martes, 25 de julio de 2017

Naveen Jain


Además de cabalgar en una bala de cañón, bailar en el estómago de una ballena, viajar enganchado a una manada de gansos, montar un caballo partido por la mitad o salvarse de hundirse en una ciénaga tirándose de su propia coleta, en Las sorprendentes aventuras del barón Münchhausen, publicadas por Rudolph Erich Raspe en 1785, el ingenioso aristócrata también llegaba a la luna montado en un barco globo. Allí alternaba con los selenitas, extraterrestres capaces de separarse de sus cabezas e incluso viajar sin ellas grandes distancias. Nuestro satélite ha inflamado la imaginación viajera y literaria desde tiempos muy remotos, tanto como para remontarse a Historia verdadera de Luciano de Samósata en el siglo II, donde en primera persona cuenta sus aventuras en la luna, habitada por extraños seres que no tienen ano, pueden desprenderse de sus ojos y son los varones quienes dan a luz. El aterrizaje del Apollo XI en el mar de la Tranquilidad y la retransmisión televisiva de los primeros pasos de Buzz Aldrin y Neil Armstrong a todo el planeta cerró la posibilidad de un mito. Los viajes a nuestro satélite dejaron de ser objeto de la imaginación: hemos estado allí y visto lo que hay. Ni rastro de selenitas…


El que no vayamos a encontrar vecinos interesantes allá arriba no ha cortado los sueños de quienes pretenden que los seres humanos hagamos de la luna un lugar que visitar con relativa frecuencia. Pero pasar de conquistarla a colonizarla no va a resultar tan sencillo, por más que empresarios como el indio Naveen Jain estén convencidos de que dentro de pocos años disfrutar de un fin de semana en la luna resultará de lo más habitual. Jain es un tipo apasionado y ambicioso, un ingeniero que creció en una familia humilde de Nueva Delhi y después se trasladó a Estados Unidos en busca de fortuna. Trabajó en Microsoft y fundó InfoSpace, una de las empresas de Internet que crecieron como la espuma y cayeron a plomo durante la burbuja de las puntocom de los noventa. Así que sabe lo que es arriesgarse con enormes proyectos y también fracasar a lo grande. Su nombre no deja indiferente: para unos se trata de otro oportunista de los llamados emprendedores que, al calor de la bolsa, se las ingenió para hacerse millonario; para otros, en cambio, es un filántropo y un visionario. Ambos coinciden en que hay que seguirle la pista, porque si algo ha caracterizado la carrera de Jain es su olfato para saber por dónde se moverá el mundo de la tecnología en el futuro.

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