martes, 13 de agosto de 2024

Las madreñas

BOE, 2 de abril de 1857

D. Miguel Lope Escudero, Caballero Comendador de la Real Orden americana de Isabel la Católica y Juez de primera instancia de esta ciudad y partido. 

Por el presente se cita, llama y emplaza a María, cuyo apellido se ignora, y a Rosendo Fernández, naturales respectivamente de Pardavé y Laiz, en el partido judicial de La Vecílla, en esta provincia, expresándose a continuación las señas personales y el traje de ambos, para que en el término de 30 días, a contar desde la inserción de este edicto en la Gaceta de Madrid, se presenten en la cárcel del partido de esta capital a responder a los cargos que les resultan en la causa formada de oficio contra los mismos y otros, sobre robo de corderos, ejecutado en las noches de 21 de Enero y 6 de Febrero últimos, en las corralizas de Lucía y Julián Llamazares, vecinos de Valle de Mansilla; bajo apercibimiento de que pasado sin haberlo verificado, se sustanciará la causa en su ausencia y rebeldía con los estrados del Juzgado, parándoles el perjuicio que haya lugar. 

Dado en León a 27 de Marzo de 1857. — Miguel Lope Escudero.= Por mandado de S. S., Ildefonso García Álvarez. 

Señas. La María, natural de Pardavé; edad doce años: llevaba manteo pagizo, un rebociño negro, madreñas, un pañuelo de colores por la cabeza. El Rosendo, natural de Laiz; estatura corta, grueso; edad 14 años; llevaba una manta blanca, calzón negro y chaqueta lo mismo, sombrero gacho, madreñas tarugueras, desgastadas, sin camisa.

Gaceta agrícola del Ministerio de Fomento, 10 de diciembre de 1877

También se halla expuesta la madera de haya a la acción destructora de las larvas de ciertos insectos, y para evitar este inconveniente debe tenerse sumergida en el agua por espacio de algunos meses después de haber sido cortada. 

Muchos son los usos a que se destina esta madera, desde las construcciones navales hasta los objetos más insignificantes, y esta es una de las principales razones que nos han movido a aconsejar su cultivo. Es una de las maderas que mejor se cortan, siempre que haya llegado al grado necesario de sequedad, y así no extrañaremos que la empleen con preferencia los carpinteros, ebanistas, constructores de carruajes de todos géneros, torneros, cedaceros, fabricantes de cajas, hormeros y otra multitud de artesanos. 

Como se corta en láminas muy delgadas con mucha facilidad a causa de la finura y rectitud de sus fibras, sirve para fabricar aros para tamices, tambores, cajas de toda especie, tablas de fuelles, colleras, vainas para armas blancas, estuches de diversas clases, llantas de ruedas, afustes de cañón, varas de coches, cajas de armas de fuego, mangos de algunas herramientas y otra porción de objetos cuya enumeración seria demasiado larga. 

Pero uno de los principales usos a que se destina, sobre todo en nuestras provincias del Norte, es para la construcción de zuecos ó madreñas, que es el calzado que se emplea generalmente por todos los habitantes del campo durante el invierno, porque preserva mucho los pies de la humedad, y con él pueden atravesarse sin cuidado los grandes barrizales que se forman en aquellos países, y en los cuales los caminos suelen ser muy malos generalmente. 

Como para la fabricación de madreñas debe emplearse la madera casi verde, los que se dedican a esta industria se establecen en la época de verano en los mismos montes en donde se produce cl haya, muchos de ellos, todavía en algunas comarcas de aprovechamiento común. Allí fabrican sus productos empleando herramientas muy sencillas, y después los secan al humo de las virutas que han resultado de la obra, virutas que también se emplean en algunas comarcas para mejorar el gusto del vino. 

El Tribuno, 20 de agosto de 1879

VARIEDADES. 

CARTAS DE VERANO. III. 

Oviedo 6 de Agosto de 1879, 

Sr. Director de El Tribuno. Amigo mío: 

Del primer tirón llegamos a Busdongo. De Busdongo a lo más alto del puerto de Pajares habrá cosa de una legua, que se sube sin darse uno cuenta de ello; bien que venimos subiendo casi desde las mismas puertas de León. Sin embargo, para los acostumbrados a visitar Alpes no pueden pasar desapercibidos ciertos detalles. Una hora antes de llegar a Busdongo el paisaje se achica; las montañas comienzan a agolparse y producen valles estrechísimos, verdaderas cañadas por donde se desliza serpenteando la vía férrea. 

Las casas bajas, muy bajas, cubiertas de paja negra: el árbol frondoso y corpulento cede el puesto al intrincado arbusto y a la reluciente yerba; la cabra, empingorotada sobre descarnado risco, contempla muda cómo a sus pies rueda hasta el abismo la desprendida piedrecilla; brota el agua por todas partes, allá como espumosa cascada, aquí como enredada cinta de plata, y en todas partes murmurando al chocar con la piedra desgajada ó la medrosa planta. 

En lugar del traje suelto de la llanura, y de la capa ó la manta del castellano, el vestido a cuerpo, ajustado y oscuro del alpestre, la rústica abarca, la dura madreña y la gorra de pieles. 

A la frescura de la mañana ha sucedido una especie de frio húmedo, desagradable, que entumece los miembros; el sol se vela; llena los espacios un vapor indefinible, y la locomotora braceando, resoplando, nadando en un mar de humo, trepa por aquellas imponentes revueltas y huye bajo aquellas moles que avanzan sobre el camino, amenazando horrible desprendimiento. Por espacio de más de media hora el tren no sale de una curva sino para entrar en un túnel, ni salva una contra-curva sino para ganar por una rápida pendiente un atrevido viaducto. Evidentemente estamos en la montaña; es decir, en la montaña alpina. Al llegar a Busdongo el tren es materialmente asaltado por un ejército de mozos de todos trajes y cataduras, con ánimo de apoderarse de las maletas y los bultos del viajero. 

Los comisionados de los coches que por bajo de la estación esperan impacientes para correr al Puerto, pueblan los aires con sus llamadas y sus ofrecimientos. ¡Qué bulla! ¡Qué algarabía! Sobre todo, qué obsequiosidad la de aquellos mozos que, a pretexto de limpiarle a uno el polvo, materialmente le cepillan las espaldas y le proporcionan una soberbia tunda! Pero en fin, vamos al coche, si es que el viajero ha tenido la suerte de comprar su billete en la calle de Alcalá, de Madrid, ó en el restaurant de León, a donde muchas veces van a buscarle los representantes de las diligencias. Porque en no pocas ocasiones se quedan en Busdongo muchos viajeros faltos de medios de locomoción..... 

Pero yo tengo mi asiento en un magnífico carruaje del Servicio combinado, una especio de coche de tranvía, ancho, cómodo, aseado, que no admite en la baca equipajes, endosados al furgón. En fin una buena cosa. Delante y detrás do mí hay otros coches: carretelas, diligencias, carros... ¡qué se yo! ¡Y qué movimiento! ¡Qué hormigueo! ¡Qué gritería! ¡En marcha! ¡En marcha! ¡El tren de Lena no espera! 

Y se pone en marcha la caravana. Una verdadera caravana. Nada más movido, nada más interesante que el espectáculo que ofrece la larga y quizá única calle del pueblecillo de Busdongo y la primera legua camino del Puerto en el instante de partir los carruajes del convoy. El látigo cruje, el mayoral centellea, juran los zagales, y las mulas y los caballos arrancan al galope, entre el ladrido de los perros, el mugido de las bestias, el vocerío y los aplausos de las mujeres, de los chicos y hasta de los hombres que salen al portal de sus casas a tomar activa parte en la distracción del día. 

Densas nubes de polvo llenan el aire, y entre ellas se percibe la más exquisita variedad de carruajes, desde la aristocrática carretela hasta el carro del maragato y la pesada y chillona carreta del asturiano. De vez en cuando, dos ó tres caballeros —un presbítero, de seguro— en escuálidos pencos, con su correspondiente espolique al estribo, y tal ó cual atrevida amazona en indómito jumento, que se arremolina y espanta ante el vertiginoso rodar de las diligencias o bajo el latigazo perdido de un locuelo postillón. Allá, la recua de mulas, agobiadas con repletos pellejos de vino y dirigidas por el sesudo castellano de Rueda ó de Toro; acá, las lucientes vacas acosadas por el asustado ternerillo y mal contenidas por el aldeano de zapatos de madera y puntiaguda giviada, Y en medio de coches, caballos y caballeros, sorteando a unos y a otros, amparándose de los mojones del camino, el soldado que a grandes pasos vuelve al hogar con su pantalón rojo, su chaquetilla azul, sus flamantes alpargatas y su tubo de hoja de lata pendiente del cuello, ó el resuelto astur, que con la alegría en los ojos, la salud en los carrillos, un regular garrote en la mano, la montera medio caída, la chaqueta al hombro y enseñando por entre la burda camisa el velludo pecho, trata de ganar las alturas de la Perruca, trepando a cualquier descuido al estribo posterior de un coche. 

Los ojos no se apartarían del espectáculo, a no sobrevenir el ¡Puerto! Yo, como todo el mundo, había oído hablar mucho de Pajares. ¿Dónde habrá un asturiano que no hable de su tierra? Y me he reído a mis anchas de las ponderaciones y los aspavientos de muchos viajeros, Pero acabo de verlo y reconozco que está en su punto la sorpresa y aún e1 miedo. Montañas más altas que Pajares, hay muchísimas. Después de todo, no pasa de unos 1.363 metros sobre el nivel del mar. En Asturias mismo, existen el inmediato Puerto de Piedrahita, que mide 1.500; el Puerto de Aliba, junto a Santander, es de 1.700, y Peña Santa, en los Montes ó picos de Europa, casi sobre Covadonga, pasa de 2.000. 

La particularidad de Pajares y el secreto de la honda impresión que produce, están, ora en la disposición singularísima de la entrada de la vertiente asturiana, que es lo que se apellida de ordinario el Puerto, ora en la violencia de la pendiente que se inicia en la misma entrada, ora, en fin, en la manera de presentarse al viajero la vista, por otra parte, bellísima del abismo cerrado a lo lejos por una serie de inextricables montañas que llegan a perderse en el cielo. En este concepto. Pajares es algo notabilísimo, y puede cautivar a personas muy hechas a la contemplación de los Pirineos y de los Alpes suizos. 

Como he dicho, desde Busdongo comienza la subida del Puerto, pero nadie se apercibe de ello. Hasta parece que el valle se abre, y el viajero descuidado, llega a un punto, a poco de dejado el mojón divisorio de las provincias de León y Asturias, en el cual, de repente y como al revolver una esquina, se hunde el terreno a dos varas escasas de las ruedas de la diligencia y la mirada baja espantada cientos de metros en busca de reposo y de seguridad. La sorpresa es indecible: levántanse los ojos y se dirigen a la izquierda. 

Una inmensa y descarnada montaña, cortada a pico perpendicularmente, y cuya cúspide envuelven las nubes, quita toda esperanza por este lado. Y cuando el ánimo en vano trata de serenarse, la diligencia, asegurada por el torno y por las planchas, comienza a rodar rápida, furiosamente, casi vencida por el desnivel, describiendo unas curvas fuera de todo lo acostumbrado en las carreteras al uso. Yo me explico perfectamente que en tal momento muchos viajeros crean que la diligencia se despeña... 

¡Y, sin embargo, no hay memoria de una sola desgracia! Pero el hecho es que el cabello se eriza, los ojos se agrandan, se recoge el aliento y las conversaciones se suspenden por algunos minutos. A la cuarta vuelta, la diligencia marcha con mucha menos rapidez, y el viajero ya tranquilo —hasta cierto punto— puede contemplar el paisaje. ¡Qué magnífico! Las montañas forman inmenso anfiteatro; pero aquello no son montañas. Es un mar de gigantescas olas, que unas sobre otras se precipitan, y se atropellan, y se abruman, y se enlazan y ensortijan: un mar hirviente, hinchado, que azota al cielo, y descubre el abismo, pero mar congelado, petrificado repentinamente a virtud de no se qué palabra prestigiosa que del primitivo oleaje sólo ha tolerado la amplia y repleta curva y las aterradoras prominencias de la inmensa mole. 

A no verlo no se imaginaría la regularidad y el concierto con que la segunda, la tercera, la quinta y hasta la décima fila de montañas se suceden, se apresuran, se presentan, destacando montes, que unos sobre otros se apoyan como para echar un vistazo al fondo del valle, y que ora por su varia y opuesta vegetación, ora por la manera distinta de recibir la luz, ofrecen todos los tonos, desde el verde subido del primer término, hasta la azulada y confusa vaguedad del último, perdido entre las nieblas constantes del Puerto. 

En el fondo el valle, que a simple vista no se distingue con facilidad; pero que al primer golpe semeja un bordado al realce. Angosto, accidentado, corriendo entre los montes de Valgrande, el Cordal de los Llanos, y por cima, la Tesa, Almagrera, la sierra de Telledo y las grandes y oscuras alturas de Agüeria a la izquierda, y a la derecha, los soberbios montes de Compañones y el largo Cordal de Carrocedo, presenta un escenario de unos diez kilómetros de largo por cuatro de ancho, a pedir de boca para la representación de aquel famosísimo drama Los perros del monte de San Bernardo, que ha electrizado tantas veces a mi ya asendereada generación. 

Cuarenta ó cincuenta casitas sembradas aquí y allá, como al voleo, destacan sus rojizos tejados (á la vista, no más altos de tres ó cuatro pulgadas), del prado verde, cual nadie lo pintó, cruzado en todas direcciones por reverberantes arroyuelos, hilos de vivísimo azogue que cuadriculan el terreno hasta lo infinito, como no es dable al más pacienzudo agrimensor. Y enredándose con ellos, trepando, hundiéndose, correteando, trazando las líneas más disparatadas... el millar de blancos senderos, inmensas patas de una colosal araña, cuyo cuerpo se oculta, tal vez, en el macizo de anchos castaños, corpulentos robles y hayas seculares que de vez en cuando confisca la vagarosa mirada ó en los grupillos de tejas encarnadas, que las gentes de la comarca llaman las parroquias de San Miguel y Somerón, y que, con la de Pajares en lo alto de la montaña, constituyen los núcleos de población de aquel país, sepultado entre la nieve más de cuatro meses al año... 

Lo único que falta al paisaje es el hombre. La distancia a que se contempla es tanta y de tal suerte, que no es posible percibir al paisano de la comarca, amenazado en otro tiempo por el oso, hoy expuesto tan sólo (y es poco) al hambre de los lobos, que en manadas bajan de las nieves casi perpetuas de Agüeria y Rueda. De vez en cuando se advierte algo que se mueve en el fondo del abismo: es una vaca que pace libremente. La Naturaleza, pones, se exhibe a sus anchas. 

Pues bien, todo esto se contempla desde la carretera absolutamente lo mismo que desde un balcón. Y esto constituye una verdadera particularidad del Puerto de Pajares. La diligencia rueda por espacio de dos horas, dando cien vueltas, en un zig-zag permanente, ante el cual es una insignificancia el conocido de Reinosa. Pues en todo ese trayecto, el viajero constantemente lleva a la derecha y a dos ó tres varas de distancia el Cordal de Compañones, cortado a pico para hacer la caja de la carretera; y a la izquierda el pretil de ésta, de cuyo pie arranca la inmensa caída que va al valle. 

Es, pues, un extensísimo balcón que el viajero no abandona un solo momento. El Puerto concluye en realidad en Puente de los Fierros; legua y media de bajada, en pendiente tan rápida como que el desnivel entre lo alto del Puerto, y este ultimo punto viene a ser de mil metros, que la diligencia recorre a galope y trote largo, magistralmente dirigida por el mayoral y sin más detención que una cortísima, (no sé para qué) en Pajares, puesto que se atraviesa como a la mitad de la bajada y del cual toma nombre la comarca. Esta pequeña detención permite al viajero formarse una idea de la angustiosa vida que está reservada a los habitantes del Puerto durante el invierno. 

Las casas del Puerto se hallan por bajo de la carretera, de tal suerte, que las ruedas de la diligencia tocan sus tejados. Por cima de ellos vénse las viejas, estrechas y sombrías calles destinadas a recoger la nieve, de modo que a los vecinos no les es posible frecuentemente salir de otro modo que por las buhardillas ó por los túneles que comunican con la iglesia y la casa portazgo; dos sólidos edificios dé bien labrada piedra que el viajero puede examinar fácilmente. Desde Pajares hasta lo alto del Puerto, que se llama la Perruca y cerca del cual se halla un desmantelado convento, (el de Arbas), dueño en otra época de casi toda la comarca, y que desempeñaba el papel de hospedería al modo de la celebre de los Alpes suizos) el camino se hace en invierno totalmente impracticable aún para las gentes de a pie. 

La nieve pasa de tres y cuatro varas, desaparece la vía y se desata el ventisquero con todos sus horribles peligros. Para estos casos están las altas columnas que de trecho en trecho se observan, pero que de ordinario envuelve la nevada. 

Hoy la diligencia continúa corriendo todavía más allá de Puente de los Fierros, por espacio de otra hora hasta llegar a Lena, donde se toma de nuevo el camino de hierro. En la primavera próxima la línea asturiana comenzará en los Fierros. ¿Cuánto tardará en estar terminada la del Puerto? Dicen que cinco años. ¿Pero entonces se abreviará el viaje? 

No hay que esperarlo; porque los rails, para salvar los dificilísimos pasos de Pajares, necesitan rodear lo indecible, de suerte que en vez de los catorce ó diez y seis kilómetros que hoy van desde la Perruca a Puente de los Fierros serán quizá veintitantos que el tren habrá de recorrer despacio, muy despacio. 

Hoy mismo de Lena a Oviedo (31 kilómetros) marcha a razón de 20 kilómetros por hora y realmente en el camino no hay obstáculos, en comparación de los que ofrecerá el Puerto, cuyo recorrido ha de ofrecer siempre un vivísimo interés. En Lena (un pueblo grande) a las cuatro y media de la tarde; en Oviedo a poco más de las seis, después de haber pasado por el largo túnel de Olloniego y de disfrutar una de las vistas más bellas que recuerdo de todos mis viajes; la del Barco de Soto que la guía llama Las Segadas. Pero esta carta es larguísima, y no me atrevo a creer que el lector tenga paciencia para más. 

Hasta otra.  

Regino González

BOE, 18 de marzo de 1882

MONFORTE, 

D. José García de Castro, Juez de primera instancia de Monforte. 

Por el presente edicto hago público que en 18 del corriente, en la Ribera de Nogueira, de la parroquia de San Esteban de Anllo, término de Sober, de este partido, y. punto llamado Celle, fue hallado el cadáver de un adulto algo debilitado. arrimado a una peña, tendido boca arriba, con la cabeza al Norte y los pies al Sur, vestido con chaqueta de paño de sierra, vieja; chaleco de paño negro, de medio uso; otro chaleco, también viejo, de corte rayado, blanco; camisa de lienzo ferro, muy usada; pantalón de paño cruzado, remontado de lana muy vieja; calzoncillos de lienzo ferro, medias de lana negra, sombrero hongo blanco, viejo todo; calzado madreñas de Lugo: tenia en el pantalón un bolsillo de lana con 3 cuartos, un ochavo y dos piezas de 5 céntimos; estaba desde la cabeza hasta el pecho carcomido de las aves, y casi sin figura humana; a la distancia de 30 metros se halló una capa de paño pardo, muy usada; a la de dos varas un costal de ó saqueta de estopa, muy usada, con unos borceguíes sin piso, dos camisas de lienzo ferro, unos calzoncillos de id., una faja color morada, una almohadita con harina de maíz y el fondo de una fiambrera; cuya muerte, por el estado de descomposición del cadáver, ha debido tener lugar hace 14 días, motivo a una congestión cerebral, sin que por ahora pudiese ser identificado dicho cadáver; y a estos fines he acordado expedir anuncios haciendo notorio el hallazgo del cadáver para que, llegando a noticia de los parientes, concurran ante la audiencia judicial de su término a hacer dicha identificación circunanunciada, declarando lo que les constare, y manifestando si quieren ser parte en el procedimiento. Para todo lo que exhorto a las Autoridades. 

Dado en Monforte a 22 de Diciembre de 1884. = José García de Castro. = El actuario, José R. Costa.

Gaceta universal, 29 de julio de 1884

Cazado en su propia trampa. 

En la semana última ha ocurrido un suceso lamentable en los montes de Valdebueyes, correspondientes al ayuntamiento de Ibias, en el partido judicial de Gangas de Tineo. Un oso de los que moran en aquellas selvas, mató recientemente dos cabezas de ganado vacuno, que con otras pastaban en dichos montes. Temiendo, y con justo motivo los vecinos de Valdebueyes, de quienes eran las reses muertas, que una vez cebado el oso con ellas continuaría matando otras, acordaron prepararle un armadijo, que suele componerse de carabinas cargadas y montadas con cuerdas en los gatillos, dispuestas aquéllas y éstas de manera que no viendo unas ni otras, disparen las carabinas al pisar las cuerdas que están cerca del suelo, al paso que aquéllas se colocan a la altura conveniente para que las balas puedan herir al oso en el tronco. 

Concluida la operación en el sitió del monte en que las reses fueran muertas, porque el oso acostumbra a volver al en que una vez hizo carnecería, se sentaron a descansar un rato, antes de emprender el viaje de regreso al pueblo. Entonces observó uno de los vecinos, director de dicha operación, que una de las cuerdas no estaba bien dispuesta, y fue á reparar la falta, pero con tan mala fortuna, que enredándosele en ellas una de las madreñas ó almadreñas que calzaba, se dispararon las carabinas, hiriéndole tan gravemente, que falleció a las pocas horas.

Boletín oficial de la propiedad intelectual e industrial, 16 de noviembre de 1887

11.409 - 5.865. Ídem 9 de Septiembre de 1887 la expedida en 10 de Agosto de 1886 a don Celestino Armiñán y Coalla, par un conjunto de maquinas para la fabricación de madreñas o zuecos.

BOE, 1 de junio de 1888

POLA DE LENA 

Por la presente se cita y llama, a fin de que comparezca a declarar ante este Juzgado de instrucción en el término de diez días, a contar desde la inserción de este anuncio, a un sujeto desconocido que acompañaba a José Barrio Gascón, vecino de Cubillas, el día 19 de Octubre último, en las inmediaciones del puerto llamado Brañillín, término de Pajares, y cuyas señas son como siguen: estatura regular, delgado de cuerpo, color moreno, bajo, barba negra y corta, nariz baja y caída de la punta; vestía gorra de color rojo con un poco de visera caída hacía los ojos, chaqueta de paño burdo, llamado de casa, pantalón de lo mismo remontado en badana roja, calzaba madreñas y llevaba, una manta casera caída sobre los hombros con rayas negras y blancas, cuyo sujeto se supone sea vecino de Cubillas, Ayuntamiento de Rodiezmo, en el partido judicial de La Vecilla; apercibiéndole que de no comparecer le parará el perjuicio a que haya lugar. 

Pola de Lena 13 da Mayo de 1888. = El actuario, Francisco Hevia González.

El Principado (Oviedo). 6 de junio de 1888

Muy flamantes, muy vistosos están con sus uniformes nuevos, los guardias municipales. Y hasta los hay montados... en madreñas. Pero a pesar de todo esto, hace días que en la calle del Rosal se da una cencerrada a unos recién casados con perjuicio de la tranquilidad de aquel vecindario.

Boletín oficial de la propiedad intelectual e industrial. 1 de septiembre de 1888,

2.213. D. Juan Roncero y Roncero, vecino de Madrid. Una marca de comercio titulada "La Mascotte", para distinguir sus artículos de comer, beber y arder, y otros como almid6n, añil, brillantina, etc.

Descripción .- Es una etiqueta de forma rectangular, cerrada por una línea negra e interiormente por otra blanca, sobre fondo azul con unos pequeños adornos en sus ángulos. En la primera línea que se coloque debajo del contorno, se leerá el nombre del artículo que contenga el objeto a que se adhiera. Debajo de esta inscripción en forma semicircular y en letras de capricho, se lee: "La Mascotte". En el centro, y dentro de una circunferencia de una línea azul, de cuyo color es el fondo como queda dicho, y por otra línea de fondo blanco, con dos pequeños adornos, a derecha e izquierda, se ve la figura de una aldeana o pastora que se halla a la terminación de una empalizada que semeja un puente, con ramajes a su derecha, teniendo la mano izquierda apoyada en la barandilla o balaustre, de madera rústica, y con la derecha sostiene por el extremo un báculo que se apoya en el hombro del mismo lado, pendiente del cual, y tocando el hombro izquierdo, hay un lío en el que se supone llevar ropa. La pastora o Mascota tiene madreñas y esta vestida con una falda que llega a la altura del tobillo; una especie de sobrefalda pegada desde la cintura a la distancia de las rodillas precisamente; su justillo un tanto descotado, y sombrero de ala ancha plegada en su centro por una flor y lazo, propio de las mujeres que se dedican a las faenas del campo. A la izquierda de dicha circunferencia se lee: "Marque"; a la derecha, "Deposée" Debajo de la misma circunferencia en una o dos líneas según convenga, llevara el nombre de la fabrica o procedencia del articulo que contenga el objeto a que vaya adherida la etiqueta.

 La Ilustración española y americana. 15 de enero 1889

Un nuevo cuadro del maestro D. Casto Plasencia damos  conocer en el grabado de la pág. 32, según fotografía de Laurent: La Vuelta del trabajo, tipos y costumbres de Asturias, en San Esteban. Destácase en primer término, sobre obscuro fondo de un bosque de hayas, gallarda campesina asturiana, que regresa A su humilde hopar después del rudo trabajo del día, llevando a la cabeza ancho pagio cargado de fresca hierba, y sostenido por la guadaña, ceñida a su cintura la correa que sostiene el zapico, dentro del cual va la piedra de afilar el instrumento agrícola, calzados sus pies de gruesas madreñas que se afirman con áspero ruido sobre el pedregoso camino. Un cuadro de Casto Plasencia es una obra magistral de color y de dibujo, y cuando se refiere a costumbres de Asturias, es además una reproducción del natural, característica, típica, sorprendida, por decirlo así, con profunda observación y delicado estudio.  

El Demócrata (Madrid). 3 de febrero de 1893

Hace pocos días ocurrió una horrible desgracia. Dos jóvenes de un pueblo inmediato a Besullo, del Ayuntamiento de Gangas de Tineo, que regresaban. a sus casas, fueron devoradas por los lobos en las sierras de Trones, cerca de dicha villa. Una de las victimas .había ido a Cangas por los papeles para casarse, y cuando regresaba alegre y tranquila, viéronse vorazmente atacadas por dichas fieras, siendo pasto de ellas. Entre la nieve se encontraron unas madreñas con manchas de sangre, restos de ropas, un collar de cristal, pedazos de huesos de sus esqueletos, parte de una calavera magullada y la otra casi por completo.

BOE, 18 de febrero de 1893 

LEÓN 

D. Alberto Ríos, Juez de instrucción de esta ciudad y su partido. 

Hago saber que en sumario que instruyo por expendición de moneda falsa, he acordado por auto de esta fecha la detención de un sujeto, cuyas señas personales y de vestir se expresan a continuación, y que con el nombre de Cipriano Díaz, compró el 29 de Enero próximo pasado 15 cheminas de garbanzos a Manuel de la Varga, vecino de Cífuentes, y 35 cheminas de garbanzos a Nicolás Bayón, que lo es de Nava de los Caballeros, ambos pueblos del Ayuntamiento de Gradéfes, y éste, uno de los de este partido judicial, siendo facturadas las 50 cheminas de garbanzos y 10 más compradas por el mismo sujeto a Adriano Villa, también vecino de Cifuentes, en 10 sacos, con las letras C. D., por Manuel de la Varga en la estación de Santas Martas, para la de Oviedo y a nombre de Cipriana Diez, calle del Carpió, núm. 14. En su virtud, ruego y encargo a las Autoridades y a los agentes de la policía judicial adopten las disposiciones convenientes para la busca y captura del expresado individuo, poniéndole a mi disposición, caso de ser habido.  

León 4 de Febrero de 1893. = Alberto Ríos. = Por su mandado, Marcelo González. 

Señas del sujeto cuya detención se interesa. Natural al parecer de Valverdín, en el Ayuntamiento de Cármenes, en el partido judicial de la Vecilla, de treinta y cinco a cuarenta años, estatura regular, bien parecido, pelo castaño algo cano, ojos también castaños, nariz regular, boca ídem, dentadura sana y completa, barba rubia y afeitada de seis a ocho días; vistiendo sombrero negro de paño ordinario, chaqueta, chaleco y pantalón de pana negra rayada, y calzado con madreña y escarpín abotinado. 

El Heraldo de Madrid, 31 de agosto de 1894

Igualmente se ha concedido privilegio de invención a García de Castro, de Oviedo, por un procedimiento para la fabricación mecánica de madreñas ó zuecos.

BOE, 27 de junio de 1903

BELMONTE 

D. Antonio López Varela, Juez de instrucción de esta villa de Belmonte y su partido en la provincia de Oviedo. Por la presente requisitoria y en virtud del núm. 1.° del artículo 835 de la ley de Enjuiciamiento criminal, se cita, llama y emplaza al procesado José Álvarez Menéndez, alias Lladroncin, vecino de Omedas, parroquia de Villavaler, partido de Pravia, de estatura baja, bigote escaso y canoso, color blanco, pelo cano, cara redonda, ojos pequeños y castaños; viste pantalón de pana color avellana a cuadros, chaqueta y chaleco de paño pardo, sombrero negro, camisa blanca y botas de becerro negro, cuyo actual paradero se ignora, a fin de que comparezca dentro de diez días al de la publicación de la presente en el Boletín oficial de la provincia y Gaceta de Madrid, ante este Juzgado, a constituirse en prisión y a responder a los cargos que le resultan en la causa que se le sigue por estafa de un caballo y efectos que se dirán a continuación, y se ha llevado por engaño el 19 de Mayo último en el pueblo de Dalia de este partido, a Gumersindo Cano y Álvarez.

Al propio tiempo ruega y exhorta a las Autoridades civiles y militares é individuos de la policía judicial procedan a la busca y captura de dicho procesado, remitiéndole a disposición de este Juzgado con el caballo y efectos que se ha llevado si se hallasen en su poder, lo mismo que la persona ó personas que los tubiere, sí no acreditan su legítima adquisición. 

Dado en Belmonte a 15 de Junio de 1903. = Antonio López Varela,  Por su mandado José M. Ramírez,

Señas del caballo y efectos.

Un caballo de seis años, de seis cuartas de alzada poco más o menos, color castaño claro, sin seña alguna particular, teniendo una pequeña rozadura en el lado derecho de la cincha.

Un aparejo redondo, nuevo, con la baticola gruesa hacia atrás.

Unos estribos de hierro para madreña.

Una cincha de burro de medio uso..

Una manta valenciana de cuatro caras estando dos bordadas de encarnado y las otras dos con hilos blancos y negros.

Una cabezada de cadena y una capa, 













 

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