Alguien decidió talar en 1830 un bosque que se alzaba sobre un altozano a unos ocho kilómetros de Montealegre del Castillo (Albacete), pero en vez de recolectar madera terminó recogiendo las decenas de extrañas esculturas ibéricas que cubrían el terreno. Tantas encontraron que la noticia transcendió pronto, y hasta se presentó en el lugar un presbítero de Valencia llamado Francisco Javier Biosca para conocer de primera mano lo que estaba pasando, ya que el cerro donde se halló se conoce como de Los Santos. Nunca se sabe. Se había descubierto así un espectacular yacimiento arqueológico que terminó generando una auténtica opereta de despropósitos científicos que culminaron, a su vez, con el envío de una treintena de copias de aquellas figuras (vaciados exactos de los originales) a la Exposición Universal de Viena de 1873 para “revelar la existencia de un nuevo arte plenamente nacional, así como recabar opiniones en el mundo académico”, tal y como señalaba un decreto del Gobierno del 19 de abril de 1872.
En 1891 don Pascual Serrano (maestro de Escuela que se convertiría en una figura de referencia para la arqueología regional de la zona de Almansa) visitó Montealegre del Castillo y rápido se dio cuenta del potencial de la zona, realizando los primeros croquis y estableciendo pronto relación con don Antonio José González, cura del pueblo (Fernández de Avilés 1953: p. 3 y ss). Será este último el que comience las excavaciones en ese mismo año sin esperar ni avisar al Sr. Serrano -¿ansia inocente de buscar los orígenes del pueblo?-. Sea como fuere, durante finales del verano de 1891, el cura del pueblo excavó en la zona del Campo de Blas en busca de suculentas piezas escultóricas que vendió tanto al arqueólogo francés M. A. Engel, al que conocía de excavar en la región, como a Pascual Serrano. Esto nos hace pensar en la concepción tan distinta que se tenía entonces por los bienes patrimoniales, que se cedían o vendían sin gran problema, no sé si por carencia de sensibilidad histórica o por interés económico, quizás por una mezcla de las dos. Sea como fuere, la escultura que nos ocupa, que fue hallada en estas primeras excavaciones, acabó cedida al Louvre, en París, junto con otras tantas esculturas íberas de piedra. En 1941, sin embargo, la dama sedente del Llano de la Consolación, fue devuelta por el Louvre a España (junto con la Dama de Elche, entre otras) e ingresó en el Museo Arqueológico Nacional, donde se conserva hasta hoy (Fernández de Avilés 1953: p. 4).
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