Consideramos ocioso encomiar la importancia de la telegrafía eléctrica en cuanto se refiere á las relaciones privadas, oficiales é internacionales. Esta aplicación de uno de los ramos de la física que han hecho más progresos de un siglo á esta parte, es una conquista tan brillante del genio humano sobre el tiempo y las distancias, que nadie podrá desconocer su inmensa trascendencia. Limitada en un principio á la correspondencia oficial ó gubernativa, á los despachos diplomáticos, ha adquirido todo su desarrollo tan luego como se experimentó la necesidad de ponerla al servicio de los intereses privados. Desde este momento ha tomado un vuelo asombroso el uso del telégrafo, vuelo que no cesa de crecer á medida que aumenta el número de estaciones abiertas al público; así es que, concretándonos á Francia, veinte años atrás diez y siete estaciones telegráficas apenas trasmitían anualmente 9.000 despachos, mientras que hoy 3.500 estaciones expiden más de 6 millones.
El despacho telegráfico no sirve tan sólo para las relaciones de familia ó amistad, sino también, y más especialmente, para las de negocios comerciales, industriales y bursátiles. Esto en cuanto á los intereses privados. La diplomacia, la guerra, las obras públicas, la administración, la política, la policía, apelan continuamente al telégrafo. En una esfera más elevada y serena, la de la ciencia, presta eminentes servicios, proporcionando á los astrónomos los medios de determinar con precisión la longitud, anunciando á todos los observatorios el descubrimiento de astros nuevos, cometas ó planetas, y haciendo así ganar mucho tiempo, semanas enteras, para la comprobación y consignación de los descubrimientos. En meteorología, el servicio telegráfico anuncia las próximas perturbaciones del tiempo, las crecidas de los rios, avisa á los puertos los temporales inminentes, y dota así á la navegación de preciosos informes que han evitado muchos siniestros á los buques y á sus tripulaciones.
Esta enumeración de los servicios prestados por la telegrafía es sobrado incompleta; pero el mejor medio de demostrar toda su importancia es trascribir á continuación algunas cifras que indican el estado actual de la red de líneas aéreas y submarinas que funciona hoy en toda la tierra.
El desarrollo de los hilos en el globo entero no baja de 2 millones de kilómetros, lo que equivale á cincuenta veces la longitud de la circunferencia de la tierra. De esta cifra total corresponden á la telegrafía submarina 80.000 kilómetros repartidos entre 231 cables, de longitudes desiguales.
Hace diez años que las líneas aéreas europeas medían 270.000 kilómetros, y la longitud total de los hilos 700.000; á fines de 1877 estas cifras ascendían á 450.087 y 1.200.000 respectivamente. Francia tenia á la sazón 44.000 kilómetros de líneas y 123.000 de hilos; á fines de 1880, la longitud de las líneas telegráficas francesas era de 59.152 kilómetros, cuando en 1851 sólo era de 2.000.
Los demás países de Europa que tienen su red más extensa contaban á fines de 1880 las siguientes longitudes de líneas, en las cuales no van comprendidas las de las numerosas líneas afectas al servicio especial de los ferro-carriles:
Australia tenia á la sazón una red de 42.947 kilómetros; y la de las Indias inglesas ascendía á 29.120 (1).
El número de los despachos expedidos ha aumentado en proporción enorme. Para dar una idea de la actividad de la correspondencia en los países industriales, citaremos á Inglaterra, por cuya red circularon durante el año 1870, 10.200.000 despachos, ó sea 203.600 por semana. M. W. Huber, de quien tomamos estos datos estadísticos, dice que el 18 de julio de 1870, dia en que se conoció en Londres la declaración de guerra entre Francia y Prusia, se recibieron en la estación central 20.592 despachos. La red telegráfica india expidió en 1871 33.000 despachos; y á pesar del alto precio de las tasas, 240.000 telegramas han atravesado en un año el Océano por los cables trasatlánticos. El número de telegramas expedidos en 1880 en los Estados Unidos, cuyas líneas tenían en 1.° de enero de 1881 272.164 kilómetros con 500.000 de desarrollo de hilos excedió de 33 millones. En estas cifras no van incluidos los hilos destinados al servicio especial de los caminos de hierro.
Estos datos estadísticos bastan para formarse idea del vuelo que ha tomado la correspondencia telegráfica en varios puntos del globo.
Europa está en comunicación directa con el continente americano del Norte por siete cables, cinco de los cuales parten de Valentía (Irlanda) y dos de Brest, yendo á parar á Trinity-Bay, en la isla de Terranova, y á San Pedro Miquelon, para llegar desde allí al territorio de los Estados Unidos. La América del Sur es también enlazada con Europa por una línea submarina que pasa por la isla de Madera y las de Cabo Verde y termina en la extremidad más oriental de América, esto es, en el cabo de San Roque (Brasil).
La India se halla actualmente en comunicacion telegráfica con Europa por dos cables submarinos; ambos van por el mar Rojo, penetrando en el Mediterráneo, se dividen en varios ramales que van á Sicilia y á Italia, Francia, y por último á Inglaterra, costeando á Portugal, de donde se dirigen á la punta sudoeste de la Gran Bretaña por el Atlántico; otras líneas se subdividen también á partir del golfo Pérsico, en muchas líneas aéreas que penetran en Rusia, Alemania y Siria. Finalmente, la misma Australia comunica con la red india, de suerte que un despacho expedido en Sydney llega directamente á New-York ó Boston, y de allí, por la línea telegráfica que cruza el continente americano, hasta San Francisco, á orillas del Océano Pacífico. En méno de una hora recorre este telegrama 27oº de longitud, ó sea una distancia efectiva de más de 30.000 kilómetros. El siguiente caso, que copiamos de la obra de M. Huber. bastara para dar una idea de la rapidez de la correspondencia eléctrica.
«El 12 de noviembre último, dice, celebraban al mismo tiempo un banquete, en Londres y en Adelaida, los interesados en esta gran linea de 35.852 kilómetros, de los cuales 28 son de cables submarinos (la línea transaustraliana). En Londres se había instalado un aparato telegráfico detrás del sillón del presidente. Al dar principio al banquete, se expidió á Australia un despacho de felicitación: á su conclusión, llegaba de Adelaida la respuesta, terminada en un hurrah» (2).
Todavía queda un vacío para que la circunferencia entera del globo esté enlazada por la red. América y Asia no comunican aún directamente: pero ya se han proyectado cuatro líneas, dos de ellas enteramente submarinas, y muy en breve cruzarán el Océano Pacífico las corrientes eléctricas, como atraviesan el Atlántico hace ya diez y seis años. Hoy llegan ya los despachos á París y Londres desde los puntos más remotos del globo, y por la noche publican los periódicos el relato de los principales sucesos acaecidos durante el dia (y aun durante la noche) en las cinco partes del mundo. El lector podrá conjeturar cuál será en lo porvenir la influencia de estas comunicaciones continuas bajo el punto de vista de las relaciones políticas, comerciales, industriales, en una palabra, bajo el punto de vista de la civilización progresiva.
(1) Hacia la misma época España tenia 16.263,792 kils. de líneas y 41.046,799 de desarrollo de hilos. (N. del T.)
(2) El periódico La Nature cita los ejemplos siguientes de trasmisión rápida de despachos á grandes distancias. El dia de la apertura de la Exposición de Melbourne, el comisario especial lord Normanby dirigió un telegrama á la reina de Inglaterra. Expedido á las 12 y 50 minutos de la tarde llegó á Londres á las 3 y 48 minutos de la madrugada: al trasmitirlo, la hora de Londres era, á causa de la diferencia de longitudes, las 3 y 10 minutos; por consiguiente recorrió en treinta y ocho minutos mas de 16.000 kilómetros de distancia. Este telegrama constaba de 66 palabras. Otro ejemplo de trasmisión rápida es el de un despacho de Londres para Sydney, expedido en una hora veinte minutos, pero que sólo invirtió treinta y cinco segundos en franquear la distancia de Singapore á Sydney, es decir, 8.160 kilómetros.
"El mundo físico", Amadeo Gillemin, Montaner y Simón editores, Barcelona 1883
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