Henos aquí de nuevo en el punto principal: de un golpe irrumpió por el año 50 del siglo XIX un consumidor de hierro que demandaba cantidades hasta entonces nunca vistas, un consumidor que devoraba más hierro que todos los demás clientes en conjunto. ¿Fué una casualidad que justamente en esta época se descubriera el primer procedimiento que permitía el afinado de hierro en masa, y súbitamente hizo multiplicarse la producción de acero, que en esta época diera al mundo su idea el gran inventor Bessemer?
Así se engrana una rueda con otra y así nacieron los caballos de hierro, y así se proveyeron estos caballos, al mismo tiempo, con las masas de acero que necesitaban para poder avanzar sobre la tierra. Pero la producción en gran masa de acero fue la que hizo posible la explotación de minas en el ritmo y en las enormes cantidades necesarias para los caballos de hierro, pues éstos eran grandes devoradores de carbón, no tan antieconómicos como las antiguas bombas de vapor, pero menos económicos, con mucho, que nuestras locomotoras de hoy. Hoy necesita una locomotora para un caballo-hora aproximadamente unos tres cuartos de kilogramo de carbón ; el «Águila» necesitó gastar once libras de carbón para realizar el mismo trabajo.
Por consiguiente, en cien años se ha rebajado, con relación al mismo trabajo, el consumo de carbón aproximadamente a un séptimo del primitivo consumo.
Esto es un progreso considerable especialmente cuando se piensa en las repercusiones que lleva consigo. El «Águila» arrastraba cinco o seis coches con diez pasajeros cada uno; el tren completo corría, por lo tanto, a una velocidad máxima de cuarenta kilómetros por hora, con cincuenta o sesenta personas a través del país. Hoy una locomotora de expreso de cien toneladas de peso arrastra diez coches con un peso de cuatrocientas cincuenta toneladas y a una velocidad de más de cíen kilómetros por hora. Desarrolla esta máquina 1.900 caballos de fuerza y, sin embargo, obedece al más ligero movimiento del regulador. Maneja los pesados coches de acero como si fueran un juguete, y si Stephenson pudiera ver lo que ha llegado a ser su obra, se le llenarían los ojos de lágrimas de alegría y de emoción.
En todo el mundo quizás haya hoy un cuarto de millón de «caballos de hierro». Sólo la red de ferrocarriles del Reich posee más de 25.000. Sobre su tendido de línea de más de 90.000 kilómetros de largo, corren 700.000 vagones y 300.000 coches de viajeros : 800.000 hombres trabajan en esta empresa gigantesca. Los ingresos anuales pasan de 5.000 millones de marcos y la ganancia asciende, mal calculada, a los doscientos millones.
Todo esto descansa sobre el hierro, sobre el acero, sin el cual no habría ferrocarril alguno. No son sólo los carriles la «base metálica», como el Tribunal del Reich tan bellamente dijo, los que representan una condición indispensable para el ferrocarril, sino también todo lo demás que el ferrocarril necesita para su tráfico es de acero: la locomotora entera, los coches en su mayor parte, las señales, las garitas de señales, los discos: acero en todas partes donde dirigimos nuestra vista en los dominios del ferrocarril. Este acero manejado por los hombres realiza obras gigantescas: los ferrocarriles del Reich transportan anualmente 500 millones de toneladas de mercancías, consumen 16 millones de toneladas de carbón y 25.000 toneladas de lubricante al año; todo cifras astronómicas, todo esfuerzos enormes, que significan una resistencia grande del material, como sólo puede suponerse en el acero, en la «base metálica».
Sin hierro no puede haber ferrocarril: esto no es una perogrullada como por la composición de las palabras podría suponerse. El camino de hierro y el caballo de hierro se inventaron en una época en que no había a disposición de la Humanidad demasiado acero. Pero no pudieron alcanzar su gran propagación hasta que los nuevos procedimientos de obtención del acero, sobre todo el de Bessemer, crearon los fundamentos materiales para ello. El ferrocarril necesitaba más acero y más barato, y ambas cosas llegaron a tiempo.
Los otros metales no llegaron, o si llegaron no en tanta cantidad, y esto fue lo que fundamentó la carrera del acero al mismo tiempo que la carrera del ferrocarril.
"Tu y el acero", Volkmar Muthesius, Editorial Labor, Barcelona 1942?
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