A las 10 de la mañana del domingo 19 de julio de 1936 llegó a León la columna de mineros asturianos de Mieres y Langreo que viajaban por carretera y ferrocarril en dirección a Madrid. Establecieron su cuartel general en el Bar Central de la Plaza de Santo Domingo. Pidieron a las autoridades militares que les fuesen entregadas armas, tal como les había prometido el coronel Antonio Aranda a su salida de Oviedo, y aunque al principio el general Bosch se mostró reticente, tras recibir órdenes del general Gómez-Caminero, inspector del ejército que había llegado de Astorga, finalmente accedió y entregó a los mineros unos 200 fusiles y 4 ametralladoras. El comandante Julián Rubio también recibió en la base aérea la visita del general Juan José García Gómez-Caminero, animándole a entregar fusiles a los mineros.
La parte de atrás del Gobierno Civil, por la calle particular, que hoy tiene el nombre de Héroes Leoneses, se entraba a las oficinas administrativas.
José Cabañas, en su libro Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León, sostiene que a los mineros se les proporcionó un par de cientos de viejos fusiles y algunas ametralladoras, todo saboteado e inservible, destruidos los cerrojos de los mosquetones y limado el percutor, y condicionado a que, recogido fuera de la capital el inútil armamento prosiguieran su viaje camino de Madrid. Según este relato también resulta ser que de este engaño eran conscientes el general inspector Juan José García Gómez-Caminero, comisionado del Gobierno llegado desde Astorga sobre las once, y su acompañante y colega Rafael Rodríguez Ramírez. A la vez no podían ser ajenos a la estratagema el gobernador civil, máxima autoridad de la provincia hasta que al mediodía siguiente los ya rebeldes lo destituyeron, el general Carlos Bosch, el coronel Vicente Lafuente Baleztena, al frente del Regimiento Burgos 31, el comandante Miguel Arredonda, al mando del Cuartel, y algunos oficiales. También participó en la operación de aprovisionamiento de armas deterioradas el teniente Fernández, quien conocía el estado de las cuatro ametralladoras, observando que estaban dañadas, manifestando no obstante al comandante Juan Ayza Borgoñós, a cargo de los expedicionarios asturianos y a los mineros que los rodeaban que estaban en perfectas condiciones. No debió de quedar al margen de la artimaña el capitán Rodríguez Lozano, regresado de San Pedro de Luna el mismo domingo, antes de la entrega de las armas manipuladas y a tiempo de que en el Gobierno Civil el general inspector le diera órdenes directas de actuar desde ese momento como enlace entre el Ejército y el gobernador, y es muy posible que tampoco la ignorase su igual, afín y amigo Eduardo Rodríguez Calleja, vuelto de Villablino el día antes.
Ese mismo día 19 los mineros emprendieron la marcha a Madrid y llegaron a Benavente. Unas horas más tarde, en la madrugada del día 20 llegó a esta población desde Mieres el abogado Juan Pablo García para avisar de que el coronel Aranda se había sublevado en Oviedo, por lo que los mineros decidieron regresar a Asturias. Ese mismo día, cuando toda la provincia estaba paralizada por una huelga general, Bosch declaró el estado de guerra y se sublevó, justo cuando la columna de mineros ya se encontraba lejos de León, de regreso a Asturias. Las fuerzas sublevadas bajo su mando tomaron el control de León y Astorga con relativa facilidad.
Carlos Bosch y Bosch era en esos momentos el comandante de la XVI Brigada de Infantería, con sede en León, unidad que formaba parte de la VIII División Orgánica. Las fuerzas militares de la provincia estaban compuestas por el regimiento de infantería Burgos n.º 36, bajo el mando del coronel Vicente Lafuente Baleztena, con un batallón en la capital y otro en Astorga. También incluían al grupo de reconocimiento aéreo n.º 21, con base en el aeródromo de La Virgen del Camino, formado por dos escuadrillas de Breguet XIX con 18 aviones cada una.
Los militares del regimiento número 36 situado en la calle del Cid tomaron posiciones y rodearon el edificio del Gobierno Civil, entonces situado entre la calle Padre Isla y la avenida 14 de abril, que sería posteriormente renombrada como General Sanjurjo y hoy es la Gran Vía de San Marcos, a las dos y cuarto de la tarde del día 20, exigiendo su rendición. En el interior, los líderes sindicales y el capitán Juan Rodríguez Lozano, a los que se sumaron los ocho números de la Guardia de Asalto que no quisieron secundar el golpe, se resistieron y cerraron las fuertes contraventanas de la zona de Administración, en la calle particular entre Padre Isla y 14 de abril.
Dos escuadras de ametralladoras dirigidas por el capitán Moral se colocaron en las ventanas de la Casa Costillas y, tras lo que parecieron disparos de arma corta en el interior del Gobierno Civil, se lanzaron dos ráfagas, una corta y otra bastante larga, que a tan pocos metros de distancia causó daños en las oficinas. También se dispusieron morteros y se cercaron todas las calles para impedir una salida a la desesperada.
Cuatro horas más tarde, y al ver que los del interior no se rendían los asaltantes amenazaron con prender fuego al edificio. Los soldados terminaron lanzando granadas al tejado y prendiendo gasolina delante de las puertas. A las seis de la tarde se rindió el Gobierno Civil ocupado por dirigentes sindicales y algunos guardias de asalto.
Después de la sublevación, Bosch asumió brevemente el mando de la VIII División Orgánica, hasta que el 22 de septiembre de 1936 fue nombrado gobernador militar de Ferrol. El 19 de febrero de 1937, pasó a la reserva por edad.
El edificio
El Gobierno Civil estaba situado en lo que se conoció como edificio Zarauza, y anteriormente Grandes Almacenes de Blas Alonso, construido en 1904 en la Avenida Padre Isla.
En el número 5 de la avenida Padre Isla, estaba construido en forma de H y dedicado a almacén de hierros con tres patios interiores y vivienda de los propietarios en su piso principal. También albergó la inspección de policía, el Gobierno Civil y vivienda del gobernador. En 1906 aún se estaban realizando obras en parte de ese inmenso edificio.
A continuación del edificio Zarauza, en dirección a la plaza de Santo Domingo, en la esquina entre Padre Isla y Héroes leoneses se encontraba el edificio de Casa Costillas, tal como se puede ver en la fotografía del 22 de mayo de 1939, engalanado para despedir a la Legión Condor. Desde sus balcones los militares sublevados dispararon con fuego de ametralladora sobre el Gobierno Civil.
En la siguiente imagen se ve el edifico Zarauza a la derecha y la iglesia de San Marcelo al fondo.
A continuación se puede ver una factura de la empresa Zarauza de 1951.
En el siguiente plano se muestra la situación del edificio Zarauza.
La versión de los vencedores
Proa, diario de Falange Española de las J.O.N.S., Año II, Número 212, 23 de julio de 1937, León
El Alzamiento en León
La toma del Gobierno Civil
Una ciudad "nueva" se presentaba a la vista de los tres voluntarios que habíamos escogido el pegar proclamas para instar al paisanaje a acudir al cuartel.
La calle Ancha, desierta, bajo aquel sol de la tarde estival, sin un balcón abierto, sin una sombra de vida, la plaza de San Marcelo, cerrado todo, con el espejeo de los vidrios de los kioscos que relucían en el suelo, recién rotos por las balas, Santo Domingo, Ordoño II, desierto, desierto... imponían cierta tristeza. Algún cable eléctrico caído aumentaba el patetismo del cuadro.
En el Bar Central, vimos la primera señal de vida, que lo era también de guerra. Los soldados que habían tomado el Casino vigilaban desde los ventanales del café. Era una estampa guerrera interesante. Los muchachos "uniformados'' entonces, con casco de acero, pues después ya es sabido la variedad de uniformes que hubo, daban ya la sensación de un Ejército en funciones bélicas; arma al brazo, en espera larga, en el sitio que sea...
Pegamos unas proclamas por Santo Domingo, con bastante poca seriedad por cierto, ya que el frasco de goma que, por no tener engrudo, cogimos se nos desparramaba sobre los trajes, y a estos, a las manos y hasta los lentes se nos adherían los pasquines en escenas de película cómica, y nos largamos al Gobierno Civil, con los brazos en alto y un pañuelo, (que Valdés sustituyo por los mismos pasquines) conforme nos habían dicho.
Yo penetré en Casa Goyo, a ver a un señor. Puedo decir que no es cieno que esta casa, la de Luben y la de Roldan son las de mas vecinos de León. A no ser que aquella tarde hubiesen salido a tomar el fresco. Porque la verdad es que aquello parecía desalquilado, muerto, sin gente... Hago excepción, en Casa Roldan, del piso de la Radio, e "islas adyacentes".
La fachada principal del Gobierno Civil estaba adornada de vidrios rotos, trozos de persianas, cascotes y otros "adminículos”. No eran, ciertamente, grandes los destrozos, pero aun así y todo, añadido el negro de los explosivos en la pared y los agujeros de los impactos, impresionaba fuertemente el serio caserón.
Salían de éste, en aquel momento, el comisario de Policía Sr. Rey, a quien dejé allí por la mañana, algunos agentes, el suboficial de Seguridad D. Santos González con el cabo Villar, a quienes les tocó actuar de jefes de la pequeña fuerza (doce guardias) y el cabo Jalón, con el comandante Berrocal, asesinado en Somiedo después, que se había hecho cargo de los servicios del Gobierno.
Nobles personas el suboficial y los cabos, apreciables amigos, nos dimos un cordial abrazo de satisfacción... Jalon, que no había estado en el Gobierno reía y no cabía en el pellejo. Yo le dije: “Hace mucho calor, pero se respira...” La frase hizo fortuna,
En aquel momento la presencia de unos marineros de la Armada dio lugar a un episodio que contaré, Dios mediante. Vayamos ahora a:
La toma del Gobierno Civil.
La compañía del capitán del Moral se había encargado de este cometido y lo cumplió exactamente. Es una pena que falten algunos datos de estas cosas, pero allá va lo que me han dicho y sirvan estos míos para que otros escriban sus recuerdos y, así, completar las informaciones.
El capitán desplegó sus fuerzas. Unos soldados subieron a casa del Sr. Costillas y frente a las habitaciones del gobernador empezaron a tirotear los balcones por los de la casa citada. Utilizaron también bombas de mano. Otros hicieron lo propio con las dependencias de oficinas por la parte de las Recoletas. Y otros, por la calle de Fajeros, desde la casa de Dª. Antonia Hevia.
En casa del Sr. Costillas instalaron, además, una ametralladora, o fusil ametrallador, tirando la barandilla del balcón para que no estorbase. También algunos soldados disparaban desde la Avenida del Padre Isla.
Es decir que los del gobierno estaban copados, rodeados.
Habría en el edificio mas de sesenta personas, entre ellas los capitanes Juan Rodríguez Lozano y Timoteo Bernardo Alonso, unos guardias de Asalto, rojos, y los pobres guardias de Seguridad que, con los agentes de Policía, adictos, se encontraron entre la espada y la pared...
Porque ponerse contra los del Frente Popular no podían, por su escaso numero y contra el Ejército ni podían... ni, sobre todo, ¡querían!... ¡Buena voluntad tenían los de Seguridad, en general a los marxistas!
Los chicos del capitán Moral empezaron el “fregado” con un entusiasmo loco. Igual que todos los muchachos del Regimiento de Burgos, por supuesto, que parecía que les pagaban un tanto por disparo... Y eso ¡ que la oficialidad anduvo parca para no derrochar municiones.
Los del Gobierno abandonaron oficinas, dependencias y habitaciones particulares por huir de aquella lluvia que atravesaba los tabiques. Como que hace pocos días, al entrar con el Delegado de Prensa a dejar unos libros, para “Lecturas del soldado”, en una habitación interior del Gobierno vi, sorprendido, impactos donde menos pudiera creerse.
Guardias, policías y los rojos que había allí se refugiaron en el hueco de la escalera y algunos se acurrucaron bajo esta, como pudieron. ¡Y bala va, y bala viene!...
En aquel trance, se le ocurre al agente de policía Sr. Becerril prestar un honroso y humanitario servicio, muy propio de su instituto y de sus sentimientos: salvar a una mujer inocente que se había metido.
Pero los del capitán Moral que no sabían que pasaba en el Gobierno, pues nadie se movía y era de temer una celada de aquella tranquilidad, seguían tirando. Y una de las bombas, diestra y fuertemente lanzada ¡vive Dios!... porque buen brazo tuvo el granadero, fue a caer al patio donde estaba el amigo Becerril.
No le mató por milagro, le hirió levemente y quedo sordo del oído izquierdo, y momentáneamente desmayado. El suboficial D. Santos, igual que otros, le creyó muerto y le rezo una oración entre lagrimas...
TODA UNA BANDERA
La cosa se ponía demasiado seria.
Llevaban así dos horas y los del Frente Popular, sin saber que hacer, acurrucados de nuevo, no se rendían. Y los del capitán Moral ¡¡Tampoco se rendían de tirar tiros!!... Y hartos de aquello, en un momento de descuido, y jugándose la vida quizá, por algún disparo de los de dentro, o por alguna bomba de los de fuera, tres guardias de Seguridad, Diego Rabanal, Lope (¡buen nombre español!) Álvarez y Ángel Martínez, entraron en la inmediata oficina de ellos, cogieron la escoba, ataron un pañuelo y lo sacaron y agitaron por cima de la tapia frente a las Recoletas.
Cesó el fuego; avanzó el capitán Moral pistola en mano, abrieron los guardias y poco después, brazos en alto, salían los dos capitanes del Frente Popular, Alfredo Barthe el abogado, “Chomin” Rey, y los restantes para la cárcel...
Ya sabéis lectores, lo que fue la bandera blanca del Gobierno Civil de que tanto se habló los primeros días: la escoba de los guardias de Seguridad.
Lamparilla
El pseudónimo Lamparilla correspondía al periodista Carmelo Hernández Moro, que el 25 de julio de 1936 publicó un boletín especial que informaba de que los militares habían destituido al alcalde Miguel Castaño, al presidente de la Diputación y retenido en su casa al gobernador civil, Emilio Francés.
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