Desde hace más de un siglo se han llevado a cabo en diferentes puntos del planeta diversos proyectos para detener el avance de los desiertos plantando muros verdes de árboles, a veces de miles de kilómetros de longitud. El éxito de estos muros es relativo. Las tasas de supervivencia de los árboles son a menudo inferiores al 30 %. En algunos casos la biodiversidad en las zonas afectadas ha disminuido y la capa freática ha descendido.
A pesar de ello, la opinión popular sobre los muros verdes como medio para contener el desierto sigue siendo muy positiva. A esta actividad se han dedicado miles de millones de dólares, en lugares como China, en el Programa de Bosques Protectores de los Tres Norte, o en África, en la Iniciativa de la Gran Muralla Verde.
La desertificación no necesariamente hace que los bordes de los desiertos avancen, sino que con frecuencia el desierto ocupa nuevas áreas inconexas, en zonas de alta y más persistente presión sobre la tierra por el pastoreo, la agricultura y la recolección de leña.
Los programas de muros verdes parten del supuesto de que plantar árboles en cualquier lugar siempre mejorará el clima, el suministro de agua y la biodiversidad, al tiempo que previene la erosión y mitiga el cambio climático. Estas teorias centradas en el uso de los árboles tienen su origen en la Europa del siglo XVIII, y en el siglo XIX alcanzó el nivel de ideología, equiparándose la cubierta forestal con la civilización.
Una visión del mundo centrada en los árboles que relaciona la riqueza ecológica con la cubierta arbórea, aunque válida para algunos ecosistemas, no se adapta bien a los ecosistemas de tierras áridas que no estaban originalmente cubiertas de bosques, sino más bien de estepas, praderas o sabanas. Su sustitución por hileras de árboles, a menudo todos de la misma especie, no necesariamente lleva a entornos estables.
Frecuentemente los árboles de madera de mayor densidad acaban compitiendo con la vegetación autóctona, lo que puede provocar una reducción de la disponibilidad de humedad, la biodiversidad y la protección del suelo frente a la erosión, con beneficios limitados para mitigar el cambio climático.
En China, donde entre 1952 y 2008 se plantaron árboles en más de una cuarta parte del territorio nacional, se han encontrado sorprendentemente pocas pruebas de que los esfuerzos de plantación hayan tenido un impacto positivo en los cambios de la cubierta vegetal o en las tormentas de polvo.
Los gobiernos y las organizaciones que apoyan estos programas siguen sin disponer de datos suficientes para realizar evaluaciones más exhaustivas de los efectos de las plantaciones masivas de árboles.
Por otra parte los habitantes de estas zonas áridas acostumbran a hacer un buen uso de sus tierras y suelen resistirse a la sustitución de sus campos o pastizales por plantaciones de árboles y cercas.
En Níger, por ejemplo, las élites locales han utilizado los programas de muros verdes como una oportunidad para apoderarse de tierras que antes eran públicas. En Argelia, el programa de presas verdes fue utilizado por el gobierno para reducir y controlar el pastoreo. También en China, el Programa de Bosques Protectores de los Tres Norte, en combinación con otros programas, ha retirado a los pastores de sus tierras de pastoreo y los ha empleado en su lugar en la plantación de árboles.
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