martes, 11 de junio de 2024

Branko Milanovic y la desigualdad

Branko Milanović es un economista serbo-estadounidense especializado en desigualdad económica, pobreza y desarrollo. Se doctoró en economía en la Universidad de Belgrado en 1987 con la tesis Desigualdad en Yugoslavia. Trabajó en el departamento de investigación del Banco Mundial, como profesor visitante en la Universidad de Maryland y en la Johns Hopkins University. Entre 2003 y 2005 fue socio sénior en el Fondo Carnegie para la Paz Internacional en Washington para continuar como adjunto hasta 2010.

En su libro Desigualdad mundial. Un nuevo enfoque para la era de la globalización (Global Inequality: A New Approach for the Age of Globalization) Branko Milanovic expone el futuro posible de la desigualdad mundial. En el primer capítulo se explica cómo la desigualdad mundial ha cambiado a partir de la Revolución Industrial y de la caída del Muro de Berlín. Asimismo, se realiza un recuento histórico del surgimiento de la clase media y su antagonismo con los súper ricos. En el segundo apartado, se analizan algunos factores de la desigualdad nacional y se reformula la teoría de los ciclos de Kuznets, para el autor la desigualdad tiende primero a incrementarse y luego a reducirse. En la tercera sección se contrasta la desigualdad global a través del tiempo y entre diferentes países. Por su parte, los últimos dos apartados constituyen la proyección de un posible escenario a futuro de la desigualdad y de posibles alternativas a este problema.

Es frecuente escuchar que la globalización ha traído niveles de desigualdad sin precedentes. ¿Qué hay de cierto en esta afirmación? La respuesta depende de si pensamos en la desigualdad entre países, la desigualdad local (entre personas dentro de cada país) o la desigualdad global (entre todas las personas de todos los países). Branko Milanovic integra las tres perspectivas en su último libro, Global Inequality: A New Approach for the Age of Globalization, en el que presenta para el gran público sus investigaciones sobre los cambios en la distribución global de la renta en las últimas tres décadas.

1. La desigualdad de la renta global

El primer punto es el cambio en la distribución de la renta global. Para examinar esta evolución, Milanovic divide la población mundial en grupos de renta y relaciona su posición en esa distribución con el cambio en su renta desde el año 1988. Esto permite ver qué grupos de renta han mejorado en las últimas décadas y responder a si hay más o menos igualdad: si los ricos se hubieran enriquecido y los que tenían menos, empobrecido, el mundo se habría vuelto menos igualitario.

Milanovic se fija en tres grupos, que son los que más se diferencian por el cambio en su situación ecónomica, calculada en función de la renta anual por hogar y persona, renta que se obtiene dividiendo la renta del hogar entre el número de personas que lo habitan, incluyendo los hijos. Por ejemplo, una familia con un hijo y en la que los padres ganen 60.000 dólares al año cada uno, tendría una renta por hogar y persona de 40.000 dólares al año. Esta operación permite evitar que los hijos, al no tener rentas, figuren como artificialmente pobres (a pesar de beneficiarse de la renta de sus padres) y los padres como artificialmente ricos, a pesar de compartir su renta con el resto del hogar.

En primer lugar, los que menos habrían ganado son las clases medias de los países industrializados. Su renta apenas habría crecido. Son personas que desde una óptica mundial son relativamente ricas, ganan entre 5.000 y 10.000 dólares al año por hogar y persona. Esta es aproximadamente la renta mediana en España (7.500), más del doble que la de México (2.900) y el triple que la de China (1.800). En segundo lugar, lo que podríamos llamar la élite económica mundial habría mejorado su renta en un 60%. Se trata del 1% más rico e incluye a los oligarcas y millonarios, pero también a cualquier persona con una renta por encima de 40.000 dólares anuales. El tercer grupo lo forman las clases medias emergentes, llamadas así porque se sitúan en la parte intermedia de la distribución. El individuo tipo es una persona de clase media de un país como China o la India con una renta de entre 1.000 y 2.000 dólares al año. Aunque comparados con las personas que viven en países industrializados, se trata de individuos relativamente pobres, su renta ha mejorado hasta un 80%, y son, por tanto, los principales ganadores del proceso.

Con estos datos es posible matizar la preocupación por el aumento de la desigualdad. Si bien el grupo de las clases medias de los países industrializados apenas ha mejorado, tampoco ha empeorado –ni ellas, ni ningún otro grupo–. Y si nos atenemos al nivel mundial, la desigualdad global no ha aumentado porque la mejora de las clases medias emergentes ha compensado con creces las ganancias del 1% más rico. (Como veremos, un diagnóstico distinto se puede alcanzar para el caso de la desigualdad interior). Gracias a este impresionante cambio, la desigualdad de renta mundial está hoy en mínimos históricos desde la Revolución industrial.

2. Más países ricos

Según Milanovic, se puede descomponer la desigualdad entre personas en dos partes: una debida a la renta del país en que se vive, y otra a la posición que se ocupa dentro de cada país. Del total de la desigualdad, aproximadamente un tercio corresponde a la desigualdad interior y los otros dos tercios a la desigualdad entre países.

A la ganancia derivada de vivir en un país rico Milanovic la llama la prima de ciudadanía, que explica muchos fenómenos internacionales, de los cuales tal vez el más notable sean las migraciones internacionales. Sin embargo ¿qué determina la evolución de la prima de ciudadanía? ¿Por qué unos países son ricos y otros no? ¿Ha sido esto siempre así? Durante la mayor parte de la historia, las diferencias entre países eran modestas. El comportamiento demográfico de las sociedades preindustriales era tal que los aumentos en la producción se traducían en aumentos proporcionales en la población. Como consecuencia de ello, el nivel de vida apenas aumentaba en el tiempo y la mayor parte de la población vivía en el nivel cercano al de subsistencia, por lo que la mayor parte de los países tenían rentas per cápita similares.

La igualdad internacional se rompió con la Revolución industrial, cuando el ritmo de la innovación en algunos países adelantó al del crecimiento demográfico y, como consecuencia de ello, estos se enriquecieron y se distanciaron de los demás. Esta situación ha caracterizado al mundo hasta una época reciente. Sin embargo, en las últimas décadas, varios países abandonaron el Tercer Mundo y se convirtieron en emergentes, entre ellos algunos de los más poblados de la tierra como China o la India, y han comenzado a converger con los países industrializados.

3. Desigualdad y desarrollo

Es frecuente que las discusiones sobre el crecimiento de los países sean paralelas a las que atañen a la desigualdad. ¿Lleva el crecimiento económico a una sociedad más igualitaria? ¿Se benefician los ricos y los pobres en los mismos términos de la prosperidad? Para observar la conexión entre igualdad y crecimiento, Milanovic organiza su discusión de la desigualdad alrededor de la curva de Kuznets.

El nobel de economía Simon Kuznets sugirió que, aunque en la fase inicial de la industrialización la desigualdad aumentaría, con el desarrollo a largo plazo la renta fluiría hacia las clases medias y el crecimiento redundaría en una mayor igualdad. Esta parecía una descripción razonable a mediados del siglo xx, cuando Kuznets la formuló, pero no hoy, al menos a la luz de los últimos treinta años. Porque las clases altas han mejorado su situación notablemente de manera global, pero no así las clases medias de los países desarrollados y, por ello, la desigualdad local ha aumentado.

Para explicar este cambio en la relación entre crecimiento y desigualdad, la literatura económica se ha fijado, sobre todo, en dos evoluciones: el cambio tecnológico y la apertura de la economía (la globalización). La tecnología genera desigualdad porque ha hecho desaparecer los empleos automatizables, es decir, los que pueden ser sustituidos por máquinas u ordenadores. Son empleos automatizables el de secretario y muchos empleos industriales. En cambio, no lo son los que implican resolver problemas que no se pueden anticipar de forma concreta y requieran cierta creatividad. Creatividad no significa que estos trabajos sean necesariamente de tipo intelectual. La contabilidad, cuidar enfermos, pasear animales o servir mesas son actividades creativas.

Al mismo tiempo, conforme la economía se ha globalizado, es más sencillo para las empresas importar bienes en lugar de fabricarlos localmente. Los empleos más protegidos de la competencia exterior son los del sector servicios o aquellos para los que en otros países no existe mano de obra cualificada, entorno de negocios propicio o infraestructura.

En perspectiva, tanto la globalización como la tecnología empujan en la misma dirección: hacia un reemplazo de los empleos de remuneración intermedia, especialmente del sector industrial, por máquinas o trabajadores extranjeros. Históricamente, la industria representó un billete de entrada en la clase media para los trabajadores poco cualificados y, por ello, la desaparición de este tipo de puestos de trabajo se ha traducido en una polarización de las ocupaciones y un aumento de la desigualdad.

Este diagnóstico es preocupante pues, al sugerir que el aumento de la desigualdad es un efecto directo de fuerzas –las mejoras tecnológicas y la división internacional del trabajo– que están asociadas al crecimiento económico, apunta a que estamos en un nuevo tramo de la curva de Kuznets en el que el crecimiento no correría parejo con una mayor igualdad, lo cual lleva a Milanovic a hablar de olas de Kuznets: una vuelta al tramo en el que la relación entre crecimiento e igualdad es negativa.

No todos los países han sufrido la misma evolución. Las explicaciones anteriores se han desarrollado con la lupa puesta en los países anglosajones. Además, no todos los países están expuestos a las mismas fuerzas y en el caso de estarlo en ocasiones disponen de mecanismos para contrarrestarlas. Es posible que el lector se pregunte por el caso de España. En este sentido, Julio Carabaña publicó recientemente la que seguramente sea la síntesis más completa disponible (Carabaña 2016, Ricos y pobres, Ed. Catarata), donde llega a la conclusión de que la desigualdad en 2013 es probablemente muy similar a la de principios de los noventa.

4. Políticas públicas y desigualdad

La lectura del libro deja el poso de un cierto pesimismo. Milanovic ve probable que, en la medida en que las fuerzas de la tecnología y la globalización sigan presentes, la desigualdad seguirá aumentando en los países desarrollados, lo que acarreará inestabilidad política. Esto supone un riesgo para la continuidad del proceso de convergencia global y para el propio modo de vida de las clases medias en Occidente.

Sin embargo, el pesimismo merece ser matizado. Como señala el propio autor, lo que nos depare el futuro dependerá en buena medida de la reacción de las políticas públicas. Desde este prisma, podemos ver el aumento de las desigualdades no solo como el resultado de las fuerzas impersonales de la tecnología y la globalización, sino como el reflejo de la falta de adaptación de las políticas públicas al nuevo escenario.

Si el efecto de estas fuerzas ha sido el de polarizar los empleos en función de la cualificación, una estrategia prometedora sería centrarse en la inversión en capital humano. Si el número de trabajadores cualificados fuera suficientemente alto, sus salarios no crecerían en exceso y las desigualdades se contendrían. Entre las políticas de capital humano, la investigación ha mostrado que la inversión más efectiva es la realizada en la ventana de los cero a tres años. (Un resumen corto y accesible de esta investigación, y del debate alrededor de la misma, se encuentra en la obra del premio nobel James Heckman (2013) Giving kids a fair chance, MIT Press).

Como ejemplo de puesta en práctica, los Estados de bienestar nórdicos son conocidos por la generosidad de sus políticas familiares –transferencias directas por hijo, educación de cero a tres años y políticas de conciliación–. Estas políticas han permitido mantener tasas de pobreza infantil bajas, y niveles de crecimiento y empleo femenino que aseguran la sostenibilidad del sistema. Por ello los escandinavos suelen ser citados como ejemplo de éxito pues han sabido conjugar la globalización con la cohesión social. Aunque siempre hay que ser prudente a la hora de aprender de las experiencias de otros países, estas indican que, después de todo, hay cierto margen para el optimismo.







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