La Asociación Museo Didáctico de Telecomunicaciones (Muditel) está integrada por unos 400 miembros. El origen del museo se encuentra en unos prejubilados de Telefónica que en los años 90 en A Coruña rescataron del desguace y devolvieron a la vida máquinas con las que cuentan al público la historia desde los primeros cables hasta el 5G.
Además del trabajo de reconstrucción de los aparatos y el mantenimiento de los equipos, realizan visitas guiadas para grupos de entre cinco y 13 personas.
Se han dedicado durante años a rastrear, localizar y volver a la vida máquinas históricas, desechadas por la compañía en su proceso de modernización. Toda esa tecnología que un día fue puntera y quedó obsoleta ya estaba en manos de chatarreros de varias provincias de España. A las centralitas de los años 30 les habían extirpado todas sus tripas de cobre. Eran miles los cables, relés y piezas amputadas. La joya de la corona, un sistema rotatorio de comunicación automática analógica Rotary 7-D, en funcionamiento desde 1928 hasta 2002, fue rescatada in extremis, tras el desmantelamiento de la central coruñesa de Espino.
En el museo el visitante puede recibir una llamada en su móvil realizada desde los terminales fijos —unos cuantos de ellos de baquelita— que se exponen. También comprender, al fin, los ruidos que se oyen en un teléfono cuando se marca un número y presenciar en directo la evolución de la llamada, desde que se descuelga hasta que la tecnología, analógica o digital, busca, selecciona y conecta con el destino.
También se puede entender el funcionamiento del código Morse y descubrir cómo había horas de silencio en las comunicaciones de la radio costera para dar prioridad a los naufragios y accidentes, y hacer, cómo no, una conexión telefónica sentado ante los viejos cuadros manuales que hace un siglo manejaba un ejército de chicas del cable, aquellas mujeres que eran seleccionadas por su dicción y la largura de sus brazos, y que trabajaban con disciplina militar.
Algunas de aquellas telefonistas de antaño también contribuyeron a reconstruir con sus recuerdos el cuadro de conectores jack que servía para llevar la voz de la gente entre provincias. ¿Qué población desea?, preguntaban ellas cientos de veces al día. En épocas como Navidad, el abonado debía aguardar su turno, a lo mejor, cuatro horas o más. Tenía que esperar en casa a que la telefonista le devolviese la llamada y realizar al fin la conferencia con sus parientes.
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