A mediados de febrero de este año el Congreso de los Diputados aprobó la Ley de Economía Sostenible con una enmienda (Propuesta por CiU y PNV) que permitía alargar la vida útil de las centrales nucleares más allá de los 40 años. La enmienda fue apoyada por el PSOE, PP, CiU y PNV. La nueva ley indica, en el artículo 79, apartado 3c, que se mantendrá el calendario de operación de las plantas «considerando las solicitudes de renovación y potenciación que presenten los titulares de las centrales», que se cumplan con los requisitos de seguridad nuclear y protección radiológica que establezca el órgano regulador, el Consejo de Seguridad Nuclear, «y teniendo en cuenta el desarrollo de nuevas tecnologías, la seguridad del suministro eléctrico, los costes de generación eléctrica y las emisiones de gases de efecto invernadero». En aquel momento hubo divergencias entre CiU y PNV sobre si esto afectaría al futuro de la central de Garoña (Burgos), que deberá cerrarse en 2013. A la salida del Congreso de los Diputados, el ministro de Industria, Miguel Sebastián, quiso puntualizar que la posibilidad de alargar la existencia de las centrales nucleares más allá de los 40 años «siempre ha estado abierta».
La energía nuclear es una fuente energética que garantiza hoy en día el abastecimiento eléctrico, reduce las emisiones de CO2, reduce la dependencia energética exterior y produce electricidad de forma abundante.
A grandes rasgos y a nivel mundial, los 436 reactores en operación en todo el mundo producen el 17 % de la electricidad. A principios de 2010, 56 unidades más se encontraban en construcción en países como China, India, Bulgaria, Japón, Rusia, Corea del Sur, Finlandia o Francia. A estos reactores en operación y construcción se esperaba que se sumasen las centrales ya planificadas, que ascendían a principios de año a 200, destacando el programa 2010 del Departamento de Energía de Estados Unidos (DOE), donde había unas 30 solicitudes en proceso de autorización. En Estados Unidos se paralizó la construcción de centrales nucleares en 1979, después de un accidente en una central de Pensilvania. Un total de 59 reactores, de los 104 operativos, contaban en diciembre de 2010 con licencia para funcionar durante 60 años.
La apuesta nuclear era, sin duda, generalizada. A los países emergentes, que tienen que satisfacer la creciente demanda de electricidad, se unían otros como Francia, el país de la Unión Europa más partidario de esta fuente de energía y donde el 78 % de su electricidad es de origen nuclear. El país galo construye un reactor nuclear de nueva generación (EPR) y acaba de anunciar la intención de comenzar la construcción de uno nuevo en 2012. Las nucleares francesas se revisan cada 10 años y a lo largo del 2010 se controlaron las condiciones en las que se encuentran 58 de sus centrales, para ver si pueden llegar a los 40 años de vida útil. Tres cuartas partes de ellas se pusieron en marcha entre 1979 y 1990. La compañía propietaria, la eléctrica EDF, estudia como prolongar su vida hasta los 60 años. En Finlandia, el 30 % de la electricidad proviene de los cuatro reactores que tiene en operación. Actualmente construye una nueva unidad y habia estudios que planteaban la necesidad de una sexta. Por su parte, el Reino Unido, que cuenta con 19 reactores que producen alrededor de una quinta parte de la electricidad, decidió en enero del 2010 dar luz verde a la construcción de nuevas centrales nucleares con dos objetivos básicos, frenar las emisiones de CO2 y reducir la dependencia energética del exterior.
En Alemania se aprobó en septiembre de 2010 prolongar una media de 12 años la vida de sus 17 centrales nucleares. Las más antiguas se prolongarían ocho años y las más modernas se mantendrían catorce años más. Eso significa que algunas habrían de continuar en servicio más allá del año 2030.
En Rusia actualmente hay 31 reactores en funcionamiento y nueve más en fase de construcción. Por su parte China necesita mucha más energía de la que dispone en la actualidad. La contribución de la energía nuclear es tan solo de un 1 % del total, pero se planea aumentar su participación hasta el 4 % en 2020. Para ello se han de construir 30 nuevas centrales nucleares (21 ya están en marcha), y ya tiene 11 en funcionamiento y nueve más cercanas a su finalización y puesta en marcha.
Debido a la crisis de suministro de gas natural de 2010 entre Rusia y Ucrania, que dejó sin gas a varios países europeos, se encuentra sobre la mesa la preocupante dependencia energética de Europa y la necesidad de diversificar las fuentes de energía, contemplando, hasta hace unos meses, la energía nuclear como alternativa.
Italia y Polonia, que no tienen centrales nucleares plantearon, especialmente a finales del 2010, la necesidad de la energía nuclear motivada por los altos precios de la electricidad, en el caso de Italia, y la excesiva dependencia del carbón, en Polonia. Así, Italia firmó a finales de febrero de 2009 un acuerdo con Francia para la construcción de reactores nucleares en los próximos años. Por su parte, Suecia, donde casi el 50% de su electricidad es de origen nuclear acordó, en aquellos momentos, eliminar la prohibición de construir nuevos reactores nucleares, acordada por referéndum en 1980.
Por otra parte cabe recordar que los programas nucleares de los diferentes países, así como todas las instalaciones nucleares, se encuentran bajo la supervisión y control del Organismo Internacional de Energía Atómica con sede en Viena.
En el caso de España, el tiempo de vida de las centrales nucleares no estaba fijada en ninguna norma. La prueba es que la de Garoña, en Burgos, funcionará como mínimo hasta los 42 años. Pero cuando, en 2009, el Gobierno decidió que la cerrará en 2013, Zapatero insistió en que las centrales debían tener un límite de 40 años y que debía establecerse por ley. Era una forma de blindar el cierre ante el recurso de las eléctricas ante la Audiencia Nacional. En febrero de este año, sin embargo, el PSOE aceptó eliminar la referencia a los 40 años de vida útil que ellos mismos propusieron.
La prórroga es algo que estaban haciendo en ese momento gran parte de los países con centrales nucleares, alguno de los cuales fijaba su vida en 60 años.
El Ministerio de Industria siempre quiso prorrogar la vida de Garoña más allá de los 40 años (Como avaló el CSN), pero fue la orden dada desde la Presidencia del Gobierno la que le llevó a cumplir el compromiso electoral del PSOE a medias y por eso fijó su cierre en 2013, cuando la central tendrá 42 años. En el diálogo con los sindicatos en el marco del pacto social, fuentes de la Moncloa apuntaron a principios de año que el Gobierno estaba dispuesto a revisar la decisión sobre Garoña.Según datos de Iberdrola (Que no se sabe si es muy imparcial), el coste de producción con las distintas tecnologías revela el menor coste variable de la nuclear, pero también hay que tener en cuenta la inversión de 3.500 millones de euros que es necesaria para poner en marcha una central de este tipo. En concreto, la estimación del precio que debería pagarse en el mercado para recuperar la inversión en una central nuclear (Incluida una rentabilidad del capital del 8 %) oscilaría entre 67 y 70 euros el megavatio hora, suponiendo un funcionamiento de 8.000 horas anuales. Implica una inversión de 2.800 euros por kilovatio, en última instancia, considerando una vida útil para la central de 60 años.
Las cifras son más ilustrativas si se comparan con el coste de producción del megavatio generado con carbón y con tecnología eólica que, con un promedio de 4.000 y 2.100 horas de funcionamiento al año respectivamente, sale en ambos casos a 102 euros. A 85 le cuesta el megavatio hidráulico (2.000 horas de actividad) y a 399 euros el megavatio solar-fotovoltaico (1.590 horas de funcionamiento).
Las cifras proporcionadas por Iberdrola difieren con las proporcionadas por la patronal eléctrica Unesa, referidas al parque de generación español. UNESA atribuye para el megavatio hora un coste promedio de 52,5 a 55 euros en las centrales de carbón; de 52 a 65 euros para los producidos con gas en ciclos combinados; de 70 a 72 euros para los generados con aerogeneradores; de 45 a 60 euros los de origen hidráulico; y en torno a 35 euros los generados por las actuales centrales nucleares. Uno de los dos no hace bien las cuentas, pero la diferencia entre las diferentes fuentes energéticas es evidente.
La CNE critica "la brecha" que hay entre los precios y los costes de la electricidad, lo que determina que tecnologías con apenas costes variables (nuclear y, sobre todo, el agua) cobren el megavatio al mismo precio que las más caras, el carbón y el gas.
El peso del coste del combustible en el coste de generación nuclear está en torno al 15 % (40 % para la generación con carbón y 75 % para la de gas), por lo que la posible escalada en el precio del uranio le afecta en menor medida. Además, los potenciales inversores en centrales nucleares de tercera generación (Que enfrentan, a corto plazo, los riesgos de sobrecoste e incumplimiento de plazos de los primeros proyectos de inversión en reactores de nuevo tipo.) podrían recurrir a mecanismos de cobertura del riesgo de mercado (contratos de suministro de energía eléctrica a muy largo plazo) y del riesgo de construcción (Desplazamiento de este riesgo al usuario final) en línea con la vía seguida en la inversión del reactor Olkiluoto 3 (Finlandia).
La financiación de la construcción de una nuclear, está sometida a riesgos mayores que los de una central de gas y por eso resulta más cara. También es más sensible al aumento de los tipos de interés. Un aumento de estos tipos de interés puede suponer una variación de hasta 2,4 euros en el coste del megavatio hora, considerando una vida útil de 40 años para la central.
En cualquier caso, buena parte de defensores y críticos de la energía nuclear coinciden en que para cumplir los compromisos de Kioto es casi imposible prescindir de la energía nuclear y, como dijo el comisario europeo para Asuntos Económicos y Monetarios, Joaquín Almunia, que se confesaba poco partidario de estas centrales, será necesario "reabrir y profundizar en el debate sobre energía nuclear, y no hacerlo con los parámetros de 1982.
Haciendo un poco de historia, a principios de los noventa, el Gobierno socialista de Felipe González renunció al programa nuclear. La moratoria de 1983 se convirtió, por razones puramente económicas, en una renuncia a construir más centrales. Con el barril de crudo Brent a 20 dólares y unos tipos de interés al 15%, la energía nuclear no era competitiva con la generación térmica tradicional (de fuel, carbón o gas) ni con las nuevas tecnologías de ciclos combinados de gas. En la actualidad la situación es muy diferente.
Por lo que hace a seguridad, en un reportaje de El País de 2009 se nos recuerda que es más complicado entrar en una central nuclear que en La Moncloa. Especialmente tras el 11-S. Una nuclear recuerda a una cárcel de alta seguridad. Alambradas coronadas de cuchillas, vallas de alta tensión, guardias de seguridad armados, perros policías, controles de armas, arcos que detectan explosivos. Las cámaras de videovigilancia giran en torno a los visitantes. Los procedimientos se complican cuando se pretende penetrar en el edificio del reactor. El edificio de hormigón donde se encuentra el núcleo cargado de uranio cuya reacción produce calor que origina vapor que mueve una turbina, que a su vez, genera electricidad. Aquí la seguridad es extrema. Hay que cruzar un par de jaulas de acero que se abren con las huellas dactilares. Equiparse de mono, guantes, botas y gafas. Y un dosímetro personal que medirá las radiaciones que los trabajadores soportan en el interior. Luego, largos pasillos en tonos crema tapizados de cables y tuberías. Todo diseñado para soportar un seísmo. No hay un alma. No huele a nada. De fondo, el machacón murmullo de la ventilación.
Al final del pasillo se encuentra una compuerta, entre caja fuerte de banco y escotilla de submarino. Se ha de cruzar, cerrándose con suavidad. Ahora uno se encuentra situado en otro pasillo sellado por otra compuerta blindada. La siguiente escotilla se abre, llegando por fin sobre el reactor. Bajo los pies del que allí se encuentra, cada pastilla de óxido de uranio del tamaño de una aspirina proporciona la misma energía que 700 kilos de carbón. La central de Cofrentes, en la provincia de Valencia, por ejemplo, proporciona el 3,5% de la energía eléctrica que se consume en España. Con ello también se evita la emisión de nueve millones de toneladas de CO2 a la atmósfera.
Bajo la cúpula del edificio de la central se llega a una silenciosa piscina forrada de acero. Su agua es transparente como el cristal. El fondo despide un resplandor azulado. A los visitantes se les recomienda mantenerse a un par de metros del borde. A 13 metros de profundidad se dibujan las perfectas celdillas metálicas donde se aloja el combustible usado. El agua sirve de refrigeración y blindaje contra sus radiaciones. En el caso de la central de Cofrentes están almacenados 25 años de desechos de alta actividad y larga vida.
En Francia, la gran potencia atómica europea, las empresas estatales reciclan ese combustible como parte de su lucrativo negocio nuclear y para autoabastecerse. Una cuestión estratégica en un país en donde el 80% de la electricidad es de origen nuclear.
En los últimos años ha surgido una nueva generación de ecologistas nucleares en torno a un negocio de un billón de euros. China y la India habían encargado en el 2009, 40 reactores. Rusia tenía ocho en construcción. En Estados Unidos se habían firmado una docena de proyectos durante la Administración de Bush. Los países árabes querían centrales, y los latinoamericanos también. Suecia se las replanteaba, y así sucesivamente en muchos países occidentales.
El 11 de marzo de 2011 todo cambió, el terremoto de Japón daño de muerte la central de Fukushima y los políticos de todo el mundo, muy sensibles respecto a los efectos sobre el electorado ecologista (O preocupado por temas medioambientales.) dieron marcha atrás.
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