Woke («despierto» en inglés) es un término, originario de los Estados Unidos, que inicialmente se usaba para referirse a quienes se enfrentan o se mantienen alerta frente al racismo. Posteriormente, llegó a abarcar una conciencia de otras cuestiones de desigualdad social, por ejemplo, en relación con el género y la orientación sexual. Desde finales de la década de 2010, también se ha utilizado como un término general para los movimientos políticos progresistas y/o de izquierda y perspectivas que enfatizan la política identitaria de las personas LGBT, de la comunidad negra y de las mujeres.
En Nueva Revista Juan Meseguer ofrece su visión de lo que significa la cultura woke.
Woke.
Cuesta encontrar una palabra con tan pocas letras que encienda tantas pasiones. Para unos, el término evoca igualdad, justicia, lucha contra el racismo. Para otros, no es más que la enésima reformulación del viejo y divisivo eslogan «lo personal es político». ¿Cuánto hay de cierto en estas posturas?
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La mayor sensibilidad hacia estos problemas ha venido de la mano de una serie de movimientos y corrientes de pensamiento que han saltado al mainstream en los últimos años: la política identitaria, la teoría crítica de la raza, el activismo por la «justicia social» –como se conoce en EE.UU. la lucha contra la discriminación por razones de sexo, raza u orientación sexual–, el movimiento Black Lives Matter (BLM), el Proyecto 1619, etc. Todos ellos componen lo que se ha dado en llamar la cultura o ideología woke: el sistema de ideas que hoy resume la visión moral de una izquierda culta y de buen nivel socioeconómico.
VARIEDAD DE CAUSAS
Difundida desde las universidades y las redacciones de grandes medios de izquierdas como The New York Times, The Washington Post o The Guardian, la ideología woke ha alcanzado amplia repercusión en la opinión pública y en la cultura popular de dentro y fuera de EE.UU. Sus manifestaciones más llamativas incluyen el derribo de estatuas; la quema de libros de Astérix, Tintín o Lucky Luke; el sándwich LGTB de Marks & Spencer; las matemáticas con perspectiva de género; el pulso entre Disney y el gobernador de Florida, Ron DeSantis, por la ley conocida como «No digas gay»; o el cómic protagonizado por el hijo de Superman, un joven de 17 años que «lucha contra el cambio climático, participa en protestas contra la deportación de refugiados y es bisexual», en palabras de la escritora Leila Guerriero.
Como se intuye por estos ejemplos, la revuelta woke no va solo de luchar contra el racismo. Hay otras causas de por medio. Así, BLM combate la injusticia racial, pero también todo aquello que considera una fuente de opresión: la heteronormatividad, el «privilegio cisgénero», el modelo de familia nuclear, el capitalismo etc.
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