 20 minutos después de nuestra salida de casa, cuando empezó una lluvia torrencial, que no cesó hasta nuestra llegada al pueblo de Santa Marina de Valdeón, media hora después de haber llegado la noche.

Me acompañaban en esta expedición; mi hijo menor, joven de 14 años y otro joven estudiante, sobrino de uno de los jefes encargados de ordenar la cacería por la parte de Valdeón (Juan Burón), en cuya casa se albergaron mi hijo y el otro joven, y yo en la de otros amigos.

Perdida casi la esperanza de continuar la expedición, nos retiramos a descansar, cuando al amanecer del día 1.º nos avisan para emprender la marcha a los Picos, si bien la mañana estaba fría y con densos y negros nubarrones sobre el horizonte amenazando lluvia, la que afortunadamente no cayó, despejándose los nublados lenta y paulatinamente.

Subimos a caballo por el puerto de Remoña hasta la falda de los Picos, y serían las ocho de la mañana cuando nos reunimos en este punto con los demás ojeadores y el jefe de expedición ya citado, los que teníamos que subir por aquella parte, para cuya subida se necesita calzado especial, de que íbamos provistos y a la vez mucha fuerza de voluntad y fuerza también y alguna confianza de seguridad en las piernas y brazos, como también en la cabeza y estar provistos de regulares pulmones y corazón, para subir por las pequeñas quebraduras de aquellas altísimas montañas, que parecen forjadas sobre nubes y cuyos acantilados causan vértigos al mirarlos.

Fuimos subiendo con las precauciones debidas por las inmediaciones de la Canal de Liordes y dos horas más tarde llegamos a la meseta que tiene este nombre, Virgen de Liordes, hermosa meseta circular, cubierta de fino césped y de 800 a 1.000 metros de diámetro, en donde se alimentan en verano bastantes reses de ganado vacuno y caballar.

Al llegar a esta meseta nos reunimos con algunos ojeadores que venían de la parte de Liébana y nos pusimos al habla con los vigías-ojeadores que de dicho país llegaban en el momento a ocupar las mayores alturas por la parte de Oriente, y desde donde se recibían las órdenes del Rey.

Desde allí recibimos el aviso de esperar y no avanzar hasta no recibir orden de hacerlo. En aquel momento todos nos dispusimos a reparar las fuerzas con las provisiones de boca que cada cual llevaba para sí en los bolsillos.

Serían las once y media ó doce del día, cuando se dio la orden de avanzar y nosotros lo hicimos por la base y Sur del pico del Llambrión, que está a la parte Oeste de esta parte de los Picos de Europa, y que con el pico de la Palanca (torres las llaman los naturales del país) el Naranjo de Bulnes al Norte y Nordeste y peña Santa a la izquierda de la cortadura del Carres y al Oeste y algo Noroeste forman los picos culminantes; y decía que avanzamos por la base del pico Llambrión por una pendiente muy larga y muy penosa, erizada de piedras sueltas y por donde apenas se podía caminar.

Poco antes de subir a la altura ya oímos algún disparo y minutos después nos hallábamos en lo más alto de un ventisquero, desde donde se dominaban los puestos ó sitios donde tenían sus puestos S. M. y demás que le acompañaban.

Desde dicho ventisquero, bajamos por la parte Norte al hoyo sin tierra, bien llamado, así pues no hay en toda la bajada, que es bastante larga, ni un átomo de tierra, ni una sola mioxotis alpestris, todo es piedra suelta, roca descompuesta de aquella caliza de montaña, que hacía difícil y peligrosa la bajada, habiendo encontrado a la mitad de la bajada (cosa rara en aquellas elevadas alturas) un abundante y riquísimo manantial de agua, que nos mitigó la sed que teníamos.

Cuando empezamos a bajar desde el alto del ventisquero, a la vez que las descargas de los tiradores, veíamos y oíamos la gritería de varios que venían de la parte de Caín, Cordiñanes y Cabrales, batiendo tambores de los que venían provistos dos ó tres, con el fin de dirigir las reses a los tiros.

Allí tuvimos el gusto de ver, auxiliados por nuestros gemelos de campo, el intento de matar a pedradas algunos ojeadores, a un rebeco, que asustado con el ruido de las descargas y de los ojeadores, no sabía en donde refugiarse; huyó por fin.

Al poco tiempo de ocurrir esto, y auxiliado por mis gemelos, vi correr a tres ojeadores (uno de ellos nuestro jefe y amigo Juan Burón), tras un rebeco pequeño, que por fin y después de correr bastante por la parte baja del hoyo sin tierra, le pudieron coger vivo.

En aquel momento nos dirigimos a Peña vieja, pues ya habían cesado las descargas de los puestos y no había motivo para permanecer en hoyo sin tierra.

(Se continuará).

Mensajero leonés, 4 de octubre de 1905

Desde Oseja de Sajambre

(CONCLUSIÓN)

Serían las cuatro y cuarto ó cuatro y media de la tarde cuando bajamos para Peña Vieja, en donde los mineros que trabajan en aquellas minas construyeron un bonito arco con el mineral de calamina y dirigido por el Ingeniero D . Teodoro Gestera, arco dedicado a S. M. el Rey. En dicho sitio, desde donde se divisaba el campamento de Llorosa, esperamos la llegada del Rey y de su comitiva. Acompañaban al Rey en esta expedición; sí mal no recuerdo, el duque de Soto mayor, Medinaceli y Santo Mauro, marqueses de Viana, Villaviciosa, Torrecilla, Nájera y Ayerbe, condes de San Martín y Hoyos y de Moriana y doctor Alabern.

Se cobraron en esta cacería veintitrés rebecos, tres vivos, los que por indicación mía colocaron en fila a los lados del arco hasta la llegada del Rey, que fue a los pocos minutos de haber colocado los rebecos muertos en la forma indicada. Poco después de la llegada del Rey (el que según me dijeron allí mató seis rebecos), emprendimos la bajada al campamento de Llorosa, en donde tan pronto como llegué tuve el gusto  de saludar a mi amigo y antiguo condiscípulo el párroco de Espinama, el que me presentó en el acto a su hermano político don Vicente de Celis, alcalde de aquel distrito y al ingeniero minas don Teodoro Cestera.

Me invitó mi amigo el párroco a bajar a Espinama y le di las gracias, no resolviendo entonces mi bajada; fui después a recorrer los sitios en donde estaban los ojeadores y viendo a estos reunidos y sentados en varios círculos por secciones, reparando las fuerzas con pan y vino y considerando que aquélla actitud era propia para aquellos ojeadores de Valdeón, Caín, Cabrales y Liébana y calculando que si bien había bastantes tiendas de campaña, éramos muchos los que en aquel campamento nos habíamos reunido, me pareció conveniente pedir un guía que me facilitó mi amigo Juan Burón, y acompañados de dicho guía, que era Alejo el de Espinaredo, salimos del campamento de Llorosa a las cinco y cuarto ó cinco y media de la tarde para la canal de Naranco, hasta cuya embocadura nos condujo nuestra guía.

La entrada en la canal era imponente por lo avanzado de la tarde y por haberse oscurecido bastante con la niebla (cierzo) que en aquellos momentos invadía con ímpetu y cual avanzada aguerrida y presurosa aquellas alturas, subiendo de abajo arriba por aquella estrecha y enorme cortadura y no viendo otra cosa de arriba abajo más que niebla oscura mirando al fondo, como si estuviésemos viendo el fondo de un volcán desde su cráter.

La senda, casi perpendicular, estaba trazada oblicuamente y bajaba con las curvas que señala un reptil con su cuerpo cuando se desliza sobre la maleza.

Habíamos descendido por la canal muy despacio y con el temor y las precauciones debidas mi hijo Manolo, el otro estudiante y yo, como unos cíen metros, cuando oímos una voz que nos llama desde la parte superior de aquélla imponente cortadura, esperamos un poco y llegó más tarde hasta nosotros el que nos llamaba; era el peatón que bajaba del campamento la balija con la correspondencia del Rey, y nos dijo a su llegada: «Me habían dicho que bajaban ustedes por aquí y vengo a hacer a ustedes compañía». Le di las gracias y se lo agradecí muchísimo, pues en los 400 ó 500 metros de bajada penosísima y horrorosa por lo imponente que estaba, nos sirvió, de mucha y agradable compañía, por sus esmeradas atenciones, su prudencia, discreción y buena luz natural, pues fui conversando con él todo el camino, y principalmente después de la bajada imponente y horrorosa de la cortadura, hasta Espinama, habiéndole hecho en el camino varías preguntas sobre la casería de Narancón por donde pasamos (hermosa posesión de lo mejor que conozco en las tres provincias de León, Asturias y Santander); le pregunté también por la historia del celebré pastor de Espinama (1) y así llegamos a este pueblo, habiéndonos conducido nuestro amable e imprevisto guía, cuyo nombre siento no haber preguntado, hasta la misma fonda, donde estuvimos muy bien atendidos.

A pesar de la costumbre que tengo ha ya bastante tiempo (cerca de 30 años) de hacer en todos ellos una ó dos expediciones cinegéticas a estas alturas, tal impresión me causó en este día la bajada, que después de retirarme a descansar, tardé bastante tiempo en poder conciliar el sueño, acordándome de la imponente y peligrosísima bajada, de aquellos acantilados tan altísimos, que solo el mirarlos causan vértigo, de aquellos monolitos tan enormes como los Picos del Llambrión y de la Palanca, gigantes dormidos, como los llamó un escritor, paisaje solitario y salvaje, como las pocas gamuzas o rebecos que ya habitan allí, y que encantan y son de admirar del tourista, y como dijo un vate asturiano hablando de estos paisajes: 

«Sus torres y obeliscos que toquen su cielu,

(1) Nota cómica. — Le pregunté al bajar si tenía la balija alguna insignia real, y en aquel momento se desprendió de los hombros la balija y me dijo si, mire usted, señalándome las dos cerraduras, aquí lo debe de decir, y leí «Segurité»; eso debe de decir: S. R. M.; tuve que hacer un esfuerzo en aquel momento para contener la risa.

El Heraldo de Madrid, 1 de septiembre de 1905

EN LOS PICOS DE EUROPA 

La cacería regia

El grandioso escenario en que se desarrolla la actual expedición regia requiere para describirlo una pluma más experta y conocedora del país que la de un reporter.

ENTRADA DE LOS PICOS DE EUROPA. — Puente de Lles, en Panes, y garganta de los Picos.

La mayoría de los que venirnos aquí conocemos los Picos de Europa solamente de nombre, y algo por las magistrales descripciones del ilustre maestro Pereda.

Como descripción del terreno que ocupamos, pocas tan documentadas como la que publicará un periódico de esta localidad, La Voz de Liébana, escrita por una de las personalidades más conocedoras de la comarca, por D. Eduardo Jusué, y de la cual son los siguientes párrafos:

«Los Picos ó Peñas de Europa, donde Su Majestad el Rey D. Alfonso XIII viene a cazar rebecos, están situados en las tres provincias de Santander, Asturias y León. Constituyen estas gigantescas montañas grandes masas de peñas calizas, las mayores del mundo de esta materia. Hay tres enormes macizos; el primero está situado entre el río Sella y el río Cares; el segundo, entre el Cares y el riachuelo Duje, y el tercero, entro el Duje y el Deva. Aun pudiera contarse otro macizo comprendido entre el Deva y el río Nansa, donde se encuentran las peñas calizas conocidas con los nombres de Peña de Lebeña, de la Ventosa, Peña Mala, etc.

»Los puntos más culminantes en los Picos de Europa son Torre de Cerredo, Torre de Llambrión, Peña Vieja, etc.; todos exceden de dos mil seiscientos metros de altura sobre el nivel del mar.

»E1 sitio llamado Tiros del Rey, que ocupó S. M. el Rey Alfonso XII en las cacerías de los años 1882 y 1883, se encuentra a una altura de unos 2.596 metros.

»Entre los sitios que sorprenden de un modo especial a quien visita los Picos de Europa debe contarse el puerto do Aliva, con hermosas praderías de menuda para los numerosos ganados que veranean en aquellas frescas regiones, a unos 1.490 metros de altitud,

»Hace algunos años herborizó en estos sitios un botánico extranjero que, según me dijo, estaba admirado de la riqueza y variedad de plantas que allí vio y recolectó. 
 
»Los medios de comunicación de Liébana con los Picos de Europa son malos. 
 
»Desde Potes hay una mediana carretera provincial, construida solamente en unos ocho kilómetros; después viene un camino por donde con dificultad suben y bajan carros cargados del mineral de zinc (calamina y blenda), que se explota hacia el puerto de Aliva, Lloroza, Peña Vieja, etc. 
 
»Las personas que representan a Liébana ó que se interesan por este país deben trabajar para que esta mala carretera provincial, construida sólo en unos 8 kilómetros, y que ha de poner en comunicación dos ó, mejor, tres provincias, Santander, León y aun Asturias, se convierta en carretera del Estado y se hagan los estudios y los trabajos cuanto antes. 

LA CANALONA, en Lloroza. — La línea negra izquierda marca el camino, visible en parte, que ha seguido el Rey para llegar al puesto de caza. El punto negro indica, aproximadamente el puesto de caza destinado al Rey.

 
»Si esta carretera estuviera concluida, no se verían hoy S. M. el Rey y personas que le acompañan en la necesidad de recorrer a caballo muchos kilómetros para llegar al pie de los Picos, donde se harán las cacerías. 
 
»Desde la Hermida se sube también a los Picos de Europa por un camino de carro, construido en ziszás en peña viva, muy largo y fatigoso para las personas poco acostumbradas a cabalgar por terrenos escabrosos. 
 
»Las alturas y puntos más notables de los Picos de Europa, en la sección ó macizo comprendido entre el riachuelo Duje y el río Deva, que se divisan desde Potes en gran parte, son: cumbre de Abenas (1.919 metros); collado de Cámara, Peña Cortés (2.373 metros), en este pico está uno de los vértices de la triangulación de primer orden hecha por el Instituto Geográfico; Tiro de la Infanta (2.430 metros), llamado así en recuerdo de haber cazado allí S. A. R. la Infanta Isabel, y otras muchas alturas que exceden de 2.200 metros, como S. Melar, Silla de Caballo, etc. 
 
»En el macizo comprendido entre el riachuelo Duje, que corre por el puerto de Aliva, y el río Cares se encuentran las mayores alturas y será donde S. M. el Rey dará caza a los rebecos. Ya hemos citado algunas de las alturas de este macizo. 
 
»Su Majestad el Rey ocupará la casa de la Real Compañía Asturiana, que ha transformado aquellas construcciones, rudas por necesidad para soportar los temporales de nieve, en mansión regia, hablándose por aquí de muebles estilo Luis XV, muros revestidos de telas vistosas, estufas, etc. Es indudable que, dada la esplendidez y el buen gusto de las personas bien conocidas de la Real Compañía Asturiana, nada ha de faltar para hacer grata y confortable la estancia de S. M, en
aquellas grandes y silenciosas alturas.  
 

VISTA GENERAL DE LLOROZA. — En el centro, el caserón de la Real Compañía Asturiana, donde se hospeda S. M. el Rey durante la cacería.

»El macizo comprendido entre el río Cares y el Sella es el más desparramado y se aleja mucho de los sitios que hoy merecen nuestra preferencia.

»Para concluir, y para que los lectores extraños a estos parajes formen alguna idea de las cacerías Reales inauguradas aquí por Su Majestad el Rey Alfonso XII y reanudadas desde ahora por S. M. el Rey Alfonso XIII, diremos sólo dos palabras respecto a los rebecos y organización de la cacería. 
 
»E1 rebeco es el antílope Rupicapra de los naturalistas ó, en términos vulgares, la gamuza, robezo ó rebeco, llamado sin duda con este nombre por lo arisco de su naturaleza; tiene el tamaño de una cabra, de color rojizo en el estío; forma rebaños; es difícil cazarlo, por lo agreste de los sitios que frecuenta y por la agilidad con que corre por las peñas más escabrosas, de modo quo bien podría decirse de este animal rebeco volador, aunque no tiene alas, como pudiera creer algún eximio escritor, si no hiciéramos esta advertencia.»
 
Como ocurre con la mayoría de las bellezas naturales que atesora España, los más conocedores de ellas son los ingleses, siendo frecuente ver cruzar por Potes caravanas de ingleses camino de los Picos de Europa, unos para cazar, otros para reconocer la fauna y flora y otros para coger mariposas, que abundan hasta el extremo de existir más de 90 especies diferentes.
 

POTES. — Castillo del duque del Infantado y puente de la Cárcel, sobre el Deva.

(Fotografías tomadas para el HERALDO y remitidas desde los Picos de Europa por nuestro redactor corresponsal D. Luis Zozaya.)

La actual expedición regia es de suponer despertará en los ánimos de los excursionistas y cazadores españoles el deseo de frecuentar esta región y subir a los Picos de Europa,
haciendo caso de una frase de D. Alfonso XII, que el año 1882 dijo a los que lo acompañaban: 
 
— Qué equivocados están en España los que se van a Suiza en busca de alturas pintorescas, teniendo aquí otras más hermosas ó imponentes. 
 
Luis Zozaya,

La Época, 15 de octubre de 1907

EN LOS PICOS DE EUROPA

PEÑA SANTA 

Muy altos son los Urrieles; 

altos que ye maravilla;

pues más alta es Peña-Santa, 

que se ve toda Castilla,

Castilla parece que se iba ensanchando delante del caballo del Cid; pero Castilla parece que no puede ensancharse más desde el alto de Peña-Santa. ¡Peña-Santa! Es el avance de los Picos de Europa sobre Castilla y sobre Asturias. A sus pies está Covadonga, y a su espalda Caín: las tierras benditas y las tierras malditas, respectivamente. La componen dos peñas: Peña-Santa, de Castilla, y Peña-Santa, de Asturias. Sobre la cumbre de esta última se divisa casi en su totalidad el Principado. ¡Cuántos años hacia que no había visto a mi peña querida! ¡Cuantos años que no había dormido al píe de tus nieves, ni cazado el rebeco en tus laderas! ¡Cuántos años que tus aristas colgantes no me habían despertado al mundo de las emociones, del escalamiento y de los precipicios...!

On y revient toujours a ces anciennes amours, dice el refrán, y no hay nada más cierto.

Aún recuerdo el febril anhelo y las ansias y el ardor infinito con que yo subía, y subía sin cesar, desde Covadonga, cargado con mi rifle, por la áspera pendiente y las pintorescas majadas que dan acceso al lago de Enol, para desde allí alcanzar las últimas chozas, habitables por el verano, de la Rondiella.

Más arriba empieza la región de los precipicios, de los rebecos y de las nieves, y ya allí, en plena soledad, en plena montaña, en pleno cazadero, me sentía yo en pleno paraíso, rodeado de musgos, de líquenes y de rododendros, expuesto al riesgo de sorprender un robezo a cada asomada, de verlo coronar algún pico, de descubrir un nuevo valle, de tropezar alguna gruta, de tener que salvar un mal paso.

Todo eran emociones, y yo, en medio de aquellas rocas, me creía el superhombre, porque luchaba cuerpo a cuerpo con la Naturaleza, como pudiera hacerlo cualquier antepasado de la edad de piedra...

Así es que al llegar a dar vista al Requechón, en las faldas de Peña Santa, con su Forcadona y su Forcadina, por donde se escapan los rebecos, se redoblaba mi entusiasmo, y «¡Arriba!», «¡Arriba!», parecía gritarme una voz interior, que me arrojaba a lo alto, al azul del firmamento, cortado por la caliza clara de la peña esbelta, en cuya falda dormían glaciares de nieve inmaculada... «¡Arriba!», «¡Arriba!», parecían decirnos los puntos apenas perceptibles en que nuestros gemelos veían les gamuzas... «¡Arriba!», «¡Arriba!», decían las águilas y los buitres que se cernían majestuosamente en el espacio...

Siete años hacía que no había yo estado en Peña Santa, en el grupo occidental de los Picos de Europa; pues el grupo central, el de los Urrieles, el Naranjo de Bulnes, Peña Vieja y Cerredo, el de los Tiros del Rey, me había robado la atención por completo. Vuelto a mis antiguos amores, salí de Covadonga con mis hermanos, entonando cánticos a la dicha suprema que renovaba las emociones puras de la edad sencilla, y mientras la catedral y la cueva se iban quedando allá abajo, nuevas cimas surgían de todos los puntos del horizonte. Al dar vista a la pintoresca Vega de Comeya, un ¡hurra!, con el sombrero en la mano, desde nuestros caballos, fue el saludo entusiasta a la súbita, aunque lejana, aparición de los Urrieles.

Al final de la Vega de Comeya, una cuesta, un cable, unas torres y unos calderos de la The Asturiana Mines Limited. Todo un transporte aéreo. ¿Quién dijo miedo? ¡Al caldero!

Dejamos nuestros caballos, nos metimos cada uno en una cajón de hierro, y mucho peor que si fuésemos en globo, pues el ruido del cable en que íbamos colgados no tañía nada de halagüeño, salvamos unos cuantos precipicios y llegamos arriba, a la Picota, a la casa-gerencia de las minas de manganeso de los ingleses, donde Mr. Mackenzie, el simpático ingeniero-gerente, pretende tener el mejor balcón del mundo. Este balcón enfoca directamente a Peña-Santa.

De esta casa partió el año pasado un notable geógrafo francés, el conde de Saint-Saud, que hizo la topografía de aquellos lugares. Este año un alemán, monsieur Schoultze, estudia la geología con toda la calma y seriedad propia de su raza. Es un joven muy simpático, alpinista distinguido, y uno de los siete fundadores de los alpinistas de la Academia, tan extendidos hoy por toda Alemania. Se prepara para entrar de profesor en la Universidad, y sus oposiciones consisten en un trabajo geológico sobre les Picos de Europa.

De esta casa partimos al día siguiente todos, en compañía del alemán. después de haber dado gracias a los ingleses por su amable hospitalidad, y nos dirigimos a los picos.

No hacia mucho tiempo que habíamos dejado el lago de Larcina, cuando el alemán, rompiendo con el martillo que llevaba una piedra, gritó:

— ¡Oh, esto ser muy interesante! Yo decírselo a los ingleses: ¡el manganeso viene de arriba!

Al poco rato mis hermanos gritaban:

— ¡Los rebecos, los rebecos!

El alemán me coge por el brazo, y me dice:

— ¡Allí va, allí va!

— Quién —le preguntó—, ¿el rebeco?

— No: el filón.

Los unos corrieron por la derecha; el otro tomó por la izquierda, y yo, que ya venia encandilado con Peña-Santa, tomé de frente: la majestad de sus formas, la blancura de su nieve y el azul del cielo me atraían sobremanera Cuando la miré con el anteojo, los rebecos estaban sobre la cumbre.

Por todas partes se había subido a Peña Santa, menos por el Este. Por este lado había que subir, y subí tan sigilosamente como pude, a fin de sorprender a los rebecos. Sólo tuve dos malos pasos: uno no me atreví a pasarlo, porque el Mauser en la espalda me impedía escurrirme en mi emparedamiento por la grieta, y tuve que bajar unos veinte metros; otro lo pasé a modo de serpiente; esto es, arrastrando el busto sobre un lomo cubierto de hierba, de medio metro de ancho por dos de largo, con pared lisa a la derecha y precipicio más que regular a la izquierda.

Estaba cerca de la cumbre, y al pasarlo así sentí muy cerca de mi hendir el aire: el buitre ó el águila que pasó hubiera muy bien podido despeñarme.

Una vez arriba, los robezos habían desaparecido. ¿Por dónde? No lo sé. Acaso estuvieran debajo de mi; pero no era cosa de indagar mucho, echando el cuerpo fuera, a aquellas alturas. Me senté a contemplar el paisaje; pues tenía a mis pies media Asturias: desde Peña Obiña y la Cigalia y el Aramo, hasta mi, veía todos los montes, y la mar de pueblos sepultados en lo más profundo de los valles: los de Pajares, Aller, Caso. Ponga y Amieva; veintitantos términos y cincuenta y tantos valles al Oeste. Por el Norte subía el mar tanto como yo, y desaparecían, minúsculos, el Sueve y la cordillera de Cuera. Al Este se levantaba la formidable barrera de los picos centrales: Llambrión, Urrieles, Cerredo, Cabrones, Neverón y el rave. Y al Sur, los montes de León y Peña-Santa de Castilla. Los primeros términos eran verdes, los segundos azules y los últimos rojos. No sabia separarme de allí, y debía hacerlo; pues llevaba cerca de dos horas sobre la cumbre, y el sol no estaba lejos de llegar a su ocaso.

¿Por dónde debo bajar? Por el Norte: primero, porque es la bajada más corta; segundo, porque es la dirección hacia donde deben estar las tiendas de campaña, y tercero, porque si me deslizo por el enorme ventisquero de zemba vieya (glaciar viejo) vuelo al pie de la peña.

En Gavarnie, debajo de la Brecha de Roldán, acostado sobre la nieve, y sujetando poderosamente el rifle con las manos, me escurrí por un gran ventisquero, frenando mi caída la culata de mi escopeta, que bajaba mordiendo la nieve. Así llegué al pueblo una hora antes que el guía. ¿Por qué no había de intentar ahora lo mismo?

Veinte minutos debí tardar en bajar desde la cumbre de la peña a la parte superior del ventisquero.

La nieve tenia unos cuatro ó cinco metros de espesor ó de altura, y metro y medio escaso la separarían de la roca por donde yo bajaba. Se me ocurrió dar un salto, pero lo juzgué excesivamente temerario. Cuando, una vez abajo, empecé a subir los cuatro ó cinco metros de espesor, comprendí cuál hubiera sido mi locura. ¡La nieve estaba helada! A fuerza de golpes de culata de Mauser, hice unas hendiduras para mis alpargatas, hasta cabalgar sobre el vértice del gran nevero helado. 

Una vez arriba, empezó a helárseme la sangre; pues falto de botas con clavos, y de piolet con que tallar los pasos. ni siquiera tenía, como en Gavarnie, un rifle muy pesado, con placa de hierro en la culata. Así es que estaba enfrente de un dilema: dar vuelta atrás y desandar lo andado, ó ensayar una glissade ó resbalamiento sobre la nieve, que no estaba lisa, y aparecía llena de ondulaciones ó achaflanamientos.

Quise, echándome de la parte de afuera, ensayar un poco si agarraría la punta de la culata del Mauser, y para ello di dos ó tres vueltas al portafusil en el brazo izquierdo, y dos ó tres golpes sobre la nieve. Resbalé, y... ya no había dilema: salí como una flecha, procurando moderar la velocidad con el arma. Aquello no fue deslizamiento; aquello fue una serie de golpes en la culata del fusil, debidos al achaflanamiento ú ondulaciones de la nieve, y cada vez mayores, a medida que la velocidad de mi caída aumentaba.

Cada golpe era más fuerte que el anterior, cada sacudida más brusca; el Mauser se me rompió en dos pedazos, chocando contra mi cabeza, y en vano procuré retenerlos: nuevos golpes me los arrancaron de las manos, y entonces, solo, abandonado, sin medios, sentí que volaba, que mi cuerpo inerte se sacudía brutalmente contra la dureza del suelo, y que dentro de unos segundos seria una masa inerte é inconsciente. «Yo lo quise —pensé—: me estoy despeñando, y al primer embite contra la peña me voy al otro mundo sin darme cuenta de ello». Porque la peña me rodeaba por todas partes: peña a la derecha, peña a la izquierda, peñas en medio y peñas abajo para recibirme. Me di por muerto. Veía llegar de un momento a otro el choque terrible que me desvencijara por completo, que rompiese mis huesos y aventase mis sesos, si es que me quedaba alguno por haberme metido en trance semejante, y a pesar de tales seguridades fúnebres de mi espíritu, el instinto trabajaba siempre por mi hasta el último momento, impidiendo que bajase de cabeza y convirtiendo mis extremidades heladas en verdaderas garras de felino...

¿Cómo fue? Yo no lo sé; lo cierto es que, con ansias supremas de muerte y crispadura de dedos, logré detenerme sobre la nieve, cuando no faltarían más que quince metros para llegar abajo... Febo, sin duda, había lamido a su paso la parte inferior del ventisquero. Inmóvil, incrustado en la pared blanca, sentía caer la sangre de mi cara. No sé cómo me puse de espaldas, y una vez así, bajé los 15 metros, a fuerza de taconazos y de codos.

Cuando me puse de pie sobre la peña, y me cercioré que no había más roturas que las de la piel, me encontré con los pantalones en la cintura y con el chaleco y la chaqueta en los sobacos El rifle, el sombrero y el reloj hablan desaparecido. Al ir en busca de mis compañeros me encontré con el alemán, que, alma buena y caritativa, con botas con clavos y con piolet, volvió al cabo de dos horas al campamento con mis objetos recuperados.

— Rodar usted unos 150 metros —me dijo—. ¡Usted querer matarse!

Le di un abrazo, las primicias da nuestras conservas y mi cama. Yo dormí al sereno, sobre el santo suelo, metido en un saco de piel de oveja y contemplando las estrellas.

Para estrella, la mía. 

PEDRO PIDAL.

4 Octubre 1907.

El Mundo, 8 de octubre de 1908

SUPERCHERÍA HISTÓRICA

La cueva milagrosa de Covadonga

La cueva de Don Pelayo. La voz del prelado Pedro de la Marca. La irrupción árabe. El dique pirenaico. Conjeturas acerca de la batalla. Un manuscrito, un sabio y una opinión.

Dije al visitar por primera vez la cueva famosa de Covadonga que no podía escapar a un militar el enorme desatino de considerar aquellos lugares como cuna de la guerra de Reconquista.

Deshacer un error histórico de esta magnitud escaseando los datos y consagrado por generaciones enteras durante siglos, era una empresa, si no esforzada, atrevida, y hasta parecía tocar los fueros de la profanación por el culto que se ha rendido y se rinde a aquel rincón sagrado de España.

No creo que se pueda servir la causa de Dios profanando la verdad ó consagrando la mentira por móviles interesados ó por desidia de investigación. Deshacer un error histórico de esta magnitud interesa a todos.

El terreno de que se sirvió la Providencia para ayudar a la causa de la Reconquista subsiste y no se presta a las fáciles desfiguraciones de las consejas y las fábulas. Por creer a la conseja y a la interesada y apergeñada tradición, se ha olvidado que ese terreno tiene un valor insuperable y que si la ocasión se presentara, volvería a ser otra vez cuna de una guerra de Reconquista, y que de todos los lugares de España esa comarca es la que mayor valor militar tiene y está totalmente ignorada y desatendida.

Se pensó en España constituir un campo de refugio y baluarte de reconquista para caso de invasión. La Junta técnica encargada de este proyecto designó como punto extremo Cádiz, sin duda porque en la guerra de la Independencia napoleónica fue el refugio de las Cortes y semillero de parlanchines, que vivió ocioso y alejado de la guerra por causas puramente ocasionales, y se ha olvidado ó se desconoce en este estudio el valor militar de la comarca que sirvió de verdadera cuna a la guerra prodigiosa de la Reconquista y que puede volver a servir en su día de insuperable, baluarte, de campo de refugio sin par, estatuido por verdadero don providencial y consagrado por la Historia.

Durante muchos días y noches me consagré a la labor de investigar las crónicas y de recorrer los lugares ásperos y fragosos del macizo montañoso de los Picos de Europa para reconstituir una verdad histórica, que por lo mutilada y dispersa parecía totalmente fabulosa.

Abandonado ó desatendido el estudio de la guerra de la Reconquista por el elemento militar, habíalo hecho totalmente suyo el elemento religioso, y, poco ducho en materia de lógica de las armas, habíalo recortado a su sabor y reducido a términos tan absurdos, que ya un famoso historiador y prelado francés, el arzobispo de París D. Pedro de la Marca, comentando la narración del obispo Sebastián, decía: «¡Cómo se entiende una guerra puramente de milagros!» Mayor asombro que al arzobispo de París han de producirle al soldado y aun al hombre culto que visite aquellos lugares y oiga la sustancia de la historia ó de la conseja. Yo no negué jamás que aquellos barrancos de Covadonga fueran barrancos de matanza donde la Providencia ayudara a las armas en términos inverosímiles. ¿Pero que aquella cueva donde apenas cabrían antes de arreglada seis hombres en pie fuese el refugio, de Pelayo y de lo mejor de sus huestes?

¿Qué en aquellos lugares estrechísimos se diese una batalla decisiva contra huestes numerosísimas por ser aquel el baluarte habitual del Rey Pelayo? Es cosa que hace sonreír, no ya al hombre versado en cuestiones de guerra, sino al simple cazador que conozca el empleo del terreno y de las armas.

De aquellos remotos tiempos quedan crónicas árabes: las extractadas por D. Antonio Conde y que sirvieron de comento a Escandón, como las del Dhoby ó Abulcassen; el resumen de las crónicas privativas de los Emperadores árabes que extractó Isidoro Pacenze, obispo de Béjar, en el siglo VIII; la crónica breviaria escrita por el obispo Dulcidio en el siglo IX y continuada por Vigila, monje de Abelda, hasta el año 1014; la de Sebastián, obispo selmiticense, y otras hasta los estudios histórico-críticos de Mariano Masdeu, Lafuente y los historiadores contemporáneos.

Por estas crónicas, excepción hecha de las árabes, que narran fragmentariamente la campaña de Pelayo como una guerra de montaña, las demás atienden a lo miraculoso de un simple hecho de armas para consagrar el lugar, remendando a ratos la tradición con lo conjetural, presentando a Pelayo como un elegido del cielo para realizar aquel hecho, a todas luces inverosímil y portentoso, con el cual dejaba más encarecida su fe que acreditada su pericia.

Fue la batalla de Guadalete que dejó a los moros abiertas de par en par las puertas de España el año 711, y el 718 sufrieron las fuerzas de Muza y de Tarik el desastre de Covadonga. La invasión de los dos caudillos por el centro de España fue seguida hasta que chocaron con el macizo montañoso de la Cantabria.

El nudo de este macizo montañoso, el baluarte inexpugnable, lo constituyen los Picos de Europa, núcleo montañoso que tiene la forma de un paralelogramo de 50 kilómetros de largo por 20 de ancho. Forman estos Picos de Europa tres macizos montañosos: el macizó occidental ó de Covadonga, entre el Sella y el Cares; el macizo central ó de Orriellos, entre el Cares y el Duje, y el macizo oriental ó de Andare, entre el Duje y el Deva.

Encima del macizo occidental ó de Covadonga, corresponde la cota más elevada a Peña Santa; en el macizo central ó de Orriellos, a Peña Vieja, y en el macizo oriental a la tabla de Lechugales.

Este baluarte inexpugnable de los Picos de Europa forma con el cuerpo de la cordillera de los Pirineos cantábricos tres valles que constituyen un inmenso campo atrincherado, que se defiende de Castilla por el macizo de la cordillera pirenaica y del mar por el baluarte inexpugnable de los Picos de Europa. Estos tres valles tienen comunicación unos con otros. Son ricos y pueden encerrar cantidad innumerable de ganado.

Son, a saber: el valle de Liébana, curso alto del Deve; el valle de los Valdeones, curso alto del Cares, y el valle del Sejambre, curso alto del Selle.

De todos tres, es el más importante, estratégica y tácticamente, el central, el valle de los Valdeones, y éste debió de servir de verdadera cuna de la guerra de Reconquista. De cualquiera de estos valles, pero sobre todo del central, en media jornada de marcha se puede batir la provincia de León, donde está enclavado Santander, Palencia y Asturias.

Este valle de los Valdeones, entre Peña Santa y Peña Vieja, siguiendo la garganta que en la roca abre el Cares, tiene un refugio inexpugnable, el correspondiente al camino de Caín, y, por fin, el nido de águilas donde viven los caínes. Ningún ejército del mundo se aventuraría por aquellas gargantas. Todo el camino está salpicado de cuevas, unas naturales y otras artificiales, donde encierran el ganado en los inviernos, y en número tal y de tal extensión estas cuevas, que hoy podrían albergar de cinco a seis mil hombres.

Estas cuevas fueron, naturalmente, los cuarteles de los primeros guerreros de la Reconquista. Por eso la cueva insignificante de Covadonga es puramente representativa.

La Reconquista se inició en los Valdeones, verdadera cuna de la Reconquista de España y campo de refugio sin par, dispuesto por la Naturaleza y olvidado de todos al presente.

Después de visitar estos valles y de recorrer los Picos de Europa peña a peña, se explica, no la batalla, sino la matanza de Covadonga. Al visitar por primera vez Covadonga, se hace uno la pregunta: ¿cómo pudo mantenerse aquí Pelayo y cómo pudieron los moros ser tan torpes para aventurarse a dar batalla en sitio tan estrecho? Os dicen, enseguida que fueron atraídos con engaño. No es verdad; un ejército no es un toro que embiste irreflexivamente tras de los engaños. Y cuando se trata de un ejército mandado por verdaderos caudillos, como aquél, menos.

Cuando los moros conquistaron toda España y tropezaron con el macizo montañoso y con el núcleo de defensores que le dominaba, no se aventuraron por él, y como lo que les interesaba era el dominio total, vigilaron la montaña y desistieron de atacarla. En ese tiempo Pelayo organizó sus huestes, aventuró sus salidas, copando destacamentos moros é interrumpiendo sus comunicaciones. Fue un serio peligro la amenaza de las huestes de Pelayo, engrosadas cada día por el número de los fugitivos de otros lugares, y los moros decidieron establecer seriamente el bloqueo. Aún se conoce la línea de montes con que circunvalaron este macizo montañoso. Todos ellos se designan aún con el nombre de sierra de Moros, y en muchos de ellos todavía hay huellas dé fortificaciones; Llegó un momento en que, dominada España, los moros querían proseguir sus conquistas internándose en Francia. Para esta empresa no podían dejar a un flanco y a retaguardia un núcleo enemigo de la importancia de aquel macizo montañoso dominado por Pelayo, y para conquistarlo a viva fuerza, con dos Cuerpos de ejército numerosos decidieron atacarle por el lado de Castilla y por el lado del mar simultáneamente. Del lado de Castilla entraron por la Liébana, subiendo los puertos de San Glorio ó de Piedras Luengas, para remontar el Deva y subir al collado de los Valdeones, entre las Remoñas y las Liordes. Por el lado del mar, bien de Santander ó de Asturias, tenían dos caminos, las gargantas del Deva ó las del Selle. Tres horas largas de desfiladero abierto en la roca, por donde ningún Ejército se aventura, sabiendo que el enemigo domina en las montañas. Buscaron los moros un verdadero camino militar, aquel que por Covadonga sube a las mesetas de los lagos de Enol, y faldeando la roca de Peña Santa continúa por praderías a dar en la canal de Trea, y por ella se baja dominando Caín, y con Caín los Valdeones. Huestes de Tarik salieron de Castilla combinadas con huestes de Muza, qué, mandadas por el propio Muza, salieron de Gijón.

Pelayo batió en detall los dos ejércitos. En Liébana, y debajo de la peña de Gubiedes, en Cosgaya, batió a las huestes de Tarik, y revolviéndose con sus fuerzas para ayudar a las que habían detenido a los moros en las altas mesetas base de Peña Santa, las arrolló por los barrancos de Covadonga, donde fue el campo de matanza y de fuga.

El terreno no permite mentir a la Historia. Si volviera a repetirse el suceso, el hecho se repetiría en igual forma.

Reconstituido por mí hecho histórico de tal magnitud falseado, obran en mi poder, además de mi condición militar, datos históricos que en mi larga peregrinación por esas montañas y esos valles me ha proporcionado el azar, y cuya enumeración, como argumento, cansaría al lector.

Recorriendo los Valdeones, el cura de Soto de Valdeón, D. Teodoro Domínguez, me dio estos interesantes datos que acababa de publicar en el Boletín Oficial del Obispado de León, núm. 15, correspondiente al mes de Agosto. Existe en el camino de los Valdeones a Caín, al entrar en el desfiladero y a la cabeza de la región de las Cuevas, una antigua ermita llamada de la Virgen de la Corona. En esta ermita fue coronado Rey Don Pelayo. Hay una copia de una escritura antiquísima hecha en pergamino que relata y acredita él hecho. Este documento estaba en poder de doña Martina González, domiciliada en Santa Marina de Valdeón, que entregó el mencionado documento, para que lo examinara el maestro de escuela del pueblo, y éste, sin el consentimiento de la dueña, a lo que parece, lo entregó al padre Bonifacio Hompanera, de El Escorial. Tiene en este asunto interesantísimo la palabra el padre Bonifacio Hompanera, de El Escorial, a cuyas manos ha ido a parar el expresado documento con todas las agravantes que aduce mi buen amigo el padre D. Teodoro Domínguez.

La verdad en asuntos de esta índole no puede escamotearse nunca. La guerra tiene sus leyes que el terreno impone. Falsificar la Historia es un crimen de lesa patria que puede acarrear males sin cuento. No he vacilado un punto en reconstituir la verdad sobre tema tan interesante como el de los orígenes de la guerra de Reconquista.

Hágase la rectificación histórica y no se olviden ni desdeñen aquellos lugares que dieron el nombre a la peña de Peña Santa, porque aquellos valles fueron la cuna de la Reconquista, y aquellos valles ignorados ó desatendidos son el baluarte más firme de España, el campo más seguro de refugio y de reconstitución, donde no hay que gastar un céntimo, y no la fantástica y desventurada idea del campo de Cádiz, bueno, no para pelear y defenderse, sino para embarcarse y huir, que acaso ese fuera el pensamiento de elección que prevaleciera en aquellas Cortes parlanchinas de Cádiz.

RICARDO BURGUETE

España automóvil y aeronáutica, 30 de marzo de 1912

EN LOS PICOS DE EUROPA

EL MACIZO OCCIDENTAL

Punta de los Ladrones, desde la Torre de Cerredo.

Peña Santa de Caín y la de Enol, desde la Torre de Cerredo (picos centrales).

No es mi propósito, al bosquejar en concisos trazos la silueta é interioridades de esta fantástica é imponderable cordillera, realzar sus encantos, describir su majestuosidad, ni menos aún detallar topográficamente sus contornos, que para eso ya hubo otros maestros que de ello se encargaron con más pericia que la mía; únicamente mi deseo de vulgarizar el conocimiento de las montañas y elevaciones de nuestro país, que, me fue dado admirar y recorrer en diferentes ocasiones, proporcionando a los que gustan de estas cosas algunos datos y la experiencia de los más recomendables itinerarios, es lo que me anima a componer estos renglones, que muy particularmente dedico a aquellos buenos amigos que por vez primera me dieron a conocer, con el pretexto de inolvidables expediciones cinegéticas, estos apartados parajes, de belleza incomparable.

Consideradas desde el punto de vista topográfico, podemos dividir para su estudio a esa enorme extensión de dolomíticas calizas, cuyas erguidas cresterías desafían al cielo mientras sus estribaciones de la vertiente norte corren uniforme y paralelamente a las costas del Cantábrico, en tres grandes macizos aislados entre sí por amplias y profundísimas canales ó gargantas. El oriental ó de Andara y Aliva, perteneciente en su mayoría a la provincia de Santander, tesoro inagotable de antiguas y codiciadas minas encerradas en sus entrañas, y representado orográficamente por elevaciones tan importantes como los Picos de San Carlos (2.075), San Melan (2.240), Pico del Castillo (2.280), más allá la Tabla de Lechugales (2.445), y por fin la compacta mole de Peña Vieja (2.615), la más prominente de toda esta región de la Montaña.

Vertiente del Lago de Andara y Tiros de la Infanta.

Pico Koriscao.

Lugares todos éstos, repito, debidamente loados por la pluma maestra de otros autores, y descritos algunos de ellos con una realidad encantadora por el inolvidable Pereda en uno de los capítulos de su inmortal Peñas arriba.

A él dirijo al lector, mientras yo, modesto y entusiasta aficionado a contemplar con fruición estas bellezas, continúo en mi tarea de diseñar escuetamente los perfiles y contornos de esta atrevida cordillera en su macizo central, tributario en sus vertientes de las tres provincias de Santander, León y Oviedo, en las que se asienta, y el más abrupto, inaccesible y escarpado de los tres previamente enumerados. Este macizo central, llamado de los Urrieles ú Orrielles, con sus descomunales Torres de Llambrión (2.639); más al Norte la predominante sobre todas, la Torre de Cerredo (2.642), dominando a la de los Caboríes (2.586), a los Urrieles (2.600) y a otras enhiestas y engarabitadas, tan sólo comparables a las dolomitas de Zinnen, Geisler, Dazolet y la Brenta, de ese encantado Tirol, admiración del mundo entero, podría muy bien describirlo con lujo de detalles, si quisiera, mi buen amigo D. Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa de Asturias, que, acompañado de Gregorio el Cainejo, coronó tantas veces esas cimas verdaderamente inaccesibles, y que gracias a un temple y energía nada comunes, triunfó hace unos años del coloso de aquella crestería, el Naranjo de Bulnes (2.516), ante cuyas paredes se habían estrellado anteriormente los esfuerzos de muchos reconocidos alpinistas extranjeros.

Lago Enol (Covadonga).

Separa a este núcleo central (hoy acotado por iniciativa de mi referido amigo para cazadero de rebecos de Su Majestad el Rey) del occidental amplia y profunda cortadura, denominada en su arranque la canal de Etrea, nacimiento del río Cares, que después de despeñarse encajonado por los predios y escarpas del solitario y pintoresco pueblecillo de Caín (todavía en término de León, cuyos linderos avanzan sobre los de Asturias por este lado), se pierde entre las gargantas y breñales de los puertos de Amuesa y Camarmeña, para rendir al fin sus aguas y otras afluentes al hermoso y bravío mar Cantábrico.

El Naranjo de Bulnes, visto desde el Sur.

Dos agrupaciones calcáreas, imponentes por su majestuosidad, elevación y bravura, descuellan en este grupo occidental: la primera representada por la Torre de Peña Santa de Caín (2.586) ó de Castilla, así también llamada, en rededor de la cual se agrupan otras de menor categoría, y separadas por una profunda y solitaria hoyada, «Jou Santo» (Hoyo Santo); las otras altas, atrevidas y fantásticas escarpas de Peña Santa de Enol (2.479), dominando a otras contiguas, entre ellas las de Corroble (2.450), Torre del Alba (2.460), el Requexón (2.389), Cotalva y algunas más, de las que tantos y tan gratísimos recuerdos conservo, después de quince visitas que las llevo haciendo desde hace otros tantos años, persiguiendo entre sus riscos y estribaciones las abundantes cabradas de rebecos que en sus dominios se mantienen.

No quiero entretener al lector con minuciosidades ni detalles orográficos que ocuparían una extensión considerable, prefiriendo explicarle con la mayor brevedad los itinerarios más favorables para atacar cualquiera de estos macizos por su vertiente norte, ya que, a excepción del oriental, que indistintamente es accesible con relativa comodidad también por el Sur (Reinosa) y por el Este, los otros dos son más fácilmente accesibles por la referida vertiente.

Para ello, actualmente han facilitado sobremanera las líneas férreas del Cantábrico y Económicos de Asturias, que, trazadas paralelamente a los penachos de esta extensa cordillera, facilitan cómodos y favorables accesos a las interioridades de la misma, siendo las dos estaciones de Unquera (ó también San Vicente de la Barquera, próxima a aquélla) y la de Las Arriondas las indicadas para dejar el ferrocarril en un viaje ó expedición a estos parajes, según sean los macizos a recorrer comprendidos en términos de la Montaña ó en dominios asturianos.

Por Unquera, y atravesando el Deva, se va á Panes, utilizando pintoresca carretera, y de Panes, por, la izquierda, a La Hermida y Potes, por otra no menos fantástica, arranque ambos poblados de las expediciones que se dirigen al macizo oriental de Peña Vieja. En la fonda y baños de La Hermida están ya bien acostumbrados a organizar aquéllas, y en Potes sobran elementos, guías y medios para conducir al turista a las minas de Andara ó Aliva, y de ellas a los picachos entre que se hallan emplazadas.

De Panes arranca asimismo otra en dirección de Onís, que pasa por Arenas de Cabrales, el sitio indicado para dejarla, y siguiendo el curso de las torrenteras que se despeñan del macizo central, y en dirección a éste, llega a Bulnes, otro villorrio del pelaje y condiciones de Caín, en donde fácilmente encontraremos, con la hospitalidad cordial y sincera de aquellos excelentes montañeses, hombres que nos acompañen a los riscos y a las torres, después de saludar respetuosos la interminable mole del Naranjo y los atrevidos picachos de las Moñas, que se alzan frente a frente.

La expedición al macizo occidental puede asimismo hacerse desde Arenas por Bulnes, puertos de Amuesa y Caín, no llevando mucha prisa; pero clásicamente, viniendo de Oviedo, que es desde donde suele acometerse, es preferible hacerla desde la estación de Las Arriondas por Cangas de Onís y Covadonga, para desde este pintoresco y sagrado rincón de las Asturias, después de atravesar las vegas de Cornella, minas de Bujarrero y el poético lago Enol, dirigirse hacia los aglomerados blanquísimos de las Torres de Peña Santa de este nombre.

Hoy, merced a los esfuerzos de la Compañía inglesa de las minas mencionadas, con su gerente, el popularísimo D. Guillermo Mackenzie, a la cabeza, alma y protector decididísimo de los intereses de ese rincón soberbio, cuna de nuestras libertades, y gracias a las iniciativas del cultísimo Cabildo, que no ha reparado en gastos para sustituir la antigua hospedería por suntuoso hotel con todos los adelantos modernos, la ascensión a los Picos por esta parte es sencillamente tentadora y facilísima, y recomendable a los menos entusiastas de ver paisajes nuevos.

Las adjuntas fotografías, que apenas dan una idea de la grandiosidad de aquellos lugares, podrán servir de algo quizás al curioso turista que intente conocerlos, en la seguridad de que, si llegara a ellos, del montón de recuerdos é impresiones que de los mismos baje, ha de guardar mientras viva, como guardamos todos los que allá fuimos, memoria perdurable.

MANUEL DE AMEZUA.

Presidente del Club Alpino Español.

Por esos mundos, 1 de septiembre de 1912

La cacería regia en los Picos de Europa

En el macizo central de los renombrados Picos de Europa, ha tenido lugar durante los días 4, 5, 6 y 7 de Septiembre una cacería de rebecos (cabras monteses).

S. M. el Rey, ha sido acompañado en la cacería de los infantes don Carlos y don Raniero, del príncipe don Felipe, marqueses de Villaviciosa y de Hoyos, duque de Tarancón, conde de San Martín de Hoyos, de Maceda y de Rivadavia, y los señores don José Antonio Quijano, don Luis Bustamante, don José Cabañas, doctor Alabern y Mr. Hauzeur, director de la Real Compañía Asturiana de Minas.

El acceso a los Picos se hizo por el valle de Liébana, recorriendo los pueblos de Potes, Camaleño, Mogrovcjo e Igüedri, hasta llegar al puerto de Áliva, en una de cuyas praderas, al pie de Peña Vieja, vertiente Sur, estaba instalado el chalet que la Real Compañía Asturiana había hecho traer de Inglaterra.

El primer día de cacería, los tiradores subieron por la empinada Canal del Vidrio, vertiente Sudeste de Peña Vieja, para llegar hasta los picos llamados Tiros del Rey, donde estaban los puestos.

El ojeo se verificó en las cumbres y depresiones llamados Hoyo Oscuro, Hoyo sin tierra, Hoyo Grande, Hoyos Sengros, dos Boches, el Llambrión, los Llagos, Santa Ana y Garganta de la Canalona, acosando hacia los Tiros del Rey los rebecos, de los que fueron cobrados en esta primera batida 46, quedando heridos más de 30.

Tres soberbios ejemplares, un macho, una hembra y una cría, fueron seleccionados del conjunto y enviados al director del Museo de Historia Natural.

La segunda batida se dio en las estribaciones del Sur de Peña Vieja, muy cerca del puerto de Aliva, matándose en conjunto diez rebecos.

El tercer día se batió la parte de sierra comprendida entre los picos de Altaiz, el Llambrión, Santa Ana y vertiente Oeste de Peña Vieja, matándose nueve rebecos. En esta jornada, la niebla, muy densa, impidió a los cazadores realizar mayores proezas.

El descenso de los picos lo realizó S. M. por el camino de Igüedri, llegando al precioso valle denominado Val de Baró, recorriendo los pueblos de Espinama, las Ilces, Cosyanga, Camaleño y Potes, desde donde, en automóvil atravesando el imponente desfiladero de la Hermida, se dirigió a Santander (1).

(1) En el próximo número publicaremos una interesante descripción del macizo Oriental de los Picos de Europa por el intrépido é inteligente alpinista D. José Fernández Zabala.

Por esos mundos, 1 de octubre de 1912

EN LOS PICOS DE EUROPA 

APUNTES DE UN ALPINISTA

La Punta de los Ladrones (2.580 m.) vista desde la Torre de Cerredo que señala a 2.642 m., el punió culminante de los Picos de Europa

NADA nuevo puede deciros el cronista trepador y andariego del laberíntico macizo montañoso que alza alguna de sus cumbres a más de los 2.600 metros.

Ayuno de una sólida preparación científica que pudiera informaros de los detalles de geología, de mineralogía, de fauna y flora, habrá de contentarse el lector con estas impresiones ligerísimas, a las que falta hasta el saber describir la honda emoción que en el alma del que escribe han producido los panoramas que las han inspirado.

Se trata, pues, de las notas sobrias y concisas de un alpinista, que en su cuaderno ha ido manuscribiendo el horario, alturas y detalles necesarios para que el lector pueda repetir la bellísima excursión que aquél ha realizado.

En los confines de las provincias de Santander, Asturias, León y Palencia elévanse los renombrados Picos do Europa, hendidos por cerrados valles, plenos de verdor y lozanía, y por ceñudas canales y desfiladeros, que tajan la corpulencia de aquellos roquedales con espantables precipicios, de paredes que suelen medir muy cerca de los 1.000 metros de altura.

Mi pasión, tal vez locura, por la montaña, me ha llevado en los primeros días de Septiembre, junto con dos queridos camaradas, maníacos como yo de trotar por tierras fragosas y ásperas, hasta esta escondida comarca cantábrica, de una belleza tan sublime, que nunca hubiera supuesto encontrar en España.

Son los Picos de Europa un fiel trasunto de esos prodigiosos panoramas alpinos que portfolios y postales han divulgado, y que sólo creíamos exclusivos de Suiza.

Sus valles se arrebujan entre hayedos y pinares espesísimos, seguro cobijo de osos, lobos y jabalíes. Por sus hondonadas corren ríos de cristalino caudal, que se despeñan cien y cien veces en resonantes cataratas y chorreras.

Cierran el horizonte ingentes montañas, de quebrada silueta, cuyas escarpas son asilo inaccesible del montaraz rebeco.

Y si no fuera aún bastante este grandioso panorama que a vosotros, los fervorosos contemplativos de la Naturaleza, ofrece aquel portentoso escenario, los Picos de Europa guardan en su entraña prodigiosas riquezas minerales, que ya los hombres explotan, trepanando la montaña con las profundas galerías de las minas.

Salimos de Santander a las ocho de la mañana. El ferrocarril del Cantábrico nos deja en la estación de Unquera, para lo cual han bastado dos horas y media y 4,50 pesetas de un billete de tercera clase.

Junto a la estación, un ómnibus automóvil aguarda; por cinco pesetas en el interior y 3,50 en la baca os lleva hasta Potes, donde rinde el viaje.

Dos horas invierte en recorrer los 41 kilómetros, y a la una y media de la tarde os halláis frente a la fonda del Rubio, en Potes, donde os servirán un confortable almuerzo.

Desde Unquera el trayecto es un camino de ventura y bendición. La bien cuidada carretera permite al auto marchar con una relativa celeridad por constante cuesta arriba, que subimos durante todo el itinerario.

Ensayo de croquis del macizo oriental de los Picos de Europa por el autor del articulo

Se cruza el pueblecillo de San Pedro de Balneras, a cuatro kilómetros, y ya penetramos en la provincia de Oviedo, de la que atravesamos los pueblos de Buelles (kilómetro 7), Mazo (kilómetro 9) y Panes (kilómetro 12), donde para el auto unos minutos.

Detalle del desfiladero de La Hermida

Nueve kilómetros más allá nos hallamos de nuevo en la provincia de Santander, sorprendiendo al viajero un expresivo cartelón que en letras rojas dice: «Carretera muy peligrosa.»

Ya desde Panes observamos cómo a los verdes montes suceden las gríseas montañas. Durante unos minutos vemos allá lejos, a la derecha, la irregular pirámide de Peña Mellera, alta, esbelta, que clava su puntiagudo remate en las nubes negras y amenazantes.

Caminamos ya junto al río Deva, de cauce tumultuoso ahora, antes aquietado en anchos remansos, en su proximidad al mar, cuando las aguas salobres se mezclan con las dulces y claras que beben en la madre montaña.

Puente Urdón

Entramos en el desfiladero de la Hermida. Las paredes del estrecho barranco parecen próximas a juntarse; apenas si están separadas una de otra una veintena de metros.

El río Deva corre a la diestra de la carretera; a las veces, sus aguas bullidoras métense debajo de aquélla, deshaciéndose en una blonda de espumas al doblar un recodo de la angosta garganta. Obsérvase desde el coche la erosión del agua en la roca, su bárbaro trabajar durante siglos y más siglos, hasta romper aquel dique ciclópeo y salir por otros valles en busca del mar, que a muy pocos kilómetros rompe sus olas en negruzcos acantilados.

A cada instante se suceden cavernas labradas por el río, portentosas marmitas de gigantes, maravillosas grutas de las que penden prodigiosas estalactitas.

El camino sigue en continuo zigzagueo y el río viene en dirección contraria, besando a veces la linde de piedra.

 
 
Desagüe del salto de Urdón

Un momento ábrese el desfiladero y la carretera salta sobre el Deva por el puente de Urdón.

Aferrada a las escarpas de la montaña, una monstruosa tubería de acero baja desde la cumbre hasta las hondonadas de la garganta: es el salto del Urdón, en el que el agua de los altos lagos da una descomunal cabriola de 400 metros y mueve las poderosas turbinas de la fábrica que abastece de fluido eléctrico a la capital de Santander.

Llegamos a la Hermida, lugar de renombre por sus Termas, é insustituible centro de excursiones al macizo oriental de los Picos. Nos hallamos a 120 metros de altitud sobre el mar, a cuyo nivel estábamos al salir de Unquera.

Sigue el camino en igual forma, ó sea al fondo de la estrecha garganta, y se deja a la izquierda la Ermita de Lebeña, declarada monumento nacional: construida en el siglo IX, encuéntrase muy bien conservada; su estilo es románico primitivo; muy cerca de ella están las ruinas del castillo de Piedragita.

Salimos de aquel fantástico desfiladero, coronado de caprichosas agujas de piedra y corpulentos y formidables picachos. A sus puertas aún, cruzamos el pueblo de Aniezo, a 37 kilómetros de distancia de Unquera, y después el de Hojedo, kilómetros 40, a 310 metros de altitud.

Sierra de Avenas (fondo izquierda), Collado de Cámara (depresión) y Tabla de Lechugales (fondo derecha). Vista tomada en el mes de Mayo desde la vertiente Sur

Ya vemos a nuestro frente la villa de Potes, a la entrada del poético valle de Liébana, agrupado su caserío junto a la esbelta torre de un castillo, que aún alza sobre sí cuatro gallardos torreones. 

Vista parcial de Espinama

Casetón de las minas en la vertiente del lago de Andara

En la villa de Potes encontraréis la guía mejor documentada de los Picos de Europa: no es otra que la persona tan estimable de Antonio Bustamante, gran aficionado a la montaña y excelente conocedor de todas sus cumbres. No se trata de un guía, sino de un estudioso, de un hombre que posee datos científicos de inestimable valor, fotografías de los más escondidos rincones, detalles de alturas, nomenclatura y constitución geológica. No en vano fue el acompañante durante seis años del sabio francés conde de Saint Saud, que muy en breve terminará su mapa de los Picos de Europa a escala de 1 : 500.000.

Últimas cumbres de la Tabla de Lechugales (primer término izquierda), el Collado de Cámara (centro) y la sierra de Avenas (derecha). Al pie y delante el puerto de Aliva. En último término la cordillera Cantábrica con Peña Labra y el Pico de Tres Aguas. Vista tomada desde Peña Vieja

Peña Mellera (x): vista tomada desde la carretera del Valle de Llanes. Es la primer cumbre que ve el excursionista al salir de Unquera

El Sr. Bustamante, socio honorario del Club Alpino, os trazará en breves instantes un itinerario excelente al que ajustar vuestras expediciones; él os dará tarjetas para todos los pueblos y personas de la comarca, él hará cuanto le sea dable porque la excursión os resulte amena é interesante; pues además de ser una gran persona es un enamorado de aquella bendita tierra en que tuvo la fortuna de nacer y ahora de vivir.

Panorama a vista de pájaro del famoso lago de Andara, situado en la vertiente Cantábrica del macizo oriental de los Picos y en cuyas inmediaciones se encuentran las famosas minas de blenda y de calamina, actualmente en explotación (1.927 m. de altitud sobre el nivel del mar)

Cumbre de Peña Vieja (PV) y puerto de Aliva (a la derecha); el triángulo marca la parte más alta de la canal del Vidrio. Vista tomada desde el pie del Collado de Cámara.

 


S. M. Don Alfonso XIII en los Picos de Europa durante la cacería de principios de Septiembre

Heraldo deportivo, 1 de junio de 1915

POR LA ESPAÑA DESCONOCIDA

Picos de Europa

El Fígaro, 20 de agosto de 1918

La montaña de Covadonga

La Ilustración mundial, 5 de 1925

La ascensión  a los Picos de Europa

Unión patriótica, 15 de marzo de 1928

LOS PICOS DE EUROPA

La Esfera, 13 de septiembre de 1930

Camino de los Picos

Revista española de turismo, 5 de noviembre de 1932

Bellezas Naturales de España

Los Picos de Europa

Motorismo guipuzcoano, 5 de 1936

POR TIERRAS DE LOS PICOS DE EUROPA

Imperio, 31 de enero de 1963 (página 5)

SE PONE EN MARCHA EL PLAN DE ORDENACIÓN TURISTICA DE LOS PICOS DE EUROPA

En la primera etapa van a emplearse cerca de cincuenta millones de pesetas y se construirán alojamientos, carreteras y un teleférico

Por primera vez en nuestro nación se acomete la revalorización de una zona de montaña para el gran turismo

Aún hay mucho que hacer en España para el turismo. La mayor parte del grandioso mosaico de bellezas naturales, de rutas ignoradas, con una riqueza atractiva por encima de lo notable, está todavía cerrada a la admiración y al deleite de quienes vienen a nuestro país para gozar de lo desconocido, de las contrastes que ofrecen nuestras comarcas y regiones, desde la dorada y luminosa tierra del Sur al enriscado litoral norteño, existe una variadísima gama admirativa que, poco a poco, va abriéndose para todos, ganándose con ello importante reserva que, necesariamente, hay que poner a punto en el momento de la saturación. Porque no hay ninguna duda que dentro del fenómeno turístico también existe la moda, el saber estar dentro de la misma, el ser actual a los gustos y predilecciones es importante y hasta necesario.

A LAS ZONAS ALPINAS LES SALE COMPETENCIA ESPAROLA

A esto responde el propósito de la actual política turística y en este sentido acaban de darse los últimos toques a un nuevo plan que va a adentrarse, con decisión, por primera vez en nuestra nación, en el ordenamiento de una de las zonas montaraces más hermosas del continente: los Picos de Europa, esa extensión de gran variedad paisajista, núcleo central del gran macizo astúrico-leonés y que, Dios mediante, se verá convertido en algo similar a las zonas alpinas suizas, italianas y austríacas, hasta ahora los atractivos montañosos más singulares para el turismo de invierno, el gran turismo, el turismo, claro, que, bajo todos los puntos de vista, interesa.

El Ministerio de Información y Turismo acaba de autorizar el plan en torno a este gran proyecto, en el que colaborarán las Diputaciones de las provincias afectadas, es decir, las de Santander, León y Asturias.

LA PRIMERA ETAPA: ALOJAMIENTOS Y TELEFERICOS

Ahora comenzará la ordenación turística de los Picos de Europa, por la comarca santanderina y así, para esta etapa, se van a emplear casi cincuenta millones de pesetas en las obras de más urgencia y que pueden ser algo así como laa2pertura del plan que proseguirá, en sucesivas etapas, hasta el ordenamiento general. 

En primer lugar y dentro de la acción que va a emprender la Subsecretaría de Turismo, se va a acometer la ampliación del Refugio de Avila, a 1.667 metros de altitud, alojamiento que regenta el turismo, y asimismo se construirá un hotel invernal en Fuente De, donde se iniciará el gran teleférico que finalizará en el mirador del Cable (punta que conserva el apellido de un antiguo cable minero). Esta obra de ingeniería ha de salvar un desnivel de ochocientos cincuenta metros en unos dos kilómetros de longitud. Es decir, que desde el valle más bucólico se llegará a la más agreste y enriscada geografía, y, también, se pretende ampliar y remozar el llamado Chalet Real, en lo alto del macizo, cerca del Refugio aludido. El proyecto del teleférico ha sido realizado en Italia. 

TODO INEDITO.

Este es uno de los aspectos, llamémoslo revalorizador, de la categoría como estación deportiva, donde juegan desde la práctica del montañismo, el esquí (por cierto que en pleno verano existe un glacial en Hoyo de Trasllambrión, interesantísimo como espejuelo de los aficionados a este deporte) o la caza de especies cinegéticas, tan codiciadas, como el rebeco, la cabra montés, el gamo, el corzo o el ciervo y, como excepción, el Oso, que ha regresado o vuelto a aparecer en esta zona de alta montaña, y el urogallo, como saben casi extinguido en todo el mundo. La pesca de la sabrosa trucha y al salmón y de algo asequible a todos, cual es la contemplación de uno de los más sorprendentes paisajes, con escarpados, alturas que sobrepasan los 2.600 metros, como la Torre de Cerredo.

CONEXIÓN CON LA PENETRACIÓN DE TURISMO EUROPEO

El otro aspecto que se conjugará, paralelamente, se refiere a los accesos para hacer cómodamente asequible el complejo y poder desplazarse a lugares de la época de la Reconquista, con tanta rancia solera que data de visitas a los Monasterios de Santo Toribio de Liébana, una de nuestras joyas medievales, “scriptorium” de la escuela española de miniaturistas de códices; a Santa María de Leveña, de las muestras mozárabes, con San Baudel de Castillas; más notables, Santa María la Real, recuerdo del más puro románico; y los pueblos de un tipismo insuperable de Potes y Riaño, por citar los más conocidos y populares.

La construcción de carreteras estará conectada a las vías que reciben la penetración del turismo europeo por la frontera vasco-navarra.

CACHO DALDA

(Exclusivo de PYRESA.)

Diario de Burgos, 3 de mayo de 1980 (página 24)

XI Travesía de Esquí de Montaña

Copa Andrés de Regil

Desde hace ya diez años en que falleciera el inolvidable montañero bilbaíno Andrés de Regil Cantero, como consecuencia de una caída en el monte Gorbea, debido a la niebla. Sus entusiastas hermanos, Ángel, José María y José Antonio han demostrado saber tomar el relevo de Andrés, excelente pionero y promotor del esquí de montaña en los Picos de Europa, dedicándole anualmente esta elogiosa actividad.

Para participar en esta edición salimos de Burgos el viernes por la tarde, cuatro montañeros del Club Alpino Burgalés. El viaje discurre a través de Villadiego, Alar del Rey, Cervera de Pisuerga, Puerto de Cervera de Pisuerga, Puerto de Piedrasluengas, Potes y Fuente Dé.

Nos espera el comité de recepción que distribuye la documentación, dorsales y bolsas de avituallamiento. Seguido nos sirven la cena y al final de la tarde cogemos el teleférico que nos sube hasta el Mirador del Cable (1.820 m.), para pernoctar en el refugio existente.

Al día siguiente sábado la salida se retrasa un poco por el mal tiempo, teniendo que variar el programa previsto. Pero a las nueve da comienzo la primera etapa, que transcurre por el Hoyo de Lloroza-Colladina de las Nieves-Pico de la Padiorna (2.319 m.) -Hoyo del Sedo- vertiente Sur del Tiro Llago Horcada Verde y regreso. En la misma jornada por la tarde se efectúa la prueba de descenso encordados cronometrado en la Horcadina de Covarrobres.

A las cinco de la mañana nos despiertan. El cielo está repleto de estrellas y la baja temperatura ha helado sensiblemente la nieve. Sobre las seis y cuarto dan la salida. Pasando por la Vueltona hay patrullas que llegan al refugio de Cabaña Verónica en el tiempo eхсерcional de una hora. Luego por Hoyos Negros se cruza la garganta del Hoyo Grande que da acceso al Hoyo del Trasllambrión y alcanzamos la cumbre de la Torre del Llambrión (2.642 m.). Segunda cota de los Picos de Europa solo superada por la majestuosa Torre del Cerredo (2.648 m.), que reina en el macizo central

Para mantener la clasificación es preciso realizar la cota facultativa situada en el Collado de Torre Blanca (2.520 m.) y hacia ella nos dirigimos.

Después una interminable bajada contra reloj para intentar llegar en las cuatro horas marcadas, pero no conseguimos la puntuación que nos mantuviera en el máximo galardón.

De nuevo cogemos el teleférico para descender a Fuente De y en los coches nos trasladamos a Potes, celebrándose la comida de clausura en el hotel Picos de Valdecoro. La presidencia la forman autoridades civiles y deportivas, junto a algunos veteranos montañeros.

Al final el director de la empresa ELECNOR, principal firma patrocinadora. dirigió unas раlabras animándonos a perseverar en tan noble afición. Acto seguido el presidente de la Federación Española de Montañismo, hizo una asembranza del añorado Andrés de Regil y luego entregó una merecida placa testimonio a sus hijos y viuda en nombre del deporte español a quien dedicó lo mejor de su vida.

Desde estas líneas quiero felicitar a los hermanos Regil por las atenciones que tuvieron con todos nosotros y desearles continúe el éxito y categoría que vienen ostentando.

C. S. V.

GEM 1982

La Nueva España, 24 de septiembre de 2008

Los tres únicos heleros de la cornisa cantábrica, el Jou Negro, La Forcadona y el Trasllambrión, todos ellos situados en el parque nacional de los Picos de Europa, tienen los días contados. No hay vuelta atrás: desaparecerán en unos treinta años, como consecuencia del cambio climático. Así de contundentes se manifestaron ayer los integrantes de un grupo científico multidisciplinar, en el que hay biólogos, geofísicos, ingenieros topográficos y geógrafos, pertenecientes a la empresa ovetense Biosfera. Un grupo que investiga desde hace años los restos glaciares de los Picos de Europa, a través de un proyecto bianual encargado por las autoridades del parque nacional.

El retroceso de los heleros de los Picos de Europa es, afirman los expertos, un claro indicador del cambio climático, del calentamiento global. Ayer, tres de los cuatros investigadores que estudian los heleros del parque, los geógrafos Juan José González Trueba y Enrique Serrano y el ingeniero topográfico José Juan de San José -el cuarto es Alan Atkinson-, intentaron subir, en helicóptero y luego a pie, a la cara norte del monte Torrecerredo, donde se sitúa el mayor helero de la cornisa cantábrica, el Jou Negro. El que iba a ser el último viaje de la temporada no fue posible. Volverán a intentarlo de nuevo mañana.

Cargados con el equipo necesario para realizar el último levantamiento fotográfico y para recoger los termómetros y las muestras que deben ser analizadas, los científicos despegaron en un helicóptero de la empresa canguesa Heliworks, pero en lugar de en el helero, debido al mal tiempo, tuvieron que aterrizar en Áliva, donde aprovecharon para realizar diversas mediciones.

Los heleros, a diferencia de los glaciares están «muertos»; son masas de hielo sin flujo dinámico. Pero son los restos de antiguos glaciares. El Jou Negro tiene una extensión de 2 hectáreas y 12 metros de profundidad. Hace sólo cien años tenía 6 hectáreas de superficie y 100 metros de profundidad. Ha perdido casi un 90 por ciento de volumen. Es, según los expertos, una situación irrecuperable e imposible de frenar. La desaparición de los heleros es, según los científicos, una lamentable pérdida de patrimonio natural. La decadencia de este tipo de formaciones y el resto de los «desastres» que provoca el cambio climático se han acelerado a partir de la revolución industrial, a finales del siglo XIX, según comentó González Trueba, quien puntualizó que lo que hay que aprender de la irremediable desaparición de los heleros es «apreciar el patrimonio natural que tenemos y conservarlo».

Los científicos reconocieron que los responsables de la Administración pública ya están asumiendo los «graves problemas» que afectan a la biodiversidad y a la geodiversidad, el mejor ejemplo de la preocupación de las autoridades es, precisamente, la investigación encargada por los responsables del parque nacional de los Picos a la empresa ovetense Biosfera. El encargo demuestra «preocupación y sensibilización», según los científicos que estudian los heleros.

Los glaciares en Picos de Europa y Pirineos (2014)







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