Andrés Rodríguez-Pose es catedrático de la London School of Economics, exdirector de su Departamento de Geografía y Medio Ambiente de 2006 a 2009, director del Centro Cañada Blanch, y consultor de la UE.
Formado en la Universidad Complutense de Madrid y tras pasar por la Administración, lleva ya diecinueve años en la London School of Economics (LSE) como profesor de Geografía Económica. En Inglaterra, gracias a un premio de 325.000 libras, ha podido dedicarse a la investigación.
Estudioso del fenómeno del populismo, en los últimos años se ha especializado en innovación, tema que centró un foro en Valencia el pasado mes, en el que advirtió de que “Europa está perdiendo el tren”.
Pregunta. ¿Por qué un geógrafo se interesa por la innovación?
Respuesta. Como geógrafo económico me interesa cómo se genera innovación en territorios y empresas, como se introducen nuevas ideas y cómo se aplican sobre todo en el sector empresarial. La innovación está muy polarizada, se concentra en muy pocos espacios geográficos y de empresa. La distribución del empleo en Europa es relativamente equitativa, con desigualdades, pero no es comparable. Se habla mucho de la polarización de la política, pero la innovación aún está más polarizada.
P. ¿En qué sentido?
R. La innovación se hacen en grandes y pequeñas empresas, que muchas veces innovan solo una vez. En la Unión Europa, 27 de 270 regiones concentran el 10% de la inversión en I+D. La inversión media en Europa es del 2,1% del PIB y en España, el 1,4%. Pues bien, la innovación aún está más concentrada, en polos como el sur de Alemania, Países Bajos, la región de París o las grandes capitales nórdicas.
P. ¿Y en España?
R. En Madrid, Barcelona y Valencia, pero por intensidad el principal polo es el País Vasco. Por cierto, en innovación verde, de carácter ecológico, el 75% de las regiones europeas no produce ninguna patente verde. En España, la mayor concentración en este sentido está en Zaragoza.
P. ¿Y en qué situación está Europa respecto al resto del mundo?
R. Europa está perdiendo el tren de la innovación y la competitividad, frente a Estados Unidos o China. Europa tiene un problema similar al de España pero en un sentido más amplio: la competitividad. En 2000, la UE representaba un cuarto del PIB a nivel mundial, ahora un 17%. En Europa tenemos 60 millones de personas que viven en regiones con una renta per cápita inferior en términos reales a la del 2000: están en retroceso. Y 75 millones que viven en regiones que no han crecido: están estancadas. Y las que más crecen, no crecen mucho.
P. ¿Cuáles son las causas?
R. La principal es que no se innova lo suficiente. Se ha invertido más en I+D, pero menos que en EE UU. China nos pasó hace tiempo. Europa hace mucha investigación, publica más en cantidad que Estados Unidos, cosa que no pasaba hace unas décadas, pero estamos innovando menos. El número de patentes, que es una manera imperfecta de medir la innovación pero es la que tenemos, es prácticamente el mismo que hace 20 años.
P. ¿La vieja Europa no se renueva?
R. No estamos haciendo los deberes. Para innovar hay que transformar las ideas en actividad que permita mantener nuestra calidad de vida. Somos la envidia de parte del mundo, porque tenemos la mejor calidad de vida. Pero Europa lleva mucho tiempo jugando peligrosamente, viviendo por encima de sus posibilidades.
P. ¿Cómo se puede revertir esta situación?
R. Tener un estado grande, unificado, como EE UU o China, ayuda. Estamos apostando de manera fragmentada y dividida; apostamos por investigación básica frente a la aplicada o por inversión pública en I+D sin apoyar la inversión privada. Tenemos sistemas legislativos y financieros que no favorecen la innovación y sistemas educativos rígidos, que generan problemas de desajustes entre la oferta educativa y el mercado laboral. Tenemos problemas de formación continua en el mercado de trabajo. Mucho menos en Alemania, ciertamente. La vacuna europea que mejor ha funcionado contra el coronavirus, Biontech, sale de una spin off de una universidad alemana de rango medio como Mainz. Se puede crear y creamos, pero debemos aplicar mucho más las creaciones al mercado.
P. Parece como si la innovación fuera la panacea. En la actual emergencia climática, algunos apuestan por el decrecimiento.
R. Todos los casos que se han dado de decrecimiento han creado más problemas ecológicos que los casos de crecimiento. Por ejemplo, en los países africanos como Níger o Zimbabue, donde el aumento de la población impone una mayor presión sobre los recursos. O Polonia era cinco veces mas rica que Ucrania, hablo antes de la guerra, y las emisiones en la primera eran más reducidas. Me gusta la innovación inclusiva y sostenible, que beneficia a gran parte de la población. Los mejores sistemas innovadores son los de los países nórdicos, como Dinamarca.
P. ¿Se puede establecer una relación directa entre el fenómeno de la polarización y la ascensión del populismo?
R. En el foro de Cañada Blanch de hace dos años, la investigadora de Oxford Özge Öner explicó cómo afectaba que a tus vecinos de la región de al lado les fuera muy bien, mucho mejor que a ti. En esa región aumenta el voto populista. Lo suscribo. Pero yo me he fijado más en términos absolutos. Hemos desarrollado el concepto de la trampa de desarrollo (medida con las variables de la renta per cápita, el empleo y la productividad) en relación con la región en el pasado, de los últimos cinco años con respecto a los cinco anteriores, de su relación con el resto del país, y con la Unión Europea. En EE UU muchas regiones que caen en trampas de desarrollo salen de manera relativamente rápida. En Europa, muchas regiones llevan 20 años e incluso 30 años en trampas de desarrollo, salen muy poco. Estas regiones son las que más se están volviendo antisistema. También influyen otros factores sociales.
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