Al igual que hoy –donde sigue siendo uno de los problemas que más preocupan a los españoles, entre la subida de los alquileres y el aumento del precio de compra–, el acceso a la vivienda de las clases medias y bajas fue un problema histórico de España al que no se le intentó poner remedio hasta principios del siglo XX, en la Restauración. Los barrios bajos de los extrarradios de las grandes ciudades ni siquiera eran un asunto que preocupara a la prensa del siglo XIX, hasta que unos pocos periodistas se atrevieron a adentrarse allí para denunciar las condiciones infrahumanas en las que vivían los ciudadanos más desfavorecidos.
El primero en hacerlo fue Julio Vargas, en Madrid, cuyas crónicas para el diario ‘El Liberal’, en 1885, sobre el desaparecido barrio de las Injurias criticaban que el vecindario ni siquiera tuviera una entrada. El que quisiera llegar hasta su hogar tenía que «despeñarse por las violentas cortaduras del terreno hasta un ancho barranco». Y continuaba: «Lo primero que llama la atención es un arroyo de copioso caudal, cuyas negruzcas aguas repugnan a los ojos y ofenden el olfato. Al intentar descubrir el origen del hediondo vertedero y su pestilente riachuelo, uno cae en la cuenta de que son las aguas fecales de la atarjea del barrio de las Peñuelas que, tras engrosar las del alcantarillado general, se desbordan en el Manzanares por ese punto».
Dos décadas antes, tanto la capital como otras ciudades de España estaban constreñidas dentro de sus murallas, que durante décadas impidieron su expansión a pesar del crecimiento demográfico. Para que se hagan una idea, a mediados del siglo XIX, Londres contaba con dos millones de habitantes, por los 200.000 de Madrid. A pesar de ello, esta última tenía unos índices de población muy superiores. No hay que olvidar que, en las primeras décadas del siglo XX, se produjo un movimiento muy importante de migración desde el campo, lo que provocó una falta de viviendas en las grandes urbes, donde los vecinos más pobres terminaron por desparramarse en arrabales inmundos, sin planes de saneamiento ni atención social.
Antes de Vargas había que acudir a los informes médico-sanitarios para conocer algo de lo que ocurría en los llamados «barrios extremos» o «tenebrosos». Esos mismos artículos de denuncia, a los que luego se sumaron después figuras como Benito Pérez Galdós y Pío Baroja, hicieron que creciera la preocupación por parte de las autoridades, que intentaron ponerle remedio. Siguiendo el ejemplo de países como Gran Bretaña y Francia, España trató de que la población más pobre pudiera acceder a una vivienda en condiciones dignas. La ‘Ley de Casas Baratas’ de 1911 fue el primer intento serio de intervención pública para aliviar las enormes carencias habitacionales de las clases populares.
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