La historia del día que vino a mudarlo todo: '14 de abril', de Paco Cerdá
Paco Cerdà, más que un libro, ha construido un caleidoscopio con el que nos devuelve el reflejo de escenas —algunas pocas icónicas, la mayoría inéditas— de un día que cambió el devenir histórico de España. Una labor intrincada y minuciosa que le ha obligado a trabajar durante dos años cual ratón de biblioteca, husmeando entre libros académicos, hemerotecas digitales e incluso dietarios y cartas. El autor recuerda que la primera de las tareas que acometió fue imprimir sobre papel DIN-A3 todos los diarios que se publicaron el 15 de abril de 1931 a lo largo y ancho del país, predispuesto a trazar con rotulador rojo los primeros surcos del camino. Desde el principio del proceso se acompañó de un objeto que, como buen fetichista, compró deliberadamente: un duro con la efigie de Alfonso XIII fechado en 1898, que le recordaba que aquel hombre que nació rey “acabó en la misma caja que los peones y lejos del tablero que un día dominó”.
Y dejó de ser el Ausente, con mayúsculas, para estar más Presente que nunca. Fue el 20 de noviembre de 1939 cuando se empezó a forjar el mito de un tipo carismático, sí, pero que tampoco había brillado en vida cual estrella del 'rock'. Cuenta el periodista Paco Cerdà a ABC que, antes de caer preso, «José Antonio Primo de Rivera apenas sumaba el 0,4% de los votos –46.000 papeletas–» y que no contaba con una trayectoria política exagerada –tres años en Falange y dos como diputado–. Sin embargo, aquella mañana de posguerra cien mil almas se despidieron de su féretro antes de que partiera, a espaldas de una docena de porteadores, en un lúgubre cortejo fúnebre con destino a El Escorial, lugar de reposo eterno de monarcas.Fueron 467 kilómetros de procesión con el fundador de Falange a cuestas; once días y diez noches de plañideras, cronistas de pluma ágil, gargantas que voceaban aquello de '¡José Antonio, presente!' y pétalos de rosas en el camino. Semana y media en la que Francisco Franco le elevó a la categoría de mito ante la falta de héroes patrios.
Pero Cerdà es un tipo de contrastes –hoy camiseta y americana– y, aunque insiste en que el cortejo fúnebre vertebra 'Presentes' (Alfaguara), su nueva obra es muchísimo más. «El motor de todos mis libros es el que está jodido por la Historia, me da igual el uniforme que porte», sostiene. Por ello, su novela histórica analiza también lo que él mismo llama «la cara B sobre la que se levanta el universo de la victoria»: la de los reos, represaliados, víctimas, mutilados de ambos bandos y un largo etc.
Dos visiones
Vaya si caben personajes en este saco. Desde un republicano preso tras escapar de la dictadura, hasta un veterano del bando sublevado con la mandíbula destrozada durante el conflicto fratricida. La única premisa para incluirlos en la obra ha sido que sus historias, reales y documentadas, sucedieran durante esos once días de viaje en los que aún se vertía sangre y se combatía, aunque no en las trincheras del campo de batalla. «En 1939 la Guerra Civil todavía no había terminado. La posguerra fue la continuación del conflicto por otros medios más crueles y callados», añade. Y ataca con datos: «Mientras se construía el mito de José Antonio con aquella marcha, había también 90.000 trabajadores forzosos encargados de reconstruir el país, 100.000 mutilados y 260.000 presos».
Porque sí, según Cerdà, eran días en los que Franco hablaba de la grandeza del imperio rojigualdo, pero en los que en la prensa se anunciaban también «zurcidos a domicilio» y «nodrizas para amamantar bebés».
Dos Españas, la palpable y la imaginada, la real y aquella por la que suspiraba la dictadura. Terreno abonado para alumbrar una obra que su autor define como «alejada de los maniqueísmos» y en la que se palpan las bondades, desvelos y atropellos que sufrían los 'hunos' y los 'hotros', como diría don Miguel de Unamuno. «Si me tengo que quedar con un personaje, señalaría con Marcelino, un campesino autodidacta recluido en un campo de trabajo francés que mandaba cartas a sus hijos aconsejándoles que estudiaran y a su mujer pidiéndole que resistiera», completa.
Llegados a este punto, Cerdà detiene la entrevista y, con una sonrisa inocente, suspira con tristeza: «Me suele ocurrir una cosa cuando publico un libro: el tema se come al estilo y a las pretensiones artísticas y literarias». No será hoy porque toca reconocer que, bajo esta montaña de datos históricos y cartas de época, subyace una prosa que, en los capítulos que toca. emula los textos de la Falange más cultivada. Los adjetivos heroicos impregnan la obra, lo mismo que esas construcciones lingüísticas barrocas con las que los acólitos de José Antonio luchaban por cautivar a los españoles.
Palabras engarzadas para ganar adeptos primero, y propaganda luego con la que el dictador elevó a los altares al que había sido uno de sus grandes adversarios políticos en vida. «No soy sospechoso de falangista, pero la realidad es que Primo de Rivera era un abogado y un intelectual, y Franco, un militar sin inquietudes poéticas. El primero era mucho más líder que el segundo», sentencia.
Le preguntamos al autor hasta qué punto se ha empapado de esta dialéctica falangista, y le nace esa sonrisa pícara del que recuerda las interminables horas a la luz del candil. «Me he leído las obras completas de José Antonio, unas mil páginas, y decenas de artículos publicados en la prensa de la época». Un trabajo duro, sin duda, pero gracias al cual se ha dado cuenta de un hecho impepinable: «Las palabras tienen, y han tenido, un poder y un peligro enormes». La corte literaria de Primo de Rivera las utilizó, junto a un estilo literario grandilocuente, para aupar al fallecido al grado de héroe. Y el resultado fue envidiable. «Gracias a ello, tuvo más influencia muerto que vivo», finaliza.
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