EEUU está trabajando en la creación de una arquitectura regional de seguridad poliédrica para el Indo-Pacífico en cuyo núcleo duro se sitúan sus aliados anglosajones.
Aukus, el acrónimo con el que se designa el pacto anunciado (de AUS, UK y US), compromete a Estados Unidos y a Gran Bretaña a compartir con Australia tecnología avanzada de defensa para reforzar las capacidades militares de este último frente a las amenazas –no se menciona a China en ningún momento– que se ciernen en la región del Indo-Pacífico.
Se trata de un acuerdo de amplio alcance que comprende aspectos tan sensibles como la inteligencia artificial, la computación cuántica o la ciberseguridad. Pero, con toda la importancia de estas áreas, lo que ha disparado las alarmas internacionales, oscureciendo todo lo demás, ha sido la intención declarada de ayudar al país austral a desarrollar la tecnología necesaria para dotarse de un parque de submarinos de propulsión nuclear que le incluirán en el limitado y selecto club de naciones que disponen de esa capacidad.
Francia ha sido, por el momento, la primera víctima del Aukus. El anuncio ha desairado profundamente al país europeo, pues ha supuesto la cancelación, sin previo aviso, de un importante contrato suscrito para construir doce submarinos convencionales Shortfin Barracuda para la Armada australiana por un valor de unos 56.000 millones de euros. El hecho de que Australia haya aludido a la existencia de retrasos y sobrecostes en el programa francés como muleta para dar alguna justificación a su decisión no resulta creíble, incluso si fuera verdad, y no ha servido para mitigar el enorme enfado francés por lo que ha recibido como una puñalada por la espalda, como algo impropio entre aliados.
EEUU gira al Indo-Pacífico
Varias son las conclusiones que pueden extraerse a vuelapluma de lo que se conoce de este acuerdo, muchos de cuyos aspectos han quedado velados al público. La primera y, quizás, más obvia, es la de que la finalidad de seguridad que, declaradamente, tiene el pacto, deja en la sombra la realidad de que, al fin y a la postre, éste tiene una dimensión económica enormemente importante. Es innegable que Estados Unidos trata con él de asegurar para su industria de defensa contratos en una región ya inmersa en una carrera armamentística, situándose así en una posición de ventaja frente a otros competidores.
En segundo lugar, el Aukus confirma la voluntad norteamericana de desplazar el centro de gravedad de su esfuerzo estratégico a la región Indo-Pacífico, donde estaría tratando de construir un contrapeso eficaz al, hasta ahora, irresistible ascenso de China al rango de poder hegemónico en la misma. Estados Unidos estaría trabajando en la creación de una arquitectura regional de seguridad poliédrica para el Indo-Pacífico en cuyo núcleo duro se sitúan sus aliados anglosajones, percibidos por Washington como los más fiables. La región carece de una OTAN, y parece que, tal vez sin llegar al grado de compromiso que implica el Artículo 5 del Tratado de Washington, va tomando forma paulatinamente algún tipo de arreglo de seguridad que la tome como ideal, superando el limitado alcance del Quad.
Si aún existían dudas, ya no puede dejar de estar claro dónde está la primera prioridad de seguridad para Estados Unidos. De la importancia de este interés habla por sí solo el hecho de que Norteamérica se haya comprometido a compartir una tecnología tan sofisticada como la de los submarinos nucleares, y de que lo haya hecho aún a costa de haber dañado de forma grave la relación con un socio tan importante como Francia, al que ha sacrificado en el altar del interés de seguridad en la región, quizás convencida de que el tiempo terminará curando la herida. Al final, va a resultar que, dejando a un lado las formas, la actitud de Biden hacia Europa –después, además, del lamentable episodio de Kabul–, teñida de expresiones grandilocuentes que hablan del regreso de Estados Unidos a Europa, no es tan diferente a la practicada por Trump, intensamente criticada por extravagante y aberrante.
Cómo quedan la UE y la OTAN
La bofetada a Francia, que reaccionó llamando a consultas a sus embajadores en Washington y Canberra, lo es también, por extensión, a la Unión Europea, porque ha sido abiertamente ignorada, y porque está claro que cualquier otro contrato similar con otro país europeo habría seguido una suerte idéntica. Ni siquiera la consideración del derecho que asiste a Australia a desvincularse de un contrato cuando está en juego su seguridad sirve para justificar la forma en que se ha tomado una decisión tan grave como esta, cuya consecuencia primera bien pudiera ser la de estimular el afán europeo por dotarse de una capacidad de respuesta militar autónoma. Esto, que resulta tan deseable como delicado, podría acarrear un debilitamiento del vínculo transatlántico, y rasgar internamente a la Unión Europea y a la OTAN, muchos de cuyos socios vinculan su seguridad de forma indisoluble a Estados Unidos.
No toda la culpa de este desencuentro, sin embargo, debe caer sobre los hombros de Estados Unidos y Australia. La Unión Europea tiene dificultades para articular una respuesta común al desafío chino, y apuesta más bien por una política de acercamiento que Washington hace tiempo que ha abandonado. Si algo ha demostrado hasta la fecha la Unión, es su incapacidad para proporcionar una respuesta creíble a la mayoría de los retos de seguridad a los que se enfrenta, así como su dependencia del poder militar norteamericano.
Otro tanto, aunque con matices, podría decirse de la OTAN, Alianza a la que, no se olvide, pertenecen tanto Estados Unidos como Gran Bretaña. La Alianza Atlántica ha considerado por vez primera este 2021 la amenaza de China en el comunicado de una cumbre de jefes de estado, pero aún está en proceso de adaptación a esta realidad geoestratégica que una parte de sus miembros considera le distrae de su verdadero objetivo, que no debe ser otro que la defensa contra las pretensiones rusas.
Las demandas de seguridad, empero, no admiten esperas. Si sus socios europeos vieran unánimemente a China como el problema de seguridad que es; si tuvieran una capacidad de respuesta creíble y fiable; si mostraran una voluntad decidida de tomar en sus manos su propia seguridad, no cabe duda de que Washington no los habría dejado de lado para centrarse en aquéllos con los que puede avanzar más rápido. Europa deberá, tarde o temprano, adoptar una postura frente a China, y debe tomar nota de esta decisión, no ya con espíritu de revancha, sino para dotarse de esa capacidad de respuesta o asumir su irrelevancia, si es que no lo hace.
Australia, en espiral de gasto
Australia se juega mucho en este proyecto. Y no solo la animadversión de Francia. A pesar de que, como se ha apresurado a recordar Biden, Australia es un viejo y fiable aliado de Estados Unidos desde hace unos cien años, y a pesar de que Canberra ha vinculado hace tiempo su seguridad a Norteamérica acogiendo una base del US Marines Corps en Darwin o participando en el programa Five Eyes, el anuncio implica una profunda reorientación estratégica de la seguridad nacional australiana, que abandona políticas anteriores en las que el estrechamiento de vínculos económicos con China y el acercamiento al gigante asiático jugaban un papel importante. Con el Aukus, Australia abandona esta vía para adoptar, de la mano de Estados Unidos, una de abierta oposición que le obligará a reforzarse militarmente y a abandonar su tradicional postura antinuclear, lo que tendrá un coste doméstico difícil de cuantificar. A los submarinos seguirán, probablemente, otras capacidades tecnológicamente avanzadas –y costosas–, quizás no tan espectaculares, pero que sonarán a música celestial a la industria de defensa norteamericana.
Con el refuerzo vendrá, además, la asunción por Australia de mayores responsabilidades en lo que ya se ve como la seguridad compartida de los socios del Aukus. Ello permitirá a Estados Unidos orientar sus recursos de una forma más acorde con sus intereses vitales. De paso, el proyecto, cuyo anuncio parece sincronizado oportunamente después del desastre de la evacuación de Kabul, ayuda a lavar el poso de amargura que este episodio ha dejado, y muestra otra vez a Estados Unidos como un líder sólido y determinado.
Del Brexit a Global Britain
Reino Unido, por su parte, ha adoptado un papel particularmente interesante como socio junior en este nuevo consorcio. Como el Brexit le sacó del proyecto común europeo, el país está ocupado tratando de posicionarse como un actor global relevante e independiente, de forma consistente con el concepto Global Britain formulado por Boris Johnson.
En ese intento de redefinirse estratégicamente después de haber abandonado la Unión Europea, Londres ha identificado el espacio indo-pacífico como la arena donde se van a dirimir sus intereses fundamentales. No yerra al considerarlo así. Pero, la vinculación que ha buscado con el Aukus –aún reconociendo que no ha adquirido, que se sepa, ningún compromiso concreto– le coloca como socio menor de una entente en la que, además, es el único miembro extra-Pacífico. El rol que intenta asumir puede llevarle a tener que incrementar su presencia militar permanente en el continente y, en el peor de los casos, a someterse a las presiones del socio senior, y tener que asumir responsabilidades que pueden no estar alineadas con sus intereses reales.
El tiempo lo dirá, pero no se ve claro en este momento cómo puede favorecer al Reino Unido esta vía unilateral cuando se compara con la que podría haber tomado sin el Brexit como miembro de una Unión Europea en la que era un socio mayor cuya voz era siempre escuchada con atención.
Irritación china y francesa
China ha reaccionado al anuncio como cabía esperar: con una irritación indisimulada y un lenguaje ofensivo grueso, valorando el acuerdo como un intento de contener al país de una manera hostil, y calificándolo como una amenaza a la seguridad y estabilidad regionales, además de un golpe al Tratado de No Proliferación. Por sí sola, esta reacción habla elocuentemente de la importancia del acuerdo alcanzado.
La respuesta china ha venido acompañada de una amenaza nada velada a Australia, a quien ha convertido de forma explícita en objetivo nuclear. China considera que, sin convertirse técnicamente en un proliferador, y a pesar del cuidado que ha tenido Biden en aclarar que los submarinos solo serán nucleares en su propulsión, Australia podría perfectamente, llegado el caso, embarcar armas nucleares en sus nuevos submarinos y lanzarlas desde ellos, argumentando que esa es la verdadera naturaleza y razón de ser de este tipo de armas. Lo ocurrido no hará sino reafirmar a China en sus planes de rearme.
Francia es, como ya se ha apuntado antes, el perdedor en esta ocasión. A pesar del evidente desprecio, Biden mantiene la mano tendida a París a quien, de una forma que puede sonar ahora de una forma un tanto hipócrita, se refiere como un “aliado vital”. Amén de la primera potencia militar de Europa, el país galo es una nación indo-pacífica de pleno derecho gracias a sus posesiones ultramarinas en Polinesia. En un esfuerzo como el de contener el poder de China, no parece sensato alienar ningún apoyo, menos el de Francia a quien, además, el acuerdo puede separar de Gran Bretaña. La herida tardará en cicatrizar, y dejará un poso de resentimiento por mucho tiempo que, no cabe duda, dejará su huella en la OTAN. Pero la importancia del interés conjunto terminará por sanarla, quizás ayudada por el bálsamo de algún tipo de compensación norteamericana futura a Francia por el desaire.
La afirmación del liderazgo norteamericano en un espacio tan sensible como el de la región del Indo-Pacífico no puede sino ser bienvenida por quienes compartimos con Estados Unidos valores tan importantes como los de la libertad y el imperio de la ley. Es lógico que Estados Unidos intente avanzar hacia un mayor grado de cooperación militar con aquellos con quienes mantiene una mayor sintonía y que están dispuestos a asumir mayores costes por su propia defensa. Sin embargo, a largo plazo, una política que ignore a actores tan importantes como Francia –y, por ende, la Unión Europea– no parece la mejor por sus efectos divisivos. En el interés de todos está el conseguir que la brecha abierta por el anuncio de Aukus no se convierta en un abismo que dañe la confianza y seguridad mutuas que tantos beneficios ha reportado al mundo libre.
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