La Chicharrona era un personaje mítico de las sierras hurdanas. Era una mujerona con pandereta y garrote que bajaba de las montañas con una ristra de chorizos al cuello. Llegaba el día de “La Pura”, la Purísima Concepción, que era el día que se entronizaba a esta mitológica figura.
Sopla un viento helado y cortante que desciende desde la sierra de las Corujas, una montaña mágica y legendaria en la comarca extremeña de Las Hurdes. Allí, al pie de su cumbre, tiene su gruta la Chancalaera, hermanastra mitológica de la Serrana de la Vera, harpía extremeña mitad mujer y mitad ave que seduce a los hombre para luego matarlos. Pero hoy la Chancalaera permanece oculta en su guarida, porque quien desciende de la sierra es otra extraña figura femenina: La Chicharrona.
Su nombre, “Chicharrona”, le viene por su relación con uno de los rituales más enraizados en la cultura rural extremeña: La Matanza. Con la ella llegan las mantecas, y con las mantecas del cerdo se hacen los chicharrones, unos deliciosos bollos de harina y azúcar.
Suele encarnarse cada año en alguna vecina hurdana, habitualmente moza de cierta belleza y con las características que la tradición y el legado de los antepasados asignan a este personaje, una mujer de cabellera rubia y larga. Es La Chicharrona una mujerona silvana y mitológica, vestida de pieles de cabra, que cubre su pajiza cabellera con un viejo gorro de piel de zorra o pelo de lobo, y que calza unas enormes “chancáh”, una especie de zuecos o antiguas almadreñas. Lleva las pieles animales sujetas por un cinturón ancho, de donde cuelgan cencerros y calabazas vinateras. En su cuello, grandes collares formado por mazorcas de maíz ya desgranadas y chorizos enroscados.
En sus manos, los símbolos de su poderío: una vejiga de cerdo rellena de agua y un garrote, emblema de la mujer salvaje. En su regazo el símbolo fructificador de un fardel con castañas, nueces e higos pasos. De su zurrón sobresale un pergamino enrollado: La licencia. Y aún trae más en su bolsa encantada: el frío invernal.
En el zurrón lleva el frio
Que reparte a manos llenas
Traigamos el aguardiente
Compadre, siga la fiesta
Y es que si la Chicharrona baja a las alquerías hurdanas es porque hoy es 8 de diciembre, cristianizado como el día de la Inmaculada Concepción, “La Pura”, La Virgen de las Matanzas. Es el día en que los aires fríos se adueñan de esta parte del mundo, y la fecha indicada desde tiempos inmemoriales para que La Chicharrona descienda de sus dominios mágicos con la licencia para que los humanos puedan iniciar los rituales matanceros.
“De entre la nieve branca
abaja la Chicharrona,
licencia trae pa matar
el cebón y la cebona”
Antiguamente, cuando La Chicharrona llegaba a la aldea con los primeros rayos del amanecer, la esperaban los niños tocando zambombas hechas con pucheros viejos o haciendo sonar tapaderas de latón y ruidosos cencerros. La señora de las Matanzas lanzaba al aire los frutos secos, y perseguía con sus rústicas armas a los chavales que se burlaban de ella.
Ahora que ya casi no quedan niños que la esperen le sale al paso el tamborilero, y en las calles del pueblo la reciben los ancianos con coplas vetustas y antiguas tonadas que hablan del frío seco que trae la Dama Salvaje, de las alquerías hurdanas, de la sierra mágica y del momento mítico en el que los dos mundos se encuentran. Y somos los adultos, lugareños y foráneos, los que nos acercamos a besar a La Chicharrona, con el convencimiento de que traerá suerte a nuestras vidas y carne a nuestras despensas.
Antiguamente los muchachos recorrían las casas recolectando comida para la “jogará”, la hoguera comunitaria, en la que se asaban patatas, chorizos en aceite y restos de la matanza anterior.
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