El enorme flujo de capital asiático hacia África de las dos últimas décadas ha servido para la construcción de grandes infraestructuras y ha endeudado al continente. EE UU acusa a Pekín de entorpecer el desarrollo del continente con una deuda que ha situado a 22 países en riesgo de suspensión de pagos o han caído ya en ‘default’, pero las cifras indican que China posee apenas el 12% de los préstamos, que además remiten.
África está inmersa en una severa crisis de deuda, agudizada por la pandemia de la covid-19 y la guerra de Ucrania: la deuda de los gobiernos subsaharianos representa el 53,73% de su PIB, según el Fondo Monetario Internacional, y nada menos que 22 países están en riesgo de impago, un pozo en el que Zambia y Ghana ya han caído. China lleva años siendo uno de los destacados prestamistas de los africanos y las inversiones del gigante asiático son atractivas para muchos Estados, que tienen un menor acceso a los mercados internacionales de deuda, porque no suelen ir acompañadas de contrapartidas en materia de derechos humanos o respeto medioambiental. Paralelamente, Pekín necesita expandirse en busca de mercados y recursos y África ofrece todo ello. Es una feroz competencia, pero pese al ruido político y mediático, China no es ni el único ni tampoco el más relevante acreedor del continente. Los expertos explican además que las prácticas financieras de Pekín no conducen a resultados muy diferentes a las de otros países y fondos privados de inversión.
Aunque es difícil saberlo con exactitud por la propia opacidad del sistema, los préstamos chinos representan alrededor del 12% de la deuda externa africana, tanto pública como privada, que se eleva a unos 660.000 millones de euros y se ha multiplicado por cinco en las dos últimas décadas, según un trabajo de la ONG Debt Justice a partir de datos del Banco Mundial. Dicha deuda se divide en tres grupos y cada uno representa, aproximadamente, un tercio del total: la multilateral, contraída con los grandes organismos financieros internacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional; la deuda que está en manos de fondos privados de inversión; y, por último la bilateral, es decir, otorgada por gobiernos o entidades públicas.
El país asiático es el acreedor más importante en lo que respecta a la deuda bilateral, un fenómeno que explotó hace un cuarto de siglo debido a la coincidencia de dos factores: por un lado, la crisis de deuda externa llevó a los países occidentales a ser más reticentes a financiar a África y, por otro, China estaba ahí en el momento adecuado. “Era una potencia en pleno crecimiento y comenzó a prestar a los países en desarrollo en un momento que Occidente empezó a ser más cauteloso con sus políticas de endeudamiento”, recuerda Babacar Sene, profesor titular de Economía de la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar y experto en deuda.
Caída de los préstamos chinos
Sin embargo, la tendencia podría estar invirtiéndose, una deriva que comenzó incluso antes de la pandemia. Según el reciente informe La respuesta al sobreendeudamiento de África y el papel de China del centro de análisis Chatham House, el volumen de nuevos préstamos chinos a los gobiernos africanos cayó de un máximo de 26.800 millones de euros en 2016 a 7.740 millones en 2019, desplomándose nuevamente a 1.793 millones en 2020, aunque esta última cifra sí refleja las circunstancias excepcionales de la pandemia. A juicio de los autores del citado estudio, “China no causó el sobreendeudamiento africano en la mayoría de los casos, pero es clave para encontrar una solución”.
Por su parte, la secretaria del Tesoro del Gobierno de Estados Unidos, Janet Yellen, instó recientemente a China a “moverse más rápido” para apoyar la reestructuración de la deuda específica de los países en desarrollo, especialmente en Zambia, que entró en default en plena pandemia. “China realmente necesita sentarse a la mesa. La falta de voluntad de China para participar de manera integral y moverse de manera oportuna realmente ha sido un obstáculo”, dijo en un acto celebrado en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington, donde explicó que Pekín ha retrasado dichas reestructuraciones porque exige a los organismos multilaterales que también participen en la reducción de las deudas de los países en dificultades.
El enorme flujo de capital chino hacia África de las dos últimas décadas ha servido, en buena medida, para la construcción de grandes infraestructuras. Un ejemplo un tanto manido, pero útil, son las carreteras, sin las cuales es impensable pensar en el desarrollo de las zonas más alejadas de los grandes centros urbanos de población. Los puertos también valen a modo de muestra.
En 2020, un informe de la Secretaría de Estado estadounidense titulado Los elementos del desafío de China insistía, una vez más, en la “política de desarrollo depredadora” y “la diplomacia de la deuda-trampa” en referencia a las prácticas asiáticas en el mundo en desarrollo. Una de las críticas más habituales es que China incluye, a modo de agresiva garantía, quedarse con la propiedad de las infraestructuras en el caso de suspensión de pagos. “Es cierto, trata de proteger su inversión, pero otros países también incluyen avales que, por otros caminos, conducen al mismo resultado. En América Latina muchos países vendieron parte de sus empresas públicas para poder pagar. Y no fue a China”, concluye el profesor Sene.
Además de reducir su deuda, China lleva años condonando parte de la existente. Entre 2000 y 2019, China ha eximido de pago unos 3.200 millones de euros y ha renegociado otros 14.150 millones de deuda en África, según Déborah Bräutigam, profesora de Economía Política de la Universidad Johns Hopkins y directora de la Iniciativa de Investigación China África (CARI). En enero pasado, el ministro chino de Exteriores, Qin Gang, recordó que su país participó activamente en las iniciativas del G20 para aliviar la deuda y que negoció bilateralmente con 19 países en el mismo sentido. “La deuda-trampa es, en realidad, una narrativa-trampa impuesta por Occidente”, defendió el gobernante.
África está inmersa en una severa crisis de deuda, agudizada por la pandemia de la covid-19 y la guerra de Ucrania: la deuda de los gobiernos subsaharianos representa el 53,73% de su PIB, según el Fondo Monetario Internacional, y nada menos que 22 países están en riesgo de impago, un pozo en el que Zambia y Ghana ya han caído. China lleva años siendo uno de los destacados prestamistas de los africanos y las inversiones del gigante asiático son atractivas para muchos Estados, que tienen un menor acceso a los mercados internacionales de deuda, porque no suelen ir acompañadas de contrapartidas en materia de derechos humanos o respeto medioambiental. Paralelamente, Pekín necesita expandirse en busca de mercados y recursos y África ofrece todo ello. Es una feroz competencia, pero pese al ruido político y mediático, China no es ni el único ni tampoco el más relevante acreedor del continente. Los expertos explican además que las prácticas financieras de Pekín no conducen a resultados muy diferentes a las de otros países y fondos privados de inversión.
Aunque es difícil saberlo con exactitud por la propia opacidad del sistema, los préstamos chinos representan alrededor del 12% de la deuda externa africana, tanto pública como privada, que se eleva a unos 660.000 millones de euros y se ha multiplicado por cinco en las dos últimas décadas, según un trabajo de la ONG Debt Justice a partir de datos del Banco Mundial. Dicha deuda se divide en tres grupos y cada uno representa, aproximadamente, un tercio del total: la multilateral, contraída con los grandes organismos financieros internacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional; la deuda que está en manos de fondos privados de inversión; y, por último la bilateral, es decir, otorgada por gobiernos o entidades públicas.
El país asiático es el acreedor más importante en lo que respecta a la deuda bilateral, un fenómeno que explotó hace un cuarto de siglo debido a la coincidencia de dos factores: por un lado, la crisis de deuda externa llevó a los países occidentales a ser más reticentes a financiar a África y, por otro, China estaba ahí en el momento adecuado. “Era una potencia en pleno crecimiento y comenzó a prestar a los países en desarrollo en un momento que Occidente empezó a ser más cauteloso con sus políticas de endeudamiento”, recuerda Babacar Sene, profesor titular de Economía de la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar y experto en deuda.
Infraestructuras a cambio de recursos
En el último lustro, la deuda contraída con China por los países africanos ha ido también evolucionando, pasando de préstamos para la construcción de infraestructuras a cambio de recursos y materias primas a un modelo respaldado por decisiones comerciales más calculadas. Del todo vale, a una mayor cautela. En Kenia, el Banco de Importación y Exportación de China (Eximbank) es el principal financiador del proyecto estrella del país, la línea ferroviaria que conectará el puerto de Mombasa con la capital, Nairobi, y el lago Naivasha. El macroproyecto implica enormes riesgos y los préstamos se firmaron con gran opacidad, lo que generó muchas críticas. Recientemente, el gigante asiático volvió a financiar un proyecto en Kenia, una autopista con un coste de menos de 565 millones de euros cuya propiedad será china durante 30 años y luego pasará a manos kenianas, un modelo más seguro, a una escala asumible y ampliamente usado en el resto del mundo. Entre un préstamo y otro hay un cambio muy profundo. Otro ejemplo es Costa de Marfil, donde los préstamos chinos no han generado estrés de deuda porque han sido proporcionados.
Angola es el país africano que más deuda acumula con China y un ejemplo que ilustra el proceder del gigante asiático en el continente. Finalizada la guerra en 2002, el país africano tenía una necesidad urgente de fondos para su reconstrucción y, al mismo tiempo, contaba con un recurso fundamental para pagarlo: el petróleo. Inversión china en infraestructura a cambio de crudo angoleño. Más de 39.644 millones de dólares en dos décadas. En la actualidad, Angola se ha acogido a distintas iniciativas multilaterales para aliviar el pago de su deuda con acreedores occidentales y se cree que ha negociado una moratoria con China, cuyos detalles no han trascendido. Sin embargo, los altos precios del petróleo reman en la dirección de Angola.
Zambia representa el otro extremo. El 18 de noviembre de 2020, el gobernador del banco central, Christopher Mvunga, anunciaba públicamente lo que nadie quería escuchar: “Hemos tomado la decisión deliberada de no pagar más a ninguno de nuestros acreedores”. Zambia se convertía en el primer país africano en anunciar suspensión de pagos de su impresionante deuda externa, que rondaba el 133% de su PIB, según el Fondo Monetario Internacional. ¿Es China responsable? Sí y no. Alrededor de un tercio de la deuda externa está en manos chinas, pero en los últimos años, Zambia ha recibido una enorme inyección económica de los organismos financieros internacionales y del mercado de eurobonos. China, Francia y otros acreedores, en coordinación con la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda (DSSI), han aplazado una parte de estos pagos para amortiguar el descenso de Zambia a los infiernos.
En diciembre pasado y tras enormes turbulencias, una de las economías hasta ahora más sólidas de África occidental, como era la de Ghana, cayó en suspensión de pagos de la deuda. Con una inflación de hasta el 40% y la devaluación del 50% del valor de su moneda, el pago del capital recibido y sus intereses se estaba comiendo hasta el 70% de sus ingresos anuales. Pero, ¿en manos de quién está la deuda ghanesa? El 42% es deuda doméstica y el resto está en manos sobre todo de administradores privados de activos globales como BlackRock, Vontobel, Alliance Bernstein, Neuberger Berman y PIMCO. La mayoría, estadounidense. De los 26.800 millones de euros de deuda externa ghanesa, 1.600 millones pertenecen a tenedores chinos.
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