El tsunami que siguió al último gran terremoto de Japón produjo una brutal embestida del mar, arrasando todo al entrar en tierra y al salir del nuevo al mar, porque no hay que olvidar que la ola de regreso puede ser tan devastadora o más que la de entrada (una destroza y la otra arrastra lo destrozado, dicen los expertos). Se habla de una ola, pero no se parece a una ola normal como las de la playa, ni siquiera las más fuertes que aprovechan los surfistas, sino una riada colosal, una plataforma de agua en movimiento. La ola del tsunami es muy larga, incluso de kilómetros, y muy plana, así que dura mucho tiempo. Un tsunami es un desplazamiento brutal de agua. Mediante modelos matemáticos y sensores oceánicos se puede intentar alertar a la población ante la inminencia del desastre natural.
Para entender fácilmente cómo se desencadena un tsunami basta con recordar una piscina de olas artificiales, con una plataforma en el fondo que se eleva para crear la ola que se propaga por el agua. A partir de ese origen, el tsunami está en marcha.
En el caso reciente de Japón, el desencadenante fue la presión de la placa tectónica de América del Norte que se desliza bajo la del Pacífico hasta que la energía acumulada provocó la ruptura, el gran terremoto y la elevación consiguiente del fondo marino, que ha actuado, a gran escala, como la plancha de las piscinas de oleaje.
Se puede originar el tsunami al elevarse el fondo o al hundirse, y en el primer caso es mayor la probabilidad de que se formen olas muy estables capaces de propagarse durante miles de kilómetros por el océano sin deformarse, hasta que llegan a un obstáculo, como la costa o una isla.
Es curioso, pero en alta mar no se aprecia en los barcos el paso de un tsunami que horas después provocará una terrible destrucción en la costa. Hasta el punto de que hay relatos de pescadores en el Pacífico que no notaron nada anormal y al volver a su pueblo lo encontraron arrasado por esas olas. Sin embargo, el tsunami, un tren de olas (Porque no se genera una sola sino varias espaciadas), viaja a gran velocidad (Hasta 800 ó 1.000 kilómetros puede recorrer en una hora) y es una columna de agua en movimiento desde el fondo hasta la superficie.
Al aproximarse a la costa, con menos profundidad, la columna de agua se deforma y disminuye su velocidad, incrementándose la energía y la amplitud de la ola. Y eso depende mucho también de la geografía costera. Es el momento de la destrucción, del agua arrasándolo todo.
En el caso de Japón los sistemas de alerta funcionaron inmediatamente tras el terremoto. Los datos del nivel del mar confirman que se ha generado un tsunami que puede causar daños extensos, decía, desde el otro lado del Pacífico, la nota de la Agencia estadounidense NOAA. Indicaba la hora (terremoto, a las 14:46 hora de Japón) y las primeras estimaciones que advertían de sucesivas olas de tsunami espaciadas entre cinco minutos y una hora, así como los tiempos de su llegada a las costas (desde apenas 40 minutos tras el terremoto, en Japón, hasta más de un día más tarde en Sudamérica).
En el caso de la costa nipona más afectada, tan próxima al epidentro del terremoto, desde luego no habría tiempo para evaluar y caracterizar la propagación del tsunami, sencillamente se daría la alarma automáticamente sabiendo que el riesgo era altísimo. Pero para tiempos más dilatados, los expertos hacen previsiones con alta precisión gracias a los modelos que simulan el fenómeno y a los datos reales que toman las boyas y los sensores submarinos al paso de las olas.
Para que se genere el tsunami es imprescindible el desplazamiento vertical, la placa que se eleva o se hunde, y puede provocarse por una rotura del fondo marino, como en el caso de este terremoto de Japón, por una erupción volcánica, por deslizamientos de tierra submarinos o costeros e incluso por un iceberg.
Los mapas del Pacífico están sembrados de puntos que indican la posición de boyas y sensores para detectar tsunamis y están permanentemente alerta equipos de predicción de su comportamiento. Los vecinos de uno y otro lado del océano comparten estos recursos y se informan mutuamente porque los terremotos son frecuentes en todo el llamado arco de fuego del Pacífico y los tsunamis se propagan en uno y otro sentido.
También en el Atlántico se pueden producir tsunamis, aunque son mucho menos frecuentes. En el Sur de la península Ibérica, originados en el sistema de la falla Azores Gibraltar, se han catalogado 22 tsunamis en los últimos 22 siglos. El 1 de noviembre de 1755, tras un terremoto de magnitud 8,7, un tsunami arrasó Lisboa, Huelva y Cádiz con olas de 10 metros.
En el Mediterráneo también hay tsunamis, como el de mayo de 2003, que se originó en un terremoto cerca de Argel y que llegó a la costa balear 45 minutos más tarde causando daños en algunos puertos y calas. El Atlántico y el Mediterráneo son menos susceptibles a padecer estos desastres.
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