En 1936, en Cerro Muriano (Córdoba), la muerte de un miliciano con los brazos en cruz quedó inmortalizada a través del objetivo de una cámara Leica. En 1960, otra máquina de la casa alemana sirvió para captar una de las imágenes más icónicas y explotadas del revolucionario Ernesto Guevara. El mundo vio, 12 años después, el dolor del napalm en el rostro de una niña por el visor de una M2.
Leica era entonces sinónimo de fotografía y saber hacer, pero la llegada de la digitalización a mediados de los noventa la dejó herida de muerte, a un paso de convertirse en una nota al pie de la historia que contribuyó a documentar.
Aún había, sin embargo, espacio para un capítulo más. Tras su recuperación a finales de la primera década del milenio, la compañía, que cerró 2022 con una facturación de 500 millones, la mejor de su trayectoria, vuelve a ser un referente, y sus cámaras, objeto de deseo.
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