Isabel Barrón Rodríguez nació en Madrid en 1906. Era la hija
pequeña de Sotero Barrón Llorente y Luisa Rodríguez Benavente.
En 1911 Manuel Núñez de Arenas fundó la Escuela Nueva,
definiéndola como una asociación de cultura, formada por profesores y
literatos, que se inspira en las necesidades y tendencias de la Casa del Pueblo,
donde tiene su domicilio. En 1919, uno de los afiliados a la Escuela
Nueva, Cipriano Rivas Cherif, inició un proyecto de reforma teatral ligado
a las ideas generales de la institución. El año siguiente, Rivas Cherif, que acababa
de llegar desde París a Madrid, junto con su amiga, la escritora Magda Donato, fundó
una compañía de aficionados, el Teatro de la Escuela Nueva. En el primer
ensayo de la compañía Rivas Cherif conoció a Isabel Barrón y, tanto le
impresionó que le invitó a actuar en dos representaciones de la compañía, a la
vez Isabel que se preparaba para concurrir al premio anual en el Conservatorio
de Declamación de Madrid, en donde estudiaba.
El 7 de marzo de 1921 en el Real Conservatorio de Música y
Declamación se realizaron los habituales ejercicios escolares públicos de
la sección de declamación de la clase de Anita Martos de la Escosura. En ellos
Isabel Barrón recitó el prólogo del drama Estracilla, de Ortega Munilla.
Poco tiempo después la profesora de Isabel se encontraba indispuesta, por lo
que Isabel le pidió a Rivas Cherif que le indicara algún pasaje clásico con que
poder presentarse al concurso, junto con algunas escenas modernas. Esto también
ayudó a vencer la resistencia con que pretendían hacerle desistir de su empeño algunos
profesores del Conservatorio. En pleno examen las palabras sarcásticas de dos
catedráticos e ilustres actores cómicos, aduciendo el cansancio del Tribunal, harto,
en efecto, de los monologuitos de colegio y entremeses de salón con que habían
ido desfilando durante una tarde mortal los demás opositores, querían disuadir
a Isabel de lo que consideraban iba a ser un alarde ridículo. El Tribunal, del
que formaban parte Lucrecia Arana y Jacinto Benavente, en calidad de delegado
regio, accedió sin embargo a oír a Isabel, quien no obstante la nerviosa
ingenuidad con que representó el Sin querer, del propio Benavente, y la
debatida escena de La niña de Gómez Arias, de Calderón, obtuvo los
sufragios de sus jueces, unánimes en otorgarle el primer premio debido a su mérito
juvenil. Por aquel entonces Isabel Barrón tenía 15 años. En opinión de
Rivas Cherif, entonces tenía aptitudes naturales nada comunes, belleza física,
voz deliciosamente timbrada, sincera afición y raro buen gusto.
El domingo 12 de junio de 1921 a las seis de la tarde, el Teatro de la Escuela Nueva había de celebrar en el Teatro Español de Madrid la tercera función de su abono selecto con el estreno de la comedia en cuatro actos y en prosa, La voz de la vida. Esa primera representación fue prohibida por el director general de Seguridad, pero, por fin, el 27 de junio sí que se pudo representar en el Ateneo. De ese momento se escribió la siguiente crónica en La Correspondencia de España.
EN
EL ATENEO
Estreno
de La voz de la vida,
Los
elementos que integran el Teatro de la Escuela Nueva recibieron en el Ateneo,
con la liberalidad tradicional en la docta casa, hospitalidad para representar
la comedia del escritor danés Bergstriom, traducida por G. Portnof y A.
Millares, y titulada La voz de la vida.
Se
recordará que la representación de esta comedia fue prohibida por el director
general de Seguridad, y que el propio ministro, al defender en el Parlamento a
su entrañable subordinado, hubo de calificar de revolucionaria la obra
Esto
justifica que, a modo de prólogo, el Sr. Rivas Cherif saliese al escenario para
decir con frases de cumplido elogio que agradecemos, para nuestro compañero
querido Francisco Aznar Navarro, que en el artículo de nuestro crítico
literario, publicado en La Correspondencia de España, se expresaba
perfectamente lo que es la comedia, Y que no se llamase a engaño el público si,
sugestionado por las pretorianas prohibiciones gubernativas, creía que iba a
presenciar una representación revolucionaria, pues la obra en modo alguno tiene
este carácter.
Nada hemos de decir, pues lo dijo Aznar Navarro, de la acción de esta comedia de tesis en la que, como en Magda frente al concepto clásico y rígido del coronel surge el libre concepto de la vida de su hija, encontramos a Karen representando la lucha de la libertad de concepción de la vida, frente a los prejuicios del profesor de Teología, rígido moralista, Borneman, su padre.
Representada la comedia, se aprecia que es el autor inferior en emotividad escénica a otros autores que han cultivado análogo género escénico y han logrado con justicia la universalización de su nombre.
Interpretaron la comedia Magda Donato en el papel de Karen, Adela Barrio en La señora Borneman, Isabel Barrón en Tora, Luz Carrillo de Albornoz en Gancina Meller, Asunción Ruiz Medrano en La criada y los señores A. Fernández en el profesor Borneman, F. Ballestero en el doctor Schon, E. Yuste en Strandgor y J. Benito en Pedro, cuyo esfuerzo fue premiado con merecidos aplausos.
Asistieron a la representación algunos políticos, entre ellos el conde de Romanones, y escuchamos sabrosos comentarios sobre algunas contestaciones que dieron personalidades invitadas a la representación, entre ellas una notable por su incongruencia, de una alta autoridad. — M. M. de Z.
Admirablemente presentado, vestido y decorado; verdaderamente rico de lujo y de arte exquisito, el Don Juan de España tiene toda la visualidad, todo el encanto cromático necesario a esta clase de obras, y en el que una sabia y atenta dirección, un gusto seguro y fino tienen la mayor influencia.
En cuanto a su valor literario y dramático, este «Don Juan», de Gregorio Martínez Sierra, compuesto sobre todos los «Don Juan» conocidos —desde el de Tirso al de Bataille—, es una verdadera rapsodia de las principales variaciones sobre el tema.
Ha sido, sin duda, propósito del autor ofrecernos un cuadro completo de las vicisitudes del «gran personaje» con el auxilio de toda la literatura «donjuanesca». Para ello, según él mismo declara en su autocrítica, ha adoptado la forma que pudiéramos llamar «episódica»... la cual, a vueltas de multiplicar las soluciones de continuidad con relativo exceso, tiene la ventaja de prestarse a la desarticulación de los episodios que puedan parecer ociosos o sobreabundantes sin detrimento grave de la obra,
Anoche mismo se suprimió ya un acto de los seis en que primitivamente se había anunciado la representación. El drama no se resintió por eso. Y conste que cada cuadro o acto constituye de por sí un bello poema dramático y un verdadero encanto de «mise en scene». El público los aplaudió todo complacidísimo, asegurando a la obra un éxito, duradero.
La interpretación fue excelente en conjunto. Brillantísima por parte de Isabel Barrón, que se reveló como admirable actriz dramática. Muy bien Martori, Collado y Baena. Excelentes, la coreografía de María Esparza, las ilustraciones musicales de Conrado del Campo y el decorado y trajes de Fontanals.
En
resumen, una gran noche para todos, y en particular sara Gregorio Martínez
Sierra, como autor y como director.
No tan elogiosa hacia la obra fue la crítica de Enrique de Mesa
en La Correspondencia de España, aunque mantenía su admiración por la
actuación de Isabel Barrón.
Si
el autor de Don Juan de España—título alto, sonoro y significativo—no hubiera
lanzado al viento popular y divulgador del periódico la autocrítica de su obra,
a buen seguro que nosotros, cronistas de buena fe, inquiriendo en la
realización escénica el propósito que guiaba al poeta, no le habríamos salido
al paso con las tachas y distingos que a la hora presente acuden, en tumultuoso
tropel, a los puntos de la pluma. Pero D. Gregorio Martínez Sierra, en fogoso y
vivo lenguaje, ha consignado clara y paladinamente cuál era su intención, y en
este punto es imprescindible cotejar y compulsar lo pensado con lo realizado.
Desde
luego emparejamos con el dramaturgo en una apreciación obvia; «su Don Juan. no
es el de Tirso ni el de Zorrilla». Nada más cierto. Para que el Sr. Martínez
Sierra se concatenase en el espinazo del donjuanismo dramático con las
vértebras que se llaman Tirso, Molière y Zorrilla, sería necesario el Don Juan,
el hombre, la persona plasmada en carne, el torrente encendido y sensual de la
sangre humana. Y si, crueles e irrespetuosos, despojamos a Don Juan de España
de la gorra con que se toca, del arreo de su vistosa ropilla, de la toledana
espada que ciñe y de la española capa en que se envuelve, ¿qué hallaríamos en
suma? Sólo palabra superfriamente lírica, vulgar y resobada filosofía,
reminiscencias literarias. Como las imágenes sagradas de los pueblos, carece de
lineamiento y proporción humana: el rico manto de tisú cela engañosamente un vulgar
argadijo de maderas y listones, sostén de una carita dulce y alfeñicada.
El
autor, según nos declara, «se ha creído con derecho a soñar, componer y echar a
andar por el tumultuoso mundo de la farsa una interpretación personal del
gallardo pecador español». Nadie, honradamente, osaría poner trabas al fuero
creador; pero de un derecho es correlativo un deber, y en este caso, la verdad
sea dicha, el artífice dramático ha dejado incumplida la promesa. No ya un nuevo
concepto del carácter legendario —que esto no sería hacedero—, sino la
acentuación de un matiz, o la sabia o feliz sintetización de algunas cualidades
o características, darían calor al nuevo empeño escénico, y lo justificarían
holgadamente. Esto hicieron Molière y Zorrilla con el mozo español, a quien el
fraile mercedario, nuestro gran Tirso, logró darle, en, un sólo punto y con
humana pluma, la intangible traza imperecedera. Pero Don Juan de España se
halla dañado de narcisismo literario; le faltan brío y pasión.
Dijérase
que pesan sobre su espíritu sus cuatro siglos de existencia. Es un Don Juan que
se contempla, ya suaves la medula y los nervios, y rumia sus locuras y perfila
graves meditaciones filosóficas. juraríamos que se halla percatado de su
transcendencia dramática, y que conoce al dedillo las glosas, escollos y
apostillas que le han dedicado autores y críticos, incluso los más recientes de
don Ramón Pérez de Ayala, D. José Ortega y Gasset y D. Ramiro de Maeztu. Es un
Don Juan que sabe que es Don Juan.
En
estas condiciones, no le era dable a don Gregorio Martínez Sierra forjar la
«obra dramática esencialmente española, y por lo tanto, realista, áspera, sin
pocas ni muchas contemplaciones», que el juzga realizada en su tragicomedia.
Nótese que no hablamos por cuenta propia. Transcribimos palabras del autor, y
al insertarlas ahora, ya conocida la pieza escénica, experimentamos la misma
sorpresa de aquel a quien un pintor loco, ante un lienzo de virgen blancura, le
explicaba el asunto, las figuras y hasta los detalles más nimios del cuadro que
imaginara haber pintado sobre la tela sin mancha. «No es literatura—continua en
su desvarío el Dr. Martínez Sierra—, sino arte dramático; la exaltación, la
emoción, son en ella más de acción que de bella palabra». Aun inducidos de la
más noble generosidad crítica, no osamos dar por existente la pintura ni
realizado el sueño.
El
ilustre autor de Canción de cuna, que por esta vez «no ha querido acordarse de
que hay público», a nuestro juicio le ha requerido con las más gustosas y
sensuales solicitaciones; se ha adueñado de él con señuelos de indudable
belleza, pero ajenos a lo fundamental del arte dramático. Don Gregorio Martínez
Sierra no ha delineado un solo carácter, pero ha cortado el figurín de su
indumento; no se detuvo en la matización psicológica, pero apuró con delicada
finura la feliz acordación de tonos en telas y en trajes. Ha pintado los bellos
y estilizados jardines donde se solazan y deleitan los hombres; los interiores,
veristas y escrupulosos, en donde viven, y padecen, y odian, y aman; pero ha olvidado
al hombre y a la mujer de carne y hueso, con la aspereza o la dulcedumbre de sus
pasiones. Aun manejando el Amor y la Muerte, temas esenciales de poesía, ya en
la forma épica, en la lírica o en-la dramática, el Sr. Martínez Sierra, por la
ausencia absoluta del «elemento real y humano», no consigue encendernos en el
divino soplo ni comunicarnos el temblor de lo pavoroso desconocido. La notación
musical no logra dar amorosas alas a lo que fríamente ha nacido de las manidas
palabras de los libros, la viva y tangible plasticidad de un entierro no nos infunde
el temor humano de la muerte si antes no lo hemos sentido, palpitar en el alma acongojada
de Don Juan.
Por
esta vez, D. Gregorio Martínez Sierra nos ha ofrecido un sabroso espectáculo visual,
y en este punto es merecedor de todo género de alabanzas. Su colaboración con
dibujantes y escenógrafos, electricistas y tramoyistas, músicos y danzantes, ha
sido más feliz, afortunada y provechosa que la espiritual camaradería con Tirso
y sus legítimos sucesores. El ramillete femenino que anoche nos fue ofrecido
por la Empresa del teatro de Eslava merece que todo Madrid desfile por el
pasadizo de San Ginés. El primor físico no ahuyenta en alguna de las actrices
al mérito artístico, sino hermana y convive con él en un feliz ayuntamiento de
hermosura y de arte. Tales y tantas son las actrices que intervienen en la
representación de la tragicomedia, que nos hallamos temerosos de olvidar
algunos nombres. Isabel Barrón, J. Santaularia, Milagros Leal y Rafaela
Satorres, en primer término, y María Esparza, Consuelo Torres, Ofelia Cortesina
y María Corona, en un plano artístico secundario, aunque en el mismo nivel de
belleza y de gusto, obtuvieron la aquiescencia del público.
Al
Sr. Martori no le hemos de culpar demasiadamente su inexpresiva monotonía, por no
cargarle responsabilidades que en justicia no le atañen. Don Manuel Collado
contribuyó con sus cualidades de actor excelente a realzar el sacristanesco
tipo de Pánfilo, un Ciutti más cerca de los pedantes lacayos del teatro clásico
que del avispado mozo de Zorrilla. Todo lo que se refiere al elemento sensual y
externa hállase cuidado escrupulosamente. Lo que concierne a la esencia
dramática anda un poco' manga por hombro.
El
público 5e desviaría de Don Juan de España si éste saliera a la escena en
mangas de camisa. Pero a Pedro Crespo, o a Otelo, o a Hamlet, ¿no los escucharía
emocionado y tembloroso si se presentaran en tal guisa ante aquella manta tirada
de dos cordeles, único paramento y adorno del teatro de nuestros abuelos?
El 24 de febrero de 1922, a las tres y media de la tarde, Isabel
Barrón actuó en el Teatro del Centro, en la función a beneficio de
los niños hambrientos de Rusia, organizada por las revistas Tablero
y Ultra, con unas Poesías ingenuas de Tomás Borrás. El 22 de
abril del mismo año en el Real Cinema se pronunció una conferencia,
organizada por el diario El Sol, para hacer un llamamiento en auxilio de
los hambrientos rusos.
Ayer
tarde se verificó en el Real Cinema la conferencia organizada por nuestro
estimado colega «El Sol». El amplio local estaba atestado de público.
Gregorio
Martínez Sierra leyó unas cuartillas explicando el acto y poniendo de relieve el
inmenso dolor, la indescriptible tragedia por que atraviesa el pueblo ruso,
haciendo un llamamiento en auxilio de los hambrientos. Después el Sr. Baeza dio
lectura a su conferencia, «La tragedia del Volga». Anunció el Sr. Baeza que las
proyecciones que iban a exhibirse habían sido hechas por la Misión a las
órdenes del doctor Nansen, alto comisario de la Cruz Roja que dirige la organización
de socorro a Rusia.
Analizó
luego el Sr. Baeza las causas originarias de la catástrofe, No ha sido toda la culpa
del Gobierno de los Soviets. Siete años de guerra, las levas de campesinos para
el ejército, el cordón sanitario con que se pretendía estrangular el comunismo,
las contra-revoluciones subvencionadas por los Gobiernos extranjeros, que en
gran parte se desarrollaron en los territorios victimas hoy del hambre, todo
esto han sido causas; pero la determinante fue la sequía que, como una
fatalidad climatológica que nada puede alterar, sufre Rusia periódicamente.
Después
se proyectaron las fotografías. Una es la tierra en la cuenca del Volga,
agrietada, calcinada por la sequedad y el sol. Los sembrados de trigo, raquíticos
los tallos y mal granadas las espigas. El esqueleto de una «izba» o choza de
campesinos, de la cual ha sido arrancado y devorado el bálago de la techumbre y
de los flancos.
Luego,
en otras proyecciones, el éxodo de los labriegos. Rincones de campamentos de fugitivos.
Cadáveres de emigrantes en un campo. Un rincón de una choza, en la que una familia
espera la muerte. Otras más, de niños con el vientre hinchado por la mala alimentación
y la piel pegada a los huesos. La visión de tanto esqueleto agonizando ponía espanto
en los espectadores.
Una
cuestación
En
un intervalo hicieron una cuestación las artistas del Teatro Eslava, Josefina
Santaularia, Paquita Sánchez, María Esparza, Teresa Martínez, Isabel Barrón,
Marta Teresa Mauduit, Natividad Jiménez y María Corona, y señoritas Raule y
López Romero. La cuestación fue brillantísima.
El miércoles 27 de septiembre de 1922 inició la temporada en
el Teatro Olympia de Valencia la compañía de Gregorio Martínez Sierra,
con el estreno de la obra Pigmalión, comedia en cuatro actos original de
Bernard Shaw. Las actrices de la compañía eran Catalina Bárcena, Isabel Barrón,
Carmen Cano, María Corona y María Esparza. El 2 de octubre de ese año la
compañía seguía en el Olympia de Valencia representando la comedia inglesa El
admirable Crichton de J.M. Barrie. El 13 de octubre, también en el Olympia estrenaron
la obra Carne a las fieras de Sidney Garrik. El 25 de octubre la
compañía regresó a su base, el Teatro Eslava.
La siguiente imagen es de la portado de la revista Mundo
Gráfico del 1 de diciembre de 1922. El 15 de enero de 1923 Isabel abandonó
la compañía de Martínez Sierra en el teatro Eslava para pasar a la
compañía de Francisco Alarcón, como primera dama, en el teatro Rey Alfonso,
para interpretar la comedia argentina Mi prima está
loca. El 4 de febrero de ese año se estrenó en el Rey Alfonso Mi
prima está loca y, de nuevo, Enrique de Mesa en La Correspondencia de
España, hizo su crítica teatral.
PRESENTACION DE ISABEL BARRON
A
fin de celebrar con rito solemne el trasplante de la bellísima Isabel Barrón
desde el coto escénico de Eslava al de Rey Alfonso, la Empresa de este último
decidió ofrecer a la artista, para su presentación ante el público y a modo de
alboroque, el estreno de una pieza de autores argentinos —los señores D.
Francisco E. Collazo y D. Torcuato Insausti— intitulada «Mi prima está loca».
La
señorita Barrón, si no yerran los informes que poseemos, procede de nuestro
Conservatorio Nacional. Luego de sus estudios en las aulas oficiales, hubo de
realizar la práctica pública de sus enseñanzas en la compañía que gobierna el
Sr. Martínez Sierra. De diario, en el transcurso de dos temporadas, ha tenido
como ejemplo y norma a la señora Bárcena. Esta sobria apuntación de antecedentes
—raíz, cultivo y modelo— basta, a nuestro juicio, para que el Lector discreto
se percate de cuál puede ser a la hora presente —sin incluir, claro está, la posibilidad
futura— su condición artística.
Posee
la señorita Barrón un arma combatiente de filo agudo y heridor: la estética corporal.
Demás de esto, la joven actriz concierta y alía con el primaveral encanto de su
primor físico dotes de otra índole: el timbre armónico de la voz, cierta mesura
o discreción expresiva, y como base y corona a un tiempo mismo, un férvido amor
a su arte, circunstancias todas que pueden conducirla en breve plazo al logro
de su personalidad.
La
obra elegida para su presentación no ofrece, a la verdad, grandes lances
interpretativos. Trátase de una comedia modosa, apacible y limpia, de cándido y
pueril artificio, algo arbitraria en su moraleja, pero no exenta de chispa en
alguno de sus pasajes. Mas bien que la sustancia de su país de origen o el
influjo de la escena moderna española, italiana o francesa, revela en su procedimiento
alguna contaminación del modo teatral norteamericano.
Notaremos
de pasada que la temporada actual ha sido en extremo beneficiosa para intercambio
de productos escénicos con la República Argentina. Primero «La conquista», de
Iglesias Paz; más tarde el copioso muestrario de comedias, zarzuelas y sainetes
que nos ofreció la compañía Muiño-Alippi. Luego «Una bala perdida», del notable
escritor D. Enrique García Velloso. Nos place el rumbo iniciado, pues a la
postre, sólo por el mutuo conocimiento puede llegarse al recíproco amor.
La
fábula de la nueva producción no puede ser más sencilla. En su garzonera
bonaerense (garzonera y no «garçonnière», ¿por qué
no, si el vocablo garzón, aunque de acarreo francés, hubo de adquirir carta de
ciudadanía castellana en nuestros mejores monumentos literarios de la Edad
Media, y tiene, por tanto, asiento secular en nuestro léxico?) viven los
hermanos José María y Jorge solteros, pudientes y con mundo, disolutos o
«farristas» como se dice por allá: José María, en la cuarentena de sus años,
preso en la seducción del juego, Jorge, por et filo de los treinta, ni casto, ni
abstemio. La inesperada presencia en aquel frio hogar de la soltería de una
prima de los hermanos, nacida en Washington y educada a lo yanqui, que llega a
convivir con sus parientes, constituye para los señoritos viciosos una revelación
del amor honesto y familiar, que puede enderezar los tuertos de sus vidas por el
camino amplio y soleado del matrimonio.
La
ingenua desenvoltura de la grácil primita los enamora del todo, y encalabrina
de paso a los cuatro o cinco amigotes, compañeros de juergas de los hermanos.
En una escena de pura convención teatral se declaran en racimo los siete
varones. Pero la arriscada doncella los ataja, presentándoles como su prometido
a un compatriota yanqui que aparece de súbito hablando correctamente et inglés,
y farfullando malamente el castellano. Aquella malhadada revelación es un frígido
soplo de hielo en la hoguera del amor. Los amigos vuelven a la «farra»,
levantando el cerco amoroso. José María rumia en silencio su fracaso; aunque
sin volver a las andadas, pero Jorge, con redoblado brío, se torna a la crápula
para ahogar su pena. Lo del novio resulta a la postre añagaza y transpantajo de
la señorita. Aquel yanqui que se emplea en diálogos chistosos y absurdos con un
criado andaluz —como todos los fámulos andaluces de la escena, hiperbólico y
metafórico en demasía— no es sino un novio de lance, alquilado en doscientos
dólares para realizar su papel en la farsa. La prima ha fingido el noviazgo
para probar el temple espiritual de sus parientes. Y acaba entregando su mano y
su hacienda al alcohólico Jorge, en el preciso instante en que llega a la casa
borracho perdido.
El
público, en disposición benévola de ánimo, siguió con interés la intriga de la
comedía y rió complacido los diálogos del andaluz y del yanqui. La
interpretación fue en general discreta. La señorita Barrón logró el
asentimiento del auditorio. Disfrutaron de igual privilegio el Sr. Terry con su
entrevenada expresión de inglés y castellano, y él señor Alarcón que entintó
con algún recargo las líneas caricaturescas del fámulo serrano y jacarandoso.
Luis Fernández Ardavin, que por entonces preparaba una obra
para Enrique Borrás, le recomendó para su compañía el nombre de Isabel Barrón. El
24 de marzo de 1923 fue contratada Isabel Barrón por la compañía Borrás
para sus representaciones en la temporada próxima, en el Teatro Español.
El 23 de noviembre de 1923 se estrenó la comedia dramática Las
alas rotas, de Pedro Muñoz Seca, en el teatro Centro. En el periódico
La Libertad del día siguiente Manuel Machado escribió la siguiente
crónica.
Para
escribir un drama bueno, D. Pedro Muñoz Seca tendrá que olvidar todo lo que
sabe de teatro». Es demasiada habilidad la suya, y en vez de la difícil
facilidad, él llega a la fácil dificultad de un modo asombroso. Parece que ha
escrito un drama..., y no hay tal cosa. La emoción no nos ha sobrecogido un
momento, el interés humano está ausente, la realidad escamoteada a la
perfección, y en medio de las situaciones más violentas y terribles, no ya el sentimiento,
pero ni la atención del púbico están captados.
A
fuerza de carpintería teatral, puramente externa, de recursos desacreditados de
puro acreditadísimos en la comediografía, el drama llega, al final sin que nos
quede de él otro recuerdo positivo que el de algunas escenas cómicas y de tal
cual ocurrencia verdaderamente graciosa y oportuna.
Por
lo demás, no es preciso que el Sr. Muñoz Seca escriba un drama. Harto mérito le
abonan su deliciosa verba cómica y su Ingenio inagotablemente gracioso. Pero si
alguna vez prefiere hacernos sentir y pensar en serio, le será preciso a él
pensar también muy seriamente.
El
gran Borras, luchando con las dificultades de un tipo que —aparte su
Inconsistencia— no «le va» de ningún modo, sólo en fugaces momentos pudo
desarrollar su genio de artista. Ruiz-Tatay hizo bien el Inevitable cura de
esta clase de obras, porque es un gran cómico, pase lo que pase. Muy bien, muy
bien estuvo González Marín en el Daniel, y notablemente natural y gracioso
Mesejo en el Tinaja, tipo sobrado caricaturesco, pero de lo más sobresaliente
en la comedia.
Isabelita
Barrón e Irene Barroso, muy Inteligentes, muy expresivas y muy guapas en los respectivos
papeles.
MANUEL MACHADO
El 27 de diciembre de 1923 se conoció el resultado del
concurso de belleza, entre las actrices españolas, organizado en Madrid por el
periódico La Voz. El primer lugar, con 10.935 votos, fue para la aplaudidísima
tiple del teatro de la Zarzuela, Eugenia Zuffoli, el segundo para la dama joven
de la compañía de Enrique Borrás, Isabel Barrón, con 9.842 votos y el tercer
lugar la eminente actriz del teatro Eslava, Catalina Bárcena, con 8.645
boletines en su favor.
Esta es la ilustración del concurso de
belleza.
El 17 de marzo de 1925 en el Teatro Payret de La Habana
se estrenó el drama El abuelo de Benito Pérez Galdós. En el Diario de
la marina apareció esta reseña.
Un
drama de Benito Pérez Galdós, el inmortal novelista que creó ”Los Episodios
Nacionales”, hecho por Enrique Borrás, el gran actor dramático español, tenía
que provocar, como provocó "El Abuelo", obra de admirable factura
artística, una expectación inmensa.
Payret
se vio anoche concurridísimo, y en la sala del más amplio de nuestros coliseos podía
haberse escuchado el vuelo de una mosca. No vamos ahora a ofender al lector
contándole el argumento de “El Abuelo”. Es obra suficientemente conocida por el
público y se ha puesto en escena muchas veces en la Habana. Ni el espacio ni el
tiempo, por otra parte, lo permitirían.
No
es “El Abuelo” como ”Electra” obra de tendencias,
de parcialidad ni de ocasión. Es labor de arte, de psicología, de caracteres, de
humanidad, de vida palpitante. No puede negarse que Galdós no era como Sardon,
ni cómo Echegaray. Prescindía de los efectismos; no creaba figuras de teatralidad
resonante, ni planteaba conflictos de los que producen extraordinaria impresión
nerviosa: Buscaba el documento humano, quería provocar la emoción, llegar al
espíritu, es decir, al corazón y al cerebro de su público…
Pertenece,
pues, "El Abuelo,” y ya otras veces lo hemos dicho, a la parte buena de la
producción del novelista más amplio de España, del creador de la novela
histórica.
Borrás,
que en la Interpretación de las grandes concepciones artísticas, destaca su
himaláyica personalidad de autor, dio, en el Conde de Abril, prueba evidente de
su grandeza, de su comprensión, de su Intensidad emotiva, de su refinadísima
sensibilidad. Estuvo a las mil maravillas en el desempeño del role. No puede aspirarse
a una mayor identificación entre el carácter del personaje y la impresión que
de él tiene el artista al interpretarlo. Aplausos entusiásticos premiaron su
actuación espléndida en el protagonista. Isabelita Barrón, en la Dolly, y Margarita
Gelabert, en la Nelly, obtuvieron un succés brillantísimo. Comes, actor de
valer positivo, encarnó magistralmente el Venancio. Muy acertado Mesejo, en el
Pío Coronado. Plausible fue la labor de Adela Calderón, Julia Sala, López de
Carrión, Fernando Sala, Barraycoa y Alcón, porque todos, absolutamente todos,
propendieron al magnífico resultado.
En
suma, “El Abuelo” alcanzó un ruidoso éxito.
El 30 de marzo de 1925 la Compañía cómico-dramática de
Enrique Borrás interpretó, en el Teatro Payret de La Habana, la
comedia en cuatro actos La Loca de la Casa, de Benito Pérez Galdós. El José
María Cruz de Borrás fue una verdadera creación artística. Isabel Barrón,
Alicia Calderón, Julia Riaza, Julia Sala, María de Albéniz, Carmen Fernández y
Margarita Gelabert realizaron labor que merece alabanzas. Dos días después
estrenaron el drama de Fernando López Martín titulado El Rebaño,
premiado por la Real Academia Española.
Isabel Barrón interpretó con la compañía Borrás la Fuensanta
en El bandido de la sierra. Con esta compañía permaneció unas cuantas
temporadas, y en el viaje que hizo a América, destacó al lado de Enrique Borrás en papeles de responsabilidad: la Nuri,
de Tierra baja, la Dolly, de El abuelo, o la protagonista de La
loca de la casa.
Cuando Enrique Borrás licenció su compañía castellana, Isabel
Barrón encontró un lugar en una compañía de muy distinto género, con Irene Alba
y Juan Bonafé, con quienes actuó durante una temporada en el Teatro Alkázar de
Madrid. El 25 de diciembre de 1925 se estrenó en el Teatro Reina Victoria
la obra Clara Luna, juguete cómico de Abati y García Álvarez,
interpretado por la compañía Alba - Bonafé. En esta obra Isabel Barrón
trabajaba junto a Irene Alba, Juan Bonafé, Caba, Hidalgo y García León. En la
crítica del diario El Debate se recogía la nada positiva critica que
puede leerse a continuación.
«Clara
Luna» es un juguete más, con todas las características del género: dos
sinvergüenzas, hombre y mujer, ven un negocio haciéndose pasar por los padres
de una entretenida, y allá van; son los frescos de siempre, con el lenguaje y
los chistes de siempre, convencionales y retorcidos; hay situaciones de gracia y
otras en las que produce tristura el esfuerzo, el trabajo, la constancia
empleados en buscar una gracia que no se logra; hay la moral amplia y tolerante
con exceso, acomodaticia y libre, que celebra como rasgos de ingenio la estafa,
el embuste y la desvergüenza; se da el toque sentimental y quedan muy malparada
la lógica y hasta el sentido común de los personajes.
Larga
y lánguida la obra, el público la aplaudió como de costumbre y los autores
salieron a escena, como de costumbre.
Después de la compañía Alba – Bonafé, Isabel Barrón trabajó
como primera dama en la compañía de Amalia Sánchez Ariño. El 11 de noviembre de
1926 se estrenó en el Teatro Tívoli de Barcelona La locura de
Ernestina. En la revista Popular film se recogía la siguiente
crítica.
Cuando
se estrenó «La locura de Ernestina» en Madrid, leímos en algunos periódicos
cortesanos que la comedia había tenido éxito. Los críticos de allá sabrán si
pospusieron la verdad al compañerismo, ya que uno de los autores de la comedia es
crítico teatral de «La Voz». Pero nosotros, que colocamos la verdad por encima
de la camaradería, tenemos que decir que «La locura de Ernestina» no convenció
al público ni a los críticos barceloneses.
La
comedia, ni por su asunto, ni por su diálogo, ofrece ninguna novedad.
Tratándose de autores jóvenes como los señores Silva Aramburu y Mayral, este
último crítico por añadidura, es lamentable que la obra no pase la linde de lo
mediocre, que carezca de un diálogo más pulido, ágil y brillante y de emoción
dramática en las escenas que se prestan a ello.
A
un escenario de la categoría del Tívoli de Barcelona, ni los señores Silva
Aramburu y Mayral, ni autores de fama más sólida y extensa que la suya, tienen
derecho a llevar obras tan flojas como «La locura de Ernestina». Tampoco pueden
elegir mejores intérpretes para su comedia que los que tienen en los artistas
de la compañía Sánchez Ariño, en la que, además de haber figuras tan
preeminentes como Alberto Romea, Amalia Sánchez Ariño, Isabel Barrón y Ricardo
Canales, ofrece un conjunto admirablemente disciplinado.
Es
necesario recalcar una vez más que la compañía que actúa en el teatro Tívoli es
de las más ajustadas y notables que pisan los tablados españoles. Si con
intérpretes así, resulta tan insignificante «La locura de Ernestina», imaginen
sus autores qué parecería la comedia con cómicos de menos mérito.
La
gentilísima y bonita dama joven Isabel Barrón, está sencillamente genial en el
papel de Ernestina, la protagonista. Sólo una artista de su talento y
sensibilidad puede hacer vivir a un muñeco tan intensamente como ella hace
vivir a la protagonista de esta comedia.
Igual
puede decirse de la señora Sánchez Ariño en su papel de la cursi solterona Flor
de Lis; de Laura Alcoriza, en el de Isabel; de Alberto Romea, en el del gran
cínico Santín Pellejero, y de Ricardo Canales en el del apasionado Luis
Almodóvar. Amparo Bustíllo y los demás artistas que intervienen en la obra, dieron
también una acabada interpretación a sus personajes.
¡Lástima
que cómicos de esta envergadura artística tengan que representar comedias tan endebles
e insulsas!
Gazel
El 4 de febrero de 1927 La voz de Asturias publicó una
entrevista titulada, Una charla con Isabel Barrón.
Isabelita Barrón acaba de morder una
pastita de piñones, que sostiene entre sus dedos de marfil, y un poco preocupada
me pregunta:
¿Pero
usted cree que pueda interesar a nadie lo que de diga?
—Todo
lo que los artistas nos dicen es interesante.
Estamos
en el salón pequeño del Hotel Francés. Una mesita de té, tan bien repuesta que
apenas deja sitio para las cuartillas, me separa de Isabel y su mamá.
—He
observado en sus gestos — le digo— en sus modales, en su modo de hablar, en su
elegancia en el vestir, que ha recibido usted una educación esmeradísima; que
está usted en el Teatro por verdadera vocación, tal vez sin necesitarlo...
—Todo
eso es cierto. El teatro me subyuga, puede más que mi voluntad.
—¿Y
cómo fue el dedicarse a la escena?
—Por
eso; por vocación irresistible. Yo había terminado mi carrera de piano en el
Conservatorio. Con mis hermanos Sotero y Julio hacíamos un trío notable.
Estando en cierta ocasión en Cádiz, vi de cerca la compañía de Margarita Xirgu
y aquello fue como una revelación. He de advertirle a usted que he sido siempre
decidida.
—¿Ha
trabajado usted con aficionados?
—
¡Horror! —responde Isabel dejando la taza de té y arreglándose las patillitas
que asoman discretamente bajo el cerco del casco negro. —Bueno; le diré a
usted; me invitaron cien veces, pero solo acepté una. Me espantaba el ridículo
y al mismo tiempo deseaba probar fortuna. Y contesté a aquella invitación: “Sí,
Haré una vieja gruñona e irascible con el moño en perpetua discordia”.
—¿Y
lo hizo?
—Naturalmente.
Fue en nuestro chalet de la Ciudad Lineal.
—¿El
que acaban ustedes de vender a Fleta?
—Ese,
precisamente. Me vio entre otras personas el arquitecto Álvarez Naya, persona
muy inteligente y me animó a seguir trabajando. Otro día mandé a la guardesa de
casa que me comprara en secreto el monólogo “Chiquita y bonita”, de los
Quintero, y me lo aprendí. Entonces llamé a mi hermano Sotero, el violinista, y
lo hice ante él, “¿Qué te parece?” “Creo que bien”, me contestó, Entonces vino
el examen definitivo.
Isabel
se echa a reír y mira a su mamá.
—Anda,
cuenta tú— le dice.
—Nada,
prosigue la mamá de Isabel— que se constituyó la familia en tribunal
calificador, si bien con la protesta de Julio, quien no cesaba de repetir
consternado: “¡ Isabel está loca !”
—“Pero,
¿por qué?” —“¿No comprendéis que para eso se necesita mucha gracia?”
—Pues
espere usted—continúa Isabel siempre riendo. —Yo tenía por entonces un
pretendiente y, la verdad, no sabía cómo decirle hacia donde iba mí propósito.
Cada vez que le hablaba de ese monólogo, me decía invariablemente: “La Isaura
está en él estupenda”. ¡Vaya ánimos!
—En
resumen, que hizo usted el cuentecito.
—Naturalmente;
dicen que lo hice muy bien. Álvarez Naya le dijo a mi papá: “Su hija ya puede
ganarse la vida cuando quiera”.
—Y
usted, encantada.
—¡En
el quinto cielo! Un día vi en “A B C” que existía una escuela de declamación,
la de Linares Rivas, Le dije a mamá que quería dedicarme al dije a mamá que
quería dedicarme al teatro y fui a ver al Director de la escuela, “Quiero que
me diga usted si sirvo o no. Supongo que a usted no le interesará mi nombre ni
mis apellidos. Yo, con permiso de usted subo ahora mismo al escenario y le digo
un monólogo dramático de Dicenta.” “Pues suba usted”. Subí; lo dije —es el que
estrenó Mimi Aguglia— llamó Santos Moreno a toda la clase y dijo a los alumnos:
“Aquí tienen ustedes a una alumna de voz agradable y de gran temperamento.
Estoy seguro de que llegará.” En fin, planteé en casa mi resolución, se convino
en que había que salvar algunos miramientos y al fin ingresé en el
Conservatorio de declamación bajo la dirección de Anita Martos donde fui el gallito
de la clase. Pues he aquí que después de todo esto, cuando me decidí a ingresar
en una compañía me dicen que debía empezar por ¡meritoria!
—
¡Adiós ilusión!
—Contesté
que no tenía paciencia.
Entonces
y en ocasión en que Catalina Bárcena estaba enferma, me llamó Martínez Sierra
para trabajar en Eslava. Y me propuso: “¿Quiere usted empezar por arriba o por
abajo?”
—Adivino
la contestación.
—Naturalmente;
como boba contesté que ¡por arriba! Y entré con papel de primera actriz a hacer
“Don Juan de España”. Del éxito...”
—Lo
recuerdo perfectamente. Sé que fue asombroso. Después pasó usted al Rey
Alfonso, a la compañía de Paco Alarcón.
—Así
fue. Me llamó Losada y en el Rey Alfonso estuve mes y medio hasta que me llamó
Borrás para la campaña de América. En diez y seis meses hice todo el repertorio
de Borrás. En Julio último ingresé en el Alkázar con la Alba y Bonafé y desde septiembre
formo en esta compañía de Amalia, en la que estoy contentísima, porque me
quiere mucho y yo la quiero mucho más. He tenido siempre mucha suerte.
—Suerte
le llama usted modestamente, pero ya hemos convenido en Oviedo en que es usted
encantadora y honra la escena. —¿Cuál es el género que más le gusta?
—Todo.
La última obra que hago es la que más me agrada. El verso me encanta.
—¿Y
cuál ha sido el día de más placer y alegría para usted, así como para tirar por
los suelos?
—Hombre,
así tan expresivamente no lo recuerdo. Pero, en fin, cuando fui contratada
exclusivamente para hacer la Fuensanta de “El bandido de la Sierra”, de
Ardavín, no podré olvidar aquella ovación estruendosa al final de la romanza,
que, por cierto, la dije sin apuntador.
—¿En
el Centro?
—Efectivamente,
—¿Y
el día más aciago?
—Fue
también en el Centro. Me llamaron para leer unos versos de Tomasito Borrás. Me
los aprendí de memoria, quise decirlos sin apuntador, se me fue el santo al
cielo... y ¡bueno! ¡Para qué le voy a contar!
¡Aquel
día sí que me tiré por los suelos, pero fue de rabia! Tomasito Borrás se reía y
a cada carcajada suya me daba un berrinche.
—¿Había estado usted en Oviedo antes de
ahora?
—Nunca.
—¿Le
temía usted?
—Siempre
impone un público nuevo. Me decían que este público era muy frío, muy estirado,
y yo lo encuentro simpatiquísimo y muy afectuoso.
—¿Tiene
usted intención de formar…?
—¡Oh!...
¿Quién piensa ahora en eso? Por falta de medios no dejaría de hacerlo, pero
tengo que cuajarme más, mucho más.
—¿Tiene
usted novio?
—No.
—¿Intención
de casarse?
—Hombre,
claro que sí. Pero ¿con quién? —responde Isabel mientras le baila la alegría en
los ojos.
—¿Le
gustaría que fuera del teatro?
—¡Quién
sabe dónde está el acierto! Hasta ahora no he encontrado quien me agrade, pero
¿quién pierde la esperanza?
Isabel
quiere ponerse seria, pero no puede, y la garganta le palpita con una carcajada
contenida.
—Bueno;
cuando se decida a casarse venga por Oviedo. Aquí hay buena gente.
—¡Ah,
pues no lo olvidaré!
Y
como nos reíamos los tres a todo placer, no hubo medio de formular las palabras
de despedida.
BRADOMIN.
El actor cómico Paco Alarcón y el galán dramático Ricardo
Canales, llevaban por provincias una compañía de teatro, en la que por aquellos
días actuaba Isabel Barrón. Los días 10 y 11 de noviembre, y del 1 al 5 de
diciembre de 1927, la Compañía de Comedias de Paco Alarcón y Ricardo Canales
representó, en el Teatro Principal de Pontevedra, las obras: Don Juan
Tenorio, El último mono, El chico de la tienda, La Caraba,
La Cuestión es pasar el rato, ¡Mal año de lobos! y ¡Usted es
Ortiz! La primera actriz era Isabel Barrón, acompañada por María G. Alonso,
Carmita Arenas, Joaquina de Benito, Consuelo Esplugas y Concha Farfán.
El 25 de enero de 1928, en el diario asturiano Región, se
publicó otra entrevista a Isabelita Barrón. El día anterior había estrenado la
comedia francesa de Verneuil, Mi mujer es un gran hombre, con la compañía de Paco
Alarcón en el Teatro Campoamor.
—¡Cómo!,
¿pero anda usted coja?
—Una
pícara cortadurita en este dedo y el tener que cambiar tanto de zapatos en “Tambor
y cascabel”...
—Esla
Isabelita —tercia mimosamente la madre de la actriz— prefiere padecer un grave daño
material que incurrir en desacato para con su arte, este arte que la seduce y
enamora, que pudo en ella hasta el punto de hacerla abandonar su carrera de
piano, estudiada y cursada a conciencia y en la que era seguro que obtendría legítimos
triunfos...
—Pero
ella prefirió sumarlos a los de la escena—interrumpimos nosotros a doña Luisa, la
atenta y afabilísima señora que vive esta vida pintoresca, agitada y volandera
del teatro...
Es delicioso escuchar cómo charlan, se
interrumpen y recuerdan las dos mujeres.
—Hemos
pasado una temporada deliciosa en su tierra. Aquella Habana es una ciudad ideal
para el viajero. Una vez, estando en Buenos Aires, asistimos a una solemne
ceremonia pública, una cosa así como la apertura de las Cortes en Madrid. Un
inmenso gentío llenaba las avenidas y apenas se escuchaba un rumor. Nosotras, que
embebidas en la diaria labor y en el conocimiento de la ciudad, no nos enterábamos
de nada, nos sentíamos curiosas de saber qué motivo había llevado tantísima gente
a las calles: acercábamos el oído a los grupos y sólo percibíamos un discreto bisbiseo
que nos dejaba en ayunas. En cuanto pisamos tierra cubana ya oímos hablar a
voces, casi a gritos, lo mismo que en España... ¡Si viera usted qué alegría nos
causó esto!
Nos
parecía a veces que no habíamos salido de Madrid...
—Sabemos
que Isabelita hizo por tierras de América una gran campaña con el eminente Borrás,
pero nosotros queremos retrotraer sus recuerdos al día primero en que la vimos
trabajar en Eslava...
—
Precisamente ese día debutaba yo con “Caperucita roja”, un cuento de niños que
volvió locos a los chiquitines de Madrid y a los padres de los chiquitines. ¡Qué
delirio, qué emoción en el nutridísimo público infantil, que se estremecía de placer
y de miedo cuando se le acercaba el gato con botas o el lobo! Collado en su ”Pinocho”
y yo en mi “Caperucita”, tuvimos un exitazo. Para mí también fue como un cuento
de hadas mi debut; me llevó al tetro una vocación decidida, estudié y estudio
sin cesar: ahora mismo tan contentísima estoy de mi maestro director, que no
cambiaría mi puesto en esta compañía por ningún Otro...
—¿Ni
por el de primera actriz en el Infanta Isabel? Hemos leído que la llamaban a
usted al lindo teatro madrileño.
—Le
repito qué no me cambiaría por nadie: al lado del señor Alarcón aprendo y me
perfecciono de tal manera, que cuando estrené con él en Madrid ”Mi prima está loca”,
alcancé un triunfo unánime de crítica y de público. Ya sé yo que nada valgo
todavía como actriz, pero cuando encuentro en mi camino voces de aprobación, mi
estímulo se crece y sueño y me afano y machaco en mis papeles hasta posesionarme
de ellos y desempeñarlos con la mayor perfección que cabe en mi...
La
modestia de la bonitísima artista añade un mérito más a los de su juventud
risueña y triunfadora: Isabelita Barrón ha demostrado sus múltiples facultades
y encaja en lo serio y lo festivo con la misma admirable ductilidad; así su
interpretación de “Cascabel” encontró en el público
y la crítica unánime sanción.
Encarnando
“La deseada“ de Marquina, dio una vez más la sensación de que sabe dominar el
matiz hondo de la íntima tragedia, la sobriedad del gesto y la emoción de la
palabra. Diciendo el verso, está sencillamente 'admirable' la gentilísima
madrileñita.
Hablamos
de cine, de modas de ese París de los trapos fascinadores, de esperanzas, de viajes
y de artistas.
—Sí
que me gustaría hacer películas, pero... a qué hora? Antonio Calvache me llamó
para impresionar “La chica del gato” y todos los días me dormía, faltaba a la
hora, desesperé al eminente fotógrafo y acabó por llamarme “birria” con sus
seis letras... Me reí del piropo, sigo queriendo Y admirando a Calvache y acaso
el mejor día, sin que mi madre se entere, madrugue y me escape al taller del amigo
para probarme como peliculera...
Y
de trapos no hablemos; esta misma sencillez que usted me elogia, significa un
mentoncito de francos, nunca los ocho, los diez, los veinte mil que nos piden Mme,
Agnés y sus compañeras, pero sí muchos. Lo que pasa es que yo me hice ha poco una
escapatoria a París, me pasé mes y medio corriendo talleres y ejercitando el
gusto y la fantasía. Luego, mi modista, que sabe interpretar divinamente lo que
yo quiero, me atavía para cada tournée y eso me voy ahorrando...—
Sobre
la mesilla, donde momentos después tomamos un rico chocolate, se tienden unos croquis
bellísimos de dos modelos, que han de imperar ya en la próxima estación; acaban
de serle enviados de París a Isabelita por una gran firma y son en verdad,
preciosos, diseñados en colores con el brillo de los bordados y el tejido de
los encajes; una verdadera belleza y una demostración de lo que París concede a
su renombre de Centro de la Moda.
También
Isabel Barrón concede a los vestidos una gran importancia en escena, tanta que
nos refiere cómo una vez que llegaron a Lodosa, pueblo de escasa importancia, fueron
recibidos con el asombro y las características de un gran acontecimiento:
—¡Los
cómicos! ¡Los cómicos! —gritaban los rapaces y se acercaban al abrigo de pieles
de Isabelita y le tocaban entusiasmados.
—Aquella
noche todo el mundo trabajó con un mismo traje; yo cambié los míos y mi calzado
en cada uno de los actos...
Y
este sólo dato basta para confirmar el respeto altísimo que esta joven y
bellísima actriz siente por su arte. Salimos; ella nos presenta al señor Alarcón;
el inconmensurable actor que sabe hacernos reír y llorar con la misma plena
emoción de la gracia cómica y del ahogo dramático. Estrechamos la mano del gran
actor y de su esposa. Con un doble apretón de manos de Isabelita y de su
distinguida y bonísima madre, sellamos una amistad que nace al calor de una
mutua simpatía, la misma con que Oviedo aplaude y quiere a Isabelita Barrón; la
misma con que ella me pide que le diga al público cuánto le agradece sus aplausos
y alientos.
Mercedes Valero de
Cabal.
El 20 de febrero de 1928 Isabel Barrón representó en el Teatro
Pereda de Santander la comedia quinteriana Tambor y cascabel con la
compañía Alarcón-Canales. Isabelita actuó en San Sebastián, en el Teatro
Victoria Eugenia con la misma compañía el 5 de marzo del mismo año. El 17
de abril volvían a estar en el Teatro Campoamor de Oviedo con la comedia
en tres actos, El vuelo, de Darío Nicomedi. El 11 de abril habían
estrenado en el mismo teatro Los ídolos del hogar, de Pilar Algora de
Dupons. El 7 de mayo estaban representando las obras de la compañía Alarcón-Canales
en el Teatro Principal de Torrelavega. En el periódico El Cantábrico
del día siguiente aparecía esta entrevista.
CHARLA
AGRADABLE E INTERESANTE CON ISABEL BARRON
Desde
que debutó en nuestro Teatro Principal la compañía de Alarcón-Canales, hace dos
meses, puede decirse que se llevó al público de calle. Sus felices actuaciones,
el porte distinguido de sus actrices y actores, el escogido repertorio y su
gusto artístico produjeron esa simpatía en el público, que ahora, al volver a
visitarnos, se ha convertido en cariño.
La
nota saliente en Torrelavega, esa nota agradable que no suscita polémicas
peligrosas, ha sido estos días la compañía Alarcón-Canales, por sus triunfos en
este coliseo, que ellos quieren de veras y elogian en todas partes sinceramente.
Como dice Alarcón, esta Empresa torrelaveguense y este público, amable y culto,
son dignos de la mayor admiración y de los mayores respetos.
Pues
bien: después de hacer resaltar la valía innegable de este conjunto de artistas,
que nos ha deleitado, vamos de lleno a elevar sobre ellos a Isabel Barrón, esta
encantadora primera actriz, que es el blanco de todas las miradas y que, con su
figura esbelta y buen decir, electriza al “respetable”, y en no pocas ocasiones
le enloquece de entusiasmo.
Isabelita
Barrón, lo mismo en los papeles ingenuos que cómicos o dramáticos, sale siempre
airosa; mejor dicho, triunfa de veras, definitivamente. ¿Verdad que Isabel
Barrón progresó mucho en poco tiempo? Sería curioso —nos dice un buen amigo— saber
algo de la vida artística de la inteligente y muy culta Isabelita.
Pues
a ello —contestamos nosotros—. Nuestro amigo nos presenta al amable representante
de la compañía, don Julián Arenas. Este, al enterarse de nuestros deseos, nos
indica que, si queremos hablar con Isabel, cuanto antes mejor, y sin dejarnos
justificar el atrevimiento que tenemos, nos lleva al hotel.
Serían
las tres de la tarde del domingo. El señor Arenas nos presenta a don Francisco
Alarcón; este excelente director y actorazo enorme prodiga elogios al público
torrelaveguense, que tanto les mima, y asimismo a la Empresa del teatro, que
también prodiga facilidades y atenciones. Quieren ustedes hablar con Isabel,
¿verdad?
—Sí,
señor; pero sin prisa.
Sale
enseguida Isabelita, justificando una cortita demora, y después de las
presentaciones. da rúbrica exclama: Dirán ustedes que como muy tarde, porque
son las tres y pico; pero todo tiene explicación: me he levantado a las dos.
—Nadie
la pide explicaciones, Isabelita; muy al contrario. Además, que... nunca es
tarde cuando la dicha es buena, y como en esta ocasión la dicha es buenísima...
—Gracias,
gracias; pero siéntense y vamos a tomar café.
Mientras
sirven el rico moka, Isabel nos presenta a su mamá, doña Luisa Rodríguez, viuda
de Barrón, señora afable y distinguida, cuyo porte justifica la esbeltez y
elegancia de su hija.
La
reunión se anima. Nosotros y nuestros amigos nos cruzamos la mirada
discretamente, y en un mutis significativo ponemos de manifiesto el encanto de
la reunión. En el hall del hotel bulle la alegría.
—Bueno
—dice Isabel graciosamente—, ¿interviú o charla?
—Lo
que quiera, Isabelita; interviú o charla.
—¡Conformes,
de toda conformidad; pero ojito con poner lo que yo le diga que no pongan, eh?
—Conformes.
—Pues,
en primer lugar, ponga usted que con mucho gusto veré que mis insignificantes
palabras salgan en EL CANTABRICO, periódico importante y simpático que para mí
ha tenido siempre atenciones que no olvidaré.
—Esto
no lo debo poner, Isabel, porque...
—Pues
si no dice eso, me enfado.
—Bien,
adelante. Isabelita nos cautiva con su Charla, amena e interesante.
—Nací
en Madrid. De pequeña vine a San Vicente de la Barquera, donde estuvo mi finado
padre de vista de Aduanas. Luego nos fuimos otra vez a la villa y corte,
habitando un chalet en Ciudad Lineal, cuyo chalet hemos vendido a Fleta. Mi
pobre papá murió, a consecuencia de accidente automovilista, en Buitrago.
—¿...?
—Somos
tres hermanos: uno, médico y otro, violinista de fama. Yo también tengo mi
carrera de piano; pero sentí más inclinación a las tablas, y apenas cultivo la
música.
—¿...?
—Pues
verá usted. Ya desde niña me gustaba el teatro. Viviendo en Ciudad Lineal se
organizó por un grupo de amigos y amigas una función benéfica; era yo muy
pequeña. Mostré deseos de trabajar y me dieron nada menos que el papel de
característica en la obra titulada “Ciencias exactas”. Salí vestida de vieja
fea, y obtuve, a juicio de todos los que me vieron, un gran éxito. En dicha
función recité también el monólogo “Chiquita y bonita”, de los hermanos
Quintero.
—¿...?
—Vaya
si me gustaba. Envalentonada por aquellos triunfos pensé hasta en hablar a la
Guerrero.
—Hace
unos seis años, en “Juan de España”, de Martínez Sierra, que se estrenó en
Eslava, hice un papel que tenía bastante de ingenuo y de dramático. Esto me dio
mucho nombre. A los quince días me quiso contratar María Guerrero; pero no llegamos
a un acuerdo, y me fui con Alarcón al Rey Alfonso. Luego estuve dos años con
Borrás, estrenando “El bandido de la sierra”, haciendo el papel de primera dama
joven, y triunfé en toda la línea. Con Borrás marché a una tournée por la
Argentina, Chile, Perú, Panamá y Cuba. ¡Qué bien me trataron en todas partes!
Dos años actué con Borrás. Regresé a España y me incorporé a la compañía de
Alba-Bonafé, con quien estuve un año. Después, ocho meses con Amalia Sánchez
Ariño, y ahora, satisfechísima con Alarcón y con todos mis compañeros.
—¿...?
—Todos
los papeles los hago con entusiasmo: los ingenuos, los cómicos, los dramáticos,
—¿...?
—Claro
que hay obras y géneros que se prefieren, “Tambor y Cascabel”, por ejemplo, me
encanta.
—¿...?
—Eso
sí que es difícil de contestar. Hay autores que se prefieren; pero... a veces,
los más consagrados tienen sus errores, y, por el contrario, los modestos,
resonantes triunfos.
—¿...?
—Mi
mayor amargura la pasé al principio de mi carrera artística, en el Teatro del
Centro. Estaba la sala, que ya sabe usted que es muy grande, repleta de espectadores.
Las primeras figuras del teatro se hallaban presentes. Yo, ilusionada por que
iba a leer unos versos, salí muy contenta a escena. Empiezo a recitar y... un
tropezón; me repuse, quería declamar con seguridad y valentía, y... pum, otro
tropezón. En fin, yo no sé lo que me pasó: la memoria, los nervios, todo se
insubordinó. Me aplaudieron, tuve la suerte de que me aplaudieran; pero yo no
quise salir a corresponder a las atenciones del público, y lloré a lágrima
viva. Esta ha sido mi mayor amargura artística,
—¿...?
—Cuando
estrené “El bandido de la sierra", esta ha sido la mayor satisfacción.
¡Qué dé ovaciones, qué triunfo más consolador!
—¿...?
—Tengo,
hasta la fecha, mucha suerte con los públicos. Todos me aplauden, y
especialmente en Santander, Oviedo y... Torrelavega. Bueno, aquí ya es el sumun
del cariño y de la simpatía. ¡Si viera con qué gusto vengo a Torrelavega! Tengo
muchos deseos de que sancione mi trabajo el público de Bilbao, donde
debutaremos el martes, 8 del actual.
—¿...?
—¿Quién
ha dicho que me caso? ¿Y; con un marino? Diga usted que no. Pero, por Dios, ¡si
no tengo novio siquiera!
—¿...?
—Y
tan posible, ¿Verdad, mamá, que no tengo novio?
La
buena doña Luisa sonríe y confirma la negativa. Isabel frunce su gracioso
entrecejo y dice: Ya lo ven; mi mamá tampoco sabe nada, y ha de ser la primera
que se entere, porque, como es tan buenísima conmigo, yo no la oculto ninguna
de mis cosas, por íntimas que sean.
—¿...?
—¡Ah,
mi ideal! Mi ideal, por lo que al arte se refiere, es trabajar menos que ahora.
Son muchas dos funciones diarias cuando se hace un papel de importancia y que
requiere estudio detenido y reposo para después interpretarle con energía y
verdadero entusiasmo. Fíjense bien: ayer, sábado, por ejemplo, he trabajado en
dos funciones, y después de la última tuvimos que ensayar la de hoy, porque el
Sindicato de Actores prohíbe hacerlo en domingo. Mi ideal, pues, sería ese:
trabajar un poco menos, como hacen las primeras actrices en París.
—¿...?
—Es
mucho favor el que me hacen ustedes. Estoy satisfecha de mi labor, pero no
conforme; aspiro a más; tengo gran afición y acabo de cumplir veintidós
abriles; de modo que aún me queda tiempo para llegar a esa altura que deseo.
—¿...?
—Ya
lo creo. No sólo lo reconozco, sino que siempre he proclamado a los cuatro
vientos que la llorada María Guerrero era una gloria nacional, y aprovecho esta
ocasión para repetir, una vez más, que los españoles (artistas, Gobierno y
ciudadanos todos) hemos debido procurar que el Teatro Cervantes, que levantó en
Buenos Aires para honor y gloría de nuestra patria la insigne María Guerrero,
debió adquirirse por suscripción pública, para entregársele de nuevo, ya que no
a ella, a su familia, pues indudablemente aquel coliseo es una joya artística,
que debe ser siempre de españoles.
Isabelita Barrón termina su charla y dedica unas fotografías a los presentes.
Isabel Barrón volvió a aparecer en la portada del número 853
de la revista Mundo Gráfico, del 7 de marzo 1928.
Después de trabajar con la Compañía de Comedias de Paco
Alarcón y Ricardo Canales, Isabel Barrón pasó a trabajar como otra primera
actriz con Irene López Heredia. Como tal volvió a presentarse en Madrid la
temporada invernal, y trabajó en algunos teatros de la Península, hasta
embarcar para la Argentina, donde estuvo con la compañía seis meses de campaña.
El 26 de enero de 1929 se estrenó en Madrid, por la compañía Irene López
Heredia, en el Teatro Infanta Beatriz, la comedia en cuatro actos La
dama del antifaz, escrita en francés por Charles Méré. Estaba interpretada
por Irene López Heredia, Fifí Morano, Isabel Barrón, Juan Beringola y Mariano
Asquerino.
En los primeros días de diciembre de 1929 salió desde Buenos
Aires con destino a España la compañía de Irene López Heredia. Al desembarcar
en Vigo, Isabelita Barrón y el director, Cipriano Rivas Cherif comunicaron que
abandonaban la compañía, a pesar del éxito cosechado en América y del excelente
trato recibido de Irene López Heredia. Isabel tenía la intención de formar una
compañía con su nombre.
Compañía Clásica de Arte Moderno de Isabel Barrón y Cipriano Rivas
Cherif
El 29 de enero del año siguiente la nueva compañía había
comenzado a ensayar, dirigida por Rivas Cherif, para debutar en la primera
quincena de febrero en Zamora. A primeros de febrero el cuadro de actores
estaba compuesto por Joaquina Almarche, Amparo Bernal, Milagros García Guijarro,
Fifi Morano, Eva Romero, Julia Romero, María Santoncha y María Victorero, Julio
Alymán, Juan Beningola, Juan Espantaleón, Fernando Fernández de Córdoba, Julio
Goróstegui, José Guerra, Fernando La Riva, Antonio Montoro y Tomás Venegas. El 18
de febrero se presentó la compañía en el teatro Juan Bravo de Segovia.
El 2 de abril de 1930 Francisco Arín dejó de ser el
representante de la Compañía Clásica de Arte Moderno de Isabel Barrón y
Cipriano Rivas Cherif, y en su lugar pasó a ejercer de gerente de la
empresa su hermano Sotero Barrón. En la misma fecha el actor Ricardo Canales
sustituyó a Fernando Fernández de Córdoba. En su primera gira por el Norte,
camino de Asturias, dieron cuatro representaciones en Palencia y otras cuatro
en León, con los estrenos de Mariquita Terremoto, Sombras de sueño,
de Unamuno, La condesa está triste y Pitusa, adaptación de Rivas
Cherif de la famosa Blanchette, de Brieux. El 7 de abril, en el Teatro
Campoamor de Oviedo estrenó Isabel Barrón una comedia nueva, de Honorio
Maura, Pecar, hacer penitencia..., y, días más tarde, en el Teatro
Pereda, de Santander, Papá Gutiérrez, otra novedad que Serrano Anguita,
autor de Manos de plata dedicó especialmente a la bella y exquisita
coempresaria y primera actriz de la compañía de Rivas Cherif.
El viernes 9 de mayo de 1930 se estrenó en el Teatro Español
de Madrid, la obra de Miguel de Unamuno, Sombras de sueño. La representación
estuvo a cargo de la Compañía de arte moderno de Isabel Barrón y Rivas Cherif y
sirvió de acto de presentación de la misma. La primera actriz era Isabel
Barrón, a la que acompañaban Amalia Albaladejo, Clotilde López, Fifi Morano,
Susana Niocel, Carmen Rodero, Manolita Ruiz, María Santoncha y María Victorero.
El primer actor era Juan Espantaleón, acompañado de los actores Julio F.
Alymán, José Guerra, Julio Goróstegui, Fernando La Riva, Andrés Martínez,
Francisco Taure y Tomás Venegas. A todos estos actores los dirigía Cipriano
Rivas Cherif.
En aquel momento tenían la intención de representar las obras:
Papá Gutiérrez, de Francisco Serrano Anguita; Un caballero y dos damas, de Luis
Fernández Ardavín; Señorita Gata, de los autores argentinos Roberto Gache y
Agustín Renón; Pitusa, adaptación de Blanchette, de Brieux, por Rivas Cherif;
El vuelo, de Darío Niccodemi; traducida por Salvador Vilaregut; Pecar, hacer
penitencia, de Honorio Maura; La corona, de Manuel Azaña; Casa de naipes, de
Eduardo Ugarte y José López Rubio; La frontera, de Paulino Masip; La duda, de
Mariano Benlliure y Tuero y Brujas de oro, de Alfredo Carmona. El personal de
la compañía se completa con los apuntadores Mariano Romero y Manuel Perrín, el
maquinista, Francisco Trench, el gerente, Sotero Barrón y el representante,
Miguel Ortega. Los decorados son de Mignoni, Colmenero, Bullena y Burmann,
Este dibujo caricaturesco apareció en la crónica del periódico
La Libertad del 8 de mayo.
El 15 de mayo la compañía de Isabel barrón
estrenó en El Español la obra La moza de cántaro, de Lope de Vega. Con
buen gusto y oportunidad la compañía aprovechó la fiesta del patrón de Madrid
con una obra de Lope —el magno cantor de Isidro— y con el Breve elogio del
Santo Labriego, estudio deliciosamente pintoresco y perfectamente
comprensivo de la honda realidad poética y madrileñísima encarnada en San
Isidro, encomendado al ilustre cronista de la villa, historiador y poeta, Pedro
de Répide, que lo leyó entre el segundo y tercer acto. Las bellas palabras de
Répide fueron difundidas al día siguiente por la Unión Radio. Como fin de
fiesta —al estilo clásico—, Manolita Ruiz cantó varias tonadillas —de la época
decía el cartel— con muy buena gracia y animoso garbo.
El 24 de mayo de 1930 la Compañía Isabel Barrón-Rivas Cherif
estaba representando la comedia El rosal de las tres Rosas en el Teatro
Español, y ese mismo día la revista La Esfera publicó una crónica
sobre los dos estrenos recientes de Rivas Cherif.
Debió de generar expectación el estreno de la obra de Miguel
de Unamuno, Sombras de sueño, a juzgar por el retrato de Isabel aparecido en la
revista La Esfera del 10 de mayo, tal como aparece en la ilustración anterior.
La imagen anterior muestra una escena de Pitusa,
traducción de la comedia de Brieux, Blanchette, estrenada en el Español,
y en la que Isabel Barrón y Juan Espantaleón habían triunfado magnamente. La
fotografía era de Piortiz.
Las
máximas novedades teatrales de la semana nos las ha ofrecido, en el Español,
Rivas Cherif, presentando en pocos días La moza de cántaro, de Lope, que
habíamos vuelto a olvidar mucho antes de que se retirara Carmen Cobeña, y una
obra nueva, Pitusa.
De
la representación de la comedia de Lope es conveniente hablar, por varios
motivos: primero, porque significa una devoción al teatro clásico, que no es usual
entre nuestros directores de Compañías escénicas; luego, porque en esa comedia
Isabelita Barrón aparece como una actriz extraordinariamente, y después, porque
Rivas Cherif se afilia con esa comedia, tal como la adapta y tal como la
presenta, al grupo similar, si era grupo, hasta hace muy poco, de los que pensábamos
que una refundición era, por buena que fuese, cosa abominable, y que la
presentación de las obras de nuestro teatro clásico como fueron escritas, sin
pretender fundirlas de nuevo ajustándolas a un molde arbitrariamente modelado por
los tratadistas, era, en definitiva, un problema de escenografía no siempre
difícil de resolver.
Rivas
Cherif nos ha dado La moza de cántaro virtualmente íntegra, como Lope la
escribió, o muy poco mermada, y el público ha hecho nuevamente profesión de fe,
aceptando la comedia como una verdadera joya entre las joyas de nuestro arte
sin par.
Bien
se ha visto que el director de la Compaña del Español no contaba, sin embargo,
con la fuerza atractiva en el cartel de la comedia de Lope; muestro teatro
clásico, precisamente porque no suele bajar a la escena, y tal vez porque lo
hizo muchas veces, perdido su carácter, en interpretaciones enfadosas, no atrae
a la generalidad de las gentes, y es necesario ir haciendo poco a poco una
educación del público, que sólo se logrará haciéndole oír comedias de ese gusto
y de ese empaque. Los que han visto ahora La moza de cántaro serán sus mejores
encomiadores, y así se logrará público para nuestro gran teatro y, por
añadidura, la educación estética de nuestro pueblo.
La
primera actriz del Español está bien en el lindo papel de protagonista; tiene
juventud, muy adecuada al tipo, ingenuidad cuando hace falta, bravura cuando es
indispensable y, sobre todo, una dicción limpia y clara, propia de quien
comprende y siente lo que Lope escribió. Es, pues, una actriz en el mejor y más
completo sentido de la palabra, y merece en el papel de Doña Marta los aplausos
que obtuvo.
¡Lástima
que no todos sus compañeros logren aún imitarla! Pero todo se andará si Rivas
Cherif persiste en sus proyectos plausibles.
Pitusa
es una famosa comedia de Brieux, titulada Blanchette, que hace muchos años
vimos representar en la Zarzuela a la gran actriz francesa Suzane Despres, en
una tourneé dirigida por André Antoine.
Ahora
hemos visto en el Español una versión muy respetuosa y cuidada, hecha por Rivas
Cherif e interpretada por Isabel Barrón.
La
comedia de Brieux es, como de su autor, una comedia con trascendencia
ideológicosocial, que plantea en tono dramático, como a Brieux corresponde, un
problema del que en el teatro cómico se ha usado y aun abusado, y que no hace muchos
meses proporcionó a Pepito F. del Villar uno de sus más productivos triunfos.
Como
nuestro autor, tomándole como símbolo de una larga serie de comediógrafos
españoles y extranjeros, Brieux parece plantear el problema para descorazonar a
los que anhelen elevarse o elevar a sus hijos, que es también una forma de
elevación propia y personal por encima del ambiente en que nacieron.
Para
ello siguen unos y otro el mismo camino: buscar los más violentos contrastes
partiendo de una base igual: la absoluta incomprensión mutua de los dos
términos de la antítesis que plantean, y que, en lugar de buscar una solución
de armonía, forzosamente han de chocar en una descomunal batalla ridícula, si
la ve Pepito Fernández del Villar; perfectamente trágica, si la ve Brieux.
Es
posible que ese conflicto se haya planteado alguna vez en la vida; pero es
evidente que en el mundo se han elevado muchos hombres desde la más humilde
condición hasta la más elevada, sin que al elevarse se hayan creído en el caso
de ir arrojando, como lastre un montgolfier, a toda su familia, y sin que la
familia se haya empeñado a tirar de ellos desde tierra. Esto es, seguramente,
lo general, y es así porque coincide con lo natural.
Los
psicólogos modernos, efectivamente, definen la inteligencia como una «capacidad
de adaptación», y claro está que, siendo así, los conflictos que ha planteado
la dramaturgia antigua y moderna como originados por el desplazamiento de una
parte de la familia ante otra que perdura estacionaria, son problemas de
inferioridad mental, de gente que, por falta de inteligencia, no son
suficientemente comprensivos.
Esto
en cuanto al fondo; en cuanto a la forma, la obra de Brieux fue en su momento
Obra de vanguardia, Era la época en que se consideraba como ideal el teatro de
idea, con amplias lecciones morales y muy fuertemente impregnado de naturalidad.
A
esa moda responde Pitusa; pero no está de más decir que, a pesar de todo, esa
obra de Brieux no resulta vieja.
Isabel
Barrón y Juan Espantaleón, sobre todo ella, la vivificaron con una buena
interpretación.
ALEJANDRO MIQUIS
El 8 de junio de 1930 la revista Crónica
daba cuenta del estreno en el Español, de la
segunda comedia producida por Ugarte y López Rubio, La casa de naipes, y
parece ser que ello fue pretexto para que Isabelita Barrón hiciese gala de su
exquisita sensibilidad, y el señor Espantaleón de su arte. En la fotografía
aparecen Isabel Barrón y María Victorero. En la obra también actuaron Canales y
García Ortega. Con esta obra la Compañía Clásica de Arte Moderno de Isabel
Barrón, que dirigía Rivas Cherif, finalizó su primera campaña de teatro en
la corte.
El mismo día 8 aparecía en un periódico madrileño el anuncio
del estreno de diversas películas de la Paramount en español.
Las
películas españolas de la Paramount
En
la semana que mañana comienza se estrenará en el Palacio de la Música «El
tesoro de los Menda», cinta filmada por la Paramount en París. El diálogo es
traducción de Muñoz Seca de una obra francesa. La dirección está a cargo de
Benito Perojo, y en el reparto figuran notables actores del teatro y del cine
nacionales.
Después
de «El tesoro de los Menda» ha filmado la Paramount en sus nuevos estudios
parisinos «Las morenas», cinta en español dirigida por el chileno Adelqui
Millar y Eusebio Fernández Ardavín, e interpretada por Carmen Larrabeiti, Carmen
Ruiz Moragas, Miguel Ligero y Julio Peña.
A
esta película seguirá «El secreto del doctor», con los mismos directores y los
artistas españoles Eugenia Zuffoli, Manuel Soto y Antonio D'Algi.
En la revista Blanco y negro de Madrid del 8 de junio
de 1930 apareció esta fotografía de Isabel Barrón, tal como aparecía en la obra
La casa de naipes representada en el teatro Español.
A finales de junio de 1930 la compañía de Isabel Barrón y Rivas Cherif estuvo diez días en el Teatro Romea de Barcelona, en los que representaron diez obras, entre ellas La casa de naipes.
Por aquella época, la revista Lecturas
publicó una entrevista con Isabel Barrón.
Isabelita
Barrón la actriz que odia los adjetivos
AMBIENTE
—¿El
cuarto de la primera actriz? — pregunto al avisador, en el pasillo del
escenario.
—El
número uno, aquel de la derecha — me responde, señalándome con el brazo
extendido una puerta Inmediata.
Cuando
hago mi entrada en el camerino Isabel Barrón charla, risueña con un periodista
y un dibujante. Los dos jóvenes; ninguno de los dos "consagrado".
Les acompaña un gran actor viejo, de
quien ya casi nadie se acuerda... Ambiente de bohemia, pulcra, alegre,
optimista, apasionada y fervorosa. Y ambiente también de humildad.
El
camerino de Isabel Barrón no parece el camerino de una primera actriz. Ni ella
misma parece una primera actriz si se la ve de cerca.
En
este cuarto del teatro, como en "su pasajera", porque el camerino de
un teatro tiene más de "paso" que de estancia, falta
"pose", falta ese ceremonial, casi protocolario. que solemniza los
lugares en que se nos muestra una primera actriz.
Para
sus contertulios la actriz es "Isabelita". Todos, hasta el segundo
apunte que viene a advertirle que el acto va a comenzar, la nombran así,
familiar y cariñosamente: "lsabelita".
Ella
interrumpe el diálogo y va al espejo, donde rectifica con el lápiz azul un
trazo en las ojeras, y con el lápiz rojo aviva el color de sus labios, y luego
vuelve junto a sus amigos a seguir hablando de un libro de versos que acaba de
publicarse o de la obra que tiene en ensayo y que próximamente ha de estrenar.
Todo
esto sin estudiadas actitudes de "eminente actriz", ni gestos y
dengues de "comedianta genial". Naturalmente. Sencillamente. Con la
expresión y los ademanes espontáneos con que se nos presentaría una
"meritoria".
MARGINAL
Por
fortuna para ella, Isabel Barrón no ha tenido tiempo de vivir su historia; ni
siquiera los primeros capítulos de su historia. Nos dio un esquema de lo que
podía ser su arte al actuar como primera actriz con Enrique Borrás, con Irene
Alba y Bonafé, con Paco Alarcón, con Amalia Sánchez-Ariño… Y ahora está en el
prólogo... Un prólogo que ella y Cipriano Rivas Cherif, director artístico de
esta "formación", denominan "Compañía Clásica de Arte Moderno",
y que en sus primeras páginas suma ya los éxitos de Sombras de sueño, de
Unamuno; La casa de naipes, de López Rubio y Ugarte; Pitusa, de Brieux; La moza
de cántaro, de Lope de Vega. y la interpretación personalísima de algunos
personajes del repertorio, como Rosita, de El rosal de las tres rosas,
Mariquilla Terremoto...
CHARLA
—¿Qué
género de obras prefiere usted, lsabelita? le pregunto.
—De una manera absoluta, ningún género. Dentro de cada
tipo de comedias. muchas… Creo que cómo el trabajo de una actriz puede
interesar más y mejor a los espectadores, es desarrollándose en una amplia
diversidad de caracteres y de figuras dramáticas...
—Sin embargo, parece que donde más concretamente
acierta usted es en la interpretación de personajes de un dramatismo o de una
comicidad acentuadas — insisto.
—¿Acierto? ¡Qué sé yo...!
De manera categórica lo pueden saber cuándo acierta o
cuándo se equivoca… Ni de una manera categórica lo pueden saber tampoco el
público o los críticos.... que son, naturalmente, los que pueden opinar de modo
más autorizado… — responde Isabelita con sinceridad.
Y añade:
—Yo no sé... Ni quiero saberlo tampoco.... porque si
lo supiera correría el peligro de dejarme arrastrar por una preocupación que me
hiciera clasificarme... Y aborrezco todo lo que equivalga a una ficha
artística, a un clisé invariable. Por eso odio los adjetivos...
—¿Ah. Si?
—Si, si. si... — dice en tres tonos distintos, pero de
idéntica expresión convencida, Isabel —. Odio los adjetivos porque son como una
etiqueta que los periodistas ponen sobre la figura de un artista. ¿Usted sabe
lo que quiere decir cuando a una actriz se la llama "eximia" ? Pues
que ya no puede dar entrada en su repertorio más que a tipos de señoras sabias,
pedantes, muy tiesas… Y una actriz "insigne" tiene que salir siempre
a escena gimiendo, hipando, dando gritos patéticos... ¡No, no. no! Nada de
adjetivos —.
—¿Ni siquiera los que se refieren a su belleza
personal? ¿No quiere tampoco que los periodistas digamos que es usted la más
bonita de nuestras actrices, que hablemos de sus ojos y de sus manos y del
óvalo de su rostro y de su boca y de sus mejillas…?
—No, no… Tampoco... Lo agradezco, pero no me gusta…
desde el punto de vista de la actriz. Aunque me halague, como es natural, como
a una mujer… Cuando nos acostumbramos a decir que una actriz es bellísima o que
un actor es elegante, parece que carece de cualidades artísticas y que sus
únicos atractivos son los que debe a su constitución física, a su anatomía… ¿Ve
usted? Por eso lo mejor es no adjetivar.
Es preciso ser dueña de una juventud fuerte y
ambiciosa que es como decir una juventud auténtica, física y espiritual, para
aborrecer los adjetivos como Isabel Barrón los aborrece.
Para quien se dispone a emprender un vuelo largo, todo
es lastre. Y pesa mucho un adjetivo.
SILUETA
lsabel
Barrón ríe ahora; ríe con esa facilidad y esa plenitud con que ríen los niños.
Como se ríe cuando se es absolutamente feliz, como sólo los niños pueden ser
felices. Y, sin embargo, Isabel Barrón no es una cabecita loca, atolondrada,
frívola y desalojada de preocupaciones. Al contrario: Isabel Barrón medita
mucho, reflexiona mucho, no hace nada sin haberlo pensado antes muy bien.
Quizá, por esto, cuando ríe como ríe ahora, es que antes pensó que ninguna
razón le impedía reír así. Isabel Barrón... es joven, empieza a ser joven
ahora; es primera actriz, cuando otras actrices fueron aprendizas de
comediante; es tan bella que sobre su rostro la alquimia de los perfumistas no
sirve para poner un hechizo que en su rostro faltase; su espíritu es una
ventana abierta a un panorama infinito; su corazón sabe todas las notas de esa
sinfonía eterna y siempre nueva en que se expresan todos los sentimientos-..
CONFESIONARIO
Y hay que hacer un paréntesis en la conversación de la
tertulia del camerino, para que Isabelita Barrón se confiese ante el
periodista.
—Dígame sus defectos — exijo gravemente.
—¿Para publicarlos?
—¡Claro!
—¡Vamos! Pues no... Eso no se le pregunta nunca al
interesado... ¿No sería mejor que se los preguntase a mis compañeras? Luego,
los de ellas podría preguntármelos a mi..
—Me contesta Isabel, risueña y divertida.
—Eso no tendría novedad. Es mejor que sea usted
misma...
Pero — ¿lo dice en serio?
—En serio.
Isabel
queda pensativa un instante y luego, tal vez complacida con mi capricho. se
somete:
—Pues... se los voy a decir... Pero de veras. Me
entusiasman los trapos... Me fatiga un poco ir a la modista, pero me gusta
luego lucir vestidos… me encanta hojear figurines, visitar los salones de los
grandes modistos franceses... ¡Claro que más que los figurines me seduce un
buen libro de versos y que en París voy más ilusionada que a una casa de modas
a admirar a los grandes artistas de Francia... Pero, sigamos con los
defectos.... ¿no?
—Sigamos.
—No me gusta madrugar... Llevo siempre los relojes
retrasados… Soy impaciente, vehemente y un poquito, un poquito caprichosa...
Y... ¡que yo recuerde, nada más! — confiesa Isabelita Barrón.
Y luego, con Cómico rostro compungido. pregunta:
—¿Me absuelve?
—La coquetería no es un pecado en una actriz... Ni el
levantarse por la tarde, tampoco..- Si. la absuelvo... ¿Y virtudes? — inquiero.
Pero a esa interrogación Isabel se niega a contestar:
—Eso no... De eso no hablemos... No olvide usted que
una actriz debe procurar conservar su público. Si yo no me reconociese
virtudes, una parte del público se escandalizaría; si me proclamase virtuosa
dejaría de interesar a la otra parte... Porque no olvide usted que, para mucha
gente, el arte y la virtud son incompatibles...
Un timbre... El segundo apunte que aparece en la
puerta del camerino y llama, autoritariamente, a escena a la actriz.
Y la actriz sale del cuarto apresuradamente, sin
despedirnos, pero advirtiéndonos:
— ¡Cuidado! ¡Nada de adjetivos, nada de adjetivos, por
Dios!
El día 3 julio de 1930 dejó de pertenecer a la compañía de
Isabelita Barrón el primer actor Ricardo Canales. El 26 del mismo mes entraron
en la compañía Luis Peña y su esposa, Eugenia Illescas. El 14 de agosto la
compañía contrató a Cuadrado para actuar el 23 del mismo mes en Astorga. Del 7 al
15 de septiembre la compañía actuó en Calatayud.
En el diario La última Hora del 27 de agosto de 1930 aparecía
una descripción de los estudios Paramount de París.
Los
films sonoros en español
Aunque
en los Estados Unidos se impresionan algunas cintas en español más o menos bien
pronunciado, y algunas veces con actores de otra nacionalidad que, aprisa y
corriendo, han aprendido a pronunciar mal algunas frases españolas que no
pueden gustar y que a veces casi resultan imposibles de comprender, lo cierto
es que en Europa y especialmente en los estudios de la Paramount en Joinville (cerca
de París) y en los de la Ufa en Alemania se procede a la impresión de cintas en
español por actores españoles que han contratado especialmente las empresas
citadas y que, según creemos, han de obtener el más franco éxito.
Bien
es verdad que se ha adoptado un sistema mediante el cual, aunque se tarde más
tiempo, se aprovechan más los gastos realizados, pues el mismo escenario
después de traducido convenientemente a los idiomas en que se quiera editar la
película, es representado, sucesivamente, por las compañías de los lenguajes
respectivos y escena por escena, para no tener que montar y desmontar varias
veces el decorado y las instalaciones correspondientes. Hay, desde luego, un
director general para todas esas compañías, pero cada una de ellas tiene
además, su director particular. Todos los actores han ensayado previamente las
escenas de que se trata, de manera que cuando pasan a la cámara de impresión no
haya necesidad de repetir ninguna de ellas, con la consiguiente pérdida de
tiempo y de material.
De
esta manera se realizan las películas en diez o doce idiomas distintos y es
posible con los menores gastos satisfacer en realidad las necesidades de casi
toda Europa. Los idiomas que se han tomado por base son: francés, español,
italiano, alemán, sueco, polaco, holandés, húngaro, ruso, checo y portugués.
Han sido olvidados los idiomas de los países balcánicos, como lo demuestra el
hecho de una caricatura publicada en uno de esos países en que una señorita
acude a la librería para adquirir una gramática checa y otra alemana y al ser felicitada
por el librero por su deseo de estudiar tales idiomas, la joven contesta que
solamente lo hace para poder asistir al cinematógrafo. Pero esta pequeña laguna
quedará seguramente atendida muy en breve y no tardaremos en ver que también se
editan películas en rumano, búlgaro, serbio, griego, turco, etc., así como en
danés, noruego, finlandés, etc., que tampoco han sido atenidos. Una vez se han
elegido las comedias, o mejor dicho, los asuntos o libretos, se procede a la
selección de los artistas de los varios países que han de interpretarlos y
después de contratados van a los estudios y pasan allí el tiempo necesario para
realizar la película o las películas de que se trate. Hecho eso regresan a su
país para continuar sus ocupaciones habituales. Este sistema es excelente
puesto que gracias a él se logra la colaboración de los mejores artistas de
todos los países y es de esperar que en cuanto cada uno de ellos se haya
adaptado a las modalidades del cinematógrafo, realizarán una labor bastante
superior a la de los artistas de la pantalla muda cuya técnica dejaba bastante
que desear, aunque el público, viciado ya por la costumbre, quedase altamente
satisfecho de su actuación.
Entre
los artistas españoles contratados por la Paramount, podemos citar a los
siguientes: Carmen Larrabeiti, Félix de Pomés, Miguel Ligero, Carmen Moragas,
Luis Peña, Carmelina Fernández García, Elena d'Algy, Mercedes Servet, Eugenia
Zuffoli, Manuel de Soto, José Bódalo, José Sierra de Luna, Carlos Díaz de
Mendoza, Roberto Rey, Rosario Pino, Carlos San Martín etc. También se cita el
nombre del director de escena Adelqui Migliar, del que no sabemos a punto fijo
si es español o chileno.
Se
preparan también numerosas obras españolas, y entre ellas citaremos “Doña
Mentiras”, “El secreto del Doctor”, “Sarah and Son”, “Es un Hombre de Suerte”,
“La Carta”, “La Mujer que ríe”, “La mujer Constante”, “El Hombre del Frac” y
numerosas revistas.
Ya
se ve, pues, que resulta un hecho la fusión del teatro con el cinematógrafo.
Por de pronto autores y actores han pasado a formar parte de éste y no hay duda
de que prontamente el público podrá ver los resultados. Creemos fundadamente
que entre las películas cómicas debidas a una pluma vulgar y a una mentalidad
más vulgar todavía y las que puedan producir, por ejemplo, Arniches, Muñoz
Seca, los hermanos Quintero, Fernández del Villar, etc. habrá tanta diferencia
como entre el día y la noche.
El 5 de septiembre los rumores hablaban de que algunos artistas más se dedicarían al cine parlante. Se decía que habían sido contratados y saldrían hacia París, Carmen Ruiz Moragas, Manuel Soto, Bódalo, Isabel Barrón, Julio Peña, Cecilio Rodríguez de la Vega y Luis y Luisito Peña. Al parecer también estaría en este grupo la danzarina Lea Niako.
La separación de Rivas-Cherif
El 14 de septiembre de 1930 en la revista Crónica se
daba cuenta de la incorporación de Rivas Cherif a la compañía de Margarita
Xirgu.
—Lo que nos hace
más afines es el entusiasmo. Es un muchacho, y ya tiene Rivas-Cherif
una larga historia de luchador en defensa del mejor teatro. ¿Quién no
recuerda sus nobilísimos intentos de la Escuela Nueva—en el Ateneo—, de El
Mirlo Blanco —en casa de Baroja— y del Caracol —en una sala de té céntrica?
Como director de escena, lo ha animado todo, lo más difícil y lo más raro;
desde Lope de Rueda y Moratín hasta Chejov y Giradoux.
No
conoce el miedo. Y esto es admirable en un artista.
—Como
en usted, Margarita. Ese valor de osar, de atreverse a todo intento de arte, no
sólo es admirable, sino imprescindible para ser de verdad artista... A más de
todo eso que usted recuerda, Rivas-Cherif ha dirigido la última gira de Irene
López Heredia por América, y la anterior temporada de Isabelita Barrón... Gracias
a él —hay que insistir, para los olvidadizos— estrenáronse este año, en este
mismo Español, La moza de cántaro, de Lope; Sombras de sueño, de Unamuno, y La
casa de naipes, de Ugarte y López Rubio.
—Yo estoy muy contenta de llevarle a mi
lado.
—Y yo honradísimo de ir al suyo —interviene «el Cipri»—. Tengo de antiguo sincerísima estimación por Margarita Xirgu, desde que la vi representar en catalán La virgen loca, de Bataille... Ahora, como siempre, lo que intentaré es que la Compañía donde yo intervenga se diferencie de las demás por el repertorio. No sólo por el honor del nombre, sino hasta como negocio, cada Compañía debe aspirar a constituir cartel propio e inconfundible. Quizá una de las causas principales de la decadencia económica del teatro en España, como tal industria artística, sea la competencia entre casi todas las Compañías a base de las mismas obras, del mismo género y de los mismos autores, cada temporada.
La película Toda una vida
En octubre de 1930 se estrenó la película Toda una vida, de la productora Paramount, dirigida por Adelqui Migliar, con guión de Timothy Shea, Ceferino Palencia y Zoe Akins e interpretada por Carmen Larrabeiti (Lola Murillo), Félix de Pomés (John Ashmore), Carlos Díaz de Mendoza (Juan Grey), Isabel Barrón (Sra. Ashmore), Tony D'Algy (Paul Vanning), Luis Peña (Bobby) y Joaquín Carrasco.
En este fotograma aparecen de izquierda a derecha Juan Grey,
la señora Ashmore, Lola Murillo y John Ashmore.
Indecisión, estupor, abatimiento. Las dos
mujeres y los dos hombres aparecen como vencidos por el peso de algo que no
está en el cuadro. Que no está materialmente, corpóreamente, pero que está en
espíritu, en emoción, de un modo invisible, más cierto. ¿Qué ha pasado? ¿Qué se
oculta tras de esa puerta? ¿Qué palabras sombrías han caído sobre los cuatro?
¿Qué recuerdo dramático o qué dolorosa desesperanza está ante ellos y les
mantiene en esa actitud que es una pausa? Hay que esperar. Hay que aguardar a
que la escena siguiente o el letrero en la pantalla descifren las cuatro actitudes.
En la revista
La Esfera del 25 de octubre apareció esta reseña:
Título romántico — del viejo romanticismo — el de esta
cinta que Carmen Larrabeiti, Isabelita Barrón, Félix de Pomés, Carlos Díaz de
Mendoza y Tony d'Algy, acaban de interpretar en París, con destino a una Casa
norteamericana Esta nueva película se llama Toda una vida. Ved a Carmen
Larrabeiti en un momento del film. Se adivina la emoción, el espíritu de la
escena: la ternura maternal ante el enfermito
que no mejora, la ronda incesante del peligro, la persistencia de la fiebre...
Y ese pasar lento, inacabable, de las horas que no traen la mejoría
angustiosamente esperada...
En la revista madrileña ¡Tararí! del 25 de octubre de 1930 se podía ver a Carmen Larrabeiti, la actriz que se había revelado como una primera figura de la pantalla, junto a Manuel Rousell, su esposo Carlos Díaz de Mendoza, Manuel Vico, Félix de Pomés y Tony D'Algy, rodeando al director de la Paramount, Adelqui Miglar, en el despacho de este último en los estudios de Joinville.
En La Voz de Asturias del 22 de octubre de 1930 se da una idea
de ese cambio del cine mudo al sonoro y la competencia entre las diferentes
productoras.
LOS
“SONOROS” DEL CAMPOAMOR Y JOVELLANOS
Un
protocolo de cosas tiene sobre la mesa don Constantino. Aún huelen los afiches
a metrópoli. Don Constantino ha viajado incesantemente estos últimos meses,
preparando sus armas para el invierno, y las blande ante nosotros orgulloso.
— “Paramount”; "Warner Bros”, así
como la “First National”; “Radio Pictures”; “Hispano Fox Film”. Esto en
empresas, que no tengo por qué afirmarles son las mejores del mundo productivo.
Artistas, lo más selecto, y lo más selecto siempre se halla en las producciones
mejores, tales como “El desfile del amor”, éxito mundial, con su figura que es el
descubrimiento del pasada año, el gran Maurice Chevalier, cuya historia es
sugerente y simpática. “El Rey vagabundo”, totalmente en colores. “Con Byrd en
el polo”, obra documental de gran mérito, “Gala Paramount” en la que desfilan
todos los artistas de la casa; inaugurada en el “Rialto” a once pesetas butaca.
Haga el favor de decirlo a mí público que la ha de ver a precios no parecidos;
“Cascarrabias”, obra en español cuya figura centro es nuestro Ernesto Vilches;
“Doña Mentiras”, que presenta a la dama joven del Infanta Isabel, Carmen
Larrabeiti, “El secreto del Doctor”, aquí la Zúffoli, en español también. Otra
vez Chevalier en “El gran charco”, cuya dicción es en francés. “Su majestad la
girl”, ¡Qué cosa más bonita esta producción! “La Fascinación del Bárbaro”, “El
Cuerpo del Delito”, y aquí están Ramón Pereda, Antonio Moreno, B. Norton y Juan
Segurola, “Un hombre de suerte”, también en español, con la Pino, R. Rey, María
Callejo y Antonio Muñoz, de cuya obra es autor Muñoz Seca.
La película se mantenía en la cartelera a mediados de marzo de
1931, tal como muestra este cartel.
El 23 de febrero de 1931 la compañía de comedia Isabel Barrón estaba
trabajando en Antequera, en su gira por provincias.
Del 24 de febrero hasta el 7 de marzo de 1932 la compañía de
Isabelita Barrón actuó en el teatro Rosalía de Castro, de La Coruña, con
las obras: El amante de madame Vidal, Las llamas del convento y La
diosa ríe, de Carlos Arniches.
El 8 de marzo de 1932 Isabel Barrón se casó en La Coruña con
el primer actor de su compañía de comedias, Ricardo Galache. La ceremonia se
celebró a las doce de la mañana, en la iglesia de San Jorge. Los padrinos
fueron el empresario del teatro Rosalía, Gumersindo Pereira y su esposa.
Terminada la ceremonia, se celebró un banquete en una finca de campo de los
padrinos, saliendo después los novios de viaje para Portugal, quedando la
compañía en Salamanca. Estaba previsto que el Sábado de Gloria iniciaran su
turné por los teatros de Levante
El, a partir de ese momento, esposo de Isabel, Ricardo Galache,
había nacido en La Habana y acabó sus días en Argentina en 1969. A lo largo de
su vida trabajó como actor de teatro y cine, en España, Cuba y Argentina. Tras
debutar en el Coliseo Imperial de Madrid con la obra Doña Desdenes,
se encontraba trabajando en 1924 en el Teatro Español con la compañía de
María Herrero y Francisco Hernández, bajo la dirección artística de
Enrique López Alarcón, y en 1932 junto a Isabel Barrón. En 1939 llegó a la
Argentina con Margarita Xirgu, participando en el montaje de El alcalde de
Zalamea en el Teatro Odeón. En octubre de 1931 había actuado en la
película Isabel de Solís, reina de Granada, junto a la actriz Custodia
Romero y dirigido por José Buchs.
En la revista Ahora del 24 de marzo de 1932 aparece una fotografía de Isabelita
Barrón, su esposo Ricardo Galache, el gerente de su compañía, Manuel Arcal, y
uno de los redactores, durante una visita que habían realizado a la redacción de
AHORA el día anterior. La foto era de Gabriel y Llompart. El 1 de abril de ese
año Isabelita Barrón y Ricardo Galache estrenaron en el Teatro Circo de
Albacete las obras: Las llamas del convento, Solera y La
noche loca, en las que tanto Isabelita Barrón como Ricardo Galache, y el
primer actor cómico José Portes fueron ovacionados. El siguiente lunes la
compañía se desplazaba a actuar al teatro Romea de Murcia.
El martes, día trece de noviembre de 1934, se presentó en el teatro
Cervantes de Segovia la compañía de comedias de Isabelita Barrón y Ricardo
Galache para representar las obras El Creso de Burgos y La Eme.
El 5 de enero de 1935 la compañía Barrón-Galache acababa en el
teatro Romea de Murcia la representación de sus obras: Memorias de un
madrileño, La eme, ¡Soy un sinvergüenza!, El padre soltero,
Menos lobos, Cuentan de una mujer... La risa y Juanito
Arroyo se casa. El 11 de enero la compañía de comedias de Isabel Barrón y
Ricardo Galache estrenó en el teatro Circo de Cartagena la obra de Muñoz Seca, La
eme. También representaron las obras, ¡Yo soy un sinvergüenza! y Memorias
de un madrileño. El 30 del mismo mes, en el teatro Principal de Zaragoza
la compañía Barrón-Galache estrenó la obra de Jacinto Benavente Memorias de un
madrileño. El 17 de febrero la compañía de Isabel Barrón y Ricardo Galache
estrenó el gracioso cuento de Navidad, original de Pedro Muñoz Seca, El rey
negro, en el teatro Principal de Zaragoza. El 24 del mismo mes acabó
en el teatro Avenida de Burgos la actuación de la compañía Barrón-Galache.
Durante su estancia estrenaron las obras: No juguéis con esas cosas, de Benavente,
La risa, de los hermanos Álvarez Quintero, El padre soltero, de
Tomás Borras, Soy un sinvergüenza, de Muñoz Seca, y Estudiantina,
de Sevilla y Sepúlveda. El 12 de marzo la compañía Barrón-Galache
estrenó en el teatro del Principado, de Oviedo, la comedia de Benavente,
Memorias de un madrileño. Permanecieron en Oviedo hasta el 15 con la representación
de La visa y Soy un sinvergüenza. El 25 del mismo mes estrenaron en el teatro Dindurra de Gijón
la comedia de Jacinto Benavente Cualquiera lo sabe. Ricardo Galache fue
interrumpido varias veces, con merecidos aplausos. Isabelita Barrón compuso su
complejo personaje de manera admirable.
El 11 de abril de 1935 la compañía de Isabelita Barrón y
Ricardo Galache estrenó en el teatro Principal de Orense La Papirusa
de Torrado y Navarro. Después de Orense la compañía actuaba a partir del 10 de
abril en el teatro Renacimiento de El Ferrol el día 10, pasando luego al
Rosalía de Castro, de La Coruña, a hacer la temporada de Pascua de Resurrección.
EL 17 de abril de 1935 había acabado en el teatro Renacimiento de El
Ferrol la temporada realizada por la compañía Barrón-Galache. Las obras puestas
en escena habían sido Estudiantina, La Papirusa, Cualquiera lo
sabe, Soy un sinvergüenza y El rey negro. Isabelita Barrón,
ya conocida de este público, había cosechado muchos aplausos, especialmente en La
Papirusa y Cualquiera lo sabe. Ricardo Galache, que ejercía de
primer actor y director, triunfó notablemente con la obra de Fernández Sevilla Estudiantinas.
A continuación, la compañía salió para La Coruña, donde debutó el Sábado de
Gloria con el estreno de la obra de Jacinto Benavente Memorias de un
madrileño. El 13 de junio estrenó en el teatro Principal, de Palencia,
la compañía de Isabelita Barrón y Ricardo Galache la obra ¡Cualquiera lo
sabe!, de Benavente. También representaron las obras Estudiantina y La
M. Al terminar en Palencia la compañía volvió a Madrid, para descansar
hasta primeros de agosto.
El día 1 de septiembre de 1935 empezó su temporada invernal la
compañía de comedias de Isabelita Barrón y Ricardo Galache. Durante el mes de
septiembre, comenzó la tournée de ferias, comenzando por Peñaranda de
Bracamonte, Puertollano, Almodóvar del Campo, Mula, Hellín y Caravaca. Después
se desplazaron al Norte, empezando por Ávila, para sus fiestas de Santa Teresa,
y a continuación, San Sebastián, Pamplona, Burgos. Logroño, Zaragoza,
Valladolid, Oviedo y Gijón. La lista de actores de la compañía era la
siguiente: Isabel Barrón, Teodora Moreno, Carmen Blázquez, Carmen Tarrazo,
Elena Cózar, Emilia Gil, Pepita Palacios, Julia Montalbán, Ricardo Galache,
César Muro, Joaquín Puyol, Modesto Novajas, Alberto Sola, Rafael Terry, José Santamaría,
Modesto Clanch y Rafael Antúnez. El gerente era Paco Gómez Ferrer. El
repertorio de obras incluía: La casa del olvido, La Millona, Adiós
muchachos, Manola, Manolo, El misterio de la Quinta Avenida, Un
adulterio decente, Miss Thery y algunas obras de Jacinto Benavente,
Muñoz Seca, Quintero y Guillen, Suárez de Deza, Fernández Sevilla y Torrado y
Navarro.
El 13 de octubre de 1935 se presentó con gran éxito en el Teatro
Principal de Ávila la compañía de comedias de Isabelita Barrón y Ricardo
Galache, con la comedia de Torrado y Navarro La Papirusa. La
interpretación fue magistral, Isabelita Barrón escuchó grandes ovaciones,
especialmente en el segundo acto, que tuvo que presentarse varias veces en el
palco escénico, a reiteradas instancias del público que llenaba la sala. Ricardo
Galache, en el Antón Laurído, fue el héroe de la jornada. Las ovaciones
que le prodigaron en el transcurso de la obra fueron muy merecidas. Para esos
días anunciaban los estrenos de las obras: Cualquiera lo sabe, La casa
del olvido, Estudiantina y Miss Thery. El 18 debutaron en el teatro
del Príncipe, de San Sebastián. Siguiendo después a Pamplona, Burgos,
Logroño, Zaragoza, Valladolid, Oviedo y Gijón. El 19 de noviembre la compañía
de Isabelita Barrón y Ricardo Galache estrenó la obra de los hermanos Quintero,
La comiquilla, en el teatro Parisiana de Zaragoza. A
continuación, tenían que representar la obra Un hombre, una mujer y un niño,
de los autores locales Pedro y Demetrio Galán, y la comedia de Pedro Muñoz Seca,
¡Sola! El 17 de diciembre la compañía Barrón-Galache estrenó en el
teatro Lope de Vega de Valladolid la comedia de Muñoz Seca, Sola. La
obra gustó y se aplaudió a los intérpretes Isabel Barrón, Carmen Blázquez,
Teodora Moreno, Carmen Torraso, Ricardo Galache, Gabriel Miranda y Ricardo
Espinosa
El día 6 de enero de 1936 se disolvió la compañía de Isabelita
Barrón-Ricardo Galache. El 12 de abril de 1936, en La crónica de Madrid,
se daba cuenta de un proyecto magnífico para el Teatro María Guerrero, que
habrían de desarrollar «oficialmente» Isabelita Barrón, Ricardo Galache, Carmen
Collado, Enrique García Álvarez... Pero antes era necesario la creación de
«algo» en el Ministerio de Instrucción pública, que, a lo mejor, a esas horas
ya estaba resuelto. Sobre el papel ya lo estaba desde hacía tiempo.
El 30 de mayo de 1937 la compañía de teatro Isabel
Barrón-Ricardo Galache representó en el Teatro del Liceo de Barcelona la
obra Pedro Mari, en el acto inaugural de la Semana Pro Euzkadi. La
crónica es de la Hoja oficial de la provincia de Barcelona del día siguiente.
SEMANA
PRO EUZKADI
Estreno
de “Pedro Mari” en el Liceo
El
sábado por la noche, en el Gran Teatro del Liceo (Teatro Nacional de Cataluña),
tuvo lugar el acto inaugural de la Semana Pro Euzkadi, con el estreno de Pedro
Mari, interpretada por la compañía Isabel Barrón-Ricardo Galache.
El
primer teatro de Cataluña se vio totalmente lleno. En representación del Presidente
de la Generalidad, imposibilitado de asistir al acto, concurrió el exconsejero
de Cultura Antonio Mª Sbert. Asistieron también el delegado de Euzkadi en
Cataluña, señor Areitioaurtena, el jefe del Ejército del este, general Pozas,
el alcalde accidental de Barcelona, Hilario Salvador, y otras personalidades.
El
acto, que resultó solemnísimo, comenzó con la interpretación de diversas composiciones
vascas por la Banda Municipal de Madrid, que actuó, asimismo, en los
intermedios de la representación teatral.
Pedro
Mari, héroe legendario, que simboliza el espíritu de libertad nacional y social
del pueblo de Euzkadi, fue el tema de una novela de Arturo Campion, que ha sido
ahora escenificada por la Secretaría de Cinema y Teatro del Comité Pro Ejército
Popular Regular. Pedro Mari, como obra de teatro, es un conjunto de estampas,
coloridas con diversos motivos folklóricos, que vienen a mostrarnos que el
espíritu de libertad y de patriotismo que anida en el corazón de los vascos se
ha mantenido insobornable a través de los siglos, y que los enemigos de siempre
de Euzkadi han sido el militarismo, el feudalismo y el clericalismo ultramontano.
La
realización artística corrió a cargo del Sindicato de Dibujantes Profesionales
UGT, que obtuvo, con gran sobriedad, bellos efectos plásticos. La
interpretación tuvo, sobre todo en su conjunto, una excelente acogida. Ei acto,
que como hemos dicho resultó brillantísimo, terminó con la interpretación de
los himnos vasco, español y catalán.
El 6 de diciembre de 1938 el diario
nacional-sindicalista Libertad de Valladolid informaba de que Isabel
Barrón y Ricardo Galache estaban en La Habana haciendo comedias y pasado un
tiempo, seguramente, embarcaran con “rumbo hacia acá”. El 19 de enero de 1939 Isabel Barrón y Ricardo
Galache se encontraban en La Habana representando la radionovela El Intruso.
La Compañía Isabel Barrón-Ricardo Galache estrenó en 1940, en
el Cine-Teatro Smart Palace de Buenos Aires, la obra de Isaac Pacheco, Se
necesita un primer actor, teniendo como escenógrafo a Gori Muñoz. La
Compañía Isabel Barrón-Ricardo Galache no duró mucho más y Ricardo Galache, ese
mismo año 1940, formó compañía con la actriz Catalina Bárcena, para el estreno
de la obra Mujer, de Gregorio Martínez Sierra, en el Teatro Empire
de Buenos Aires.
El 12 de julio de 1949 en el Teatro Barcelona, la compañía de
Guadalupe Muñoz Sampedro, representaba la obra Los mejores años de nuestra
tía. En la obra actuaban Irene Barroso, Isabel Barrón, Adela Calderón,
Matilde Llopis, Enrique Borrás, Leovigildo Ruiz Tatay, José González Marín y
Emilio Mesejo, en los papeles más importantes. El precio de la butaca era de 10
pesetas.
Ellos nos hicieron así fue una película en blanco y
negro producida en Argentina, dirigida por Mario Soffici sobre el guion de
Sixto Pondal Ríos y Carlos Olivari, que se estrenó el 23 de febrero de 1953 y
que tuvo como protagonistas a Olga Zubarry, Tito Alonso, Alberto de Mendoza y
Alberto Dalbes. En esta película también trabajó Isabel Barrón.
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