VIEJAS NOVEDADES ("Mundo Gráfico", Miércoles 31 de diciembre de 1930)
LOS AUTÓMATAS DE AYER Y DE HOY
La Prensa diaria, en su cada vez más perfecta organización informativa, recogiendo al día cuanto sucede en todo el mundo, nos ha dado cuenta de dos recientes noticias de París y Londres, consideradas en aquellas grandes capitales como de gran novedad y enorme transcendencia. Han sido la presentación ante aquel gran público londinense y parisino, por los profesores Nobot y Erich, de unos admirables hombres mecánicos de tamaño natural, de unos autómatas de extraordinaria precisión, que obedecen maravillosamente á cuanto por su complicado mecanismo se les ordena: andan, hablan, cantan, limpian, alcanzan los objetos; hasta besan.
Es algo maravilloso, singular, que justamente ha llamado la atención, provocando una verdadera revolución para el porvenir estos hombres ó mujeres mecánicos, que atenderán multitud de servicios para los que no son precisas otras capacidades que esas derivadas de resortes y aparatos de relojería.
Ciertamente, la cosa tiene una grandísima transcendencia, como así se ha considerado, mas no la novedad con que se los quiere presentar. Los autómatas son algo viejo ya en nuestra historia. No son el invento del siglo ni del pasado, ni aun siquiera la perfección del mismo conseguida en nuestros días. Allá en la mitad del siglo XVI, del interesante siglo XVI que tan faustos recuerdos nos dejó en todas las manifestaciones, hasta en esta de la mecánica, un hombre de madera, un gran muñeco de figura y tamaño de un hombre, recorría las callejas toledanas absolutamente solo, y dirigiéndose al Palacio Arzobispal, recogía en éste la comida para su dueño, volviendo con ella á su casa, como igualmente hacía otros recados, entre el asombro de los vecinos de Toledo.
Busto de Juanelo Turriano, el famoso inventor. Obra de Bcrruguete.
Asombro justificado inmediatamente que se sabía era este admirable autómata obra del gran Juanelo Turriano, considerado como el más célebre inventor de aquella época, y quizá de muchas más sucesivas. A éste — tan insigne arquitecto y mecánico italiano, traído á España por Carlos V, que le nombró su relojero, quedando también después al servicio de su hijo Felipe II, con un espléndido sueldo—débese el ingenioso artificio que elevaba las aguas del Tajo á lo más alto de la ciudad—al que nos referiremos en una próxima ocasión—, obra maestra de la ingeniería que funcionó hasta la mitad del XVII, y del que los toledanos no han sabido conservar nada.
La calle del Hombre de Palo (Fots. Román)
Obra suya fue también, la más importante de todas, un maravilloso reloj para el Rey, en cuya construcción empleó veinte años, reuniendo en él las máximas perfecciones, no sólo en las señales horarias, sino también en los movimientos y detalladas características de todos los planetas.
La anatomía de un hombre mecánico.
Fueron concepciones suyas, igualmente, multitud de inventos, que recopiló él mismo, por encargo de Felipe II, en una obra titulada Los veintiún libros de los ingenios y máquinas de Juanelo Turriano. Su autómata, mucho más admirable por ser de madera, absolutamente resuelto en lo de andar y recoger y sostener objetos, fue famoso en aquella época, señalándole la Historia como algo significado y notable. A él débese el nombre de la calle del Hombre de Palo, de todos conocida, en la que vivía Juanelo, con su ejemplar servidor, presintiendo con tan genial creación los criados del siglo XXI, que ahora los señores Nobot y Erich han perfeccionado más y más; pero quizá con algo inútil y contraproducente para tales efectos de serviciales.
Colocación de los resortes musculares á los autómatas de un taller moderno especializado en esta fabricación.
Indudablemente serían más prácticos, mucho más prácticos, como aquel de Turriano, sin hablar, cantar ni besar.
Algunos autómatas dispuestos á abandonar el taller para cumplir la misión que les ha sido encomendada. (Fots. Service General de la Presse)
Santiago CAMARASA
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