El proyecto Gigante investiga, con la ayuda de un dron, las causas de la mortalidad de los árboles más grandes del Amazonas averiguar si la selva seguirá absorbiendo mucho más CO₂ del que libera.
Las regiones intactas del Amazonas siguen almacenando CO₂. La reserva Adolpho Ducke, en las afueras de Manaos, en la Amazonia central, abarca aproximadamente 100 kilómetros cuadrados de selva tropical ondulada y centenaria reservado por el Gobierno brasileño para la investigación. Los científicos visitantes y los estudiantes y colaboradores, duermen en ordenados dormitorios encalados y comen en un comedor sin paredes, que a veces comparten con pecaríes, buitres, gatos monteses y jararacas, unas de las serpientes más venenosas del mundo.
Un estudio publicado en la revista Nature en 2015 mostró que la selva amazónica intacta (sin señales significativas de actividad humana) absorbía en la década de 2000 un 30% menos de dióxido de carbono que en la de 1990. Los autores señalaban que la absorción de carbono de los bosques tropicales del mundo —el sumidero de carbono tropical— estaba fallando. Desde entonces, otros estudios han confirmado ese resultado y han mostrado descensos similares en bosques tropicales de otros lugares.
Una de las razones por las que el sumidero tropical de bosque intacto está disminuyendo, según muchos científicos, es que cada vez mueren más árboles, o mueren más jóvenes. Pero los investigadores no saben lo suficiente sobre la razón por la que mueren, ni cuándo lo hacen. Por eso no es posible modelizar con precisión y predecir cómo cambiarán estos factores en el futuro, lo que crea incertidumbre en las previsiones climáticas.
Los investigadores calculan que los árboles grandes capturan aproximadamente la mitad del carbono que absorbe un bosque tropical. La eficacia futura del sumidero tropical depende probablemente de la longevidad de estos ejemplares. Si el calentamiento, la reducción de las precipitaciones u otros efectos del cambio climático acortan su vida, todo el bosque se rejuvenecerá y absorberá aún menos carbono que en la actualidad. El sumidero tropical podría disminuir o desaparecer. Y a medida que se intensifique la muerte de árboles en paisajes forestales intactos, los bosques tropicales restantes podrían incluso convertirse en importantes fuentes de carbono.
Un estudio llevado a cabo en 2018 en un lugar cercano a la reserva Ducke halló que, de 5.808 árboles observados durante un año, 67 murieron. De estos, solo uno era grande. No es posible entender cómo se comporta una población forestal estudiando un solo árbol. Este problema se agrava en la gran diversidad del Amazonas, con más de 10.000 especies de árboles, cada una de las cuales tiene su propio conjunto de estrategias vitales.
La Amazonia es ahora un productor neto de carbono, pero aún hay tiempo para revertir el daño (The Guardian, 19 de julio de 2021)
La Amazonia es un órgano vital para todo nuestro planeta. Es la selva tropical más grande del mundo y cumple una función importante en los ciclos del agua y del carbono de la Tierra. La región, hogar de especies y ecosistemas abundantes y muy diversos, alberga más de 390.000 millones de árboles. Estos tienen una capacidad excepcional para reciclar el agua bombeándola desde el suelo hacia la atmósfera, pero también desempeñan un papel crucial en el almacenamiento de carbono: la selva amazónica almacena una cantidad de carbono equivalente a dos o tres veces todo el CO2 emitido por el Reino Unido desde 1750. Cuando los árboles mueren, ya sea por causas naturales o por deforestación, este carbono puede volver a la atmósfera.
Hasta que un estudio publicado en Nature por un grupo de científicos brasileños reveló que la Amazonia emite mil millones de toneladas más de dióxido de carbono al año de lo que puede absorber, la región era considerada un importante sumidero de carbono para el mundo. La científica principal, Luciana Gatti, y sus colegas tardaron casi una década en volar de ida y vuelta sobre la selva, recogiendo muestras para analizar la concentración de dióxido de carbono, a distintas altitudes y en diferentes zonas, desde las altamente deforestadas hasta las bien conservadas, para que los científicos se dieran cuenta de que las cosas habían cambiado: partes de la selva amazónica son ahora contribuyentes netos de carbono.
El cambio climático y al menos cuatro décadas de deforestación y degradación de la Amazonia tras la construcción de carreteras principales que se han extendido de sur a norte y de este a oeste a través de la cuenca han creado una situación en la que la Amazonia está más expuesta que nunca a la destrucción humana. La disminución de la capacidad de la selva, especialmente en el sureste, para absorber uno de los principales gases de efecto invernadero tiene un efecto dominó: reduce la propia resiliencia de la selva tropical al cambio climático y aumenta exponencialmente la posibilidad de que el clima alcance un supuesto "punto de inflexión".
Los efectos sinérgicos entre un bosque altamente fragmentado y degradado causado por décadas de deforestación, tala e incendios, y los episodios de sequía más frecuentes e intensos causados por el cambio climático, generan las condiciones perfectas para que se produzcan incendios forestales recurrentes. El estudio muestra que estos incendios están emitiendo grandes depósitos de carbono, especialmente en el noreste. Esto es claramente impactante y extremadamente preocupante, pero también es sorprendente el volumen de carbono emitido por el bosque restante en el sureste. Allí, varios años después de la conversión en pastizales, el bosque restante está actuando de manera diferente a las otras regiones: el nuevo paisaje y el clima hacen que el bosque cambie su comportamiento, e incluso los bosques en pie emiten carbono inexplicablemente. Los impactos de los incendios recurrentes en la selva tropical, que es un ecosistema sensible al fuego, incluyen cambios en la estructura forestal, reducción de las reservas de carbono, biodiversidad y disponibilidad de nutrientes.
Para restablecer el equilibrio de las emisiones netas de carbono de la selva amazónica y evitar que otras partes de la selva de la región lleguen a un punto crítico en el que la mortalidad masiva afecte aún más a la resiliencia, debemos reducir la pérdida de bosques por deforestación e incendios e invertir en la restauración masiva del paisaje. Lamentablemente, Brasil está tomando un camino diferente en relación con estas importantes fuentes de emisiones de carbono. El país, que es el sexto mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, tiene el 44% de sus emisiones asociadas directamente al cambio de uso de la tierra, principalmente la conversión de bosques en campos agrícolas y de pastoreo.
Durante décadas, la llamada hipótesis del punto de inflexión de la Amazonia ha predicho que una vez que se alcance el 20% de deforestación de la cuenca, el sistema pasaría de ser un sumidero de carbono a una fuente de carbono. Ahora, la hipótesis de larga data ha comenzado a confirmarse, ya que presenciamos la destrucción de grandes franjas de uno de los bosques más magníficos de la Tierra, que se han convertido en islas de árboles dentro de un mar de plantaciones de soja y ranchos ganaderos. Sin embargo, este artículo de Nature indica que Brasil puede estar emitiendo mucho más de lo que se informó anteriormente.
Las posibilidades de revertir esta situación son cada día más lejanas. El gobierno federal no ha invertido en la restauración y las tasas de deforestación e incendios han ido alcanzando nuevas cotas mes tras mes. Esta situación se ha agravado desde que Jair Bolsonaro asumió la presidencia. Los organismos de aplicación de la ley se han debilitado y desautorizado , un problema agravado por la falta de dirección y recursos. El gobierno ha escuchado la voz de las partes interesadas, incluidos los taladores y mineros ilegales, por encima de la de los pueblos indígenas y las comunidades locales. Los cambios en curso en las políticas ambientales, como permitir la minería en tierras indígenas , formalizar los títulos de propiedad en tierras públicas ocupadas ilegalmente y flexibilizar el proceso de licencias ambientales, siguen incentivando las actividades ilegales, generando más deforestación e incendios.
Para cambiar esta situación, debemos implementar mejor la aplicación de la ley para combatir e inhibir las actividades ilegales que causan deforestación y delitos ambientales en la Amazonía; proporcionar incentivos positivos para el uso sostenible y las buenas prácticas en la silvicultura y la agricultura; apoyar las economías de los pueblos indígenas y las comunidades locales; aumentar la transparencia y la trazabilidad de los productos amazónicos; e involucrar al sector privado y a la comunidad internacional en el financiamiento verde y otras soluciones ambientales.
Desde los individuos hasta las grandes organizaciones, debemos boicotear los productos e iniciativas que impulsan la deforestación y, en su lugar, consumir productos y financiar iniciativas que mantengan en pie el bosque. Si tanto la sociedad brasileña como la mundial no se dan cuenta de la importancia de una Amazonia saludable para la lucha contra los efectos generalizados del cambio climático en la región, todos saldremos perdiendo.
Ane Alencar es directora científica del Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonia (IPAM), Brasil. La Dra. Adriane Esquivel Muelbert es profesora de ecología forestal global en la Universidad de Birmingham y el Instituto de Investigación Forestal de Birmingham (BIFoR).
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