La industria pesada produce diferentes artículos, pero también material para los ferrocarriles y la marina, ávidos consumidores de acero.
Tras la inauguración de la primera línea de ferrocarril peninsular entre Barcelona y Mataró en 1848, la construcción y configuración de los nuevos trazados ferroviarios, al igual que la ubicación en diferentes lugares de la ciudad de las estaciones término de las compañías ferroviarias que operaban en la capital catalana, determinaron que Barcelona, a finales del siglo XIX, estuviese rodeada por un cinturón ferroviario que entorpecía el pleno desarrollo urbanístico del Plan de Ensanche diseñado por Ildefonso Cerda entre 1855 y 1863.
Estación de Francia, durante su construcción.
Uno de los primeros intentos para solucionar el problema consistió en la inauguración, en octubre de 1882, del primer enlace ferroviario de Barcelona, mediante una rasa a través de la calle Aragón, que comunicaba entre sí las líneas de Barcelona a Francia por Figueras y de Barcelona a Tarragona pertenecientes a la Compañía de los ferrocarriles de Tarragona a Barcelona y Francia (TBF), cuya estación término era la denominada Barcelona-2 (actual estación de Francia).
Sin embargo, a principios del siglo XX, la ampliación de las instalaciones y los trazados de los ferrocarriles barceloneses —debida fundamentalmente al continuado incremento de las circulaciones ferroviarias—, motivó en primer lugar, la proliferación de pasos a nivel, especialmente en aquellas calles con mayor afluencia de tráfico de vehículos y personas y, en segundo lugar, toda una serie de problemas de discontinuidad urbanística y de incomunicación vecinal, ya que en algunos lugares de la ciudad como la plaza de las Glorias, las barriadas del Clot y la Sagrera, la avenida Meridiana o el corredor ferroviario que conforma el acceso sur de Barcelona a través del barrio de Sants, la circulación de los trenes se efectuaba a nivel de calle.
Botadura del Alfonso XIII el 14 de septiembre de 1.920 en la NAVAL de Sestao.
El diseño y construcción de buques de guerra, en la práctica no experimento grandes cambios durante más de cuatro siglos, puesto que de hecho no se diferenciaban de los mercantes. Estos sin embargo sufrieron una drástica transformación a mediados del siglo XIX, con la aplicación del hierro para la construcción y el vapor para la propulsión, puesto que la estructura de los buques sufrió pocas modificaciones, siendo la más notable de ellas, la subdivisión del casco en compartimentos estancos por medio de mamparos transversales, independizando las cámaras de calderas y maquinas, con las de proa y popa.
Máquinas del crucero acorazado Emperador Carlos V, construidas por la M.T.M. en 1895.
La construcción naval por otra parte, gracias al empleo del hierro por su gran rigidez, permitió optimizar la relación eslora/manga, obteniendo mayores velocidades como consecuencia de los coeficientes de afinamiento del casco.
Obras del dique de Matagorda en 1877.
En cuanto a la longevidad, uno de los talones de Aquiles de toda la construcción naval, se estimo que si un buque de madera era de unos 15 años, en los de hierro como mínimo se duplicaba, aunque es bien cierto que en este campo existieron notables excepciones.
Buque Acorazado España construido en El Ferrol en 1912 y dotado de turbinas Parsons.
En España el primer buque impulsado a vapor fue el Real Fernando en 1817, de la Compañía de Navegación del Guadalquivir, construido en Sevilla pero con una máquina y caldera importadas de Inglaterra, 10 años después del Clermont de Robert Fulton.
Caldera del acorazado España, última construcción de la MTM para la armada.
Respecto a los buques de guerra, el primero era lógico que fuera igualmente obra de Fulton, recibiendo el nombre de Demólogos, al que se unió más tarde el ingles Monkey en 1821, pero en España la Armada aún tardó casi 15 años en tener su primera unidad. El buque en cuestión el Isabel II (ex Royal William) arribó en 1834 y era de construcción canadiense y fruto de una compra de urgencia realizada en Inglaterra, motivada por la Primera Guerra Carlista.
Construcción del dique Nº 3 de Euskalduna en 1902.
En Barcelona se fundó en 1836, una de los primeras empresas para la construcción y reparación de maquinaria pesada del país, bajo el nombre de Talleres Nuevo Vulcano. A esta siguió en 1849 la firma Talleres Alexander Hermanos y en 1855 La Maquinista Terrestre y Marítima, cerrando el abanico en 1886 los Talleres de Alejandro Wolhgemoth, más conocidos como Arsenal Civil de Barcelona, pudiendo considerarse estas cuatro empresas pioneras de la moderna construcción naval en España, donde la falta de capacidad técnica se suplió contratando especialistas extranjeros.
Reparación del "Red Cap" en Matagorda en 1917.
Tecnológicamente las calderas fueran paralelípedas, también conocidas como prismáticas o de tipo locomotora, no eran otra cosa que generadores rudimentarios de energía, resultando pesadas y embarazosas, alimentadas directamente con agua de mar y combustión a carbón, produciendo vapor saturado a bajísima presión, menos de 2 kg/cm2 pero suficiente para mover las máquinas generalmente de tipo alternativo.
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