martes, 16 de febrero de 2021

UNA ESCUELA PRÁCTICA DE MINERÍA. BARRUELO DE SANTULLÁN.

Revista contemporánea (Madrid). 1/1881, n.º 31, página 26.

UNA ESCUELA PRÁCTICA DE MINERÍA. BARRUELO DE SANTULLÁN.

AL LABORIOSO Y EJEMPLAR VECINDARIO DE BARRUELO.

Dos enseñanzas trascendentales deduce el observador al visitar este apartado pueblo de la provincia de Palencia; primera, la de la prodigiosa trasformación que están llamados á sufrir el suelo y la riqueza de nuestra patria cuando se apliquen á su decidida explotación industrial, agrícola ú otra cualquiera, la inteligencia y los capitales; segunda, la del benéfico progreso que se realiza en la vida del jornalero, y por ende en la gran masa de nuestra población pobre, cuando al amparo del trabajo constante, del orden y de las costumbres metódicas, la familia, por humilde que sea, tiene: limpio y decente su hogar, abierta la escuela para sus hijos, previsto el socorro para sus dolencias y desgracias, y hasta seguro el envidiado ahorro, si en el usufructo de la amplia libertad doméstica entran la prudencia y la fé en el porvenir. 

Tan agradables deducciones he podido.sacar yo también, aunque ligero observador, profano en cuanto á la industria minera se refiere, al detenerme breves días en Barruelo y al contemplar sus minas y su vecindario, cuya memoria, inolvidable para mí por tantos títulos, consignaré gustoso en los siguientes párrafos: 

DESCUBRIMIENTO. LA CORDILLERA PIRENAICA PALENTINA: CONSTITUCIÓN GEOLÓGICA. MINAS.—-RECUERDOS. 

Era presunción muy razonable entre las personas doctas la de que, habiendo tan notables criaderos de diversos carbones en las cercanías de Reinosa, en las vertientes de Asturias y en algunos puntos determinados de la cordillera que se extiende entre ambas comarcas, no dejarían de presentarse yacimientos de tan rica sustancia en la montaña de la provincia de Palencia. 

Y cuéntase que, entre los trabajadores, en algunas pobres fraguas de esa parte septentrional, ya desde largo tiempo venia utilizándose el carbón mineral como combustible. Ni unos ni otros indicios habían dado, sin embargo, un resultado positivo hasta que, un hecho particular vino á ser el origen de la poderosa explotación que ha conseguido dar tanto nombre á la minería española. 

Una tarde del año de 1838 volvía de Aguilar de Campóo á Salcedillo, avanzando por el áspero sendero de la subida del monte, el joven cura párroco de este último pueblo, D. Ciríaco del Rio, que pocos días antes había leído en el periódico de Madrid El Castellano un artículo descriptivo sobre el carbón de piedra y su explotación. Al llegar al término que hoy se llama Casa Blanca, entre los pueblos de Orbó y Barruelo, acertó á distinguir, rodados por el suelo, unos trozos de piedra negra y lustrosa, que se apresuró á recoger y guardar con especial cuidado, en la idea de que pudieran parecerse á aquellas de que con tanto elogio se ocupaba el diario madrileño. 

Hizo arder parte de ellas en su agreste y elevado rincón de Salcedillo, ocupóse de su descubrimiento con algunas personas entendidas de la comarca, volvió á reconocer el sitio, donde halló mayores y seguros vestigios de la existencia del mineral, y se decidió á acudir á Reinosa, á la casa de los Sres. Collantes, que ya desde hacia bastantes años explotaban con excelentes resultados su mina de carbón lignito de las Rozas. 

Formóse allí la primera sociedad explotadora, y pocos años después empezaron los trabajos en la cuenca del Rubagon. Así se lo he oído referir al descubridor mismo, que veterano ya, pero animoso, continúa, al frente de su curato todavía. Véase hasta dónde alcanza la influencia de un pobre artículo de periódico, que más ó menos científico y relegado tal vez á la sección de variedades, lleva en sus renglones la benéfica difusión y propaganda de los conocimientos útiles. 

La explotación no interrumpida, desde 1845 sobre todo, llamó la atención de distinguidos geólogos y mineros, que en su mayor parte no han dejado de visitar con detenimiento estas montañas. Pintoresco, interesante en alto grado y de grandes esperanzas para la riqueza patria es el Pirineo entero, desde las últimas cumbres mediterráneas hasta los peñascos de Finisterre, y como parte integrante del mismo, reviste esos mismos caracteres en grado superior, la cordillera palentina, que cuenta entre sus gigantes picos varios de los más elevados de España. 

Comprende la montaña, propiamente dicha, todo el espacio extendido al N. desde Alar del Rey, Valle del Burejo y Ojeda, valles y páramos del Buedo y la Valdavia y límite de la provincia de León hasta la cordillera pirenaica que nos separa de esta provincia.y de la de Santander. La rama de montañas más prominente, y que forma la divisoria, corre de E. á O., desde los páramos de La Lora, por los altos de Ahedo, de Bernorio, Guezura, Torrecilla, Candenosa, Hinestrosas, Valberzoso, Brañosera, Salcedillo, Labra la Vieja, Pico de la Sal de la Fuente, Cueva del Coble, Peñas de Pando, Portillo de los Asnos, Peña Labra, Peña de Brez, Sierras Albas, Puerto de Caloca, alto de Bestruya, Puerto de Aruz, Peña de Pineda, Peña Prieta y sierra de Cardaño. De ella se derivan hacia el S. las siguientes sierras:

La de Brañosera y la que desde Peña Tejeda avanza hasta Muda, que forman los arroyos y cuenca del Rubagon. La anterior y la de Parapertú, que forman la del Bucejo. La de Brieme y los Redondos, que forman la del Estalaya. Las de Peña Horada, Tremaya y San Salvador, que forman la del Pisuerga, y la de las Pandas, Pico Lezna, Valdenuevas y Curavácas, que forman la del Carrion. En esta última, la que desde el Puerto de Caloca por la Tañuga, Las Pandas baja á las inmediaciones de Rabanal de las Llantas, se divide en dos grandes ramales, formando hacia el O. la sierra del Brezo y al E. la del Pico y las cuencas del Valdavia y del Buedo. Por último, desde Peña Prieta desciende hacia el S., siguiendo la cuenca del Carrion, otra derivación muy importante que forma el límite de la comarca leonesa. 

Hé aquí, aproximadamente indicadas, entre otras, las mayores alturas sobre el nivel del mar, á que alcanza esta cordillera, y para cuyo mejor estudio detallado puede consultarse el Cuadro Gráfico de altitudes, trazado bajo la dirección del sabio ingeniero D. Casiano de Prado en 1856. Peña Prieta, 2.528 metros; Curavácas, 2.501; Espigúete, 2.433; Pico Murcia, 2.330; Peña Mala, 2.280; Pico Lezna, 2.190; Fuentes Carrionas, 2.160; Sierra de Redondo, 2.134; Lago de Curavácas, 2.120; Pico de Sal dé la Fuente, 2.110 ; Cerro de Guinea, 2.060; de Peñaloa, 2.060; Peña Redonda, 2.050; Terreo Bermejo, 2.050; Cerro de las Pandas, 2.010; Peña Carazo, 2.000; de Santibañez, 2.000; Las Cárdenas, 1.990; Sierra de Velilla, 1.880; Pico Tañuga, 1.890; Peña del Escajo, 1.890; de Villanueva, 1.860; Sierra del Brezo, 1.850; Peñas Corada, Lampa, del Cantoral, 1.790; Peña Biezma, 1.690; Alto de Campo Mayor, 1.650; Peña de Brez, 1.590; Piedras Luengas, 1.596; Cueva del Coble, 1.540; Cardaño de Arriba, 1.450; Colegiata de Lebanza, 1.420; Pico Almonga, 1.499; Peña de Villabellaco, 1.420; Cardaño de Abajo, 1.320; La Lastra, Vidrieros, 1.360; Convento de CorpusCristi, 1.308; Guardo, 1.130; Cervera, Muda, 990; Barruelo, 1.013; Valle, 1.220; Brañosera, 1.200; Salcedillo, 1.230; Nestar, 910; Aguilar de Campoó, 866. 

Excelente cuadro de estudios geológicos ofrece esta quebrada comarca en toda su extensión, que puede ser para los aficionados notable escuela práctica de tales conocimientos. También al insigne ingeniero citado debemos un detallado mapa de la formación geológica palentina, y hoy es esperado con ansia entre las personas ilustradas, el trazado geológico rectificado y completo, que con una detenida descripción, ha de publicar en breve el joven y muy estudioso ingeniero de minas D. Gabriel Puig, quien en compañía del entendido y veterano ayudante del cuerpo Sr. Gombau, recorrió la comarca entera, por encargo de la comisión especial del Mapa geológico de España. 

Por el momento, y para mejor inteligencia y vulgarización de la tarea descriptiva que á la montaña y á Barruelo se refiere, recordemos cómo está distribuida y cómo se ha formado la constitución geológica de este territorio, según los más racionales datos que la ciencia y la observación del terreno nos enseñan. 

Sabido es que en las grandes épocas geológicas se verificaron revoluciones-tan colosales, que, aun vistas al través de las deducciones científicas, muy lejos de aquellos siglos en que la corteza terrestre se fue formando, sorprenden y maravillan el ánimo cuando se comparan con el aparente quietismo que hoy se observa en la naturaleza de las montañas. 

Eternas nos parecen éstas colocadas inmóviles en su sitio desde aquel dio, de la Creación, y sin embargo, esa eternidad es un brevísimo plazo de tiempo, comparada con los siglos y siglos que fueron necesarios para que estas formaciones naturales aparecieran tales cuales hoy se ven. 

Desde la época del enfriamiento decidido de nuestro planeta, dos fuerzas inmensas contribuyeron, en perpetua lucha, á crear (?) las montañas y la superficie toda: la del fuego y la del agua; la de la fuerza repulsiva emanada de aquél que. levantaba las cordilleras, las islas y los continentes, y la de la gravedad, que obrando sobre ésta, una vez condensada, la precipitaba sobre nuestra superficie en forma de inmensos diluvios, que modificaban casi por completo las rocas ya levantadas, que alteraban profundamente la naturaleza y disposición del suelo y que distribuían sus yacimientos como en hojas perfectamente determinadas de ese gran libro, en el que la ciencia ha aprendido á leer, en nuestro siglo, la historia de la tierra. 

Veamos, pues, la crónica de esas revoluciones inmensas en el álbum natural, que ofrece nuestra cordillera, sintetizando aquí sus conclusiones en breves palabras. Un océano, constantemente alterado por colosales erupciones de materias ígneas, cubría toda la extensión que hoy ocupan el Norte y el centro de nuestro país; por el enfriamiento surgieron y empezaron á formarse en su superficie los terrenos cristalinos primitivos, los granitos, gneis y micaesquistos de sistema azoico ó inorgánico, que cubierto en gran parte por sucesivas creaciones, aún asoma en algunos de los puntos más elevados de nuestra región, como en El Espigüete. Peña Prieta, Pico de Aruz, Estalaya y otros, y que, como es natural, forma la base y asiento profundísimos de toda la comarca. 

Atacado mecánica y químicamente el granito y descompuesta y disgregada su superficie y sus partes constituyentes por las enormes masas de torrenciales lluvias, que á alta temperatura cayeron sobre él, los elementos areniscos y arcillosos compusieron en el fondo de las aguas nuevos terrenos. Formáronse sobre la superficie de las rocas también los duros y relucientes esquistos. 

Nuevas erupciones sacaron fuera de las aguas los esquistos negruzcos y azulados, las pizarras verdes y la caliza primitiva del terreno llamado Cambriano ó de la Grauwacka inferior; á este período sucedió otro de calma durante el cual, y como á modo de primeras estratificaciones ó capas, se fueron depositando sobre las superficies formadas, otras de pudingas y gres, de esquistos y de calizas, que empezaron á constituir esos terrenos hasta aquí llamados de transición, pero que ya no se denominan así en geología, porque se sabe que su estructura es debida á accidentes, de los que se conocen con el nombre de metamorfismo de las rocas, y de cuyo período proceden los mármoles que se encuentran en algunos puntos de la formación devoniana de esta comarca, en Cervera por ejemplo. 

Después de la calma referida, levantóse en una nueva impulsión de ese terreno devoniano formado en el fondo de las aguas, arrastrando consigo á los precedentes y á las capas calcáreas y restos de vegetales carbonizados, que habían constituido el carbón denominado antracita. La formación devoniana, que tanta extensión ocupa sobre la tierra, se extiende en la cordillera palentina en dilatadas zonas: una desde el limite de la provincia de León por Otero de Guardo, cortando al río Carrion, por Alba de Cárdanos, Camporredondo, Valcobero, alto del Brezo, Rabanal de las Llantas, San Martin de los Herreros y Ventanilla, hasta las inmediaciones de Ruesga; otra al Norte desde el límite de la provincia de Santander, puerto de Aruz, peña de Cárdenas y pico Tañuga por Las Pandas, Lebanza y Polentinos, hasta cerca de Bañes; otra más pequeña en los Castrillos de Valle cerca de Barruelo y alguna que otra, por muy breve espacio, como en Muda. 

Enormes masas de materias fundidas volvían á hacer nuevas erupciones, se evaporaban cantidades de agua inmensas también, y al condensarse éstas caían como grandes cataratas sobre la caliza devoniana y la antracita mezclándolas, arrastrándolas y posándolas sobre las aguas en forma de caliza carbonífera, en cuya superficie se desarrollaron nuevas razas de animales y de vegetales sobre todo, que deshechas y amontonadas por nuevos diluvios y hundimientos, expuestas á la elevada temperatura interior y á la enorme presión dé las nuevas capas, que se depositaron sobre ellas, se abrasaron, transformándose en hulla ó carbón de piedra. 

Esta combustión dio lugar á explosiones que destrozaron y pulverizaron las rocas cercanas, cuyos restos se acumularon en capas de pudingas, gres micáceos, esquistos y arcillas sobre la masa de carbón. 

El terreno carbonífero ocupa en Palencia mayor extensión aun que el devoniano y puede considerársele formado por una sola mancha entrecortada por el terreno anterior en el N. y O. por el triásico inmediato sucesivo y otros más modernos en el E. y el S. Extiéndese llenando un espacio superficial de más de 60.000 hectáreas por Orbó, Barruelo, Campo Mayor, Paso de Muñeca, orígenes del Pisuerga, pie de la Sierra de Redondo, Piedras Luengas, Peña de Brez, Sierras Albas, Lores, el Campo, San Salvador, Bañes, Pico Lezna., Puerto de Pineda, Fuentes Carrionas, Peña Mala, Monte de Aguasalio, Valverde, El Espigúete, Cardaño de Abajo, Triollo, Santibañez, Ruesga, Sierra del Pico, Sierra del Brezo, Velilla de Guardo, Peña Lampa, Montes de Valdaya, Cruz del Jabalí, Guardo, Villafria, Sierra del Brezo, Villanueva, Peña del Cantoral, Sierra del Pico, Pico Almonga, Valsadormin, Vallespinoso, Muda, Cerro de Cabramocha, Verbios, Nava de Santullan y Orbó. 

Constituida la formación carbonífera, se fueron asentando ya en verdadera estratificación sedimentaria los gres, calcáreas y otros elementos del terreno estéril, dyas ó permiano, y las areniscas abigarradas, calizas conchíferas, y margas irisadas del terreno triásico. 

Este es el que aparece sobre el carbonífero desde Peña Labra, Sierra de Redondo, Peñalba, Paso de la Muñeca, Brañosera, Salcedillo, altos de Barruelo y de Orbó, Matabuena, Monasterio, Villanueva, Rueda y extendido también por Cordovilla, Quintana, Canduela, Cillamayor, Matamorisca, Corbio, Frontada, Quintanilla de Berzoso. Valoría, Aguilar de Campoó y en algunos otros puntos de las orillas del Pisuerga y del Oriente de esta comarca. 

Los manantiales de sal de Quintana, Pisuerga y Frontada pertenecen naturalmente á este terreno triásico. Al período de aparición del trias sucedió la calma, que dio lugar á la sedimentación de los terrenos jurásicos, que también tienen una notable representación en el gran espacio que se extiende desde Villanueva de Henares cerca del límite de Santander, por Menaza, Nestar, Cuenca del Rubagon, páramo de Aguilar, Matalbaniega, Peña Longa y ribera del Pisuerga; en el inmediato campo ribereño de Renedo de Zalima, San Mames y Quintana Hernando, y en algunas estrechas fajas aisladas que aparecen en Puentetoma y en las cercanías de Respenda. 

Ya en la parte meridional de todos los terrenos anteriores, se extienden los terrenos: cretáceo, que ocupa gran extensión; terciario, que se presenta en dos estrechas y muy desiguales zonas, y por último, el cuaternario diluvium, que cubre de N. á S., desde la línea extrema inferior de la montaña hasta la tierra de Campos, casi las tres cuartas parte de la provincia. Suponen los geólogos que en el período de la formación cretácea superior, fué cuando se levantaron los Pirineos, los Apeninos, los Alpes Julianos, los Karpatos y los Balkanes, dando lugar á una de las más violentas crisis y revoluciones por que pasó la tierra en sus seculares fases de formación, repeliendo las aguas hacia las comarcas más bajas, y dejando en seco mucha parte de los continentes, por cuya superficie empezaron á correr, desprendidos de las montañas, los grandes ríos actuales. 

Las formaciones que se han indicado, debidas á una serie de épocas orgánicas ó de calma, que alternaron sin cesar con otras críticas ó de revolución, á la doble acción de las aguas y de las grandes erupciones ígneas que levantaban los terrenos sucesivamente constituidos, debieron en nuestra montaña permanecer durante siglos y siglos á flor de agua y en sus profundidades, hasta que, llegada la época Cretácea y verificado su colosal levantamiento, quedaron en la disposición que hoy muestran. 

En esa serie de evoluciones colosales hay, como se vé, un período en el que la hulla se forma, y pues que conviene á este rápido bosquejo estudiar cómo tuvo lugar tan admirable fenómeno, sintetizaré aquí lo que acerca de él debe apuntarse. 

«Todos los yacimientos de hulla,—dice el sabio catedrático de geología de la universidad de Edimburgo, A. Geikie,— fueron al terminar el período devoniano (devonian group) espesas masas de vegetación nacida en vastas llanuras pantanosas, un tanto semejantes á las que se ven hoy en los terrenos bajos y húmedos de las regiones intertropicales. 

Estas grandes lagunas recubiertas de plantas tenían por fondo un suelo fangoso, del que brotaba una vegetación expléndida, y este suelo es el mismo que hoy forma el muro arcilloso sobre el que el carbón descansa.» Los trozos calcáreos del terreno devoniano arrastrados por las aguas al pie del mismo, formaron el verdadero suelo, la caliza carbonífera de las cuencas marinas. ¿Qué clase de plantas vivieron en aquella flora, cuyo carbón utilizamos hoy? «Los restos más comunes que se hallan entre los fósiles del carbón,—dice él maestro de los geólogos Ch. Lyell,—se pueden clasificar bajo el orden siguiente:—Heléchos y Sigillarias, Lepidodendras, Calamites, plantas coniferas y stigmarias. 

Las frondas de los heléchos son más numerosas que ninguna otra planta en los esquistos de la hulla...... Los troncos y tallos de estos heléchos han recibido el nombre de sigillarias.» 

En una notable Memoria publicada recientemente por la Academia de Ciencias de París, titulada: Recherches sur les graines fossiles silicifiées, de Adolphe Brongniart, hay un capítulo de gran interés acerca de la sucesión de las floras antiguas, y en él, después de la exposición del cuadro general de los cambios sufridos por el reino vegetal, en el que divide éste en reinos: de las plantas Acrógenas, Gimnospermas y Angiospermas, comprendiendo en el primero los períodos carbonífero y Pérmico, dice, en síntesis, refiriéndose á aquél: 

«Existían en la época carbonífera tres grupos particulares de vegetales, que no solamente fueron destruidos, sino que desaparecieron en las floras subsiguientes, los cuales caracterizan al a vegetación primitiva del globo, y son: 

1.º Las Asterophilitas, plantas generalmente herbáceas. 

2.º Las Sigillarias, grandes vegetales arborescentes. 

3.º Las Noeggerathias, representadas tan sólo por sus hojas casi intermediarias, en su forma y estructura, entre las de las Cycadeas y las de ciertas coniferas. 

El predominio numérico de los heléchos, la presencia de los Lepidodendros, de las Sigillarias y de las Asterophilitas, formas anómalas y destruidas desde entonces, la ausencia completa de las dicotiledóneas ordinarias ó Angiospermas, y aún probablemente de las monocotiledóneas, así como el raro número de las verdaderas coniferas y la ausencia probable de las Gycádeas propiamente dichas, son los caracteres más pronunciados de esta primera vegetación del globo, cuyos restos han producido las capas de hulla ó carbón de piedra. 

Esta vegetación, poderosa por el número y tamaño de sus ejemplares, era muy poco varia en sus formas, pues apenas contaba 500 especies diversas, distribuidas en seis ó siete familias.» (Bulletin de la Association scientifique de France. 19 Decembre 1880.) (1) (1) Como ejemplo curioso del desarrollo de la vegetación hullera, puede citarse el enorme tronco fósil de un Siringo dendron, encontrado recientemente, en las minas de Carbón de Bességes (Gard), de 3 metros de circunferencia, de l,50 de altura, y que desde primeros del actual mes de Enero, figura en la colección geológica del Museo de Historia Natural de París.

De la carbonización de ese mundo vegetal resultó el almacenamiento subterráneo de tanto combustible, de tanta fuerza oculta, que convertida hoy de nuevo en calor, sostiene la vida de colosales industrias. Sabido es el maravilloso, aunque natural mecanismo, de la conversión del calor y de la luz solar en fuerza, de la asimilación del carbón por los vegetales y de la síntesis que en el fenómeno de la combustión se verifica, y que tan súbitamente hace cambiar en fuerza repulsiva intermolecular el calor que produce. 

Hablando del calor solar y de la naturaleza de las fuerzas, decía el insigne doctor Mayer en su Die organische Bewegung: «Las plantas se apoderan del ácido carbónico, del oxigeno y del carbono combinados, los separan, guardan para si él carbono y dejan el oxígeno en libertad, y no tienen esta potencia de asimilación en virtud de una fuerza especial distinta, por sus cualidades intrínsecas de las demás de la naturaleza, no: aquí el mágico que produce esa maravilla es el sol. 

Ya sabemos que el calor se gasta ó que desaparece al separar los átomos y las moléculas de los cuerpos, y que pasa al estado de energía potencial, para reaparecer de nuevo bajo la forma de calor, cuando entra en juego la atracción de los átomos separados; pues estas mismas consideraciones que aplicamos al calor debemos aplicarlas á luz, porque la descomposición del ácido carbónico se hace por la influencia de la luz del sol. 

Sin ésta no tendría lugar tal reducción, que exige un gasto de luz exactamente igual al trabajo molecular realizado. Merced á ella crecen los árboles, se llena el campo de verdor y se abren las flores. Si los rayos del sol caen sobre un arenal, la arena, después de calentada, devuelve al espacio por radiación la misma cantidad de calor que ha recibido; pero si caen sobre un bosque, la cantidad de calor devuelta es muy inferior á la recibida, porque la energía de una porción de los haces luminosos se emplea en hacer crecer los árboles. Al inflamar un pedazo de carbón, el oxigeno del aire se une de nuevo á su querido carbono, y se produce una cantidad determinada de calor exactamente igual á la que el sol cedió, á la que el vegetal gastó, para que se formara el trozo de combustible.» 

La luz del sol determina en las plantas la formación de una sustancia llamada clorofila, en cuyas células se produce la descomposición del ácido carbónico del aire, y por cuyo intermedio se aumenta sin cesar la cantidad de carbono que el vegetal contiene. El ácido carbónico penetra en la planta atravesando la cutícula que cubre la cara superior de las hojas, y se descompone en la sustancia indicada, produciéndose, cuando el vegetal está expuesto al sol, un volumen de oxígeno sensiblemente igual al que el gas contiene y que es espelido. 

De los siete rayos diversos ó colores de que se compone la luz blanca del sol, el anaranjado es el que, siendo el más enérgico de los absorbidos por la clorofila; determina la descomposición del gas. (Mr. Timiriazeff.) Probablemente también absorben los vegetales el carbono de las materias carboníferas acumuladas en el suelo en que crecen, según los recientes experimentos del sabio Mr. Deherain, que sigue en esto la teoría de Saussure, Soubeyran, Hugo von Mohl y Sachs contra la opinión de Liebig, Boussingault y Grandeau. (Véase: Origine du carbón des vegetaux. Revue Scientifique.— Novembre, 1880.)

 ¿Y en cuánto tiempo se formó esa poderosa flora que abasteció los depósitos de donde se extrae el carbón de piedra? «La duración del período de calma que siguió al levantamiento del terreno devoniano debió comprender gran número de siglos, porque según el cálculo de Mr. Elias de Beaumont, todo el carbón que podrían suministrar los bosques actuales no formaría, á lo más, en la extensión de las minas de carbón que se explotan, más que una capa de 16 milímetros en un siglo. Suponiendo, pues, la vegetación antigua diez veces más activa que la nuestra, debieron pasar más de ciento ochenta siglos para que se formasen esos bancos de hulla de 30 metro de espesor, que se encuentran, por ejemplo, en el Mediodía de Francia.» (León Brothier. Hisfoire de la ierre.) 

Asusta la consideración de ese período de tiempo, y sin embargo, «las experiencias del físico Bischof sobre la formación dé las rocas basálticas, parecen demostrar que para que se enfriaran éstas, desde la temperatura de 2.000 grados á 200 centígrados, fué necesario que trascurrieran trescientos cincuenta millones de años.» (J. Tyndall) En los terrenos hulleros no aparece una sola capa, indicio de una sola formación, sino que se hallan tres, cuatro, doce, veinte y más, que indican que hubo otras tantas formaciones diversas y sucesivas. ¿Cómo se explica esto? Oigamos al geólogo A. Geikie: » 

«Las capas de hulla que fueron un día verdes florestas en la superficie, se hallan hoy profundamente enterradas en el suelo. Expliquemos el hecho: La disposición en que se encuentran las capas en todas las minas, nos demuestra que la extraña y colosal revolución que determinó el hundimiento y enterramiento de los bosques no fué un hecho único, sino que debió repetirse muchas veces. En efecto, cada capa de carbón fué un campo distinto de vegetación y de lozanía, calentado por el sol, cubierto de árboles y de colosales heléchos. 

Además del testimonio de esta certeza, que nos ofrecen las capas, se encuentran en ellas, á veces, árboles petrificados en medio de los gres y de los esquistos, en la posición que ocuparon cuando vivían. Sus raíces aún aparecen incrustadas en el,suelo primitivo. Las capas inferiores son naturalmente las más antiguas. Las capas más profundas debieron ser enterradas antes de que creciesen las nuevas florestas en el mismo sitio. Se formaron, sin duda, en un vasto pantano inundado, cuando su suelo se hundió. La arena y el fango, acarreados por las aguas, se posaron sobre el bosque sumergido constituyendo esas capas sedimentarias que, bajo la forma de esquistos y de gres, recubren la hulla. 

Esos sedimentos llenaron los pantanos, y, cuando su cenagoso fondo asomó á la superficie de las aguas, volvió á brotar sobre él una nueva floresta, semejante á la enterrada. Un nuevo hundimiento hizo desaparecer ésta; cubriéronla los sedimentos, y así sucesivamente, por ese movimiento de descenso, á intervalos, las capas llegaron á muchos cientos y miles de- profundidad durante la larga duración de aquellos siglos.» 

Los levantamientos de los terrenos inmediatos les hicieron perder su horizontalidad, y las capas, no sólo sé inclinaron hasta ponerse casi verticales, sino que se encorvaron y retorcieron en grandes extensiones, se quebraron aplastándose en otras, se interrumpieron en muchos puntos, y hasta se acumularon varias en una sola. Tal es la diversa forma en que para desesperación y gran trabajo de los mineros suelen presentarse. 

Como no todas las capas enterradas estuvieron sometidas á las mismas condiciones de temperatura, presión y otras circunstancias, resultó que en la Combustión subterránea que las trasformó en hulla, adquirieron diversas cualidades, según la mayor ó menor cantidad de carbono, ó de compuestos hidrocarbonados y con que quedó constituida su masa, por lo cual la naturaleza y las aplicaciones de los diversos carbones que se extraen en una misma mina varían sobre manera. 

Prescindiendo de las antracitas ó carbones secos, antiguos, procedentes de las formaciones silurianas y devonianas, que se queman sin llama ni producción de gases, pero con gran desprendimiento de calor, hay: hullas duras, las dé las capas inferiores, qué dan poca llama, mucho calor y pocos gases, y que se usan por los hornos; hullas aglutinantes, con menos carbón y más materias volátiles, á propósito para forjas y talleres de herrero; hullas crasas, con menos carbón y más sustancias gaseosas proporcionalmente, que se emplean para fabricación del gas y del cok, y hullas blandas, que encierran la mitad próximamente de cada especie de dichos componentes, que dan llama larga y no se aglutinan, usadas en los hornos de parrilla. 

Hay, además, carbones de terrenos más modernos, como el lignito y la turba, que tienen también muy excelentes aplicaciones. El lector preguntará sin duda: y puesto que tan expléndida y grande fué la hora que, constituyendo aquellos bosques, vino á formar los carbones, ¿no hubo en esa época vida animal? ¿No hay restos fósiles animales en la hulla? Precisamente corresponden á este periodo los extraños restos petrificados de ciertos reptiles saurios, mitad reptiles, mitad peces, imperfectos como tales, pero que pueden representar perfecta-' mente en los estudios trasformistas el punto de partida de la bifurcación de las razas animales en razas terrestres y razas acuáticas. 

En la calcárea carbonífera, no solamente se hallan restos de tales seres de transición, sino que abundan mucho sus escrementos fósiles, llamados coprolitas. Hay, además, en los terrenos hulleros moluscos lacustres, corno los Unios; marinos, como los Nautilos, Spirifer, Orthoceras, Amonitas, Pectens y algunos Microconcos y Cipris. 

La tarea del estudio dé la clasificación, importancia y significación de los fósiles, entra hoy en un nuevo campo de investigación es, que han de variar por completo el aspecto bajo que se les consideraba, y que servirán para determinar, de un modo concreto y mucho más científico que el presente, la naturaleza geológica de cada comarca. 

El sabio jefe del instituto geológico de Austria, Mojsisovics von Mojswar, en sus recientes trabajos, comprendiendo que á determinadas condiciones físicas corresponden también determinadas relaciones de vida y formaciones fijas de rocas, define así las facies geológicas: «Conviene entender que esta palabra expresa las relaciones de las condiciones físicas exteriores, con la naturaleza de los sedimentos y el medio en que se desarrollaron los seres organizados. Comarcas biológicas vecinas pueden presentar las mismas facies, y entonces de seguro que se componen de los mismos depósitos minerales, y que contienen las mismas familias ó grupos de organismos. No deben comprenderse bajo esta denominación las diferencias de orden puramente geográfico, ni oponerse con ella las formaciones marinas á las terrestres.» 

Las facies dependen sólo de los fenómenos corológicos. La corología es la parte de las ciencias naturales que trata de las áreas de distribución de los organismos en la superficie del globo (Hoeckel). Para que las clasificaciones sean exactas deben estar basadas en el conocimiento de estas condiciones. El citado sabio Mojsisovics ha aplicado estos principios al estudio geológico de los Alpes, del Tyrol y del Véneto. 

Según él, las condiciones corológicas se estudian en tres grupos: 1.º Por la naturaleza del medio en que se ha Verificado la formación geológica; 2.º por la región, y 3.° por las condiciones físicas de lugar, dividiendo las regiones en Heteromésicas é Isomésicas; las provincias dé cada una de ellas, en Isotópicas y Heterotópicas, y cada, una de éstas enfades Isópieas y Heterópicas. 

La corología, aunque complica bastante la tarea del geólogo, puesto que le obliga á buscar para cada formación la naturaleza y las condiciones físicas del medio, para poder indicar con seguridad las áreas de distribución de los seres organizados en cada época, marca el único camino que debe seguirse para llegar á establecer la historia verdadera de los fenómenos que se han sucedido en la superficie del globo, objeto final y esencial de la geología. 

Cuando estos estudios se generalicen podrá hacerse con racional fundamento la clasificación de nuestro suelo montañoso palentino, en el que es grande la abundancia de fósiles de todas las. formaciones. (Para mejor conocimiento de esta nueva fase de las prácticas geológicas, véase la obra reciente, de V. Mojsisovics: Tie Tolomit-Riffe von süd Tivol und Venetien Beitrage zur Büdungs geschichte der Alpen.) 

Ya queda expresada la extensión que ocupa en nuestro suelo la formación carbonífera, cuyas principales capas de explotación se encuentran en Barruelo de Santullan y en Orbó. Además, desde hace largo tiempo está empezado, aunque en pequeño, el laboreo de esos mismos yacimientos en San Cebrian de Muda y hay minas de carbón denunciadas también: en San Martin y Parapertú, en Herreruela, en Celada de Roblecedo, en Bañes, en San Salvador de Cantamuga, en Lores, en Vergaño, en Guardo, en Rabanal de los Caballeros, en Respenda de la Peña, en Dehesa de Montejo, en Redondo, en Valdegama, en Castrejon y otros puntos. 

Abundan así mismo los indicios de la existencia de filones metálicos en los diversos puntos de las formaciones geológicas indicadas, y se han denunciado, entre otras minas, las siguientes: De hierro, en Bañes, Ventanilla, Respenda de la Peña, Villanueva de Henares, Barrio de San Pedro, Matamorisca y Cervera. De cobre, en Estalaya, Bañes, Carracedo, Dehesa de Montejo, Celada, San Martin de los Herreros, Ventanilla, Castrejon, Resoba, Rabanal de las Llantas, Matarhorisca, Cervera y Ruesga. De calamina, en Redondo, Brañosera, Triollo, San Martin de los Herreros, Ventanilla y Celada. De plomo, en Camporredondo, Triollo, San Martin, Celada y Alba de Cardaño. De antimonio, en Ventanilla y Resoba. De zinc, en San Salvador de Cantamuga, Redondo y Ruesga. De lignito, en Lomilla y Gama. 

En las colecciones mineralógicas que poseen algunos particulares, se encuentran como ejemplares curiosos procedentes de esta montaña: Areniscas micáferas inferiores al conglomerado de Barruelo; granate-almandina, cobre rojo y chalcopirita, malaquita, hierro pardo y bellas cristalizaciones de roca granatífera con fespato calizo de Bañes; galena con pirita de cobre, azurita, cuarzo litoideo cristalizado y antiguas esíorias de plomo de Ruesga; blenda, malaquita y galenas del Pando; hierro, limonita, cuarcita Tombo-édrica, y hullas de Valdecastro, de Guardo; hierro oligisto de Ventanilla; marcasita, cuarcita y mármol de Cervera; caliza fibrosa, caliza jurásica semi-litográfica de Aguilar; caliza espática de Cillamayor, dolomía estactiliforme e Valdefuentes; caliza carbonífera con cobre de Valsadormin; preciosos ejemplares de madera fósil, lignito del terreno cretáceo de Becerril del Carpió, y calizas coraliformes, cristalizadas, concrecionadas y de otras diversas formas del interior de las numerosas cuevas que se pueden visitar en esta cordillera. 

El instituto de segunda enseñanza de Palencia posee también una buena colección de estos ejemplares, que fueron recogidos y clasificados por el estudioso ingeniero de minas, autor de la notable obra Carbones minerales de España, D. Román Oriol, y aguarda la interesante colección estudiada y preparada por el ya citado ingeniero D. Gabriel Puig. 

A los severos estudios mineralógicos y geológicos dan agradable descanso y variedad las contemplaciones de la prehistoria, de la antropología y de la historia, cuyos recuerdos pueden formar en la montaña un delicioso album. 

La educación moderna exige que el hombre de ciencia no sea un ser grave, ensimismado en sus difíciles y lucrativos estudios, negado á todo lo que no se llamen observaciones, análisis y números. Nuestro insigne maestro J. Tyndall, por ejemplo, á pesar de ser uno de los primeros físicos de la época, figura como uno de los hombres de letras más distinguidos de Inglaterra; Wurtz es eminente en su laboratorio y en sus vastos conocimientos literarios; Helmholtz, Dubois Reymond y S. V. Thomson brillan, tanto en sus obras por ser sabios de primer orden, como en los círculos académicos por su competencia en otros conocimientos de muy variada índole. 

Y es la verdad, que nada proporciona más'placentero descanso al espíritu, después de la tarea del gabinete ó del observatorio, que la amenidad de las letras, de la historia y de las bellas artes. Cuando recorráis la montaña investigando los yacimientos mineralógicos, ó estudiando la distribución forestal, para ver qué regiones convienen á la explotación minera, ó cuáles de los dilatados eriales deben repoblarse de especies arbóreas, no dejéis de gustar el indescriptible encanto que sabe hallar el hombre culto al contemplar ésas fases de la historia de nuestro pueblo, que están escritas en seculares caracteres de piedra. 

Al lado de Barruelo os ofrece Brañosera casas de la duodécima centuria, Revilla un delicioso portal románico en su iglesia, otro Mata-albaniega y Aguilar de Campoó sus recuerdos hebraicos, su ruinoso castillo, sus curiosas ermitas, y su destrozado monumento de Santa María la Real, dechado de bellezas románicas en su incomparable claustro, hoy criminalmente deshecho y hundido y sin restauración posible. 

Muda tiene su famosa peña: «toda hueca,» como allí se dice, con restos de antiquísimas viviendas, con raros vestigios que los vecinos guardan. Cervera en su verde y pintoresca vega os brindará cien curiosas escursiones; Fuentes de Ruesga sus maravillas naturales; Lebanza su recóndita abadía. Rabanal de los Gaballeros la casa en que nació el insigne historiador Lafuente; Pisón de Castrejon su notable templo románico; La Pernia sus históricos rincones, y Campo Redondo sus cuevas con antiguas inscripciones y con amplio espacio para las investigaciones prehistóricas, ni siquiera iniciadas en esta comarca y que están llamadas á formar curiosísimos capítulos de los primeros tiempos de nuestra patria. 

En las agrestes escursiones pueden irse explorando los yacimientos prehistóricos y los asilos trogloditas, pueden recorrerse las vías y puentes de la época romana, es fácil tomar detallada nota del desarrollo del arte en los siglos X, XI y XII en sus reducidas iglesias, en las modestas y.típicas espadañas de sus campanarios y en los objetos que aún se conservan; y prestan además excelente motivo de estudio, Ja distribución y forma de las villas, sus restos arqueológicos, sus tradiciones, sus fortalezas y en una palabra, ese armónico conjunto de interesantes datos casi olvidados, á los cuales apenas se da importancia alguna y con cuyo estudio puede el hombre inteligente reconstituir, en gran parte, la poco conocida historia de nuestro pasado (1). (1) Entre las ciencias complementarias de la antropología, en la lingüistica una de ellas, pueden hacerse curiosas investigaciones respecto á las etimologías de muchos nombres, que aún se conservan en ambas vertientes de esta cordillera que describo. Por ejemplo, son términos de procedencia ibérica los siguientes, tomados entre otros cuarenta semejantes: Orbó, Or-ié, al pié de la altura; Guezura, Guezuria, altura blanca; Olea, sitio de la ferrería; Elecha, casa del ganado; Barago, Badago camino alto; Igero, paso elevado; Meadoria, punto angosto, ó Mendoria, otero; Caorras, Gal-orra, altura Ubre, abierta; Guinea (cerro de), estremo; Andará, valle grande; Urdon, agua buena; Pisuerga, Bizu-erreca, rio de dos puentes; Argobia, debajo de las peñas altas; Basieda, Monte suave, etc. etc

ASPECTO ACTUAL.—DESCRIPCIÓN.—PERTENENCIAS. EL TRABAJO EXTERIOR. 

Barruelo era hace poca más de veinte años una ignorada y pobre aldea, escondida en un estrecho valle de los montes, compuesta de nueve humildes casuchas y de una reducida iglesia. No conocían su nombre más que los habitantes de aquella parte de la montaña. Por Barruelo no se iba á ninguna parte, ni de Barruelo salia apenas nadie con dirección á punto alguno del mundo. 

Hecho el descubrimiento del carbón por el cura de Salcedillo y constituida en Reinosa la sociedad explotadora, empezó á figurar en los mapas, hacia el año 1848 la casa de Collantes, con el símbolo minero, donde ya desde 1846 se explotaban los yacimientos de hulla. Aquel edificio era todavía en 1856, cuando se habían arrancado á la tierra cerca de 30.000 toneladas de combustible, el único lujo y la única innovación del antiguo pueblo. 

Componíase la casa, situada á la margen izquierda del Rubagon, frente á la entrada de la mina Bárbara, de una sencilla construcción con piso bajo y principal, con una extensa galería al Sur, delante de la cual se extendía la huerta. Detrás de la casa y pasado un amplio corral, había otra reducida vivienda donde se instaló la administración. 

Al otro lado del rio y más al Norte, se veía la entrada de la mina Porvenir, que ya en 1857 contaba con una galería de 900 metros, y á su lado, frente á Barruelo, se alzaban varios cobertizos destinados al abrigo de la numerosa carretería con que se efectuaba la conducción de combustible á Alar. 

En ese tiempo era ingeniero director de la explotación D. Rafael Gracia Cantalapiedra, quien tenia á sus órdenes un administrador y un escribiente. Los señores Collantes y D. Ángel Barroeta vendieron las minas al Crédito Mobiliario Español y éste á su vez á la Compañía de los ferro-carriles del Norte, que ha denunciado algunas más y que es la que ha dado á Barruelo su poderosa vida. 

¡Cuan variado se presenta su aspecto actual! El ferro-carril minero de Quintanilla de las Torres á Barruelo, construido en 1864 y que une las minas con la red general de las de la compañía del Norte, pone al visitante en el muelle de la nueva y próspera población en breves minutos, después de pasar por las inmediaciones de Menaza, Nestar, Villavega, Cillamayor, Orbó con sus notables minas de carbón. Porquera y Revilla. 

La cuenca del Rubagon se concentra en angosto valle, que cierra por el Norte la cordillera pirenaica, y allí, robando terreno á las laderas, á la izquierda de la corriente se alza la extraña y curiosa perspectiva del gran centro industrial. Al llegar á Barruelo se ven al otro lado del rio las escombreras, formadas por negruzcos y relucientes esquistos amontonados, que apenas caben ya en el valle, y cuya su- pérficie humea constantemente por la combustión que en contacto del aire sufren las piritas de hierro en descomposición. 

El agua del Rubágon avanza negra por haber lavado centenares de toneladas de combustible; pero bien pronto se decanta, posa y aclara en dos grandes depósitos, marchando por su cauce adelante tan limpia como entró en el pueblo. Numerosas filas de rails componen enlazadas vías, sobre las que se forman los trenes carboneros, y frente á la entrada de este animado muelle, pavimentado de negro y húmedo barro de carbón, como todo el suelo del pueblo, se alza el magnífico horno Appolt. donde se fabrica el cok, con sus múltiples filas de parrillas, sus cuatro chimeneas en los ángulos, sus wagones férreos de carga, sus regaderas de enfriamiento y sus galerías de servicio. 

Más arriba del horno, ea la ladera, delante del camino de Orbó, hay un grupo de casas de bueno y regular aspecto: es el barrio del Perchel. Siguiendo hacia el pueblo, y en medio de otras construcciones, se ve una extraña y elegante torre oscura piramidal, rematada por esbeltos adornos y en cuyo frente se lee: Pozo Bárbara, 1877; es el castillete que cubre la bajada de la mina de ese nombre, dentro del cual se mueven los férreos cables que suben y bajan sin cesar las cajas cargadas ó vacías de combustible y de agua, desde una profundidad de cerca de cien metros, impulsados por dos poderosas máquinas de vapor, situadas en otro edificio más alto, que se eleva pocos metros más atrás. 

Este castillete, que hoy tiene 11 metros de altura, será sustituido en breve por otro de 25, con objeto de poder sacar los escombros á la inmediata ladera, porque ya no hay espacio en el valle para colocarlos. Al lado de este pozo se encuentra la bocamina y galería del mismo nombre, explotada por los señores Collantes y que hoy sirve de vía de servicio y ventilación. Delante del castillete y sobre el muelle, se ven los restos de los antiguos hornos del sistema Aubin, que sirvieron para hacer cok. Inmediata se alza la negra y fea mole y la chimenea de la antigua fábrica de aglomerados, sistema Middleton, que funciona hace diez y siete años. Avanza hasta las vías férreas con su esbelto trazado y su elegante chimenea de 30 metros de altura, la nueva fábrica sistema Bouriez, más allá de la cual está la subida desde la vía al pueblo. 

Otro edificio raro, una especie de esqueleto regular y negro, que sostiene una amplia techumbre se divisa después; es el secadero, á cuyo piso principal se ven ascender los wagones tolvas cargados de menudo carbón húmedo. 

A su lado se alza el lavadero Evrard, de dos pisos, con sus chimeneas y el intermitente colosal resoplido de sus cilindros de compresión, y delante de él, pasada la calle que surcan pequeños rails, sobre el limite de la vía férrea, se vé el lavadero viejo Berard con su fachada encuadrada de ladrillo rojo, su rara ornamentación y su torrecilla del reloj. 

Detrás de este primer término del cuadro, se alza en la ladera el característico caserío del nuevo Barruelo, con sus cuarteles de blancas fachadas y extensas galerías encarnadas, la casa de la Dirección con su galería-invernadero y sus jardines, las casas particulares, el nuevo y severo Consistorio, y detrás el monte, el barrio de la Cuesta, la Dehesa y los altos de Juan Japero. 

En la margen derecha del Rubagon, además de algunas cuadras y cobertizos, están la boca-mina Porvenir, los talleres de reposición, el primer plano inclinado y polea del tranvía, los altos de Elechar, y sobre la orilla misma, el barrio de Triana. Cierran el valle por el Poniente los altos de Villavellaco, que dan sobre el valle de Barbadillo, y no tiene más luz, más aire ni más alegría Barruelo, puede decirse, que la que recibe de la cañada abierta al Mediodía, por donde el ferro-carril avanza, y al término de la cual cierran el paisaje el alto caserío y la iglesia de Matabuena. 

Ocupando, como parte mínima, todo el espacio del pueblo, y dilatándose por su término jurisdiccional y los de Branosera. Revilla, Orbó y Valle se extienden las 34 concesiones mineras de Barruelo, que comprenden 1.607 hectáreas. En la línea NO. á SE., que es la que siguen las capas de carbón, y marchando de este rumbo á aquél, ocupan las minas y sus pertenencias este orden: Minas: Competidora, Abiércoles, Estrella de Elena, Elvira, 2; Jovita de Perazalce, 4; Morena, Brígida, Dolores, Carlota, 3; Leopoldina, 4; Eugenia, 129; Bárbara, 3; Mariana, 46; Porvenir, 4; Union, 4; Antoniana, 4; Jovita 3; Joaquina, 158; Ernestina, 4; Mercedes, 4; Nagel Makér, 3; Petrita,4, Resucitada, 2, Conchita, 2; San Joaquín, 2; Santa Bárbara, 3; Ánita, 2, y San Buenaventura, 415. 

No todas están en explotación, y no en todas se trabajan las mismas capas, como más adelante se verá. De lo primero que puede más fácilmente hacerse cargo el observador que visita á Barruelo, es de la industria exterior, que comprende: los lavaderos, el secadero, las fábricas de aglomerados, el horno del cok y los almacenes y talleres. 

Lavaderos.—El gran lavadero, sistema Max Evrard, ocupa un extenso edificio situado cerca de la bocamina Porvenir y del pié del tranvía, que baja el carbón de las minas altas. Los wagones-tolvas, que conducen el mineral, lo vierten en una ancha parrilla, donde varias mujeres separan los trozos más grandes para la venta al comercio, y los trozos grandes de esquistos también, que van á la escombrera. 

El menudo, que pasa al través de la rejilla, es recogido por los cangilones de hierro de una cadena sin fin que los eleva al piso segundo, el más alto del lavadero, por el impulso de una máquina de vapor de 5 atmósferas. El carbón cae allí sobre un tambor cedazo, que gira con gran velocidad y que separa los pedazos mayores, del resto. Aquéllos marchan al taller del escogido, y éste cae en una gran caja para ser lavado, cuya operación se ve efectuar en el piso principal. 

Abierta la válvula de dicha caja, caen el carbón menudo y los esquistos á un gran cilindro, en el interior del cual y por el sencillo movimiento de una palanca, que dirige un muchacho, se eleva el agua comprimida por el vapor, en cuyo líquido queda el mineral en suspensión, separándose automáticamente en relación á su mayor ó menor densidad, en diversas capas, de modo que el polvo fino queda encima, el menudo debajo, debajo el más grueso, y más abajo aún el esquisto. 

Una vez hecha la sedimentación regular por densidades, el muchacho mueve otra palanca, el todo se eleva, viértese el agua, que aún contiene un 80 por 100 de carbón, y que va al decantador para aprovecharlo, y aparece la masa lisa y húmeda del carbón perfectamente clasificada y lavada. Muévese otra palanca y avanza entonces una especie de wagón recogedor sin fondo, que empuja hacia adelante la primera capa de carbón menudo, haciéndole caer en los wagones-tolvas, que aguardan en el piso bajo para conducir el mineral al secadero. 

Un movimiento inverso de las palancas vuelve el mecanismo á su estado inicial, cae de la criba más cantidad de carbón, y la operación empieza de nuevo. Los esquistos no se sacan de cada carga, sino que se dejan los de tres ó cuatro para verterlos juntos. El mecanismo interior de este admirable aparato es el siguiente: Dos grandes calderas preparan el vapor, que ha de comprimir el agua. Llega ésta al lavadero por un dilatado conducto de madera que la toma del Rubagon fuera del pueblo. 

En dos cilindros casi incrustados bajo el piso ordinario, hay agua tomada de aquel conducto y que los llena casi hasta la parte superior. El gran cilindro donde se mueven el tallo y el émbolo elevador tiene también agua hasta la misma altura, rodeando al cuerpo de bomba en que sube y baja el tallo. 

Él vapor, á 8 atmósferas, penetra por la parte superior del cilindro medio, y para que no se condense al contacto del agua fría, encuentra una pieza de hierro suspendida y circular, que no toca á las paredes del cilindro y por cuyo intermedio trasmite su presión á la capa de aire que hay debajo y ésta á el agua, la cual empuja y eleva en el otro cilindro principal el émbolo, el líquido y el mineral lavado. 

A cada carga se acumula nueva cantidad de vapor en el cilindro impulsor, y cuando después del lavado de varias está lleno, se le da salida de una vez, por la parte inferior, produciéndose ese ruido característico de la expansión en grande escala, que tanto se nota en la industria de Barruelo. 

Detrás de la boca superior del cilindro lavador, hay otro horizontal de pequeño diámetro que impulsa al wagón que recoge, arrastra y vierte el carbón lavado. Para mover esté colosal mecanismo, bastan un maquinista, un fogonero y dos mozos. Una señorita puede dirigir la operación dando movimiento á las cuatro palancas de la sencilla meseta del piso principal, con la comodidad y limpieza más perfectas. 

La máquina Max Evrard lava cada diez minutos una carga, y puede producir 400 toneladas diarias de hulla lavada, al precio de 1 real por tonelada. El agua con carbón en suspensión, pasa á los cangilones de una cuerda sin fin, que la vierten en un gran decantador, donde se agita una rueda de paletas para que no se forme barro, y desde donde el líquido, después de limpio, marcha á unas grandes balsas colocadas detrás del, secadero. El sedimento que queda se vierte en wagones y es conducido á las balsas del secadero para ser allí evaporado. 

El reconocimiento de la perfección del lavado se hace por un método volumétrico poniendo, en suspensión en cierta cantidad de una disolución de sulfato de zinc un volumen dado de la masa lavada, la cual, por la relación de densidades que hay entre la hulla, el esquisto y el indicado líquido, se divide en dos partes, ocupando la superior la hulla, y la inferior el esquisto, y pudiéndose apreciar instantáneamente si el lavado está bien ó mal hecho. 

El lavado le quita al carbón gran parte de sus cenizas, dejándole con un 5 ó 6 por 100 solamente. Los trozos de carbón de segunda clase, que han sido separados por la criba superior, son escogidos y apartados por varias mujeres que sentadas en el suelo los separan de los esquistos, al peso, en la mano, con solo cogerlos. 

Frente á este lavadero nuevo está el viejo,.sistema Beerard, compuesto de una máquina de vapor y de dos aparatos, que lavan de 100 á 120 toneladas diarias, produciendo 65 de hulla lavada, con seis á siete de ceniza y con un coste que no pasaba de cinco reales tonelada. Fué el que se usó hasta 1878 en que empezó á funcionar el descrito. El de Béerard no limpiaba bien y necesitaba mucha gente, puesto que hoy se lava cinco veces más cantidad empleando cuatro operarios, en vez de 14 que aquél ocupaba. 

En este mismo departamento se halla el horno de ensayos de calcinación de los carbones, compuesto de varias muflas, en cuyas cápsulas se calcinan 25 gramos de cada muestra, que no deben dar más del 8 por 100 de cenizas. Un empleado con su balanza de precisión y su libro, de constantes registros, hace este especial trabajo antes de que los carbones salgan de Barruelo. 

Como el mineral que se destina á la fabricación del gas y á las máquinas fijas de las líneas se seca durante el recorrido, se embarca directamente después de lavado, pero no así el que se emplea para la fabricación de aglomerados ó briquetas el cual pasa á los 

Secaderos.—Son de muy sencilla pero ingeniosa instalación, compuesta de un extenso cobertizo abierto al aire libre por sus lados, y de dos cuerpos, uno principal, á donde se elevan por medio de un ascensor impelido por el agua que el vapor comprime, los wagones tolvas, que cargados de lavado menudo y de agua con carbón, avanzan por él sobre rails y en dos vías para verterlos, aquél, en el piso inferior, donde en montón se seca, y éste, en una extensa balsa donde el carbón en suspensión se concentra y se posa. 

El barro que resulta en este último depósito se coloca sobre un extenso horno en que el fuego evapora el 25 por loo de agua, que aún contiene. Una cañería subterránea separa las aguas infiltradas en la extensión del secadero. Toda esta cantidad de combustible que contiene el agua, y que es, como se ha dicho, del 80 por 100 de su volumen, se perdía en los antiguos sistemas de desecación. El menudo, ya seco, marcha en otros wagones á las 

Fábricas de aglomerados.— La nueva del sistema Bouriez funciona desde 1878, produciendo cada veinticuatro horas 220 toneladas de aglomerados y lavados, al precio de 60 reales cada una. Antes de entrar en ella se ven los depósitos de brea y alquitrán que se mezclan con la hulla para la fabricación. 

Un pequeño molino pulveriza la brea antes de emplearla. En la fábrica situada al nivel de la vía férrea, el mecanismo recibe su movimiento del impulso de una poderosa máquina de vapor, alimentada por dos grandes calderas de 90 caballos de fuerza, que tienen 15 metros de largo cada una y dos parrillas de cinco metros cuadrados de superficie. Sostiene su tiro, sobre un zócalo monumental, una chimenea de 30 metros de altura y de 1,20 de luz en su cima. La brea y la hulla en la proporción respectiva de 7 y 92 por 100 se mezclan por el movimiento regulado de dos ruedas de velocidades distintas, cuya mezcla sube por los cangilones de una cuerda sin fin á un gran cilindro, á donde llegan también el alquitrán en la proporción de un medio por 100, y el vapor de agua. 

Este derrite la brea y cae la pasta á un depósito, en él que unas ruedas de paletas renuevan tres veces la mezcla. Dos árboles acodados, de admirable disposición, dan movimiento á los moldes, de los que salen dos verdaderas vigas de aglomerado ya hecho, que avanzan lenta y paralelamente al compás de los émbolos, en una extensión no interrumpida de 15 metros. 

En este curioso recorrido, que sorprende sobremanera al observador, los aglomerados se enfrian, y como no están perfectamente soldados, porque durante el movimiento de retroceso del émbolo, cada aglomerado sólo se une aparentemente al anterior que ha salido del molde, basta la débil presión que hace un obrero al extremo de esta viga sobre un pequeño resalto, para que ésta se vaya partiendo en trozos iguales, que caen sobre un ancho cable sin fin de dos bandas, desde donde pasan sin cesar á dos wagones siempre preparados á la carga, en el cobertizo mismo del muelle. 

Como el movimiento y la producción son constantes, los obreros no pueden descuidarse un sólo momento, porque las briquetas ó conglomerados partidos caerían entonces fuera de su sitio. Estos conglomerados son el gran combustible para las locomotoras, y en el que se emplea en todas las líneas de la compañía del Norte. 

El peso de cada briqueta es de 8 kilogramos. La fábrica del sistema Middleton ó vieja, está situada detrás de la anterior, y se compone de dos aparatos movidos por el vapor, que en moldes aislados y sobre una superficie circular producen 50 toneladas cada doce horas, al precio de 90 rs. Este aparato, sumamente costoso, es de los primeros que se hicieron, y funciona, como he dicho, hace diez y siete años. 

La máquina horizontal es de 15 caballos de fuerza y la elaboración requiere muchos operarios. Tanto el lavadero Evrard, como la fábrica de Bouriez, constituyen dos instalaciones monumentales, dignas de ser visitadas y estudiadas por todos los ingenieros y personas de alguna ilustración, y demuestran los poderosos medios con que cuenta la Compañía del Norte, puestos á disposición de una industria tan vasta como la de Barruelo, que la surte de combustible para todas sus necesidades. De la primera sólo hay aparatos semejantes en los grandes centros industriales de Montcel-Sosbiers y Rochela Moliere; y de la segunda tan sólo se ha construido otra para una importante región minera de Bélgica. 

Barruelo es, pues, en España, una escuela incomparable de minería hullera, para cuantos quieran estudiar. 

El horno Appolt para la fabricación del cok, es una vasta construcción de ladrillo, dividida en cuatro pisos, con el inferior, que contienen 18 retortas verticales, donde se calcina la hulla. La ventilacion de los hornillos está perfectamente distribuida, y el tiro de la combustión se regula por cuatro grandes chimeneas situadas en los ángulos de la obra. 

La combustión dura veinticuatro horas, en las que se fabrican ocho toneladas de cok. Como que para hacer éste se pierde el 35 á 40 por 100 de la composición de la hulla, no se fabrica para la venta pública, sino para las necesidades de la compañía. 

Los wagones-tolvas de hierro vierten el mineral por la parte superior del horno, y una vez obtenido el cok se hace caer en otros wagones semejantes, en los cuales se apaga con chorros de agua fría. Antes se hacia el cok al aire libre, por cuyo medio obteníase sólo el 20 por 100; después se usaron los hornos Aubin, que daban un 46, y hoy, en el horno Appolt, se utiliza hasta un 65, con un gasto de 20 reales por tonelada. 

Entre estos diversos establecimientos están distribuidos los talleres de carpintería, herrería, lampistería y otros, que constantemente se ocupan en la reposición del material interior y exterior de las minas. 

Delante de la casa-direccion están los almacenes con su oficina de registro y sus grandes existencias de materiales, herramientas, lámparas y utensilios, ocupando un espacio de tres pisos. En un patio inmediato se ven los depósitos de cal hidráulica, ladrillos, petróleo para el consumo del alumbrado exterior y aceite para las lámparas del interior, y de cuya sustancia se consumen siete arrobas diarias. El visitador de las minas, inteligente ó profano, camina, pues, de sorpresa en sorpresa, al ver cómo, después de pesados todos los wagones que llegan de los arranques, con su número de orden, mina, galería y capa, se separan el combustible y sus esquistos en cinco clases, se lavan á razón de 3.000 kilogramos cada diez minutos, y están dispuestos á embarcarse, ya clasificados, á los quince de haber salido de las profundidades de la tierra. 

Admírase al ver con cuánta economía de tiempo, de fuerza humana, de espacio y de dinero se realizan, tanto las operaciones anteriores como las de la fabricación de aglomerados, y comprende que, si bien es necesario hacer enormes desembolsos, posibles sólo á ricas empresas, para la instalación de estas colosales máquinas, pueden resarcirse en breve tiempo los gastos, siempre que se apliquen tan admirables adelantos de la industria á la explotación de criaderos de la importancia de éste, y siempre que en la dirección y marcha de la industria presidan el orden, el método, la severidad en el cuidado de los aparatos y la economía más inexorable en el uso del tiempo. 

Las máquinas consumen un alimento que las mismas minas dan; la montaña presta aguas abundantes, y es claro, con carbón y con agua, con calor y con vapor las maravillas que se pueden obtener de las dóciles fuerzas de la naturaleza, sometidas al dominio de la inteligencia, son incalculables. Contemplando estas grandes instalaciones, se entiende cuánto valen el tiempo, el estudio y el trabajo, cuando que tratan de dar valor al dinero, más dócil aún que las energías naturales, en cuanto á poder ser dignamente utilizado á nuestra voluntad, y en cuanto á poder trasformar en breve tiempo la condición de los pueblos y de las familias. 

La admiración que causan en el ánimo estos mecanismos en movimiento, va seguida siempre de un vivo deseo de ahondar más y más el misterio de la industria minera; después de estudiar los milagros del arte y de la mecánica, se siente necesidad de estudiar las maravillas de la naturaleza en sus oscuros senos. La curiosidad, creciente á cada momento, nos lleva á visitar las minas. Marchemos, pues. 

(Se continuará.) RICARDO BECERRO DE BENGOA.


LA MINERÍA EN PALENCIA (Revista de España. 7/1888, n.º 122, página 516.)

A mis amigos de la montaña minera: Mathieu Zuaznabar, Pellico, Morales, Durand, Ruviera, Moragas, Cos, Polanco, Inguanzo, Hevilla, Landaluce, Zulaica, Manterola, Ayestarán y Olea, en recuerdos de inolvidables días.

Palencia 20 de Diciembre de 1888.


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