El artículo aparecido en LA VANGUARDIA del 9 de marzo de 2023 "La expansión de la OTAN ha convertido a Europa en el lugar más peligroso del mundo" realiza un amplio análisis de los cambios en las relaciones entre el Sur Global y las dos superpotencias mundiales.
En opinión de su autor, Amitav Acharya, son tres los acontecimientos que han puesto en entredicho el orden mundial: la pandemia mundial de la covid desde 2019, la creciente rivalidad entre EE.UU. y China, y la guerra entre Rusia y Ucrania desde febrero del 2022.
Podría ser que eso supusiera un regreso a la bipolaridad de la guerra fría, con un bloque occidental encabezado por EE.UU. y un bloque oriental dirigido por China y Rusia. En tal situación, los países del Sur Global se enfrentan a las exigencias de todos estos países, para que se alineen con sus objetivos económicos y estratégicos. Y, al mismo tiempo, no dejan de buscar una mayor autonomía en sus relaciones internacionales.
En este contexto podría llegar a relanzarse un nuevo Movimiento de Países No Alineados, puesto en marcha en las décadas de 1950 y 1960 para mantenerse al margen de la competencia entre EE.UU. y la URSS, con el objeto de encontrar una voz común y ofrecer una tercera vía en las relaciones internacionales.
Respuestas distintas a la covid
Las potencias mundiales respondieron a la pandemia de modos muy diferentes. Trump no solo siguió siendo aislacionista, sino que pisó el acelerador del “EE.UU., primero”. China, en cambio, emprendió una política exterior activa. Mientras Trump denunciaba la globalización y las cadenas de suministro, Xi defendía la globalización y redoblaba el apoyo y las pretensiones de liderazgo chinos para la gobernanza mundial. Mientras EE.UU. compraba mascarillas y ventiladores en todo el mundo, China lanzó una ambiciosa diplomacia mundial de mascarillas y, después, de vacunas, y esto mucho antes que EE.UU..
La guerra de Ucrania
En cuanto a la guerra, la actitud del sur global ha sido algo ambivalente, pero desde luego no está del lado de Occidente contra Rusia. En ese sentido, quizás sean demasiado optimistas las esperanzas iniciales de que las amplias sanciones occidentales contra Rusia reavivarían la unidad de Occidente y el liderazgo de EE.UU. en los asuntos mundiales.
La guerra iniciada en febrero del 2022 no solo ha ensombrecido el futuro de Ucrania y Rusia, sino también el de Europa en general. En lugar de hacerla más segura, la expansión de la OTAN ha convertido a Europa en el “lugar más peligroso del mundo”.
La guerra le ha costado a Occidente, y en especial a Europa, buena parte de su atractivo como modelo de paz y prosperidad. Conviene no olvidar que, tras el final de la guerra fría, Europa se presentó como un modelo general de construcción del orden mundial. Conceptos europeos como “seguridad común”, identidad paneuropea o “casa común europea”, tal como fueron articulados por la Comisión Palme en 1982 y promovidos por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), suscitaron la atención, incluso la atracción, de todo el mundo. Sin embargo, esos ideales se han quedado en el camino.
Hacia un mundo post EE.UU.
Comentando las implicaciones de la guerra entre Rusia y Ucrania en el orden mundial, Fareed Zakaria observó: “Uno de los rasgos definitorios de la nueva época es que es postestadounidense. Con esto quiero decir que ha concluido la pax americana de las últimas tres décadas”.
Zakaria propuso por primera vez la idea del “mundo postestadounidense” en el 2008. No obstante, entonces se refería, más que al orden construido por EE.UU., al declive relativo de la potencia estadounidense resultante del “ascenso del resto”. Hasta ahora no había aceptado el fin del orden liberal, mucho después de que lo hayan hecho otros analistas.
Aunque el sur global no es una categoría singular, la mayoría de los países (incluida la mayoría de los asiáticos) no ve a Rusia como una amenaza y no está realmente interesada en tomar partido en una competencia ideológica y una rivalidad militar entre la OTAN y Rusia ni tampoco entre Occidente, por un lado, y Rusia y China, por otro. Consideran que la guerra entre Rusia y Ucrania es un embrollo europeo y transatlántico, pero se sienten muy victimizadas por ella, dado que soportan una parte desproporcionada del coste del aumento de los precios de la energía y los alimentos y de la interrupción de las cadenas de suministro. Además, aunque condenan la invasión de Ucrania, no apoyan necesariamente la revitalización del orden liberal internacional encabezado por EE.UU. Dejando de lado el hecho de que China, India y Sudáfrica se abstuvieran el 2 de marzo de 2022 en la votación de la Asamblea General de la ONU en la que se condenó a Rusia, entre los países africanos la votación de esa resolución fue de 28 a favor y 17 abstenciones. Brasil y México votaron a favor de la resolución, pero rechazaron sumarse a las sanciones a Rusia. En otras palabras, en lo que respecta al sur global, la condena de la invasión rusa por una cuestión de principios, el respeto a las sanciones por miedo (a las represalias estadounidenses) y el rechazo al internacionalismo y al doble rasero occidentales no son mutuamente excluyentes.
Semejante ambivalencia no es sorprendente. Las sanciones occidentales recuerdan a los países del sur global el poder económico coercitivo de Occidente, susceptible de ser utilizado contra ellos en caso de desafío a los intereses y las expectativas occidentales. La presión ejercida sobre ellos por los responsables políticos occidentales para que tomen partido y se unan a las sanciones contra Rusia, respaldada con la amenaza de sanciones secundarias, les recuerda las presiones que recibieron en la guerra fría. Además, la opinión de los africanos y de Oriente Medio también señala el duro trato que reciben los refugiados de esas regiones en Europa Oriental, incluso por parte de Ucrania. También persiste el recuerdo de la larga historia de intervenciones militares interesadas llevadas a cabo por Occidente. Eso demuestra que los intentos de políticos y analistas occidentales por rechazar cualquier equivalencia moral entre las intervenciones rusas y las de EE.UU. y la OTAN no son convincentes en el mundo no occidental.
Dejando de lado las diferencias culturales y geográficas, existe también una creciente disparidad entre un sur poderoso y un sur pobre. Las potencias emergentes que se identifican con el sur global, como China, India, Brasil, Sudáfrica y Turquía, por no hablar de los países ricos en petróleo de la región del Golfo, tienen niveles de vida y perspectivas de futuro muy diferentes a los de la mayoría de países africanos. Es poco probable que desarrollen una plataforma común para coordinar políticas y enfoques más allá de un impreciso nivel de generalidad.
En segundo lugar, la relación entre algunos de los principales países del sur global es competitiva. El principal ejemplo son India y China. Aunque ambas afirman ser la voz de los países en desarrollo, suelen diferir en sus posiciones dentro del orden mundial y sus actitudes hacia él.
Esas diferencias van más allá de las diferencias en sus sistemas políticos: democracia en el caso de India y autocracia en el de China. También se extienden a su estatus internacional percibido. A China se la menciona a veces como superpotencia; la pretensión de India de ser una gran potencia no es universalmente aceptada, y China la ha excluido en ocasiones, cuando no siempre, de su categoría de “grandes potencias”. Desde el punto de vista estratégico, India se ha acercado algo a EE.UU., mientras que China se ha alejado de ese país y mantiene con él una relación muy competitiva. En lo que respecta a la gobernanza mundial, China e India tienen aspiraciones y posturas similares, con un compromiso compartido en favor de un orden mundial más justo y equitativo mediante la reforma del sistema existente de gobernanza multilateral. Sin embargo, China se opone a que India sea miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Cabe hallar choques similares en las aspiraciones al liderazgo de la cooperación multilateral en América Latina (Brasil frente a Argentina) y África (Sudáfrica frente a Nigeria) y Oriente Medio (Turquía frente a Egipto, Irán frente a Arabia Saudí).
En tercer lugar, aprovechando esas diferencias, las potencias occidentales pueden usar el enfoque del divide y vencerás para frustrar el resurgimiento de un bloque cohesionado de países no alineados. Podrían hacerlo por medio de la ayuda económica, las transferencias de armas y las garantías de seguridad, que se ofrecen a los países del sur global de forma muy diferenciada.
En lugar de un poderoso y proactivo No Alineamiento 2.0, lo que podría ser más probable y transcendental son los esfuerzos de los países del sur global para desarrollar órdenes regionalizados. Por órdenes regionales no me refiero únicamente a organizaciones regionales como la Unión Europea, la Unión Africana o la Asociación de Naciones del Asia Sudoriental (Asean), sino también a acuerdos informales nacidos de las interacciones entre las potencias regionales que limitan, e incluso eliminan, la influencia de las potencias extrarregionales. Si bien algunas grandes potencias pueden intentar conseguirlo mediante esferas de influencia regionales excluyentes (pensemos en Rusia y China), otras (sobre todo, pequeñas y medianas) pueden buscar órdenes regionales acomodaticios y comunitarios, como Indonesia a través de la Asean.
La pandemia y el conflicto entre Rusia y Ucrania podrían revitalizar el espíritu del Movimiento de Países No Alineados, pero no su forma institucional. En lugar de grandes grupos de países afines como el Movimiento de No Alineados o la Commonwealth (cuyo futuro se ha visto ensombrecido por la muerte de la reina Isabel II), la cooperación seguirá pluralizándose con la aparición de instituciones regionales y plurilaterales y diversas formas de acuerdos complejos e híbridos entre agentes estatales y no estatales, como empresas, fundaciones y movimientos sociales. Esa tendencia hacia la gobernanza G-plus no desplazará la actual estructura estatal-céntrica de la ONU ni los diferentes G, como el G-7 o el G-20, pero le hará cierta competencia.
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