martes, 6 de julio de 2021

EL TEATRÓFONO

La Ilustración Artística, Barcelona, 25 de julio de 1892

EL TEATRÓFONO 

Desde el momento en que el teléfono nos permitió oír a gran distancia la palabra articulada, no era difícil realizar lo que hace algunos años hubiera sido considerado como un sueño imposible, es decir, las audiciones teatrales a domicilio. Estas son actualmente un hecho, y lo que se canta en la Gran Opera de París, por ejemplo, óyese no sólo en las poblaciones francesas sino que también en Londres. Cuando la Exposición de Electricidad que en 1881 se celebró en la capital de Francia, las audiciones telefónicas de diversos teatros tuvieron un éxito completo: dada la perfección que esos aparatos habían ya entonces alcanzado, la cosa era muy sencilla, pues un hilo especial ponía en comunicación dos distintos puntos.

La dificultad surgió cuando se quiso poner una serie de teatros a la disposición de toda la red telefónica y aun del público no abonado: para ello era preciso llegar a una inteligencia con los directores de aquéllos, tender las líneas, establecer la oficina central, etcétera, cosas todas que exigían cierta diplomacia y sobre todo grandes capitales. Todas estas dificultades han sido vencidas, y al fin se constituyó hace poco en París una sociedad para la instalación de un servicio regular hoy en plena explotación, debida a la iniciativa de MM. Marinovitch y Szarvady.

La oficina central (fig. 1) está situada cerca de los grandes bulevares, en la calle Louis le Grand, y a ella van a parar todos los hilos por medio de los cuales se establecen las comunicaciones: una sola persona, una joven, pasa toda la noche en ese puesto y basta para ese trabajo.

Hay tres líneas distintas: 1.º, las que comunican la oficina central con los micrófonos colocados en los teatros; 2.º, las que unen aquel centro con la oficina central del Estado, desde donde puede establecerse la comunicación con todos los abonados de la red en Francia o en el extranjero; 3.º, las líneas especiales para los aparatos situados en los sitios públicos (cafés, casinos, fondas), y que permiten una audición de cinco o diez minutos mediante una moneda de medio franco o de un franco.

En los teatros, los micrófonos están colocados en el escenario y reciben la corriente de seis u ocho elementos Leclanché o Lalande y Chaperon: desde allí, según la importancia del teatro y el número probable de peticiones de audición, parten cierto número de líneas que van a parar a la rosácea y luego al cuadro conmutador (fig. 1) de la oficina central, al cual van a parar también todos los hilos que van a la central del Estado, o que sirven a los establecimientos provistos de los aparatos automáticos, llamados teatrófonos. De modo que el empleado no tiene más que colocar en los agujeros del conmutador alambres delgados provistos de fichas en sus extremos para establecer las comunicaciones que le piden los abonados.

Para los aparatos automáticos no ha de esperar a que le pidan comunicación, sino que han de estar dispuestos a funcionar desde que comienzan las funciones de los teatros. El que quiera utilizarlos ha de saber si el aparato está dispuesto y con qué teatro comunica; a este efecto un pequeño cuadrante provisto de una aguja indica todos los teatros con los cuales puede ponerse en comunicación y luego la palabra entreacto; otro cuadrante con las mismas indicaciones, pero más grande, está generalmente colocado en sitio muy visible en el local donde están los teatrófonos (café, casino, etc.). La aguja de estos cuadrantes obedece a las atracciones de un electroimán, al cual se envía la corriente por medio de un manipulador, colocado al alcance de la mano de la joven empleada en la oficina central, y que, como se ve en la fig. 1, es un pequeño volante provisto de un manubrio, al que basta hacer girar para obtener pasos o interrupciones de corrientes; es, en resumen, un verdadero telégrafo de cuadrante Breguet, pero está construido de una manera especial que asegura un funcionamiento irreprochable. A este telégrafo está afecta una línea especial, tomándose la corriente en la canalización de la fábrica de distribución para el alumbrado público. Al llegar a la central la empleada, después de averiguar qué teatros hay abiertos, escoge uno de ellos y lo une con todas las líneas de teatrófonos públicos, maniobrando luego en el telégrafo hasta que la aguja indique el teatro escogido: cuando llega el entreacto pone el hilo móvil en otro teatro y con un movimiento del manubrio cambia el nombre en todos los cuadrantes.

Aunque todos los teatrófonos de una misma línea reciben la audición de un mismo teatro, cada línea puede ser independiente mediante un conmutador especial y comunicarse una con un teatro y otra con otro. Encima del conmutador de la central (fig. 1) hay unos cuantos cuadrantes pequeños, cada uno de los cuales corresponde a una de estas líneas y cuyas agujas se mueven sincrónicamente con las de los receptores, de modo que la empleada puede a cada momento ver lo que ha telegrafiado a una línea cualquiera y cambiar la indicación en el instante oportuno.

El teatrófono, es decir, el aparato que mediante una moneda permite la audición, es una maravilla mecánica cuyos detalles no describiremos, limitándonos á consignar el principio en virtud del cual funciona. 

En la parte superior del aparato hay dos aberturas rectangulares A y B (figs. 2 y 3) calculadas exactamente de modo que no puedan pasar por ellas más que monedas de medio franco y de un franco respectivamente: la de medio franco, por ejemplo, que entra por A, llega a un plano inclinado que la conduce a una pequeña pala P (fig. 2) montada en una palanca y que el peso de la moneda hace caer; esta caída produce el movimiento de un áncora que suelta por cinco minutos un aparato de relojería A, e inmediatamente un pequeño cilindro colocado debajo de los muelles E y R (fig. 3) establece las comunicaciones.

Una aguja que se mueve en un cuadrante exterior H permite a la persona que escucha conocer a cada momento el número de minutos transcurridos. Después la moneda cae al fondo de la caja y la pala P se levanta de nuevo dispuesta a recibir otra. Con las monedas de un franco la marcha del aparato es la misma, sólo que el áncora está calculada para diez minutos. En el teatrófono están tomadas todas las medidas para evitar los fraudes. 

Si el aparato no puede dejar oír nada, devuelve la moneda, que sale por el tubo S, resultado que se obtiene por medio de pequeñas trampas D y C que se levantan para dejar caer la moneda en dicho tubo si el aparato no está en estado de funcionar.

Como se ve, todo ha sido previsto en este ingenioso aparato que actualmente se encuentra muy generalizado en los cafés, casinos, fondas, restaurantes y otros sitios públicos de la capital de Francia y que pone el teatro al alcance de todo el mundo sin necesidad de que el que desee oír una función sufra la menor molestia.

En cuanto a los abonados de la red telefónica, aún disfrutan de mayor comodidad, puesto que en su misma casa, sin salir de su cuarto, ni siquiera de la cama, pueden creerse transportados a su teatro favorito. Cuando se trata de una función que ya se ha visto, puede reconstruirse mentalmente la escena y el trabajo de los actores, pues se reconoce la voz de éstos y no se pierde ni una nota, ni una sílaba de lo que en el teatro se representa. 

(De La Nature)



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