Las capillas domiciliarias o limosneras son pequeñas cajas de madera cubiertas con un cristal que contienen la imagen de un santo o de una virgen, protegidas por una o dos portezuelas, que circulan por los diferentes hogares en donde permanecen unos pocos dias según un orden preestablecido.
Esta tradición, que lleva tantos años formando parte de la historia de los pueblos, se ha seguido conservando. Eliecer Melón, sacerdote del valle de Omaña recuerda que desde que era un niño, en su pueblo natal ya se realizaba esta práctica.
En los inicios la imagen religiosa pasaba cada 24 horas de una casa a otra. Los vecinos eran los encargados de ir moviéndola y pasaba una vez al mes aproximadamente por todo el pueblo, dependiendo de su población.
Con el paso de los años y la notable despoblación de los pueblos, las figuras comenzaron a ocupar más tiempo en los hogares. Días e incluso semanas en las que las figuras se convertían en un amuleto de protección y cuidado.
La figura contiene una hucha para recaudar fondos para pequeños arreglos de la iglesia del pueblo, es un aporte que se suma por parte de los vecinos.
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