A lo largo de la noche del domingo y la madrugada del lunes 9 de enero de 1933 fueron llegando hasta el pueblo vallesano de Ripollet algunos elementos revolucionarios procedentes de Barcelona y Sabadell. Sin demora se pusieron al habla con el núcleo sindicalista de la localidad para plantear inmediatamente las acciones a llevar a cabo para llevar a buen puerto el movimiento revolucionario que llevaban en mente. Para ello se celebró una reunión en el local del anarquista Sindicato Único, en donde se concretó el plan de acción y se distribuyeron las funciones que a cada uno le correspondían y algunas pistolas y bombas de mano.
Alrededor de las cinco y media de la madrugada los revoltosos se echaron a la calle empuñando las pistolas para comenzar la revolución. La primera medida de los extremistas fue dirigirse al domicilio del jefe de los mozos de Escuadra del pueblo, a la casa de los otros mozos y somatenistas y a la de los vecinos que tenían armas, para apoderarse de ellas.
Comenzaron por el domicilio del encargado de los mozos de escuadra del pueblo, Juan Godía, que con el mozo Juan Pagés constituían la única fuerza armada de la localidad, para proceder a su desarme. El mozo de escuadra Juan Godía vivía en la calle de Fermín Galán y para intimidarle los revoltosos, al propio tiempo que un grupo de ellos le sorprendía, entrando en su casa atropelladamente, otro grupo saltó la tapia del patio y desde allí contribuyó a sitiar al amenazado, para que no pudiese ofrecer resistencia ni huir. Ya en su poder el mosquetón del mozo, hicieron lo mismo con su compañero Pagés, desarmándolo igualmente. Luego les amenazaron con matarles si salían a la calle o se atrevían a pedir auxilio a los otros puestos de mozos de escuadra cercanos. En palabras de alguno de los revolucionarios: les licenciaron.
Luego los revoltosos, que se habían procurado una lista de los individuos del somatén, procedieron a desarmar a aquéllos de los que sabían eran poseedores del mejor armamento. Uno de los primeramente visitados fue el cabo del somatén, Vicente Costa, a quien le ocuparon una carabina moderna y unos cuantos cartuchos. Los extremistas intimidaron al señor Costa para que no saliese a la calle, diciéndole que se había proclamado el comunismo libertario y que era inútil el que pretendiesen las clases burguesas ningún movimiento de resistencia. A continuación, recorrieron los domicilios de ocho o diez individuos más del somatén, a los que ocuparon también buen armamento.
Uno de estos somatenistas era el farmacéutico Ernesto Sales, en cuya farmacia se presentaron a las seis y cuarto de la mañana e hicieron abrir la puerta al dependiente, como si se tratase de un caso urgente. Luego, le exigieron que les entregase las armas que hubiese en la casa, subiendo tres de ellos con aquel hasta un desván, donde se apoderaron de un equipo completo de caza que el señor Sales guardaba.
Como entre los revoltosos iba un individuo que había trabajado de peón albañil en unas obras que se habían realizado hacía ya tiempo en la farmacia, éste indicó que el señor Sales tenia también un rifle, y los revoltosos exigieron entonces en tono perentorio la entrega inmediatamente de este arma. Además del arma, se llevaron cuatro pesetas que encontraron encima de la mesita de noche de la alcoba en que penetraron al hacer el registro.
Entre tanto, uno de los dos individuos que había quedado en la farmacia registró el cajón donde se guardaba el dinero, pero sintiendo, sin duda, escrúpulos de conciencia, a pesar de que en el mismo se guardaban unas ocho pesetas, sólo se apoderó de una en plata y otra en calderilla.
Terminada la requisa de armas los sediciosos, armados convenientemente, se dividieron en varios grupos, marchando la mayoría a situarse a la entrada de la población para evitar ser sorprendidos, mientras otros se dirigieron a apoderarse del Ayuntamiento.
Un grupo de diez o doce revoltosos fue al domicilio del teniente de alcalde José Ros Prats, al que obligaron a levantarse y a acompañarles hasta la Casa Consistorial. Una vez en ella hicieron valer la autoridad del señor Ros, exigiendo del alguacil que les abriese la puerta, y entraron en tropel, apoderándose del edificio.
El señor Ros fue encerrado en uno de los despachos del Ayuntamiento. Mientras, los extremistas izaron seguidamente en el balcón principal la bandera roja y negra, dando después varios gritos de ¡Viva el comunismo libertario!
Al propio tiempo otros individuos se incautaron de la bandera de la República y de la regional, que condujeron al patio, donde las prendieron fuego. Los revoltosos se dirigieron también al salón de sesiones, de donde descolgaron los retratos de los señores Alcalá Zamora y Maciá y un cuadro emblemático de la República y los destrozaron. En cambio, se apoderaron de dos retratos de los capitanes fusilados por los sucesos de Jaca, Fermín Galán y Ángel García Hernández, y los sacaron al balcón, vitoreándolos.
Poco después, los sublevados intentaron inútilmente forzar la caja de caudales.
No contentos con esta hazaña se dirigieron al archivo y cogieron varios libros, quemándolos. Luego, siempre armados de pistolas y carabinas, se mantuvieron a la expectativa.
Simultáneamente, alrededor de las cinco de la madrugada del lunes 9 llegó al vecino pueblo de Sardañola un grupo de unos veinticinco individuos provistos de pistolas y carabinas, con destino a la fábrica de la Uralita, en la que, por aquellos años, trabajaban unos 600 obreros. A primera hora de la mañana empezaron a acudir éstos al trabajo, y mientras se iban acercando, el grupo armado les invitaba a que no entrasen al tajo y a que pasarán a engrosar las filas revolucionarias.
Una vez logrado su propósito, los revoltosos se fueron desde la Uralita para dirigirse hacia la fábrica de harinas del pueblo, en la que también trabajaban numerosos obreros. Esa fábrica se encontraba a un tiro de piedra del pueblo de Ripollet, y el grupo de huelguistas, después de repetir la coacción con los harineros, se dirigió a sumarse a los revolucionarios de Ripollet, donde se encontraba el local del Sindicato Único, común a los dos pueblos de Cerdanyola y Ripollet, y en donde ondeaba la bandera roja y negra como señal de la proclamación del comunismo libertario.
La noticia del cierre de la Uralita corrió por Cerdanyola como reguero de pólvora y desde el Ayuntamiento, a eso de las seis, se dio aviso al Gobierno Civil de Barcelona de lo que ocurría.
A las ocho de la mañana, el gobernador civil señor Moles, comunicó a la Jefatura de Mozos de Escuadra que en Ripollet habían sido desarmados dos mozos de Escuadra y que los extremistas se habían apoderado del Ayuntamiento.
Acto seguido el Capitán Escofet, llevándose consigo a siete Mozos de escuadra escogidos y resueltos, dirigióse en auto desde Barcelona a Ripollet. Antes de salir de Barcelona ordenó a los mozos de Escuadra de Montcada y otros puntos que se dirigieran igualmente hacia el pueblo.
Hacia las ocho de la mañana llegó el alcalde Magín Girbau, al que permitieron la entrada al Ayuntamiento de Ripollet, pero al afearles el alcalde su proceder le dijeron que se callara, puesto que el comunismo libertario se había proclamado en toda España. Después le dejaron marchar junto con el teniente de alcalde señor Ros.
Al verse libre, el alcalde dio sin tardanza aviso telefónico a Cerdanyola, Montcada, Sabadell y Barcelona de lo que estaba ocurriendo en Ripollet, aunque en el gobierno civil de Barcelona ya estaban al corriente, y ya habían ordenado el envío de fuerzas para reducir la sedición.
Para reprimir la sedición, los primeros en llegar a Ripollet por la parte recayente a la población de Masrampiño fueron los mozos de Escuadra del puesto de Montcada, que eran dos parejas al mando del cabo Pedro Mongay. A poco de llegar a la población se encontraron ya con un grupo de revoltosos, que les recibieron a tiros. Los mozos de Escuadra dispararon a su vez, consiguiendo avanzar e internarse, pero al llegar a la parte formada por las calles de Fermín Galán y Esparteros, los mozos de Escuadra se vieron bloqueados materialmente, corriendo gravísimo peligro de ser muertos.
Guareciéndose en las esquinas de las calles y en los portales consiguieron tener a raya a los agresores durante más de media hora, cruzándose en este tiempo centenares de disparos. La situación de los mozos de Escuadra se hacía cada vez más comprometida, sobre todo cuando el subcabo Mongay resultó herido de un balazo en el brazo izquierdo.
Afortunadamente, en la misma calle de Fermín Galán, junto al lugar en que se estaba manteniendo el tiroteo, habitaba el mozo de Escuadra Juan Godia, que había sido desarmado por la mañana, y el subcabo herido pudo refugiarse en el domicilio de aquél, librándose así de ser muerto por sus agresores.
Alrededor de las nueve de la mañana llegó un camión transportando fuerza de la Guardia civil del puesto de Sabadell. En la carretera, en la que se divide el término de Cerdanyola y Ripollet, había congregados muchos vecinos que comentaban los acontecimientos que se estaban desarrollando. Entre los grupos se encontraban el juez municipal de Cerdanyola, Ramón Poch Casanovas, y su hermano Pedro, de veinticuatro años, chófer, empleado en la Urbanización de Bellaterra y que había ido ocupando una motocicleta a recoger en la casa del peatón (cartero) la correspondencia destinada a la casa en que estaba empleado. Al llegar el camión de los guardias se oyó un ruido semejante al de un disparo. Los grupos de curiosos, presos del mayor pánico se dispersaron, yendo a refugiarse los hermanos Poch en una tintorería que hay al comienzo de la calle de la Estación, cuyos dueños se apresuraron a echar los cierres metálicos, cerrando además las puertas de cristales. Parece ser que los guardias creyeron que en la tintorería se habían refugiado elementos revolucionarios, y al pasar el camión frente a dicha casa hicieron contra ella una descarga de fusilería. Varios proyectiles atravesaron los cierres metálicos y rompieron los cristales de la puerta.
Una de las balas fue a herir en el pecho a Pedro Poch, que cayó al suelo con señales evidentes de estar gravísimamente herido. Su hermano Ramón también resultó con lesiones en la mano derecha a consecuencia de los cristales que saltaron. Recogido el herido por su hermano y otra persona, lo trasladaron a su domicilio de Sardañola, donde a poco de llegar falleció. La muerte del señor Poch, víctima de una desgraciada equivocación, causó en Sardañola, donde la víctima era muy conocida, una profunda impresión. En algún periódico se informó, por desconocimiento, que Pedro Poch murió bajo las balas de los revolucionarios, cuando iba a Ripollet para ayudar a su amigo, el alcalde, pero nada de esto fue cierto. En general todos los medios remarcaban que el desdichado muerto nada tenía que ver con los insurrectos.
A su llegada a Cerdanyola, los mozos de Escuadra del capitán Escofet pudieron ver el cadáver del desgraciado Poch, muerto, según les reportaron los testigos presenciales, por la Guardia civil, al dar la voz de alto al interfecto y no detenerse éste.
Continuaron los Mozos de Escuadra hacia Ripollet. Cerca del pueblo se encontraron con las fuerzas de la Guardia civil de Sabadell y de los Mozos de Escuadra de Montcada, los cuales comunicaron lo que hasta aquellos momentos había ocurrido, advirtiendo que los revoltosos eran dueños del Ayuntamiento, en cuyo balcón habían izado la bandera negra y roja de los anarquistas.
El capitán Escofet, procurose un teléfono cercano y consiguió ponerse al habla con el cuartel de los Mozos en Ripollet. Allí se le comunicó que estaban cuatro números al mando del subcabo del puesto de Montcada, Pedro Montgay, quien valientemente había entrado en el pueblo organizando la resistencia activa. Pedro Montgay había recibido un balazo que le atravesó el brazo izquierdo a pesar de lo cual continuaba fuerte en el cuartel.
El capitán Escofet, entonces con sus siete hombres y la colaboración de la Guardia civil adelantó resueltamente hacia el pueblo. Al ir a entrar en el Municipio la fuerza pública pudo observar cómo uno de los individuos, que fue detenido, quemaba otra bandera como las que se hallaban en lo alto del edificio del Ayuntamiento. Por fin, penetraron en el Ayuntamiento, donde se incautaron de dos banderas anarquistas.
Al salir los mozos de Escuadra del Ayuntamiento, se encontraron con un individuo que llevaba un fusil, y como hiciera ademán de disparar, se adelantaron. La fuerza pública hizo fuego y un tiro le acertó a alcanzar en el cuello, muriendo en el acto. Resultó ser Juan Antonio Martínez, de 24 años. Asimismo detuvieron a otro individuo que llevaba una tercerola, encontrándole también una pistola y una bomba.
Al ver que los mozos de Escuadra tomaban el Ayuntamiento, la Guardia civil, al mando de un oficial tomaba también los alrededores del pueblo. De allí la fuerza pasó al Centro Comunista, donde no encontraron a nadie. Inmediatamente, con el concurso de unas patrullas de Guardia civil que pasaban por la carretera se acordó rodear el pueblo, para ver de detener a los revolucionarios.
Poco después, cerca de las diez de la mañana, se inició la desbandada de los revoltosos. En su mayoría abandonaron la población y, según parece, a campo traviesa, intentaron ganar la montaña.
Los mozos de Escuadra y la Guardia civil practicaron varias detenciones y se incautaron de considerable número de armas cortas y largas, abandonadas en su huida por los revoltosos. A uno de los detenidos le fueron ocupadas dos bombas. Sin embargo, parece ser que los revoltosos de Ripollet disponían de poca cantidad de estos artefactos, pues nadie las vió, ni se hizi uso de ellas.
Todos los detalles y declaraciones de testigos parecían confirmar que el número de revolucionarios fluctuaba entre 40 y 50, muchos de los cuales eran forasteros, llegados la noche anterior.
La Guardia civil practicó, una vez dominada la situación, un registro en el domicilio del Sindicato Único, donde se incautó de varias pistolas y municiones. También se incautó de un rifle.
Muchos vecinos de Ripollet señalaban como uno de los principales cabecillas de la revolución a un chófer que prestaba servicio en Cerdanyola, apellidado Molina. Este individuo, a quien parece ser se le vio durante la madrugada y parte de la mañana mezclado con los grupos revolucionarios, había huido, llevándose consigo un coche, aunque no de su propiedad.
El capitán Escofet mandó luego al alcalde que hiciese un pregón disponiendo que todo el vecindario registrara sus propias casas y huertos, por si los extremistas habían dejado en ellos armas o bombas. Los vecinos se apresuraron a cumplir el pregón, pero esto dio escaso resultado porque todos presentaban solamente sus armas propias. Entonces se dispuso un registro, que dio por consecuencia el hallazgo en un huerto escondido, un individuo que fue detenido junto con el dueño del huerto al que se creyó encubridor.
El individuo en cuestión confesó que habían llegado otros sujetos con un saco de bombas entregando una a cada obrero de los simpatizantes con el anarquismo. Se sospechaba entonces que muchas de estas bombas habrían sido enterradas en el campo. Al individuo detenido se le ocupó también un arma y una bomba piña.
Siguiendo las pesquisas pudo ser recobrada una de las armas arrebatadas a los dos Mozos de Escuadra por los revoltosos. La batida general permitió detener a varios individuos a los que se les encontraron armas.
En la carretera de Montcada los mozos de Escuadra dieron el alto a un automóvil que pasaba a gran velocidad. Como no se detuviera el vehículo, los mozos dispararon sobre él, matando a uno de sus ocupantes, al que se le ocuparon armas y una bomba.
La Guardia civil salió en persecución de los fugitivos, entablándose un nuevo tiroteo al chocar la fuerza pública con los revoltosos. De resultas de este tiroteo la Guardia civil mató a uno de los revoltosos e hirió a otro. También practicó tres detenciones, al parecer muy significativas, ya que se suponía en ese momento que se trataba de algunos de los cabecillas de la revolución.
Al final del día fueron detenidos cinco implicados, que fueron trasladados a Barcelona, quedando, de momento, en poder de los Mozos de Escuadra, para ser puestos a disposición del gobernador.
A media mañana se dirigió a Ripollet en una camioneta en la que iban 25 guardias de asalto el comandante de los Mozos, Enrique Pérez Farrás, interesándose por el curso de los sucesos.
El subcabo, Pedro Montgay, fue curado de primera intención por el médico de la localidad, García Ferrer, y luego fue trasladado a su casa de Moncada, La herida, por fortuna, no interesó al hueso y salvo complicaciones, se suponía de fácil curación.
El capitán Escofet dispuso que la sirena de la fábrica Uralita llamara por la tarde a los obreros, para ver los que dejen de acudir al trabajo. Las fuerzas de Mozos y Guardia civil continuaron el resto del día, realizando registros, esperándote en aquel momento que fueran detenidos varios de los revoltosos conocidos, ya que no había duda de que el grupo que actuó en Ripollet, si bien había gente forastera, no escaseaban los elementos de la localidad.
Los cinco individuos detenidos en Ripollet y conducidos a las oficinas de los Mozos de Escuadra, en la Generalidad, prestaron declaración por la tarde, continuando custodiados por los Mozos.
Se llamaban los detenidos; Francisco Portolés Salomó, de 27 años, casado, jornalero, natural de Fraga y vecino de Ripollet, calle Prim, 6, Antonio Belmonte Ponce, de 25 años, soltero, natural de Orihuela y domiciliado en la casa de campo Torre del Canonge, del término municipal de Sabadell. Antonio Artigas Llugany, de 26 años, soltero, albañil, natural y vecino de San Cugat del Vallés, calle de Marxes, 4, Jaime Ribas Casamitjana, de 27 años, hilador, vecino de Ripollet, calle de Fermín Galán, núm. 64. Juan Porta Bayó, de 42 años, casado, natural de Moncada y vecino de Ripollet, calle de Fermín Galán, 51, tienda de comestibles. Este último parece que sólo es acusado de encubrir a uno de los detenidos.
El juez especial, Sr. Pastor, que instruía el sumario por los delitos terroristas, tomó declaración en los días siguientes al dueño del automóvil en que desde Cerdanyola fueron hacia Barcelona Antonio Alonso y Antonio Ortiz Cazorla, que fueron detenidos. El testigo dijo que el chófer que llevaba el auto le enteró de haber realizado un viaje a Barcelona llevando a unos desconocidos que, según se enteró después, huían de Cerdanyola. En este mismo Juzgado se recibió un exhorto de Sabadell para que se mantuviera la incomunicación de aquellos detenidos, que el juez especial, Sr. Pastor, libertó, si bien vigilados gubernativamente.
El Juzgado especial que instruía los sumarios por delitos terroristas, estuvo conferenciando con el presidente de la Audiencia y se dedicó más tarde al desglose del tanto de culpa que pasaría al Juzgado de Sabadell por tenencia ilícita de armas contra José Martínez Fernández, detenido por los hechos de Cerdanyola - Ripollet.
Dicho Juzgado decretó la libertad provisional de Antonio Fajés, Ángel Gimeno Lluch y José Pons Candela, habiendo señalado una fianza de mil pesetas a Antonio Riquelme.
El detenido que condujo la guardia civil desde Ripollet a Barcelona, y que pasó el domingo desde los calabozos del Palacio de Justicia a la cárcel, incomunicado, a disposición del juez de Sabadell, que instruía el sumario por aquellos hechos, se llamaba Isidro Bayó Sobregrau, el cual llevaba sólo veinte pesetas en plata. Al ser interrogado dijo que no había tomado parte en los hechos, aunque confesó pertenecer al Sindicato único de aquella población y que se encontraba en el interior del mismo al comenzar los sucesos.
El 16 de enero, el gobernador civil de Barcelona, Juan Moles Ormella, recibió en audiencia a una Comisión del pueblo de Ripollet, de la que formaban parte al alcalde, Magí Girbau Baqués, y el diputado a Cortes señor Eduardo Layret Foix, que le hizo entrega de un documento suscrito por casi toda la población de Ripollet en el que protestaban enérgicamente por los sucesos ocurridos en dicho pueblo y pedían que se impusiera un severo castigo a sus promotores.
Otro de los detenidos que pasó a disposición del juez especial fue Francisco Nage Molina, quien declaró que su detención se efectuó al llegar a Barcelona procedente de Sabadell, y como parece ser que tuvo alguna participación en los sucesos desarrollados en Sabadell y Ripollet, el juez, después de tomarle declaración, ordenó que, incomunicado, quedase a disposición del juez de Sabadell.
En Cerdanyola se encontraron días después, abandonadas, cerca de la casa de uno de los detenidos, una carabina, varios detonadores, armas cortas y numerosas municiones para las mismas.
Entre los detenidos el lunes, a raíz de los sucesos de Ripollet y Cerdanyola, estaban Antonio Artigas Llugany, Jaime Ribas Casamitjana, Francisco Portolés Salamó y Antonio Belmonte Ponce. Los cuales fueron trasladados a Barcelona por orden del Juzgado de instrucción. Más tarde fue también ordenada la prisión de José Ribas Casamitjana, Isidro Parra Parra, Antonio Molina Patinyo y Juan Ribas Casamitjana, los cuales ingresaron en la cárcel de Barcelona.
Mas tarde también fueron detenidos, llegando a Barcelona custodiados por mozos de escuadra, José Ramón Baínes, Cirilo Villarrola López, Esteban Berbet Berbet, Victoriano Martínez Beneit y Manuel Ginés Martínez, que al igual que los anteriores, fueron recluidos en la cárcel.
Los dos vecinos de Cerdañola que transitando en un automóvil fueron agredidos por el grupo de los insurgentes y que fueron hospitalizados en Barcelona, parece que sus heridas están exentas de todo peligro.
Pasados unos días el Juzgado especial se inhibió a favor de la jurisdicción militar en la causa que se instruía con motivo de los sucesos ocurridos en Cerdanyola y Ripollet, en que resultó un guardia civil muerto.
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