jueves, 23 de enero de 2025

Folklore de la montaña en 1924

Vida leonesa, revista semanal ilustrada, 2 de marzo de 1924

FOLKLORE

EL FILORIO (TIERRAS DE ARGÜELLO)

Es tradicional en toda la comarca durante la estación invernal, en que las labores campestres quedan interrumpidas a causa de los temporales de nieves, celebrar veladas, para hacer más llevaderas las interminables noches, fomentando de este modo la fraternidad entre los convecinos. 

Cincuenta lustros atrás el Filorio constituía un festejo donde la gente moza, sedienta de gratas impresiones, se entregaba al clásico baile del pandero, cuya nota la daban las armoniosas castañuelas, tocadas con gran desenvoltura.

Esta tertulia nocturna duraba desde las ocho hasta bien entradas las doce, amén de muchos días que por llegar alguno de los arrogantes arrieros (oficio preferido de las doncellas) les obsequiaban con dos horas más de Filandón rematadas por una ronda de aguardiente y las consabidas migas. 

Entre las mozas de la tierra de Argüello, los arrieros eran preferidos, y de esta preferencia se cuentan casos curiosísimos, entre ellos el de una moza de Cármenes, que requerida de amores por un herrero. puso por condición el que dejara el oficio para dedicarse a la arriería, si quería ser correspondido. 

Esto mismo, en otro orden, acontece en el pueblo de Prioro (Distrito de Riaño). En dicha aldea, la generalidad de los hombres se dedican al pastoreo, pues, a pesar de que la emigración a Cuba y otros países americanos absorbe una mitad del elemento joven, regresando muchos con cuantiosas fortunas, ellas prefieren unir su vida a un humilde zagal que a cualquier indiano poseedor de muchos miles de pesos. 

El Filandero (también se le daba este nombre) solía dar comienzo después de celebradas las matanzas, es decir, en el mes de Noviembre. Por lo general había dos, uno el de encima la villa y otro el de abajo. En pueblos de escaso vecindario solamente sostenían uno. Tiene razón de ser que así sucediera puesto que, siendo los recintos pequeñísimos, dada la afición de estas buenas gentes a trasnochar, uno resultaría insuficiente para albergar a todos. 

El local destinado a este efecto era una cocina de hogar (antes no había de otra clase) muy reducida, en la que tenían, el horno, la patatera, la masera de preparar el pan y tal cual arcón y escañil, en total, que apenas si quedaba espacio para bailar tres o cuatro parejas. Mientras la mocedad saboreaba las delicias del baile, las ancianas, se imponían la tarea, en su mayor parte, de hilar grandes madejas de lana, otras hacían calceta. Dábase el caso de que, cuantos casados asistían, dedicaban sus actividades a igual faena. En los intermedios del baile, los más graciosos divertían con chistes a la concurrencia, comentábanse además los sucesos y acontecimientos del día sin que faltaran las historias de apariciones y fantasmas, muy arraigadas en la región. 

El alumbrado era por medio de candiles cuyo sostenimiento estaba a cargo de la mocedad. En algunas moradas, pagaban sus dueños la luz y si éstos carecían de recursos, se sostenía por Aguxos y Garametas. Los primeros, llamaban a palos de Hurz que quedaban en los quemados del monte. Según cuentan daban buena llama. Las Garametas son la planta del helecho (hierba medicinal). Estas, al parecer, las impregnaban en aceite de arder antes de encenderlas con el fin de que la iluminación fuese más intensa. 

En fechas señaladas de la temporada acostumbraban a ciertos extraordinarios. Consistían éstos en preparar las suculentas migas y llevar provisiones de aguardientes (no se usaba otra bebida salvo algo de vino). Tal sucedía en los días de Nochebuena, Reyes y Carnaval. Una vez terminado el baile a las tres o más de la mañana, los concurrentes rodeaban el hogar de cuya pregancia pendía la caldera que contenía tan exquisito plato y provisto cada uno de su cuchara, daban al traste con ellas, escanciando de ralo en rato, el más joven y por tazas de madera una lamparilla de tan reconfortante cuanto oloroso licor. 

El día primero del año, se celebraba en los filorios con extraordinaria solemnidad; ese día los concurrentes llevaban provisiones de sus respectivas moradas, ya de habas, chorizo, morcilla, ora de colas, espinazos, hebras, etc. Con tales ingredientes preparaban una potada que por la noche tenían suficientemente sazonada y cocida. 

Unas horas antes de terminar el baile, en una cazuela u otro artefacto cualquiera, hacían el amasado de la torta. Lograda su fermentación y con el fuego en todo su apogeo, depositábanla en el hogar recubierta con papel, encima echaban la ceniza y sobre ésta las brasas, dejando tiempo hasta obtener una buena cocción. En algunos pueblos tenían menos escrúpulos, suspendían el envoltorio en papel poniendo el pan en contacto con la ceniza sobre la que dejaban los tizones. Procedían así, fundados en ciertas y determinadas leyendas que atribuían a la ceniza, propiedades curativas sobre el hígado y bazo. 

De este pan hacían las migas, postre por aquel entonces tan en boga, como en tiempos menos remotos el arroz con leche y el esponjado mazapán. Con tan sabrosas viandas recibían el Año entrante estos lugareños. Celebrado el banquete, se obsequiaban con otro baile, tomando parte en él, casadas y ancianas también y al disolverse la reunión, las mujeres a sus domicilios y los mozos, antes de retirarse, cantaban la ronda por las calles del pueblo. 

Este y oíros infantiles recreos hacían a las humildes y hospitalarias gentes de Argüello participar de una vida pictórica de satisfacciones y en la que jamás se concedió audiencia a la intriga y bajas pasiones. 

Fidel DIEZ CANSECO

Vida leonesa, revista semanal ilustrada, 20 de abril de 1924

FOLKLORE

LA NOCHE DE SAN JUAN (TIERRAS DE ARGÜELLO)  

Viene celebrándose con toda pompa, desde tiempo inmemorial entre la mocedad de este bello rincón de la provincia leonesa, la festividad de Sanjuan, noche en la que brotaba en caudaloso efluvio el esparcimiento. Memorable fecha era esta de la que aún hablan con viva satisfacción muchos octogenarios actuales, reproduciendo, en su mente, el acariciador recuerdo de travesuras llevadas a cabo en los juveniles años. 

A la hora del crepúsculo comenzaba a hacerse ostensible gran impaciencia en la gente moza que, entregada durante el día a la faena más dura de la temporada cual es segar y recoger hierba, forjaban en sus quiméricas visiones la iniciación en la nocturnidad, de determinadas empresas que habían de dar cima en el alborear de una mañana deliciosa. 

Antes de dar principio a la colocación de los ramos, (tradicional fiesta en esos Concejos) iba la juventud, a primera hora de la noche, de casa en casa, demandando a los dueños, que correspondiese el turno, lo que por aquí se llama la botija (olla de barro donde recogían la sabrosa y exquisita leche al ordeñar). Verosímil es que así aconteciera, es decir, que la solicitaran en algunas moradas solamente pues, cada vasija tenía cabida de cuatro o seis litros y aunque había nutrido elemento mozo, con dos o tres, era sobrado para más tarde propinarse un atracón de leche migada, exclusivo plato que cenaban aquella noche, reinando el más íntimo regocijo. 

Consumido el primer turno del programa daban varias vueltas por las calles del lugar cantando la ronda, a cuyo efecto, cada uno de los mancebos que sostenía relaciones con dama de la Villa llevaba preparado su romance que ofrendaba a la novia al pasar en tropel por delante de la ventana del cuarto, abierta de antemano para poder paladear esta, más a su sabor, la dulce melodía. 

A las diez, preparaban el follaje (de fresno corrientemente) y auxiliados de unas escaleras portátiles, iban depositando los ramos en el combrial de la residencia de cada muchacha, estableciéndose cierta preferencia para las que mantenían tratos con algún galán, que se le brindaban de la copa de un cerezo, guarnecida de variadas flores campestres. Actualmente esta costumbre subsiste en contados pueblos de Argüello. 

En avanzadas horas de la noche algunos desertaban de los deberes con sus compañeros para ir en pos de unas horas de coloquio con la dueña de su amor y pensamiento. 

En algunas aldeas, a la salida del rosario, las doncellas hacían baile en la plaza, baile que duraba hasta la madrugada, interrumpido, durante breves instantes, mientras ellos se entregaban a la rancia labor de instalar el ramaje en los techos que cobijaban la vida de alguna soltera. 

Al amanecer dividíanse; unos se entretenían hasta la hora de la misa, jugando empeñadas partidas de bolos y ellas, mientras, dispersadas por los alegres y hermosos campos, marchaban en busca del tomillo, llevado al hogar como fármaco de preciadas virtudes curativas en un sinnúmero de dolencias. 

Resulta en extremo interesante esta costumbre que, además, nos demuestra como en tan lejanos tiempos no sólo conocían las propiedades de esta planta, sino que sabían que el mayor grado de las mismas se alcanzaba recolectándola en los meses de Junio y julio período, precisamente, de su florescencia. 

En la presente etapa se ven con inusitada frecuencia colgados varios ramilletes por paredes y techos en la habitación mejor dispuesta de la vivienda. Es rarísimo no hallarla en un manojo, donde suelen sujetar también, orégano, genciana, flores de malva, etc., con parecidas aspiraciones. Por aquel entonces el Ayuntamiento, no podía costear el servicio de un médico y los cirujanos de antaño, encargados de la asistencia de estos montañeses, acostumbraban a prescribir sistemáticamente cocimientos de estas plantas silvestres en las afecciones habituales de la comarca. Es, pues, muy natural que cada vecino instalase su botiquín en previsión de ulteriores sorpresas. 

No satisfechos aun con las aventuras corridas aquella noche el entusiasmo alcanzaba límites nunca igualados. Prendían la hoguera, cuya policromada llama se elevaba, a veces, por encima de los aleros, brindando un aspecto pintoresco, la iluminación, en cuanto espacio alcanzaba. Si esta languidecía, visitaban de nuevo los corrales para sustraer la mayor parte de los piornos hacinados en los culiñeros. Era un verdadero atraco, dejaban el villorio desprovisto del combustible destinado a contrarrestar los rigores del futuro invierno. 

El calor emanado del fuego venía a mantener en igual tensión la jovialidad de aquellos pechos hercúleos, orgullo de una raza viril y de arrogante contextura. 

En torno a los tizones departían en animada charla, ora comentando las travesuras de la noche, ya haciendo una pequeña disección espiritual de las zagalas, por aquel entonces, más solicitadas. ¡Cómo prescindir de tema tan manoseado y siempre interesante! 

Si los escaladores nocturnos tardaban en llegar, iban en su busca y les sacaban a viva fuerza de entre los jardines de Cupido. Otras veces, entreteníanse cogiendo la botija en los hogares que se negaban a darla espontáneamente y si ésta no se hallaba a su alcance aprovechaban quesos de oveja dejados en una ventana al relente, cosa frecuentísima hoy aún. 

Al aparecer el alba, en aquellos lugares que no hacían baile de noche, en señal de despedida tocaban la oración, retirándose luego, no sin antes gritar reiteradas veces el clásico iju-ju testimonio de su contento. 

Fidel DIEZ-CANSECO

Vida leonesa, revista semanal ilustrada, 15 de junio de 1924

FOLKLORE

EL CONCEJO (TIERRAS DE ARGÜELLO) 

A la par que interesantísimas, son verdaderamente curiosas ciertas reuniones celebradas por los respectivos pueblos de Argüello en que se ponen de manifiesto determinadas costumbres transmitidas de las anteriores generaciones y respetadas cual si constituyeran inexorable ley.

Tienen estas asambleas mucho de pintoresco, y un espíritu medianamente observador puede sacar de ellas, no pocas enseñanzas. 

Desde la elección de Alcalde Pedáneo, hasta el momento en que este, en unión de sus compañeros de junta, ejercía la autoridad de la aldea, pasando por la serie de acuerdos, puestos en vigor al siguiente día, entraña el Concejo tal magnitud de hechos, que por enaltecer la obediencia y acatamiento a los administradores de bienes comunales por parte de aquellos honradísimos y serios montañeses, digno de hacerse público, tanto para orgullo de cuantos hemos tenido la satisfacción de nacer en este incomparable rincón, a cuyos habitantes tantos privilegios les fueron otorgados por sus reyes, en recompensa al heroico y bravo comportamiento con los deberes patrios, como ejemplo que imitar en los actuales tiempos. Testimonia igualmente su forma de Gobierno la veracidad del dicho de Periandro: «es próspero aquel pueblo en que el poder está vinculado en un corto número de personas virtuosas». 

Si nos remontamos a principios del siglo XVII, es curiosísima la forma de hacerse la elección. Por esa época era tal el respeto a la senectud que nombraban Regidor del lugar al más anciano. En las aldeas de corto vecindario, el nombramiento se hacía por turno; tal acontecía en Villamanín, donde también elegían un Sobrerregidor. Si no aceptaban se ponía en conocimiento de la Justicia para exigirles doce reales de multa, según reza en sus ordenanzas. 

Los pueblos de mayor número de habitantes nombraban dos, así sucedía en Cármenes. A repique general de campana se congregaban todos los vecinos alrededor de los salientes, siendo obligación concurrir al Concejo cuantos asistieran a misa (siempre se reunían los días de asueto). Las autoridades salientes cortaban dos ramos, que entregaban a los más ancianos, uno de cada barrio, y éstos, después de breve discurso, designaban a quienes en lo sucesivo habían de regir los destinos del pueblo, entregándoles dichos ramos como símbolos de autoridad. En tiempos posteriores se designaban por elección, confeccionándose varias candidaturas. Un hecho digno de anotar era el de tener voz y voto las viudas y solteras emancipadas. ¡Cómo se adelantaban a los tiempos! ¡Más tarde, fueron las mujeres desposeídas de esta facultad, sin que pueda decir el por qué! ¡Acaso por lo difícil que resulta sostener con ellas controversias! 

El centro de reunión era la casa de la comunidad o de concejo. Donde no disponían de local, las celebraban en el pórtico de la iglesia, y, en algunos otros, en plena vía pública. En el pueblo de Gete, parece ser que, al principio de la calle, había un banco de piedra enclavado en la pared de una vivienda, en cuyo banco tomaban asiento los más ancianos, y a ellos, durante el tiempo que invirtieran en la discusión, encomendaban la custodia del vino que más tarde había de consumirse. 

Tenía el Presidente, juntamente con los demás miembros, las facultades que siguen: Estaban encargados de convocar y presidir las juntas de vecinos, procurando mantener el orden mientras duraban éstas, proponían las comisiones que habían de reconocer los hornos y las piérgolas, elegir sementales, confeccionar el acuerdo de semana, deslindar y amojonar los terrenos limítrofes con otros pueblos, dirigir las monterías, las prestaciones personales en las facenderas, ordenaban el aprovechamiento de leñas en determinadas épocas del año, imponían multas a los que infringían sus disposiciones, en fin, las atribuciones eran tan amplias, que, ninguna innovación se introducía en el villorrio, sin sancionarla previamente la junta. 

Aquellos que siendo forasteros, una vez instalados en el lugar, querían participar de iguales derechos que los demás vecinos, se les exigía previamente la cuota de vecindad, según constaba en las ordenanzas de cada pueblo. Así en las de Cármenes se dice. - «Otro sí acordamos y mandamos que cualquiera que de fuera parte viniese a tomar en la vecindad, ha de tener casa abierta, familia y diez mil maravedises de hacienda raíz, y tributará a este lugar un carnero, tres cántaros de vino y el pan que se precise para consumirlo, todo ello compuesto y aderezado en su casa.» — Las de Piornedo que dicen a este respecto: - «Iten en la misma conformidad, que cualquiera forastero que quisiere tomar vecindad en esta población, pidiéndola y siendo abonado para vivir en ella se la den, y ha de pagar, según las antiguas ordenanzas, tres cántaras de vino y una comida a los vecinos, y ha de dar fianza de vecindad por cuatro años al lugar; y antes que goce provechos ha de hacer vecindad año y día, contribuir y pechar como los demás vecinos y pruebe su calidad.» 

De todo esto se comprende que todos los que habitaran los pueblos no tenían iguales prerrogativas, hasta el punto de que, mientras no satisficieran o cumplieran estos requisitos, no intervenían en nada que se relacionara con la interior administración, ni cobraban cáñamas y otras gabelas. 

Los hijos del pueblo veíanse libres de esta carga, como asimismo los que contraían matrimonio con chicas de la aldea, si bien es cierto que pagaban alguna cantidad, al constituir hogar a parte, invertida en mosto que consumían en público concejo. 

Para dar una idea de las diferencias de categoría establecidas entre ellos diré que, el vino gastado en la reunión, se escanciaba, para los Fijosdalgos, en vaso de plata; en cambio, aquellos que carecían de linaje, los pecheros, le tomaban por una cuerna. Aún queda una de estas tazas en Genicera, donde continúan observando tal costumbre, si bien ahora, todos, sin distinción de castas, beben por él. 

Durante los cambios de impresiones reina la mayor cordialidad, y si se sometía a la deliberación de la concurrencia alguna cuestión ardua y relacionada con antiguas tradiciones, siempre los más viejos se encargaban de esclarecer cuantos derechos pudieran corresponder al pueblo. 

Estas son en concreto, las características de las comunidades de aldea entre los Argollanos. 

Fidel DIEZ CANSECO













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