En los libros de física antiguos encontramos descripciones curiosas de los efectos de los rayos y las tormentas. A continuación reproducimos algunos de estos relatos.
De “El Mundo Físico“ de Amadeo Guillemin editado por Montaner y Simón en 1883 se extrae lo siguiente:
(1) Franklin fue el primer instigador de los experimentos que demostraron la identidad del rayo con la electricidad, pero no fue el primero en realizarlos, honor que le corresponde al físico francés Dalibard. Este habia hecho plantar en un jardin de Marly muchas barras de hierro aisladas y terminadas en punta: cuando pasó sobre ellas una nube tempestuosa, pudo sacar chispas del pié de una de dichas barras que tenia 14 metros de altura, cargar botellas de Leyden, etc., resonando un trueno al mismo tiempo.
El citado físico efectuó este experimento decisivo el 10 de mayo de 1752. Un mes después, Franklin hizo en América, acompañado de su hijo, el famoso experimento de la cometa, que Romas repitió al año siguiente. Gay-Lussac refiere en su Instruccion de los pararayos las circunstancias detalladas de las observaciones de este último físico, que no dejan de ofrecer interés, por lo cual las reproducimos aquí.
«La cometa tenia 7 pies y medio de largo por tres de ancho. La cuerda era un bramante de cáñamo entrelazado con un alambre de hierro, y á fin de que el observador pudiese hacer cuantos experimentos se le ocurriesen sin riesgo de su persona, Romas ató al extremo del bramante un cordón de seda bien seco.»
«A la una de la tarde del 7 de junio de 1753, remontó esta cometa á 550 pies de altura con un cordel de 780 pies de longitud que formaba con el horizonte un ángulo de 45o, y sacó de su conductor chispas de 3 pulgadas de largo y 3 líneas de grueso, cuyo chasquido resonó á 200 pasos de distancia. Al sacar estas chispas, sintió como si le tocara el rostro una telaraña, aunque se hallaba á más de 3 pies de la cuerda de la cometa, por lo cual creyó que era peligroso estar tan cerca, y dijo á todos los circunstantes que se apartasen, retirándose él mismo unos 2 pies.»
«Creyéndose entonces más seguro y no viendo á nadie junto á sí, fijó su atención en lo que pasaba en las nubes que estaban inmediatamente encima de la cometa, pero no observó en ellas ni en otra parte relámpago alguno, ni siquiera el menor indicio de trueno, ni tampoco llovia. El viento, que soplaba con bastante fuerza del oeste, remontó la cometa lo menos 100 pies más.»
«Fijando en seguida la vista en el tubo de hojalata atado á la cuerda de la cometa, y á unos 3 pies del suelo, vio que se levantaban tres pajas, una de cerca de 1 pié, otra de 4 á 5 pulgadas y la tercera de 3 á 4, poniéndose derechas y formando una danza circular bajo el tubo susodicho y sin tocarse una á otra. Este espectáculo, que divirtió en gran manera á muchos de los circunstantes, duró casi un cuarto de hora, y habiendo llovido en seguida un poco, volvió á sentir la impresión de la telaraña en su rostro, y al mismo tiempo un ruido continuo como el que produce un pequeño fuelle de fragua.»
«Esto fue un nuevo aviso del aumento de la electricidad, por lo cual, desde el momento en que Romas vio saltar las pajas, no se atrevió á sacar más chispas, aun tomando toda clase de precauciones, y volvió á rogar á los espectadores que se retirasen todavía más.»
«Inmediatamente después siguióse el desenlace, que hizo temblar á Romas, según confesión propia. El tubo de hojalata atrajo a la paja más larga, y en seguida resonaron tres explosiones cuyo ruido se pareció al del trueno. Varios de los presentes lo compararon al estallido de los cohetes, y otros al ruido que haría una tinaja rompiéndose contra el empedrado. Lo cierto fue que se le oyó en la ciudad, á pesar de los varios ruidos que en ella se hacían.»
«El fuego que se vio en el momento de la explosión tenia la forma de un haz de 8 pulgadas de largo y 5 líneas de diámetro; pero lo más sorprendente y divertido fue que la paja que habia ocasionado la explosión corrióse por la cuerda de la cometa. Algunas personas la vieron á 45 ó 50 brazas de distancia, atraída y repelida alternativamente, con la particularidad de que cada vez que la atraía la cuerda, se veían chispas y se oian estallidos, si bien no eran tan estrepitosos como cuando la primera explosión.»
(2) Muchos físicos de Francia, Inglaterra, Italia y Rusia hicieron experimentos análogos, y no sin peligro, como lo demostró la muerte de Richmann en San Petersburgo. Este físico habia puesto en el tejado de su laboratorio una barra de hierro vertical aislada, y puesta en comunicación, por una cadena aislada también, con una varilla metálica empotrada en el techo y rematada en una bola. Habiéndose acercado demasiado á esta, Richmann recibió una descarga eléctrica en la cabeza y murió instantáneamente.
(3) Si los relámpagos múltiples son raros en Europa, no sucede lo propio en el Brasil. Liáis hace en su Espacio celeste el relato de una tempestad que observó en Rio Janeiro el 30 de enero dé 1859. «A las siete, dice, empezó á relampaguear por el este, y á las siete y diez minutos habia estallado la tempestad con toda su fuerza. En aquel momento veíanse continuamente, con intervalos de uno á dos segúndos, relámpagos tortuosos, de los cuales se bifurcaba más de la tercera parte.
Además de los relámpagos bifurcados y de los de tres ó cuatro ramas, que eran también muy frecuentes, apenas trascurría un minuto sin que se viera lo que podria llamarse relámpagos arborescentes. Eran unos relámpagos que se dividian en muchos brazos principales, los cuales se subdividian á su vez en una multitud de ramitas. Uno de ellos, en el que me fijé más particularmente y que parecía propagarse al descender, se dividió primero en tres partes, que se subdividieron en seguida hasta formar quince entre todas.»
(4) El caso siguiente, que tomamos de Peltier, dará una idea de la singularidad del fenómeno del rayo globular.
«Durante una violenta tempestad que estalló el 28 de agosto de 1839, cayó un rayo en el patio de la oficina central de arbitrios municipales de París, que estaba aún sin concluir. Aquel rayo tenia la forma de un grueso globo de fuego, y dejaba tras sí un rastro de vapor; al llegar al suelo, recien removido, abrió en él un hoyo de 18 centímetros de diámetro: agitóse en él violentamente girando sobre sí mismo, levantó la tierra, rebotó para volver á caer tres metros más allá, abriendo un nuevo hoyo y agitándose como antes.
En seguida saltó á la pared de cerca, por cuyo borde se corrió en una longitud de 30 metros, y al llegar á la esquina, enfrente del hospital de San Luis, aquel globo, muy reducido ya, se lanzó á la calle mojada de lluvia, arrastróse por el empedrado serpeando, atravesó la puerta cochera del hospital y desapareció en medio del patio, enfrente de la iglesia. Conforme iba pasando tiempo, su masa menguaba; cuando llegó en medio del patio del hospital de San Luis, no era más que una tira delgada, poco luminosa, que desapareció de pronto. En el momento de caer en el patio de la oficina de arbitrios municipales, todos los trabajadores y empleados que se habian guarecido en los cobertizos sintieron una fuerte conmoción eléctrica, así como un desagradable olor sulfuroso que el meteoro dejó tras sí.»
(5) Hé aquí algunos casos mencionados por Arago en su Tratado del rayo:
«En la noche del 14 al 15 de abril de 1718, un rayo voló el tejado y las paredes de la iglesia de Couesnon, cerca de Brest, como los hubiera podido volar una mina, habiendo ido á parar las piedras en todas direcciones hasta 51 metros de distancia.
El 6 de agosto de 1809 produjo el rayo notables efectos mecánicos en una parte de la casa de M. Childwick, situada en Swinton, á unas 5 millas de Manchester. A las dos de la tarde, después de haberse oido muchas veces el fragor de lejanos truenos que parecían cada vez más próximos, resonó una explosión formidable, seguida inmediatamente de torrentes de lluvia. Por espacio de algunos minutos la casa estuvo rodeada de un vapor sulfuroso. La parte exterior de la casa, la bodega y la cisterna fueron arrancadas de cuajo y levantadas en masa; la explosión las llevó verticalmente sin derrumbarlas á alguna distancia del sitio que antes ocupaban. Uno de los extremos de la pared habia avanzado 9 pies y el otro 4. La pared, levantada y trasportada de tal suerte, se componía, sin contar la argamasa, de 7.000 ladrillos, y pesaría unas 26 toneladas.»
(6) Hé aquí otro caso análogo citado por M. Daguin: «En 1852, un rayo rompió en Cherburgo el palo macho de un buque desarmado; un fragmento de 2 metros de largo y de 20 centímetros de ancho fue despedido con tal fuerza que dio á 90 metros de distancia en un mamparo de roble de 3 centímetros de espesor, en el cual penetró por su extremo más grueso, agujereándolo cual pudiera hacerlo una bala de cañón.»
(7) En 1827 cayó un rayo en el vapor New-York, fundiendo la punta del para-rayos que formaba un cono de 30 centímetros de longitud por 6 milímetros de diámetro en la base; habiendo hecho lo propio con la cadena que iba á parar desde dicha punta al mar y que consistía en una serie de alambres de 6 milímetros de diámetro y 45 centímetros de longitud unidos entre sí por anillos intermedios. Esta cadena iba oblicuamente al mar desde el tope del palo de mesana, y su longitud no bajaría de 40 metros.
Todo cuanto quedó, todo lo que se encontró de ella después de caer el rayo no llegó á un metro. Unos 8 centímetros de esta cadena quedaron unidos á la base de la varilla metálica superior: lo que se recogió en la proa del buque se redujo á dos ganchos con el anillo intermedio completamente abollado, y un pedacito de eslabón.» Despues de la explosión, la cubierta del New-York quedó llena de granitos de hierro que quemaron la madera en cincuenta sitios diferentes, á pesar de caer en aquel momento una lluvia torrencial, y de que en casi todas partes llegaba el granizo á 6 ú 8 centímetros de altura.
(8) Un efecto de fusión sumamente curioso es el que produce el paso de la chispa eléctrica por los terrenos arenosos y húmedos. El pastor protestante Hermán descubrió en 1711 en Silesia las fulguritas ó tubos de rayo, que el doctor Hentzen reconoció de nuevo en 1805, indicando su verdadero origen. Consisten en cilindros ó conos, huecos con frecuencia, cuyas paredes son de una materia vitrificada, enteramente lisa en el interior y rodeada exteriormente de una costra compuesta de granos de cuarzo aglutinados. Por lo regular el tubo es uno solo, hundido verticalmente en la arena, y á veces de 10 metros de longitud. También suele presentarse oblicuo al horizonte, ó se divide en dos ó tres brazos principales, cada uno de los cuales se subdivide en ramas laterales de una longitud que varía entre 3 y 30 centímetros.
«La corteza exterior de las fulguritas, dice
Arago, es redondeada á veces; con frecuencia presenta una serie de asperezas muy parecidas por su aspecto á las rugosidades de que están llenas las ramitas del olmo de Holanda, ó á la corteza grieteada del tronco de los abedules añosos. Las irregularidades del canal vitreo corresponden á las de la superficie exterior, pareciendo, en fin, como si el tubo en fusión hubiera sido doblado totalmente en todos sentidos. Examinados con un anteojo de aumento los granos negros y blancos que componen la costra exterior de las fulguritas, parecen redondeados como si hubieran experimentado un principio de fusión.»
En muchas ocasiones se ha visto que habia fulguritas en los puntos en que acababa de caer algún rayo. El profesor Hagen de Koenigsberg descubrió en 1823, junto á un árbol alcanzado por una exhalación, dos agujeros estrechos y profundos, uno de los cuales contenia, á partir de unos 30 centímetros de profundidad, un tubo vitrificado.
(9) Ya hemos tenido ocasión de decir que la chispa eléctrica influye en las agujas de las brújulas, alterando ó destruyendo su magnetismo. Este es uno de los efectos físicos más peligrosos, por lo menos para los buques en los que cae un rayo cuando navegan por alta mar, y cuya dirección y marcha pueden sufrir desagradables modificaciones por esta causa. Cítanse barcos cuyas brújulas se contrapolizaron, habiendo pasado el norte al sur y viceversa; y otros, que, por efecto del mismo meteoro, se quedaron con sus brújulas vueltas constantemente al noroeste, al nornoroeste, al sudoeste, etc.
«En 1675. dice Arago, dos embarcaciones inglesas navegaban de conserva durante un viaje de Londres á la Barbada. A la altura de las Bermudas, un rayo rompió el palo y desgarró las velas de una de ellas; la otra no recibió daño alguno. Habiendo observado el capitán de esta que el primer buque viraba de bordo, como si quisiera volver á Inglaterra, le preguntó la causa de tan brusca determinación y supo, no sin asombro, que su compañero creia seguir aún el primer rumbo. Entonces se examinó detenidamente las brújulas del buque alcanzado por el rayo, y se vio que las flores de lis de las rosas de vientos que, como es regular, se dirigían antes al norte, marcaban el sur, de suerte que el rayo habia trastrocado enteramente los polos, y así continuaron todo el resto del viaje.»
(10) Hase reconocido también otra clase de perturbación producida por el rayo, y de la que puede resultar no menos peligro para los navegantes. Dicha perturbación consiste en la imantación de las piezas de acero de los cronómetros y particularmente de su péndulo. Así fue que los cronómetros del vapor New York del que hemos hablado antes, adelantaban al llegar el buque á Liverpool, 33 minutos 58 segundos sobre el tiempo que hubieran debido marcar, en el caso de que el rayo hubiese respetado el barco.
(11) Al dar cuenta el físico Boussingault á la Academia de Ciencias de los efectos de un rayo, que había hendido y carbonizado en parte el tronco de un peral, añade lo siguiente: «Este rayo no tuvo nada de particular, y hubiera prescindido de hablar de él á no ser por esta circunstancia: un hombre advirtió el fuego á las cuatro de la mañana y llevó la noticia al dueño del árbol, asegurando que el peral exhalaba un olor de azufre insoportable. Cuantas personas vieron dicho árbol después que hubo cesado de arder estuvieron seguras en percibir olor sulfuroso, y la que me acompañaba participó y participa aún de esta opinión, pues no conseguí convencerla de lo contrario.
Puedo afirmar, sin embargo, que el penetrante olor que difundían las partes carbonizadas del peral cuando yo lo examiné, no era en modo alguno sulfuroso, sino que más bien se parecía al que se nota en las fábricas en las que se destila vinagre de la madera; no siendo fácil confundirlo con otro.
Más de una vez he tenido que habérmelas con los rayos: en cierta ocasión uno de estos mató á un negro junto á mí; la casa en que yo vivia en Zupia fue abrasada por otro; siete veces los he visto caer en los árboles; y en Europa, cayó uno en mi cuarto. Colocado tan á menudo en las más favorables circunstancias para observar bien, ¿no es extraño que jamás haya advertido el olor del ácido sulfuroso? Creo que todo el mundo se inclina en demasía á tomar por vapores sulfurosos todos los olores penetrantes, nauseabundos, que se desarrollan necesariamente siempre que se somete á un cuerpo orgánico al calor ¡ntenso que puede ocasionar el paso de la electricidad.»
(12) Parece que ciertas personas están más expuestas que otras á ser heridas ó muertas por el rayo. Las mujeres lo están menos que los hombres: según una estadística de las víctimas del rayo en Francia, hecha por el doctor Boudin y comprensiva del período de 1835 á 1863, hubo 2.238 muertes, y de los 880 muertos en los diez últimos años de este período, 243 eran mujeres, es decir, sólo el 27 por 100. Aquí hay una inmunidad fisiológica especial para las mujeres, ó tal vez consistirá la diferencia en que los hombres están más expuestos á los rayos por sus ocupaciones ó por sus imprudencias:
Cítanse casos de rebaños de carneros totalmente exterminados por el rayo, saliendo ileso el pastor á pesar de estar en medio de su ganado.
(13) Las personas heridas por la chispa eléctrica no ven el relámpago ni oyen el trueno, por lo nénos así lo han dicho cuantas han podido recobrar el conocimiento por no haber experimentado otros efectos sino el desmayo consiguiente y una ligera herida.
Cuando la catástrofe, famosa en los fastos del rayo, que en julio de 1819 costó la vida á 9 personas y de la que resultaron 82 heridas en la iglesia de Chateauneuf-de-Moustiers (Hoy en día La Palud-sur-Verdon), dirigióse á la Academia de Ciencias una relación circunstanciada del caso, la cual contiene interesantes detalles que vamos á reproducir en parte.
«El domingo 11 de julio de 1819, M. Salomé, cura de Moustiers y delegado episcopal, fue á Chateauneuf para dar posesión á un nuevo rector. A eso de las diez y media, se trasladaron en procesión desde la casa rectoral á la iglesia. Hacia buen tiempo y sólo se veia alguno que otro nubarrón. El nuevo rector empezó á decir misa.»
«Estaba cantando la epístola un joven de 18 años que habia acompañado al cura de Moustiers, cuando de pronto se oyeron tres truenos que se sucedieron con la rapidez del relámpago. El fluido eléctrico arrancó el misal de las manos de aquel joven, haciéndolo pedazos; y éste se sintió estrechamente rodeado por la llama, que le quemó el cuello. Entonces, dicho joven, que al pronto lanzara terribles gritos, cerró involuntariamente la boca, y fue derribado y arrojado sobre las personas congregadas en la iglesia, que á su vez habian caido al suelo ó sido lanzadas fuera del templo.
Al volver en sí, lo primero que se le ocurrió fue entrar de nuevo en la iglesia para ir en busca del cura de Moustiers, á quien encontró asfixiado y sin conocimiento. El joven se dedicó á auxiliar al anciano y respetable sacerdote juntamente con los que, ligeramente heridos, podian ayudarle en su tarea. Le levantaron, apagaron la sobrepelliz que estaba ardiendo, y dándole fricciones con vinagre, lograron hacerle recobrar el sentido á las dos horas de haberlo perdido. El pobre sacerdote vomitó mucha sangre, y aseguró que ni habia oido el trueno ni tenia idea de lo que habia pasado. La chispa eléctrica le quemó el galón de oro de la estola, le arrancó un zapato que fue á parar al otro extremo de la iglesia y rompió la hebilla de metal. La silla en que estaba sentado también quedó hecha pedazos.»
«Al dia siguiente trasladaron al cura de Moustiers á su casa, donde le curaron sus heridas, que tardaron dos meses en cicatrizarse. Tenia una gran escara en el hombro derecho; otra llegaba desde el medio posterior del brazo del mismo lado hasta la parte media y exterior del antebrazo; otra más profunda partia de la parte media y posterior del brazo izquierdo y terminaba en la parte media del antebrazo del mismo lado; y por fin, otra más superficial y menos extensa, en el lado externo de la parte inferior del muslo izquierdo, y otra en el labio superior hasta la nariz. Por espacio de dos meses padeció de insomnio absoluto; quedóse con el brazo paralizado, y aún hoy se resiente cuando hay mudanza de tiempo.»
«El rayo arrebató á un niño de los brazos de su madre, lanzándolo seis pasos más allá: no pudo recobrar el sentido sino cuando lo sacaron al aire libre. Todos los que se hallaban en el templo, se quedaron con las piernas paralizadas: las mujeres, despeinadas, ofrecían un aspecto lastimoso. Llenóse la iglesia de una humareda negra y densa; y tanto, que no se podían distinguir los objetos sino á favor de las llamas de las ropas incendiadas por el rayo.»
«Ocho personas quedaron en el sitio. Una joven de diez y nueve años fue trasportada sin conocimiento á su casa y espiró á la mañana siguiente, sufriendo dolores horribles á juzgar por sus gritos; de suerte que las personas muertas son nueve y las heridas ochenta y dos.»
«El sacerdote que celebraba salió ileso, sin duda porque llevaba una casulla de seda.»
«Todos los perros que habia en la iglesia quedaron muertos en la misma actitud que tenian al sorprenderles el rayo.»
«Una mujer que estaba en una cabaña, en la montaña de Barbin, á poniente de Chateauneuf, vio caer sucesivamente tres masas de fuego que al parecer debían reducir la población á cenizas.»
«Créese que el rayo cayó primeramente en la cruz del campanario, pues se la encontró hincada en la hendidura de una roca á 16 metros de distancia. En seguida, la chispa penetró en la iglesia por una grieta que abrió en la bóveda, á medio metro de distancia del agujero por donde pasa la cuerda de una campana. El pulpito quedó hecho trizas. Se encontró en la iglesia una excavación de medio metro de diámetro, prolongada por debajo de los cimientos de la pared hasta el empedrado de la calle, y otra que entraba por debajo de los de una cuadra y en la cual se hallaron muertos cinco carneros y una yegua.»
«Cuando el rayo cayó en la iglesia, estaban tocando las campanas.»
La mayor parte de los efectos mecánicos, físicos y fisiológicos del rayo que hemos mencionado anteriormente se hallan reunidos en el notable suceso cuyo relato acaba de leerse. El narrador atribuye á la vestidura aisladora que llevaba el sacerdote celebrante, el que este se librara de figurar en el número de las víctimas; es muy posible que tal sea en efecto la razón de semejante hecho, del mismo modo que el rayo puede caer con preferencia sobre las personas que llevan efectos metálicos, buenos conductores de la electricidad.
(14) El 20 de marzo de 1784, cayó un rayo en el teatro de Mantua, y mató dos espectadores é hirió diez, de los cuatrocientos que habia en el local. Entonces se vio un caso sumamente curioso, y fue que «la descarga eléctrica fundió pendientes y llaves de reloj, y rajó diamantes, sin lastimar en lo más mínimo á las personas que los llevaban.»