Día de caza en Cármenes
Desde la atalaya situada en la cima de un artículo periodístico de cuatrocientas cuarenta y ocho palabras, en el original, tres personajes con nombre propio, dos curas acompañantes y unos cuantos perros de caza, se puede divisar un extenso y colorido paisaje que principiando en los picos de la montaña central leonesa nos dirige hacia oriente y occidente hasta perderse en el horizonte de las vidas azarosas de una multitud de cuatrocientos paisanos, sazonadas éstas con la salsa de sus pequeñas historias. Estas mismas personas, que un día fueron, removerán inquietas sus huesos enterrados sobre el duro lecho arcilloso, mientras dejan escapar fantasmagóricos fuegos fatuos, al disponerse a leer esto que sigue, pero sepan en lo más profundo de su ser que el que esto escribe lo ha hecho desde el respeto debido a los años y las canas.
Porque de alguna manera había de ser, hagamos que esta historia eche a andar en el momento en que la trayectoria del alborotado vuelo de una perdiz roja corta el camino que traían unos cuantos perdigones de plomo. Ahogados los ecos de la detonación, el repentino choque produce una ligera deformación de algunos de ellos al impactar contra el cuerpo y las alas del animal que, ensangrentado, cae al suelo malherido, exhalando sus últimos suspiros. Y tras esta perdiz algunas otras perseguidas por los perros. Por la misma razón decidiremos despedir el relato entre vigorosas melodías sinfónicas y efusivos aplausos, que nos ayuden a olvidar las sequías y hambrunas, revoluciones campesinas y promesas republicanas, dulces imperiales y amargas luchas fratricidas.
Viajemos pues a lomos de la imaginación hasta las selvas de la antigua Ceilán, no lejos de las plantaciones de té, y junto a los árboles del caucho y de esa larga lista de especias que tanto anhelaban Marco Polo, Vasco de Gama o Cristóbal Colón, y que aún hoy seguimos utilizando en la cocina, entre las que podemos enumerar la vainilla, pimienta, canela, nuez moscada, clavo, jengibre, cardamomo y cúrcuma, y en donde también crece un árbol que produce las llamadas nueces vómicas de las que se extrae el alcaloide conocido como estricnina. Estos frutos entraron en Europa por el puerto de Londres hacia el año 1640 y desde entonces se utilizaron para exterminar, zorros, perros, roedores y aves rapaces. La utilización de este veneno, que en grandes cantidades produce una sobre activación de todo el sistema nervioso asociada a convulsiones, fallo respiratorio y muerte cerebral, comporta un gran riesgo para las personas que pudieran comer o tan solo manipular carne de animales envenenados con esta sustancia. Teniendo en cuenta esto, y el hecho de que no tan sólo mata al primer animal que se lo come, sino a todos los animales que vayan alimentándose de los despojos de éstos, se ha ido decretando paulatinamente la prohibición de la estricnina, en España en 1994 y en toda la Unión Europea en 2006. Por desgracia, a pesar de la persecución de su uso, en 2020 la estricnina aún era la responsable del cinco por ciento de los envenenamientos de animales salvajes reportados por los servicios de medio ambiente de las comunidades autónomas.
La estricnina también se ha utilizado en abundancia para acabar con vecinos molestos y maridos infieles, incluso en tiempos más recientes en los que ya estaba prohibida su venta. Es el caso del pastor de sesenta y cuatro años de edad del orensano pueblo de Castro de Escuadro, Felisindo González, que perdió la vida el veinticuatro de noviembre de 2009 al beber de una botella de vino abandonada en el campo junto a una bolsa con alimentos, entre lo que parecían ser los restos de una merienda de cazadores. El escenario del crimen lo había preparado su antiguo socio en una explotación ganadera local, José Luis Lamelas Álvarez, a quien el odio que había ido acrecentando en su corazón le llevó a introducir previamente una generosa cantidad de veneno en la botella.
Un día de caza
Desde una perspectiva literaria, el primer crimen de Agatha Christie perpetrado en octubre de 1920 desde las páginas de su novela El misterioso caso de Styles lo llevó a cabo usando también este alcaloide. Quince años antes, en el diario Mensajero Leonés del sábado catorce de enero de 1905 apareció esta carta al director de un suscriptor de Villamanín, en la que explicaba un sucedido cinegético con final feliz, excepto para los perros, que murieron envenenados con estricnina.
Muy señor mío:
En este momento me informan de un suceso terrible que ha estado a punto de dar un día de luto a la capital del vecino ayuntamiento de Cármenes.
El que es párroco de aquel pueblo, amigo mío e ilustrado sacerdote y licenciado en derecho, Rafael Cimadevilla Alonso, que de tal manera se ha encariñado con esta tierra montañesa que por no dejarla ha despreciado títulos, grados y aptitudes que le hubieran llevado a ocupar puestos más elevados, en compañía de otros dos sacerdotes y de otros amigos del pueblo, aprovechando un día delicioso, salieron de caza por el sitio que llaman Los verdes. A la una, y ya dueños de unas cuantas perdices, hicieron alto para comer, momento en que les sorprendieron los ladridos lastimosos de un perro. Uno de los cazadores llamado Pedro Orejas corrió en busca del perro y le encontró preso en un cepo que allí estaba colocado para coger raposos. Para sacarlo tuvo que apartar un gran pedazo de carne que tenía como cebo.
Se pusieron a comer sin acordarse de los perros, los cuales se entretuvieron en devorar la carne de la garduñera. Cuando se disponían a marchar, a uno de los perros le dio un ataque y enseguida murió, luego, otro y otro, y en un momento se quedaron sin perros que eran superiores y tenidos en gran estimación por sus dueños. De pronto se acordaron de que precisamente él que había quitado la carne de la garduñera fue quien había partido el pan para comer, y tocado todas las viandas, además los perros habían andado por allí lamiendo las latas.
Tal miedo se apoderó de ellos que no acertaban a hacer, convencidos de que la carne de la garduñera estaba envenenada con estricnina y que a ellos les hubiera tocado algo y este miedo fue mayor cuando todos empezaron a sentir dolores de vientre, vértigos y otros síntomas de envenenamiento. Con grandes esfuerzos llegaron al pueblo, y gracias a las prescripciones del sabio médico Basilio Diez Canseco, pasaron todos los peligros, no quedando más que el consiguiente susto, y el sentimiento de haber perdido unos perros que eran verdaderos maestros en su arte.
Yo soy cazador y he pasado muchas veces por aquel sitio, y me horroriza el pensar en el peligro a que uno puede estar expuesto por la imprudencia de alguno que ande con la estricnina como si fuera cualquier cosa. Tales abusos no debieran tolerarse.
Sin otra cosa señor director, tenemos un tiempo primaveral, y a seguir así, este año ya podrán anticipar su venida las familias que entre estas peñas buscan salud y recreo.
El cronista de la historia se dejó en el tintero todo aquello que no cupo en su carta, pero sabemos que aquel día de enero hacía poco más de una semana que había caído una copiosa nevada de la que aún se conservaban unos buenos diez centímetros en muchos rincones de la umbría. Era día de sol, aunque hacía bastante frío, por lo que encendieron un agradable fuego alimentado con ramas de piorno en él que calentarse a la hora de comer. Dejaron las escopetas, protegidas dentro de sus fundas, apoyadas contra el tronco de un viejo roble, junto al fuego. La de Rafael era una escopeta de dos cañones horizontales y estilo inglés, de las conocidas como Hammerless, por no tener martillos exteriores, accionada mediante dos gatillos y con sistema extractor automático. Estaba fabricada en Éibar por la empresa Víctor Sarasqueta Cortaberría y Compañía. Estas escopetas se hicieron muy populares entre los cazadores de la montaña, porque las vendía la Armería Eibarresa de Julián Muguruza, en León. Los otros cazadores usaban diferentes modelos de armas fabricadas en Barcelona, una de la Sociedad en Comandita de Eduardo Schilling de marca Jabalí y la otra salida del taller de Manuel Beristain. En cuanto a la munición cada cual tiraba lo que más le convenía, muchos eran los que recargaban sus propios cartuchos, aunque otros se surtían de los fabricados por la Eibarresa y los más pudientes sólo metían en su escopeta cartuchos Amberite de pólvora sin humo fabricados en Londres.
De sequías y hambrunas
Ha llegado el momento de añadir un poco de luz a la vida y obras del personaje principal de la crónica. Por los registros escritos en los libros episcopales sabemos que Rafael Cimadevilla Alonso llegó a la parroquia de San Martín Obispo de Cármenes y Almuzara el veintiséis de julio de 1901 y, siendo como era una persona leída, parece ser que en su biblioteca personal tenía entre muchos otros una edición de 1841 de La vida y hechos del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha en octavo y tres tomos, impreso en Barcelona en la Imprenta de J. Mayol y Compañía, sin duda fruto de una herencia familiar.
En los Argüellos los días sucedieron a las noches, y viceversa, consumiéndose el tiempo entre misas y novenas, lecturas y jornadas de caza, envuelto todo ello entre aromas de incienso, romero y pólvora. Poco menos de un año más tarde, algunos días antes del veintinueve de junio de 1902, se declaró un voraz incendio que casi redujo a cenizas el pueblo de Valverde de Curueño, entonces perteneciente al ayuntamiento de Cármenes. Los vecinos de los pueblos cercanos, de Genicera, Lavandera, Pedrosa, Valverdín, Almuzara e incluso de Cármenes, apenas las campanas repicaron dando la señal de fuego acudieron para colaborar en la extinción de las llamas y la salvación de personas y enseres, a pesar de la falta de elementos con que combatir eficazmente tanto ardor en el arder. Por fortuna no hubo desgracias personales que lamentar, pero las pérdidas materiales fueron muy elevadas, habiendo quedado reducidas a la miseria no pocas familias. El buen hacer del cura, que prodigó sus cuidados a los que abrumados por la pesadumbre de tamaña desdicha se sentían desfallecer, le hizo merecedor del profundo respeto con que le honraron a partir de entonces sus feligreses.
Por desgracia este no era un hecho aislado, era muy habitual que en los pueblos de la montaña se produjesen incendios que devoraban de una vez decenas de casas, ya que estas estaban techadas con cubiertas de paja de centeno o de ramas de urz, piorno o retama, lo que por allí se conoce como escoba, por lo que, si una de ellas se encendía, las pavesas que salían de su tejado prendían en los más cercanos y así de unos a otros se iba extendiendo el fuego por todo el pueblo. Muchas veces el incendio se iniciaba en invierno cuando el fuego de los hogares se avivaba para luchar contra el frío reinante, si además afuera la velocidad del viento era importante, la combinación de los dos factores resultaba muy peligrosa, de la misma forma que ocurre con ese moderno indicador de riesgo extremo en los incendios forestales, el conocido como del 30, 30, 30, o sea aquella situación en la que la temperatura ambiente supera los treinta grados centígrados, la humedad baja del treinta por ciento y la velocidad del viento excede los treinta kilómetros por hora, combinación que hace un incendio bastante incontrolable. Si forzamos un poco más la comparación vendría a ser algo así como lo que en el diseño de bombas atómicas representa su masa crítica, cincuenta y dos kilógramos de uranio con una concentración de más del noventa por ciento. Por debajo de esa cantidad no puede producirse una explosión nuclear, que es el motivo por el que los reactores utilizados para producir electricidad no pueden explotar como lo hace una bomba atómica, ya que su contenido de uranio no alcanza el valor de la masa crítica. Si se producen explosiones acostumbra a ser por la acumulación de hidrógeno gaseoso generado, por ejemplo, cuando el reactor por alguna avería deja de estar lleno de agua.
Pero ahora sí que nos hemos ido un poco lejos, por lo que vamos a volver dejando de lado el micro mundo atómico para constatar que a pesar de los deseos que mostrase su amigo en la descripción del incidente de la carne envenenada con estricnina, Rafael Cimadevilla abandonó poco tiempo después Los Argüellos en busca de un clima más benigno y un curato próximo a la capital y, en consecuencia, al obispado. En ese mismo año de 1905 ya oficiaba como nuevo párroco de Chozas de Abajo, en donde se encontraba a finales de mayo organizando un triduo en honor de la Virgen de los Ángeles.
En esos días el aire se agitaba animado por las afiladas alas de docenas de golondrinas revoloteando bajo los aleros, era el mes de María, con sus flores y todo eso, pero venía a lomos del caballo negro del Apocalipsis. Contra el azul del cielo pocas nubes ponían su contrapunto blanquecino y se iban acumulando ya varios meses en los que, desde el oeste, los pocos cirros deshilachados que acertaban a llegar pasaban de largo hacia no se sabía dónde. De los pesados y oscuros cumulonimbos y los hojaldrados nimboestratos ya casi nadie se acordaba, tan solo el maestro porque los tenía dibujados en el libro editado en Barcelona Las ciencias naturales al alcance de los niños de Luis Nata Gayoso. Por lo que hace al Calendario Zaragozano mejor no hablar, si uno se pudiese fiar de sus previsiones hubiera comprado más de un paraguas para gastar en primavera, pero ni gota de agua con que mojar sus negras telas. Algunas abuelas y otras no tan entradas en años mucho insistieron con la cantinela de los surtimientos y desurtimientos. Aseguraban unas que del nueve al diez de agosto del año anterior les había cogido una tormenta mientras cavaban las lechugas y eso era un buen augurio que indicaba que en abril y mayo había de llover, a lo que otras replicaban que entre el quince y el dieciséis lo que había desurtido era una calima cenicienta que no hacía pensar en agua. Según a quien se preguntase todas ellas estaban en lo cierto o visto de otro modo, ninguna de ellas. Lo cierto es que no llovió.
Mientras en esa primavera la sequía asolaba el sur de la Península, provocando la ruina de cosechas, la pérdida de jornales y la consecuente hambruna, más al norte, en el pueblo de Chozas, agitábanse los labradores ante el temor de la pertinaz sequía que de no persistir daría al traste con los frutos que en ese momento exponían sus campos. El negro espectro del hambre se erguía amenazador desde hacía años ante ellos, que no encontrando recursos en lo humano para dominar situación tan difícil como comprometida, volvían sus ojos al cielo en demanda de auxilio, ya que, al decir de las personas mayores, nunca llovía cuando querían los sabios, ni cuando lo disponían los reyes, sólo Dios imperaba sobre las cataratas del cielo, sólo él podía dar poder a las nubes para fertilizar esos campos que ellos únicamente preparaban con el sudor de su frente. Interpretando ese sentir popular, Rafael Cimadevilla decidió celebrar este triduo en honor de la Virgen para rogar por su intercesión el benéfico elemento acuoso, pidiendo para ello la colaboración de la cercana parroquia de Chozas de Arriba con su ecónomo, Lucinio Urdiales Tomé, al frente, de otros párrocos de las inmediaciones, de las autoridades civiles y del católico y entusiasta médico del lugar, el señor Sarmiento, que puso su casa, su saber y sus relaciones al servicio de las celebraciones.
Cada uno de esos días repicaron las campanas al llegar la manecilla pequeña del reloj en dirección al Este, llamando a los feligreses a asistir a la celebración eucarística, durante la cual el oficiante pronunciaba su sermón. El primer día estuvo a cargo del ecónomo de Chozas de Arriba, el señor Urdiales, quien divagó sobre la necesidad y eficacia de la oración por intercesión de la Virgen, en el segundo subió al púlpito el vicario de Villadangos, licenciado Jesús Flórez, quien intentó demostrar la antigüedad y seguros efectos de la oración pública, y en el tercero ocupó la sagrada cátedra el párroco Rafael Cimadevilla,
Las parroquianas endomingadas, no tan solo las más beatas, seguían embelesadas los firmes pasos del páter que descendía tres escalones desde el altar envuelto como iba en verde casulla ribeteada con filigranas de hilo dorado sobre nívea alba recién planchada y resaltada sobre los hombros con una estola a juego para ascender acto seguido a lo más alto del púlpito de madera tallada. No desvelaría ningún secreto si les dijera que los curas castos estaban obsesionados con la abstinencia, pero este no era el caso de don Rafael y mucho menos el tema de su disertación que deambuló por los trillados campos de la hermosura de las virtudes en contraposición con los pecados del mundo, causa única de las amarguras que pesan sobre la humanidad, resumiendo lo dicho por los oradores que le precedieron.
Cada día, a las cinco de la tarde se rezaba el rosario y el último día como culminación de los actos se procedió a llevó en procesión la imagen de la Virgen de un pueblo a otro. Más tarde llovió, no sabemos cuánto más tarde y difícilmente podremos saber si fue debido a la intercesión de la Virgen. Allá cada cual con su conciencia.
Chozas de Abajo no fue, con mucho, el único lugar en donde se organizaron rogativas para atraer el agua. Por toda España se sacaron las vírgenes y los santos en procesión, derramando saliva a chorro en salmos y sermones, pero al parecer tampoco lograron que Dios diera rienda suelta a las cataratas del cielo. Las consecuencias no por predecibles fueron menos nefastas, la sequía que llevaba aparejada la falta de agua para el regadío provocó el paro obligado de los jornaleros y el hambre, agravada por enfermedades endémicas como la tuberculosis, fue en parte origen de la conflictividad social de los primeros lustros del siglo XX. En el libro Campesinos sin tierra de Martin Baumeister, director del Instituto Histórico Alemán en Roma y catedrático de Historia Europea Moderna en la LMU de Munich, editado en 1996 por el Ministerio de Medio Ambiente se desliza la idea de que la última gran hambruna de viejo cuño fue la que castigó sobre todo la España del sur y del suroeste entre 1904 y 1906, y que hizo subir la tasa de mortalidad en Badajoz durante un corto tiempo del 26,5 por mil en 1904 al 30,1 por mil en 1905. Un año después descendió la tasa de natalidad cinco puntos, del 39,3 al 34,3 por mil.
Algunas plumas tan conocidas como la de José Martínez Ruiz, Azorín, escribieron crónicas dando a conocer la hambruna de 1905. En su caso lo hizo desde la portada del diario El Imparcial. Comenzó sus crónicas el tres de abril con el título genérico de La Andalucía trágica, y en la correspondiente al diecisiete de abril, nos relata lo que fue explicándole don Luis, un médico del pueblo sevillano de Lebrija, al que acompañó en sus visitas a las casas de los enfermos.
Todos estos hombres, todos estos enfermos que hemos visto son pobres. Necesitan carne, caldo, leche. ¿Ve usted la ironía aterradora que hay en recomendar estas cosas a quien no dispone ni aun para comprar pan del más negro? Y esto ha de repetirse todos los días, en todas las casas, forzosamente, fatalmente. Y la miseria va creciendo, extendiéndose, invadiéndolo todo, las ciudades, los campos, las aldeas. Casi todos los enfermos que acabamos de ver, señor Azorín, son tuberculosos, este es el mal de Andalucía. No se come, la falta de nutrición trae la anemia, la anemia acarrea la tisis. En Madrid la mortalidad es del treinta y cuatro por mil, en Sevilla rebasa esta cifra y en este pueblo donde yo ejerzo, en Lebrija, pasa del cuarenta por mil.
Yo no sé, prosigue el buen doctor, qué solución tendrá a la larga este problema. Lo cierto, lo innegable, es que de este modo es imposible vivir. No vivimos, morimos. Le he dado a usted el promedio de la mortalidad en este pueblo. Ahora quiero especificar un poco más.
En 1899 ocurrieron aquí cuatrocientos sesenta y un fallecimientos. ¿Sabe usted de éstos cuántos corresponden a la tuberculosis? Cuarenta y seis, a más de ciento sesenta y uno causados por enfermedades del aparato digestivo, es decir, por escasa o malsana alimentación. En 1900, entre cuatrocientos cincuenta muertos, cuarenta y cuatro son tuberculosos, y ciento sesenta y cuatro de las demás enfermedades citadas. En 1901 las cifras son de trescientos cincuenta y cinco, treinta y ocho y ochenta y dos. En 1902, el horror sube de punto, puesto que, de cuatrocientos treinta y un fallecimientos, sesenta son tísicos, y doscientos diecinueve de miseria fisiológica. Y en 1903, mueren trescientos ochenta y cuatro, entre los que se cuentan cincuenta y cinco tuberculosos y ciento treinta y tres de las demás enfermedades dichas.
Los efectos de esta hambruna se pueden analizar también en la esclarecedora gráfica de la tasa de mortalidad publicada por el Instituto Nacional de Estadística. Entre 1900 y 1982 su valor desciende paulatinamente desde un 28,8 a un 7,57 por mil. Esta tendencia tuvo unas pocas excepciones, la primera es la de los años 1904 a 1906, la segunda y más notoria es la de 1918 que eleva la tasa once puntos, hasta un 33,1 fruto de la llamada gripe española, después viene el intervalo de la guerra de 1936 a 1939 que eleva la tasa en más de tres puntos, poco después, en 1941 se produce un nuevo repunte por el llamado año del hambre, después ha habido algunas fluctuaciones hasta llegar a 1982, a partir de aquí la tendencia es limitadamente alcista y se llega a 2020 en que la pandemia de COVID hace aumentar la tasa respecto del año anterior en un punto y medio. Teniendo en cuenta que la población española en 1918 era de unos veintiún millones, en números redondos, el exceso de mortalidad debido a la gripe debió de ser de unas doscientas treinta y una mil personas. En el caso de la COVID, en 2020 la población era de unos cuarenta y siete millones y medio, lo que supone un exceso de mortalidad de setenta y una mil personas.
En 1905 lo peor se lo llevó la España meridional, pero también en Tierra de Campos, el fecundo granero de Castilla, cinco mil quinientos obreros carecían aquella primavera de trabajo y así era desde hacía mucho tiempo, por lo que la miseria dominaba en pueblos tan importantes y activos como Villalón. En palabras de un periodista vallisoletano, la carestía de las subsistencias había perdido su importancia, alto o bajo el precio del pan, barata o cara la carne, era indiferente. Ya no era la necesidad, era la miseria. No era la escasez, tenían encima el hambre.
Retrocediendo bastante más en la historia podríamos volver a tropezar con un estado de cosas semejante como el que motivó aquella frase de Mateo-Alemán en su novela Guzmán de Alfarache, escrita en 1598, con la que describe el ánimo de las gentes alojadas en la Venta del Moro durante el tiempo que duró la peste de 1557: Librete Dios de la enfermedad que baja de Castilla y del hambre que sube de Andalucía.
Los Díez-Canseco
Dejando ahora de lado la hambruna, las rogativas y los curas que las llevaban a cabo y dirigiendo nuestra mirada a otro de los personajes de la historia del perro que cayó en el cepo de la carne envenenada, el médico de Cármenes, Basilio Díez-Canseco, principiaremos recabando alguna información sobre este noble apellido.
Si retrocedemos unos cuantos siglos en el tiempo, observando como el Reino de León evolucionó a lo largo del tiempo sobre los cimientos del Reino de Asturias, expandiendo su territorio hasta la frontera natural que le separaba de los reinos andalusís en el valle del río Duero y hacia oriente en los límites de los reinos navarro y aragonés, encontramos la razón por la que los nobles leoneses de abolengo como los Osorio, Manrique, Guzmán, Quiñones, Pimentel, Mendoza, Acuña, Enríquez, Toledo, Vega o Ponce de León eran originarios de poblaciones tan distantes de la capital del reino como Braganza, Sigüenza o Tordesillas. La ciudad de León por su parte estuvo regentada de forma casi hegemónica por dos familias, los Guzmanes, Marqueses de Toral y los Quiñones, Condes de Luna. Después del conflicto comunero los Guzmanes, por haberse equivocado al elegir bando, se tuvieron que desterrar a Portugal, volviendo a finales del siglo XVI, pero a los Quiñones no les fue mucho mejor, ya que, si bien habían apoyado al rey, la guerra les produjo un gran quebranto económico del que les costó salir. Por debajo de esta alta nobleza, en segundo orden, habitaba una legión de hidalgos, caballeros, dignidades locales y cargos públicos. Estos viejos hidalgos proporcionaban hombres de armas a la monarquía que no podía mantener un ejército estable a cambio de librarles del pago de impuestos.
Podría fijarse el origen de la hidalguía montañesa en aquellos pobladores de la vertiente sur de la Cordillera Cantábrica que resguardados tras estos riscos lucharon en torno a los caudillos cristianos que empujaron a las tropas musulmanas en ese avance territorial que conocemos como Reconquista y antes del siglo XIX como Restauración. Pero sin base documental conocida esta suposición no pasa de ser un pequeño mito romántico.
Con el paso del tiempo estos privilegios les permitieron acumular tierras y capital, a la vez que pasaron a ocupar puestos en la administración territorial, de justicia y también en la eclesiástica. En el siglo XVIII y XIX esta naciente burguesía ejerció profesiones liberales y dedicó sus esfuerzos al comercio y la naciente industria. Desde el principio estas familias entrelazadas entre si detentaron el poder y lo ejercieron frente a sus iguales y a los que de ellos dependían. En León podríamos hablar de los Álvarez-Carballo, Fernández-Llamazares, Pallarés, González del Ron, Gómez Barthe, Suárez-Uriarte o Lescún. La élite de la burguesía leonesa, las familias que llevaban las riendas económicas de la ciudad y provincia, y cuyos miembros se repartían de forma mayoritaria los más destacados puestos políticos y administrativos, configuraban una intrincadísima telaraña de cientos de nudos hechos a base de matrimonios y negocios.
Los nobles, y posteriormente los miembros de la burguesía, dedicaron buena parte de su vida a esforzarse en aumentar su influencia, medida ésta en posesiones y bienes económicos, y también a dedicar una pequeña parte de estos a aliviar la existencia de los más desfavorecidos. Esta filantropía les llevó a construir y dotar hospitales y hospicios, y mucho más tarde, escuelas y centros educativos. Esta labor benefactora quizás influyese en la evolución hacia esa polisemia que permite que la palabra noble se refiera a una persona que por herencia o concesión del rey posee algún título, y como consecuencia un privilegio con el que se impone a los demás, y también a una persona honrosa, generosa y estimable. Lo mismo ocurre con la palabra caballero que puede significar persona que lucha, y por tanto mata, a caballo, y también persona que se comporta con distinción, nobleza y generosidad. Para acabar, otro tanto ocurre con la palabra señor que puede significar persona que gobierna en un ámbito determinado, y también persona que muestra dignidad en su comportamiento y aspecto. También pudiera ser que los nobles y señores fuesen quienes tenían los medios necesarios para mantener a los escritores que glosaban sus vidas y hazañas, jugando con las palabras hasta convertirlas en polisémicas.
En el caso del linaje de los Canseco, cierto es que su solar familiar se encontraba enclavado en un territorio muy aislado entre los valles altos del Torío y Curueño, defendidos hacia el sur por los accidentes naturales de las hoces de Vegacervera y Valdeteja. El pueblo de Canseco se halla situado al final de un valle, recostado en la misma cordillera que le separa del territorio asturiano y al que se accede desde el valle del Torío por un paso angosto. En la actualidad se conserva a la entrada del pueblo, junto a las casas, un torreón de planta circular de unos ocho metros de diámetro con gruesos muros de mampostería con argamasa, en estado ruinoso, no pudiéndose apreciar en él ni puerta ni vanos. No hay constancia de que éste fuese el lugar que ocupase la casa solariega de los Canseco, pero tampoco de lo contrario. En el Diccionario de Madoz de 1846 se da cuenta de que el castillo de Canseco estaba ya casi arruinado. El aprovechamiento de sus piedras para las nuevas construcciones podría haber hecho desaparecer el resto de la construcción, pero quien sabe.
En el trabajo Nobiliario de la Montaña Leonesa de Juan José Sánchez Badiola se encuentra información, entre otros, sobre el apellido Canseco, que al parecer era uno de los más extendidos y blasonados linajes de la montaña argollana, con origen en la torre y solar del pueblo del mismo nombre, mayorazgo con bienes en dicha localidad y en las de Orzonaga y Robles de La Valcueva, y que, como particularidad, tenía cláusula de apellido y armas para los hijos de las hembras que lo heredasen, a falta de varón.
Estos primeros hidalgos montañeses formaban un reducido grupo, como da a entender la disposición de Enrique IV, en 1462, sobre cómo habían de elegirse los jueces de los Argüellos, en la que se refiere a los electores como doce hombres buenos de la misma tierra. Esta situación cambia a partir de entonces y a mediados del siglo XV los hidalgos pasan a ser bastante abundantes. A los descendientes de los antiguos infanzones se fueron añadiendo los villanos dispuestos a luchar a caballo a cambio de privilegios y exenciones del pago de algunos impuestos, tal como queda recogido en los fueros que Alfonso X concede al concejo de Fenar, en 1254, eximiendo a sus gentes de todo pecho, es decir del impuesto que pagaban al rey sus vasallos.
La existencia de esta alta densidad de hidalgos se puede comprobar en los padrones de finales del siglo XVI. En los valles de la montaña central la población era casi por completo hidalga, con una pequeña cantidad de pecheros. En Arbas la proporción de hidalgos era del ochenta y dos por ciento, en la Mediana de Argüello del ochenta y cuatro, en la Tercia del Camino y Valdelugueros del noventa y cuatro, en el Valle de Curueño del ochenta y ocho, en Vegacervera del noventa, en el valle Fenar del ochenta y cinco y en Aviados-Campohermoso del setenta y cinco.
Se comenzó el uso de los apellidos compuestos en los siglos XIII y XIV, cuando las familias nobles empezaron a combinar sus apellidos patronímicos, es decir, los apellidos que se derivan de un nombre propio, con los apellidos toponímicos, que son los que derivan del lugar donde se vivía, se procedía o se poseían tierras. Cuando se vio la utilidad del uso de apellidos compuestos para diferenciar las distintas ramas de una misma familia, se extendió a todas las capas sociales. Entre otras cosas se utilizaban para enlazar el apellido del esposo con el de una esposa que perteneciera a un linaje destacado, de forma que el apellido compuesto lo utilizaba su descendencia. De esta forma, las familias poderosas económicamente conseguían acercarse a la nobleza cuando se unían matrimonialmente con nobles que poseían título, pero no muchos bienes.
Al igual que sucede en los demás lugares solariegos de la montaña, también fueron varios los patronímicos que se unieron al topónimo Canseco, formando apellidos compuestos, como los Alonso-Canseco, Álvarez-Canseco, Díez-Canseco, Fernández-Canseco, García-Canseco, González-Canseco y Suárez-Canseco. Alonso tanto se utilizaba como nombre y como apellido, el apellido Álvarez deriva del nombre Álvaro, Díez de Diego, que a su vez es una contracción de Santiago, Fernández de Fernando, García se usaba como nombre y como apellido, González de Gonzalo y Suárez de Suero.
El primer Díez-Canseco de que se tiene conocimiento fue Juan Díez de Canseco, vecino de Pajares del Puerto en 1650 y como muestra, entre otros muchos, se puede citar a Baltasar Díez-Canseco que ejercía de sangrador en Robles de la Valcueva en 1781. El oficio de sangrador incorporaba muchas funciones menores en el arte de sanar a los enfermos, de esta forma estaban capacitados para sacar muelas, componer luxaciones y fracturas, extraer fetos muertos y, como indica su nombre, practicar las famosas sangrías, bien sajando la carne y aplicando ventosas, bien aplicando sanguijuelas, ya que se consideraba entonces que eliminar un exceso de sangre devolvía el equilibrio a los cuatro humores del organismo: sangre, cólera, melancolía y flema. Por cierto, que la palabra árabe utilizada para describir el oficio de sangrador es alfajeme, que dio lugar al pasar el tiempo al homónimo apellido.
Ocurrió a veces que por aparentar ser de mejor familia algunos eliminaban algunos apellidos para dejar el que consideraban de mayor nobleza, es el caso del empresario minero y político primorriverista, nacido en Busdongo que, de su nombre, Miguel Díez Gutiérrez-Canseco, se retiró los dos primeros apellidos para hacerse llamar Miguel Canseco. Otro tanto hizo el empresario nacido en Lugueros, Ildefonso González-Fierro Ordóñez, que gustaba de eliminar el primer apellido para hacerse llamar Ildefonso Fierro Ordóñez.
De entre todos estos Díez-Cansecos hurgaremos en la historia de tres de ellos que dedicaron su vida a sanar la de sus coetáneos. Dos fueron médicos y el tercero farmacéutico.
El médico Basilio Díez-Canseco Arias
El siguiente Díez-Canseco de este relato no es otro que el médico de la historia de los perros envenenados, y ¿quién de entre los que esto leyeren se atrevería pasado tanto tiempo a negar que quizás fuese sobrino segundo de don Vicente? Pues para mí que así sea, ya que Basilio Díez-Canseco era natural de Cármenes y me consta que estaba estudiando en el Instituto de Segunda Enseñanza de León en 1869. En aquel entonces se iniciaban estos estudios con nueve años y se extendían a lo largo de cinco cursos, en los que nuestro futuro médico tuvo que estudiar además de las lenguas muertas y vivas, como el latín, castellano y griego, historia, matemáticas, ciencias, física y química, elementos de psicología y lógica. También sabemos que durante sus estudios destacó en el conocimiento del latín. Pues bien, contando que en 1869 había de tener unos doce años, bien pudo nacer alrededor de 1857.
Matías Díez-Canseco
El padre del susodicho, Matías Díez-Canseco, era hombre de bien y posibles, y buena muestra de ello es que obtuvo el real título de propiedad y ejercicio de la escribanía numeraria del concejo de la Mediana de Argüello el once de septiembre de 1855 de manos del Ministerio de Gracia y Justicia, en su sección de Estadística y notariado, y el diecinueve de agosto de 1882 el mismo ministerio, más concretamente su Dirección general de los Registros civil y de la propiedad y del Notariado, le autorizó a ejercer como Notario de Cármenes. Las escribanías numerarias, que eran oficios públicos incorporados al Estado, se subastaban habitualmente con un valor de salida establecido, en función de la actividad económica del ayuntamiento. No sabemos cuánto hubo de pagar Matías por su plaza de escribano en Cármenes, pero se podría tomar como referencia el hecho de que el once de agosto de 1851 se subastó la escribanía de Pola de Gordón en los estrados del Gobierno de provincia a las doce de su mañana, bajo el tipo de cuatro mil reales en que fue tasada. Una vez realizada la subasta se hubo de comprobar que el mejor postor reunía en grado preferente las circunstancias necesarias de inteligencia, probidad, adhesión a la justa causa de su majestad doña Isabel segunda y demás indispensables para el buen desempeño del oficio. A veces la propiedad de la escribanía también se compraba e ignoro si este fue el caso que nos ocupa. Matías Díez-Canseco aparte de su oficio de escribano tenía otras actividades económicas y se sabe que en 1884 era propietario de un molino harinero y un batán en Cármenes, al tiempo que ejercía de notario en Cármenes y en la cabeza del partido judicial, La Vecilla. Allí se concentraba la actividad administrativa del partido, con el juzgado de primera instancia, su juez y dos escribanos, tres procuradores, dos abogados, la cárcel con su alcaide, el registro de la propiedad con su registrador y notario, y la administración de correos con su administrador. De la actividad del citado notario ha quedado el recuerdo de una inscripción poco rigurosa que envió al Registro de la Propiedad de La Vecilla y que pasado el tiempo se hizo constar que era defectuosa, tal como se detallaba en la relación de las inscripciones defectuosas halladas en los libros antiguos de aquel Registro, formada en virtud de lo prevenido en el Real decreto de treinta de Julio de 1862.
En siete de agosto de 1860, ante don Matías Díez-Canseco, numerario de Cármenes, don Miguel Díez vecino de Genicera, otorgó escritura de venta a favor de Cirilo Diez, su convecino, de varias fincas radicantes en dicho pueblo. No se expresa el número, clase, sitios, cabidas y linderos. Se tomó razón en trece de setiembre de dicho año, libro dos, folio doscientos cincuenta y ocho.
Basilio Díez-Canseco el escribano
El padre de Matías Díez-Canseco, y por tanto abuelo del médico Basilio Díez-Canseco, también se llamaba Basilio Díez-Canseco y consta que en junio de 1844 también ejercía de escribano numerario de Cármenes. La actividad pasaba como se puede ver de padres a hijos, de la misma forma que los nombres de pila pasaban de los abuelos a los nietos.
El origen de la institución de los escribanos se ha de buscar en las Siete Partidas de Alfonso X el sabio. A mediados del siglo XIX existían escribanos de concejo, encargados de la redacción de los documentos municipales, judiciales, que habían de registrar los actos del juez de paz, en el caso de las pequeñas poblaciones como Cármenes, y numerarios que se encargaban de la redacción y certificación de todos los documentos relacionados con las herencias y transmisión de propiedades entre particulares. Estos documentos se habían de remitir en el caso de Cármenes al registro de la propiedad de La Vecilla. Por otra parte, los escribanos reales podían ejercer su oficio en cualquier población en donde no hubiese escribano numerario.
La formación de los escribanos, más que académica, era eminentemente práctica, supliendo esa falta de estudios con la lectura de libros generales de Derecho y otros más funcionales sobre aspectos técnicos de distintos negocios jurídicos y el arte notarial, redactados por escribanos expertos en la práctica procesal. Como muestra de esto se puede citar la colección de estudios titulada Librería de jueces, abogados y escribanos fue escrita por José Febrero y editado en 1828. Otro medio para consultar los textos legales era el Boletín oficial de la provincia de León, en donde se vertían todas las disposiciones jurídicas nacionales y la información oficial de los ayuntamientos leoneses.
Volviendo de nuevo a la vida del nieto, una vez superado el examen y obtenido el título de bachiller en artes, Basilio Díez-Canseco pudo obtener el título de médico cirujano habilitado, acreditando la realización de unas prácticas bajo la tutela de un médico titular, con él que podía ejercer la profesión en poblaciones con menos de cinco mil habitantes, que eran la mayoría de los pueblos leoneses. De todas formas, es probable que continuase dos años más sus estudios en la Academia de Medicina de Valladolid, para la obtención del título de licenciado en medicina, añadiendo a sus estudios los de anatomía, fisiología, patología médica y quirúrgica, terapéutica e higiene y dos años más para realizar el doctorado ampliando todo ello con la asignatura de cuestiones medicolegales. Lo que sí se sabe es que Basilio comenzó ejerciendo su oficio en otras localidades montañesas antes de poder recalar en su pueblo natal en 1892.
A veces el paciente llegaba al domicilio del galeno por su propio pie, claro está, si es que vivía en la misma localidad y el mal que le aquejaba no era muy severo. Pongamos que tuviese un dolor de costado, que era un síntoma genérico para múltiples dolencias como las apendicitis, peritonitis, pleuresías y los cálculos renales, y que unido a un gran dolor en la zona abdominal venía acompañado frecuentemente con fiebres y alteraciones gastrointestinales y del ritmo respiratorio. En ese momento el doctor abría el maletín, aquel famoso cabás de madera y cuero, rozado por años de servicio y descolorido por el agua de mil chubascos y el tórrido sol del verano, para acceder a su instrumental, que a falta de diez años para la pérdida de Cuba se parecía mucho al que se usa en la actualidad. Nunca faltaba un estetoscopio tipo Cammann, fabricado en Inglaterra por Golding Bird, o el más simple de Pierre Piorry, con los que escuchar los latidos del corazón, el aire penetrando turbulentamente en los pulmones o la circulación intestinal. El uso del termómetro de mercurio se había generalizado a mediados de siglo, cuando Carl Wunderlich elaboró una teoría moderna de la fiebre y éste se hizo indispensable para controlarla. Algo no tan usual era el esfigmógrafo utilizado a partir de 1854 para medir la presión arterial, ya que era mucho más caro y delicado que los instrumentos anteriores. En el cabás también había sitio para una jeringa de vidrio con sus respectivas agujas hipodérmicas de diversos calibres, el equipo de pequeña cirugía, algodón, vendas, gasas, un torniquete, antisépticos, anestésicos y calmantes.
Una vez establecido el diagnóstico don Basilio prescribía un tratamiento, a ser posible en base a las enseñanzas de Dioscórides, y para ello buenas eran las infusiones de ajenjo, abrótano macho e hipérico, sazonadas con miel y un vasito del licor conocido por el nombre de Palo de Mallorca, que también contenía quina y genciana. No habiendo fiebre y siendo el dolor soportable esto era suficiente para restablecer al enfermo.
No obstante, en la mayor parte de las ocasiones el enfermo estaba tan malo que don Basilio había de visitarle a domicilio desplazándose hasta allí a lomos de su caballo percherón, que en realidad no era caballo, sino yegua y respondía al nombre de Moura. Éste recio animal en ausencia de trabajo pacía despreocupadamente y acababa recorriendo con su hocico todos los rincones de la pradera que había detrás de la iglesia, buscando primero las tiernas achicorias que la primavera iba vistiendo de amarillo. Al escalar el sol sobre la bóveda del cielo, y no necesariamente por causa de su celo, se echaba unas carreras relinchando y agitando su melena gris manzana apartándosela de la frente y los ojos.
Ya hacía bastantes años que la había comprado su padre en Boñar por la feria del Pilar a un vendedor ambulante gallego. Era ya mayor y andando al paso, con esa musiquilla que los cascos protegidos por las espesas crines producían al impulsarse sobre el polvo del camino, tardaba una hora en llevar a su dueño hasta Canseco, hora y cuarto hasta Piedrafita y dos horas y cuarto hasta Valverde de Curueño. Si el asunto era urgente podía trotar un poco, si no era muy lejos, y a Pontedo podía llegar en veinte minutos resoplando por los ollares de la nariz la brisa suave de la mañana. Pongamos que en Piornedo un vecino estaba aquejado de fiebres tercianas, llamadas así porque se presentaban cada tres días, de la misma forma que las cuartanas tenían una cadencia de cuatro días. Todas ellas iban acompañadas de dolores de cabeza y musculares, diarrea y decaimiento por anemia y estaban provocadas por el parásito Plasmodium, es decir esto era lo que ahora conocemos como malaria o paludismo. Posiblemente el doctor ya había visto otros casos, pues era una afección conocida en la montaña y más aún en las tierras bajas del Páramo y las vegas del Órbigo y el Esla. El tratamiento era de todos conocido, jarabe de quinina para bajar la fiebre y si fuese necesario cuatro gotas de láudano, una preparación de vino blanco, azafrán, clavo, canela y algo de opio, en un vaso de leche caliente, tres veces al día.
Los inviernos eran abundantes en pulmonías y reumas, y los niños sufrían en particular los rigores del garrotillo, el sarampión, la viruela o las anginas, y para completar el cuadro clínico siempre se podía añadir algún parto de nalgas o la cabeza descalabrada de un barrenista de la mina de cobre La profunda, explotada por Ruperto Sanz. Con todo este bagaje terapéutico don Basilio adquirió gran prestigio por su buen hacer en toda la comarca. Su popularidad también era debida al hecho de que participó activamente en la vida política del ayuntamiento como concejal y, con posterioridad, también fue diputado provincial, posición que utilizó en opinión de su hagiógrafo para promover la construcción de muchos locales para escuelas y la reparación de iglesias, carreteras y caminos vecinales en el partido judicial de La Vecilla.
De la posición social de la familia de don Basilio da cuenta el hecho de que el veintiocho de noviembre de 1891 a las ocho de la mañana en la iglesia de San Marcelo de la ciudad de León, que no era poca cosa en cuanto a iglesias se refiere ni tampoco lo es en la actualidad, contrajera matrimonio su hermano, Tomás Díez-Canseco, que consta que en 1894 era secretario del Ayuntamiento de Cármenes, con la señorita Julia López Cañón, hija de Andrés López, vecino de Villamanín. Al acto asistieron como testigos entre otros el tío de la novia, Francisco Cañón, el padre del novio, Matías Diez-Canseco y su hermano, el ya citado Basilio Diez-Canseco.
Pero como todo en esta vida, la suya llegó a su fin el dieciséis de septiembre de 1921. Basilio Díez-Canseco falleció en Cármenes a la edad de sesenta y cuatro años. Tiempo después dedicaron en su pueblo natal una calle a honrar su memoria y en la actualidad aún lleva su nombre.
Fidel Díez-Canseco López
La siguiente madeja de esta historia que une al ovillo principal las hebras de ADN de familias tan renombradas como los Álvarez, Arias, Carballo y Quiñones nos lleva hasta el que fuera partido judicial de Murias de Paredes entre 1834 y 1965, año este último en el que debido a la disminución de su población frente a otras poblaciones vecinas perdió esta función administrativa a favor del pueblo de Villablino que a partir de la Primera Guerra Mundial había visto cómo se establecía en sus inmediaciones una pujante minería carbonera.
El hijo de Basilio Díez-Canseco, Fidel Díez-Canseco López, siguió la estela de su padre y obtuvo la licenciatura en medicina, aunque no consta que en momento alguno ejerciese la profesión, y es más probable que dedicase su tiempo a administrar los negocios familiares. Quiso el azar que encontrase el amor en Rioscuro, una localidad cercana a Villablino, en donde en junio de 1928 contrajo matrimonio con Josefina Álvarez Arias, con la que tuvo al menos una hija, Adelina Díez-Canseco y Álvarez Arias. Adelina era hija de Teófilo Álvarez, quien en 1884 era administrador de la administración subalterna de rentas estancadas y Giro mutuo del Tesoro de Rioscuro y de Ramona Arias Álvarez. Las rentas estancadas eran las derivadas de la venta del tabaco, papel sellado y lotería. Teófilo y Ramona tuvieron cuatro hijos: José que fue abogado y diputado a Cortes monárquico conservador por el distrito de Murias de Paredes, Pedro Regalado, Ermelinda y Josefa Álvarez Arias. Los Arias eran viejos hidalgos que conservaban amplias posesiones en Rioscuro y también en la comarca de Babia, en los pueblos de Riolago, Robledo y Cospedal, pueblo este último en donde aún se conserva su casa solariega, por lo que se podría pensar que fue el matrimonio con Ramona el origen del respaldo económico para el establecimiento del estanco. La familia Álvarez Arias tenía su casa en Rioscuro, aunque más tarde se construyó otra en Villablino, cuando éste comenzó a ser la villa en donde se regía el negocio carbonero, como propietarios más importantes de Rioscuro, con intereses en el comercio y la minería.
Después de la muerte de Teófilo, en 1915, su descendencia registró en León la empresa Hijos de Teófilo Álvarez, dedicada a la explotación de minas de carbón en el coto de Rioscuro-Villaseca.
La que fuese casa de la familia Álvarez Arias aún se conserva hoy en día a la entrada de Rioscuro junto a la carretera que lleva a Murias de Paredes, al lado de las antiguas escuelas en donde está instalado en la actualidad el Centro de interpretación de los castros de Laciana. Al otro lado de la carretera, enfrente del centro de interpretación y junto al río Bayo está la central eléctrica de ENDESA que aprovecha las aguas de los ríos Sil y Bayo que confluyen en Rioscuro. La casa fue remodelada alrededor de 1920, sobre la base de la antigua casona de los Arias, con proyecto del arquitecto Amós Salvador Carreras, que también diseñó la escuela del pueblo, construida por encargo de la familia Álvarez Arias y en buen estado aún se conserva. Por aquel entonces el patriarca de la familia era José Álvarez Arias, abogado, empresario y en aquellos años diputado a Cortes por el distrito de Murias de Paredes. La casa, con más de mil doscientos metros cuadrados construidos, tiene una planta en forma de u asimétrica, con patio orientado al sur al que se abre un corredor sostenido por ocho pilastras de piedra. Dos torres de tres plantas, una a cada lado, llaman la atención en el conjunto. La de la izquierda, de planta pentagonal, con ventanales simétricos en las dos plantas superiores a excepción del mirador en galería al patio, bajo el que se ubica la cochera para vehículos. Corona esta torre un tejado a cinco aguas con palomar. La torre de la derecha, cuadrada, dispone en sus fachadas varias ventanas y ventanucos recercados en piedra y un balcón también recercado con motivos geométricos. El conjunto está rodeado por un murete con columnas de mármol y rejería, hecho en 1928 con mármol procedente de la cantera que la familia explotaba en Cuevas del Sil. Algunos recortes sobrantes se aprovecharon para la conocida “Fuente del Otro Lao”, donada al pueblo.
Amós Salvador Carreras
El arquitecto Amós Salvador Carreras nació en Logroño el dieciocho de octubre de 1879 en el seno de una familia de políticos liberales. Su padre era sobrino de Práxedes Mateo-Sagasta y tuvo una intensa vida política, siendo en etapas sucesivas ministro de Hacienda, Agricultura, Instrucción pública y Fomento. Amós obtuvo la licenciatura de arquitectura en 1902 y comenzó trabajando en diversos proyectos en Madrid y Logroño. Su matrimonio con Josefina Álvarez Carballo desplazó el centro de gravedad de su vida a tierras leonesas. Siguiendo la tradición familiar fue diputado por el distrito de Ponferrada por el Partido Liberal en la corriente de García Prieto de 1910 a 1914. También realizó un amplio trabajo arquitectónico plasmado en la construcción de escuelas entre 1910 y 1920. La más conocida es la de Orallo, costeada por su cuñado, Octavio Álvarez-Carballo en memoria de su tío, Secundino Gómez. A esta se unieron las de Rabanal de Abajo, Villaseca, Rioscuro, Robles, Sosas y San Miguel de Laciana. Arquitecto innovador, fue el artífice de la conocida como vivienda mínima. Amigo íntimo de Azaña, Amós patrocinó la aventura lírica de la revista La Pluma, que éste y Cipriano de Rivas Cherif editaron en los años veinte, ayudándoles también en la revista España. Además, fue uno de los protagonistas de la historia del Ateneo de Madrid. Durante la segunda república fue ministro de la Gobernación en el Gobierno de Azaña desde febrero de 1936 hasta el diez de mayo del mismo año. Terminó en el exilio, tras la guerra civil y la comisión provincial de incautaciones acordó declararle responsable civilmente por la cantidad de cien millones de pesetas. Un nieto de su hermano Miguel fue ministro de Economía y Hacienda en 1982, Miguel Boyer Salvador.
El cuñado del arquitecto, Octavio Álvarez-Carballo Prieto, nació en 1878 en Mansilla de las Mulas. Estudió en el Colegio de los Padres Agustinos de Valencia de Don Juan y el Real Colegio de Estudios Superiores María Cristina del Escorial. Allí fue compañero de pupitre de Manuel Azaña, que andando el tiempo llegaría a ser presidente del Gobierno y de la Segunda República y que le recordaba como un señorito millonario, aburrido y metido a campesino. En El Escorial inició su preparación para la carrera de Derecho, que culminó en 1900 en la Universidad Central de Madrid. En el Colegio del Escorial también estudiaron Dámaso Alonso, Juan Ignacio Luca de Tena, Dionisio Ridruejo, Luis Martínez de Irujo, Duque de Alba, Federico Moreno Torroba, el periodista Matías Prats, y otros muchos personajes de la política y la vida pública. Actualmente imparte enseñanzas de Derecho, Administración y Dirección de Empresas, y Quiropráctica y dispone de un colegio Mayor con ciento once plazas. Octavio se casó con Rosario Gómez Barthe. Sobre él recayó por una serie de circunstancias producidas en su familia prácticamente todo el capital de esta, siendo la parte más importante la que su tío Pedro Álvarez-Carballo había comprado al Duque de Frías, heredero de los Condes de Luna. Una gran cantidad de bienes que incluían los puertos de montaña del valle de Laciana, hoy propiedad de la fundación privada a la que dejó su herencia y que lleva su nombre, y también el antiguo palacio de Riolago. Con parte de la fortuna familiar adquirió una dehesa próxima a Mansilla de las Mulas, conocida como la Mata del Moral, en la que remozó la pequeña casa que había bajo proyecto del arquitecto Manuel de Cárdenas. Allí le visitó Manuel Azaña en 1918. Cuando estalla la guerra civil se encuentra descansando en Francia. Este acontecimiento le separa de su cuñado Amós Salvador Carreras y de Manuel Azaña. Octavio siguió su tendencia natural y apoyó económicamente al bando nacional con una aportación de ciento ochenta y cinco mil francos que realizó en octubre de 1936. Después de esto constan pequeñas aportaciones como veinticinco pesetas y doscientos conejos para el Regimiento de Burgos, pero sin duda realizó muchas más.
La familia Álvarez-Carballo estaba emparentada con la familia Álvarez Miranda, que también participaba de la vida política provincial. En 1901 era diputado provincial por Murias de Paredes, por el Partido Conservador José Álvarez Miranda, su hermano Fernando Álvarez Miranda estaba casado con Marcelina Álvarez-Carballo Bueno. Por el Partido Liberal y el mismo distrito era entonces diputado Alfredo Barthe. Cesar Gómez Barthe, hermano de la esposa de Octavio Álvarez-Carballo, también fue diputado provincial por Murias de paredes de 1921 a 1924.
Un caso paradigmático de hacendado filántropo con origen en el partido judicial de Murias de paredes fue el de Francisco Fernández-Blanco de Sierra-Pambley nacido en Villablino en 1827 e hijo de Marcos Fernández Blanco, hacendado hidalgo de la Ribera del Órbigo, y de María de Sierra-Pambley y Álvarez-Brasón, hija que fue de Felipe de Sierra-Pambley, secretario de Hacienda en el reinado de Fernando VII durante el período constitucional de 1820 a 1823. Con este pasado a sus espaladas Francisco cursó los estudios de derecho en las universidades de Valladolid y Madrid, licenciándose en esta última en 1850. Parece ser que compartió las ideas krausistas, sobre todo en materia pedagógica y educativa, aunque en lo político militó en el liberalismo progresista y republicano de Ruiz Zorrilla, siendo diputado a Cortes en las legislaturas de 1858 a 1863.
El uno de noviembre de 1.885 Francisco salió de León en su diligencia, acompañado de Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Manuel Bartolomé Cossío, todos ellos miembros de la Institución Libre de Enseñanza, de inspiración krausista. En doce horas recorrieron los cien kilómetros que les separaban de su destino y a las once de la noche se apearon en Rioscuro, en donde entonces concluía la carretera, y alumbrados con un farol y a pie continuaron por el camino vecinal hasta Villablino para entrar en la cocina de su casa y en aquellos escaños, al amor del fuego, proyectaron la creación de la Fundación Sierra Pambley, sobre la base económica de su vasto patrimonio. El primer centro educativo de la Fundación abrió sus puertas el veintiuno de abril de 1887 en Villablino, y agrupaba la Escuela de Enseñanza Mercantil y Agrícola, que incluía enseñanzas de lechería, mantequería y quesería, y una escuela de Ampliación de Instrucción Primaria para niños. En 1890 se establece en Hospital de Órbigo un centro con dos secciones de niños y niñas para Ampliación de Instrucción Primaria y Agricultura, y cuatro años después, ve la luz la escuela de Villameca con huerto para realizar experimentos agrícolas. En 1897 se funda la escuela rural zamorana de Moreruela de Tábara. En 1903 se abre la Escuela Industrial de Obreros de León, donde se imparte cerrajería, forja y carpintería, y en 1907 se amplía la escuela con la Sección de Niñas para Ampliación de Instrucción Primaria. Por fin, en 1922 se crea la Granja Escuela en el Monte San Isidro de León, donde la Fundación adquiere un terreno de ciento treinta y tres hectáreas, y allí se habilita un centro de instrucción cualificada para jóvenes agricultores y ganaderos.
El golpe de estado del dieciocho de julio de 1936 cambió el signo de la historia y esta avalancha también afectó a la Fundación Sierra Pambley, a la que se culpa del auge del liberalismo imperante en León, al que se considera origen de la decadencia moral de la nación. El veintiocho de agosto de 1936 se confiscan sus bienes y el cuatro de diciembre es fusilado Nicóstrato Vela, director de la Granja-Escuela del Monte San Isidro y padre del futuro muralista Vela Zanetti, después de haber paseado a Pío Álvarez, responsable de la Biblioteca de Azcárate.
La suegra de Fidel, Ramona, murió a la edad de setenta y ocho años en Rioscuro el veintidós de febrero de 1933 y eso quebró los equilibrios de poder en el seno de la familia. La familia Arias tenía propiedades en Riolago, en donde tenía casa, Cospedal, en donde aún se conserva su casa solariega, Robledo de Babia y Rioscuro. De esa ascendencia babiana da cuenta el hecho de que el ocho de marzo de 1911 Ramona Arias Álvarez solicitase en la delegación de capellanías del obispado de Oviedo la conmutación de las rentas de la capellanía llamada de Nuestra Señora de la Portería, de patronato familiar, fundada en la parroquia de Riolago, Arciprestazgo de Babia Baja, por don Paulino Flórez, presbítero, tal día como el veintiuno de abril de 1751, como descendiente de este. Para dejarlo más claro, Ramona pretendía recuperar los bienes que una vez fueron de su familia. Claro está que la familia había crecido y se había ramificado mucho en siglo y medio, por lo que posiblemente tuvo que competir con otros descendientes del presbítero y no nos consta que ella lo hubiese conseguido. Una capellanía era un conjunto de propiedades que por lo general incluían tierras de labor y las edificaciones y ganados que las acompañaban para que, una vez arrendadas, produjesen las rentas económicas con las que sufragar los gastos del capellán, que era uno de los hijos menores de la familia que fundaba la capellanía y que estaba obligado a celebrar un número determinado de misas al año, con el fin de proporcionar indulgencias para la salvación de las almas de sus seres queridos que pudiesen estar esperándose en el purgatorio. Era pues la manera de asegurar el sustento a un hijo segundón y a la vez una forma de introducir a un miembro de la familia en el clero. La capellanía no se deshacía a la muerte del fundador y pasaba a manos de un varón descendiente de este. Para la iglesia como institución la fundación de una capellanía también le aseguraba unos ingresos estables.
El palacio de los Quiñones
Si bien la familia Arias mantenía a principios del siglo XX una holgada posición económica y social en Riolago y su comarca, esta no llegó nunca ni de lejos a alcanzar la que sin duda disfrutaron los Quiñones y de la que es testigo mudo el palacio familiar que aún se conserva en la actualidad en esa localidad. Eran estos descendientes de antiguo linaje, cuyo mismo nombre recuerda la forma de administrar colectivamente el conjunto de las tierras que se repoblaban en tiempos de la Reconquista, obteniendo del rey la propiedad aquellos que las roturaban y comenzaban a cultivar. Estos antiguos quiñoneros fundaron entre otros el pueblo de Quiñones del Río, localidad situada a treinta kilómetros de Astorga, y espacio en donde se sitúa el origen de la noble casa. El señor de Luna, Suero Pérez de Quiñones, del que se sabe que murió en la batalla de Nájera en 1367, en la fase final de la Primera guerra civil de Castilla, pero no cuando nació, fue guarda mayor del rey, merino y adelantado mayor de León, por lo que se vio forzado a participar en las luchas palaciegas y en las habidas entre los diferentes reinos cristianos de su época. Como pago a sus servicios obtuvo por juro de heredad el concejo de Gordón, el valle de Torío, y entre otros muchos territorios, propiedades en Riolago, esa pequeña localidad situada en Babia, el valle escogido antaño por los reyes de León para dedicarse a la caza a la vez que huían de las intrigas de la Corte y de las ambiciones de nobles y prelados. Pasado el tiempo, dos siglos más tarde, la familia Quiñones fundó en 1512 el mayorazgo de Riolago, momento en que también construyen casa fuerte y palacio. Era esta una manera de conservar el patrimonio reservándolo para el heredero, el hermano mayor, por eso el nombre de mayorazgo. La mayor preocupación de estas nobles familias era el mantenimiento y a ser posible el aumento del patrimonio, cosa que se conseguía administrando bien los beneficios económicos de sus bienes y también mediante matrimonios de conveniencia. De esta forma, y también con la ayuda del oportuno y efímero adulterio, se conseguía una activa mezcla de sangres y genes para revitalizar la estirpe, manteniendo eso sí el apellido
El último Quiñones que poseyó el palacio de Riolago fue Cayo Quiñones de León quien en 1853 heredó de sus padres, José María Quiñones de León y Ramona Santalla, los Marqueses de Montevírgen, los bienes raíces de la administración del mayorazgo y la casa de Riolago. Para aquel entonces las diferencias entre parientes próximos y lejanos no se dirimían tanto en el campo de batalla como en el seno del recinto parlamentario y en los aledaños del palacio real. Los Quiñones tampoco entonces fueron ajenos a la administración de la Res pública y en 1857 Cayo fue elegido diputado a Cortes por el distrito de Ponferrada en las listas del Partido Moderado. En uno de tantos vaivenes que llevó aparejados el diecinueve, en 1868, los vientos revolucionarios que barrían España y su lealtad a la monarquía le empujaron a acompañar a la reina Isabel II a su exilio en Francia, por lo que se vio obligado a vender todas sus propiedades leonesas, y con ellas el palacio de Riolago que fue comprado a precio de ganga por la familia Miranda-Carballo.
Tiempo después, en 1915, el palacio padeció un devastador incendio que lo redujo a cenizas, aunque volvió a reconstruirse. En aquel entonces su propietario era el amigo de Manuel Azaña, el ya citado Octavio Álvarez Carballo, quien en 1936, debido quizás a la inseguridad del momento y al hecho de que su hermana se había situado en el bando contrario y a su cuñado le exigían una compensación económica que suponía un desembolso de cien millones de pesetas, decidió venderlo apresuradamente a varias familias de la localidad. El mantenimiento del palacio resultó ser muy oneroso, por lo que en 1977 se barajó la posibilidad de que las piedras del conjunto monumental pasaran a formar parte de una urbanización de lujo en Madrid. En ese año el vecino de Riolago, Fernando Geijo, lo salvo del espolio adquiriendo la propiedad e iniciando su total remodelación, que le llevó a conseguir ser declarado en 1980 monumento nacional, y a obtener el Premio Europa Nostra. Veinte años más tarde, en 1999 Fernando Giejo se deshizo de él vendiendo a la Junta de Castilla y León el palacio con sus muebles, cuadros, relojes y las esculturas de la capilla, por ochenta millones de pesetas. Después de casi diez años cerrado, la Junta lo restauró para albergar la casa del parque de Babia y Luna. El edificio aún conserva el paño de muralla con cubos de almenas y aspilleras, testimonio del origen castrense del palacio.
En julio de 1934 la empresa de los Álvarez Arias había pasado a denominarse Hijo de Teófilo Álvarez y su gerente era José Álvarez Arias, vecino de Rioscuro y explotador de la mina Teófilo de Villaseca, este era pues el cuñado de Fidel Díez-Canseco y por lo que se ve había alejado del negocio a su hermana. En aquella época la empresa solicitó permiso para la creación de un polvorín subterráneo para almacenar un máximo de doce cajas de veinticinco kilogramos de dinamita. Puede que parte de esta dinamita se utilizase en la revolución de octubre, muy activa en el Bierzo y Laciana. Se sabe que al menos, hasta julio de 1941 la empresa se mantuvo activa.
Molinos y electricidad
Poco más sabemos de Fidel Díez-Canseco, pero nos consta que en 1924 firmó tres artículos sobre folclore argollano en la revista Vida leonesa, El filorio, La noche de San Juan, y El concejo. En septiembre de 1931 Fidel, que seguía residiendo en Cármenes, se compró un coche de 1924 de segunda mano con matrícula quinientos setenta y seis, y en enero de 1932 quedó registrada su solicitud para una concesión de mil litros por segundo de agua del río Torío en su confluencia con el río Canseco en Pontedo, para usos industriales. Es probable que deseara instalar una central eléctrica para suministrar fluido a los pueblos del municipio.
Hasta la llegada de la innovadora luz eléctrica las casas se alumbraban con velas, lámparas de aceite, y más tarde con candiles de carburo. Tradicionalmente esto se hacía con aguzos, también llamados gabuzos, que eran varas secas de brezo que, colgadas verticalmente y encendidas por el extremo inferior, producían una luz intensa.
Por aquel entonces ya había varias centrales eléctricas en algunos de los pueblos de la Mediana de Argüello. Ya en 1928 en Felmín había una fábrica de luz y cooperativas eléctricas en Cármenes, Canseco, Pontedo y Piedrafita, que suministraban fluido a estos pueblos y a los de Gete y Getino, careciendo de él los demás. De la activa vida industrial y social en aquellos años da fe el hecho de que ya existía un casino en Canseco y Cármenes, y que en esta última localidad funcionaba una fábrica de mantequilla y se explotaban minas de cobre, cobalto y carbón en sus alrededores. Cármenes estaba atravesada por la carretera de León a Collanzo, la de Villamanín a La Vecilla y el camino vecinal de Puente de San Pelayo a Canseco. Existía un automóvil de línea de Matallana a Cármenes.
En febrero de 1932 Fidel le vendió su coche de matrícula seiscientos ochenta y uno a Melquiades Gutiérrez de Cármenes.
El veintidós de febrero de 1934 el presidente de la Cooperativa eléctrica de Cármenes era Florentino Alonso y el secretario Máximo Fierro. Las tarifas vigentes eran, mínimum de contador cuatro pesetas, 0,75 pesetas el kilovatio hora, lámpara fija de diez vatios dos pesetas y de quince vatios 2,75 pesetas. Todo ello al mes.
El treinta de agosto de 1934 el presidente de la Cooperativa eléctrica de Canseco era Juan Rodríguez y existía una tarifa única para alumbrado a tanto alzado de 0,5 pesetas al mes por una lámpara de 15 vatios.
El quince de febrero de 1935 el gerente de la Cooperativa eléctrica de Pedrafita era Isidoro Fernández y la tarifa única a tanto alzado al mes era de 0,5 pesetas por una lámpara de quince vatios. Se aclaraba que los impuestos que gravasen el consumo de energía eléctrica iban por cuenta del abonado.
El veintiocho de enero de 1935 las tarifas aplicables en Cármenes, Villanueva de Pontedo, Campo, Piornedo y Almuzara por la electricidad a ciento veinticinco voltios que vendía la Cooperativa eléctrica de Cármenes era, para la tarifa de alumbrado a tanto alzado al mes, 1,64 pesetas por una lámpara de diez vatios, si se tenían de dos a cuatro lámparas de diez vatios, 1,4 pesetas por cada una, si se tenían más de cuatro a 1,25 cada una, por dos lámparas de diez vatios conmutadas, dos pesetas al mes, por una lámpara de quince vatios, 2,15 pesetas al mes y por una lámpara de veinticinco vatios 2,9 al mes. En la tarifa por contador se cobraban cuatro pesetas de mínimo mensual y 0,75 por cada kilovatio hora consumido.
Durante la guerra civil Fidel se desplazó al pueblo de su esposa y en junio de 1939 quedó registrado que había obtenido una licencia de caza en Rioscuro.
En 1945 en Cármenes había un molino de Leopolo López de siete kilovatios de potencia, la Cooperativa eléctrica de Cármenes de veintiséis kilovatios, la Cooperativa eléctrica de Piedrafita de doce kilovatios, la Cooperativa eléctrica de Canseco de doce kilovatios y la Cooperativa La Unión de Pontedo de doce kilovatios. Estas mismas empresas aparecían en el listado de 1946.
Vicente Díez-Canseco
Por empezar por alguno de ellos lo haremos por el que antes llegó a este mundo, Vicente Díez-Canseco, tío segundo del médico de la historia de los perros envenenados, que nació en el argollano pueblo de Genicera a mediados de 1813. Su biografía se recoge en la Guía del viajero en León y su provincia, publicada en 1879 por Policarpo Mingote y Tarazona, y posteriormente en el libro Varones ilustres de la Provincia de León del mismo autor en 1880. De familia humilde y huérfano de padre siendo muy niño, se trasladó a León ayudado por el párroco del lugar, Simón González López, y uno de sus tíos, el escribano de Cármenes Basilio Díez-Canseco, con el fin de aprender las primeras letras y las cuatro reglas, ya que en Genicera no había maestro en aquellos años. Parece ser que poco después se volvió a su pueblo para regentar una improvisada escuela, donde ilustraba a los demás jóvenes de su edad, al mismo tiempo que, entre 1829 y 1831, aprendía latín ayudado por el citado cura. Terminada la Gramática se examinó en el convento de Santo Domingo para el ingreso en el Seminario Conciliar de San Froilán, en donde ingresó con dieciocho años cumplidos para estudiar Filosofía, Teología e Historia eclesiástica, con el ánimo de ordenarse sacerdote, ganándose al propio tiempo la subsistencia, en casa de un señor Canónigo primero y en la Farmacia de Antonio Chalanzon después, donde permaneció dos años. Era este farmacéutico miembro de la Asociación de Amigos del País y la relación de amistad entre éste y don Vicente perduró durante toda su vida.
El catorce de enero de 1833, viviendo todavía el rey Fernando VII, se produjo en León un levantamiento armado a favor del infante don Carlos, hermano del monarca reinante, al frente del cual se puso el obispo Joaquín Abarca Blanque, que arrastró tras él a las filas del pretendiente a muchos individuos del Cabildo, del clero de la diócesis y del profesorado del seminario. Fracasado el levantamiento, el obispo huyó hacia Portugal donde se hallaba el pretendiente. El veinticinco de septiembre de 1835 se formó un gobierno de los liberales exaltados con Juan de Dios Álvarez Mendizabal a la cabeza, lo que supuso unas tensas relaciones entre estos y la Iglesia. El papa Gregorio XVI retiró a su embajador en España en el verano de 1835 y el veintisiete de octubre de 1836 rompió las relaciones diplomáticas. Finalizado el curso, en junio de 1935 todos los profesores del seminario fueron cesados, el rector Gabriel Noriega fue confinado y Mariano Brezmes fue desterrado a Alaejos, en la provincia de Valladolid. Por este motivo Vicente Díez-Canseco abandonó los estudios eclesiásticos y se trasladó a Salamanca, en cuya Universidad, después de cursar tres años de instituciones médicas y clínica se recibió en 1843 de Bachiller en medicina, siendo nombrado profesor auxiliar del doctor Justo de la Riva, catedrático de segundo curso. Tres años más tarde el veinte de julio de 1846 se graduaba de Licenciado en Medicina y Cirugía en la Universidad de Madrid.
Don Vicente comenzó a ejercer la profesión en Peñalsordo, provincia de Cáceres y posteriormente Esparragosa de Lares en Badajoz, Sancti Espíritus en Salamanca, Chillón y Agudo en Ciudad Real. Por aquellos años, el cuatro de septiembre de 1850, quedó escrito que un tal Vicente Díez-Canseco había sido elegido por trescientos cincuenta y seis votos contra sesenta y uno que obtuvo el señor Valbuena, como diputado a Cortes por el distrito de la capital de León. Pero quien sabe, bien pudiera ser que no se tratase del mismo Vicente nacido en Genicera. Unos párrafos más tarde quizás se desvele el secreto de esta sobreactividad del personaje.
El Vicente médico se trasladó a la ciudad de León en octubre de 1853 para ejercer como médico cirujano. A poco de su llegada a la capital fue nombrado vocal de la Junta provincial de Sanidad y de la comisión permanente de salubridad pública, redactando para ésta una memoria sobre las medidas higiénicas necesarias para luchar contra la epidemia de fiebre tifoidea que sufría la ciudad. Al año siguiente se le encomendó investigar en los Ayuntamientos y jurisdicción de Valdetuejar y Valderrueda la epidemia que se creía de cólera asiático. En estos menesteres y en diversas localidades prestó servicios especiales para la Junta a lo largo de seis años, sobre todo durante la epidemia colérica. En este tiempo estuvo encargado del hospital de Jesús, destinado a los enfermos coléricos, debiéndosele su definitiva organización, así como del de San Marcos, a donde fueron trasladados más tarde los contagiados. El Ayuntamiento legionense también le confió la asistencia de los invadidos por el mal en el distrito del Norte, cuartel que estuvo a su cargo mientras reinó la epidemia. Tal fue su actividad que además de otros varios servicios desempeñó desde 1858 el cargo de Vocal de la Junta municipal de Beneficencia, compaginando todo ello con el hecho de que era socio de la Academia de Esculapio, correspondiente de la Real Academia de Medicina de Madrid, y asiduo colaborador de la ilustrada revista El Siglo Médico, y socio de mérito de la económica de Amigos del País de León, y su presidente en más de una ocasión, motivo por el que participó en la organización de la Exposición regional leonesa de 1876.
En el Catálogo de la Biblioteca Provincial de León de 1897 se consignan cuatro textos salidos de su pluma: Consejos higiénicos, preservativos del cólera morbo-asiático, de 1854, Memoria sobre la necesidad de que en las escuelas de Instrucción Primaria se enseñen principios de higiene, de 1854, Catecismo Higiénico para los niños, de 1863 y Viruelas y vacunas: memoria que comprende una breve reseña de las viruelas en general, la historia de las que reinaron en León en el invierno de 1862 a 63, y un tratado de la vacuna y sus efectos, de 1863. También se conservaba el discurso leído por el presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País de León, Vicente Díez-Canseco, como agradecimiento por la visita del rey Alfonso XII en 1876 y publicado en 1877. Se sabe que pronunció dos discursos, uno con motivo de la inauguración de la Exposición regional leonesa de 1876, cuyo presidente fue, y aquel en el cual dio las gracias en nombre de la provincia al Rey Alfonso XII por haberse dignado presidir la distribución de los premios concedidos por el Jurado a los expositores. Todos estos libros y escritos fueron editados en la Imprenta de la viuda e hijos de Miñón, la misma que imprimía el Boletín Oficial de la provincia. En 1885 la imprenta Herederos de Miñón, aun vendía entre otros muchos libros para la primera enseñanza el Catecismo higiénico a un precio de cuatro reales. También se sabe que tradujo las obras completas de Hipócrates, pero no las llegó a publicar. En el catálogo de la biblioteca también se registra un curioso texto denominado Obsequio en diálogo, dedicado a la virgen María, poema recitado en el ejercicio de las flores del mes de mayo por los niños Laureano Díez-Canseco y Apolinar de Castro. Su autor era Vicente Díez-Canseco, según consta en una anotación en el ejemplar digitalizado en la Biblioteca Digital de Castilla y León, y se imprimió en León en la Imprenta de José G. Redondo en 1876. Es por esto por lo que me inclino a pensar que el niño Laureano era hijo de Vicente Diez Canseco, del que se conoce que tuvo al menos otra hija, Ana, con su esposa Catalina Berjón Garrido. Mermadas ya sus fuerzas y minada su salud por años de tan intensa actividad, don Vicente expiró su último aliento en enero del año 1878 a la edad de sesenta y cinco años.
El otro Vicente Díez-Canseco
Como ocurría en la novela de Robert Louis Stevenson, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, en la vida del médico de Genicera se entreveran fibras que coincidiendo en el tiempo pueden resultar algo extrañas. En esta historia el doctor Henry Jekyll se corresponde con el doctor antes seminarista, a la vez que Edward Hyde es un Vicente Díez-Canseco que coincide en el espacio y el tiempo con el primero, pero que no queda claro si comparten un mismo ser corpóreo. Nuestro Hyde tiene ese temperamento violento necesario para dedicarse al mundo de la guerra, él es un cabo de la Guardia Nacional de Madrid.
Las tropas carlistas del general Tomás de Zumalacárregui iniciaron el sitio de Bilbao el diez de junio de 1835. Durante los combates el general murió, debido a la complicación de una herida en la pierna, el día veinticuatro del mismo mes en Cegama. La intervención del general Espartero rompió definitivamente el sitio de la ciudad el uno de julio. Meses después, el veintidós de noviembre, llegaba a Bilbao una escolta de guardias nacionales madrileños que llevaban la bandera con que su majestad la Reina Gobernadora premió el esfuerzo de los bilbaínos. Durante la comida el cabo segundo de la Guardia Nacional de Madrid, Vicente Díez-Canseco pronunció un discurso de agradecimiento en nombre de sus compañeros. En aquellos días nuestro doctor Jekyll había abandonado el seminario de León tras su cierre. ¿En dónde se encontraba realmente? Tres años más tarde, en marzo de 1838 Vicente Díez-Canseco escribió el libro Una voz en favor de la Milicia Nacional española, que se vendía en Madrid a un precio de dos reales.
Unos meses más tarde, el nueve de abril de 1838, como consecuencia de una denuncia contenida en un despacho librado por el fiscal del ejército del norte, por orden del señor conde de Luchana, Joaquín Baldomero Fernández-Espartero, Vicente Díez-Canseco fue apresado en Madrid y conducido a la cárcel pública, en donde permaneció incomunicado entre sus muros durante ochenta largos días. A raíz de la denuncia la policía procedió al registro de su domicilio, pero no encontró nada incriminatorio, por lo que procedió a hacer lo mismo en su lugar de trabajo, la redacción del periódico El Castellano que dirigía Aniceto de Álvaro, y parece ser que allí dentro del pupitre que utilizaba Canseco, entre otros muchos papeles, estaba guardada una misiva anónima y subversiva. La carta carente de firma y rúbrica, y fechada en Barcelona el treinta de diciembre de 1837, iba dirigida a doña María Font, soltera, calle de Alcalá, numero dieciséis, Café del Catalán. Parece ser que María era cuñada del dueño del establecimiento, José Antonio Font, aunque en realidad se llamaba María Canales.
En opinión del promotor fiscal, don Ramón Alonso de las Heras, en la carta se calumnia groseramente a Ramón de Meer y Kindelán, barón de Meer y, en aquel momento, Capitán General de Cataluña. En el texto de la misma se encontraron proyectos de subversión, proyectos de rebelión, planes de trastornar el orden establecido, injurias, calumnias contra el capitán general de Cataluña, que se le suponía en connivencia con Urbistondo у Sagarra, caudillos de la facción catalana en aquella época, para entregar a don Carlos el principado. En el texto de la citada carta publicado en el diario El Eco del comercio del once de marzo de 1839 se suprimieron los nombres que pudiesen comprometer aún más a los implicados.
Barcelona treinta de diciembre de 1837. Amigos: nuestra suerte continúa desgraciadísima bajo el yugo del tirano que nos ha conquistado. ¡Dichosos vosotros que tenéis una ley y un gobierno que atiende vuestras reclamaciones!
El orgullo del tirano es implacable, pero es verdad, no puede desprenderse ni de una bayoneta de las dos mil y quinientas que tiene para su custodia, que de otro modo aplacada estaría ya.
Parece que desierta del secreto la noticia positiva de que el tirano está en correspondencia amistosa …... pues la total paralización de las operaciones militares de nuestras tropas, el buen recibimiento que logran del tirano los enemigos presos, y los adelantos que hacen los que tienen las armas, lo justifican plenamente y nadie deja de conocerlo.
El tirano conquistador solo se ocupa en …… no sé si será para gratificar al …… o si será para socorrer …… De otro modo sería el coloso de España.
No sé cómo vuestro gobierno español se ha desprendido de una finca tan preciosa como el principado de Cataluña sin ventaja alguna. Nosotros habíamos creído que con la …… aseguraba la España la paz, el orden y la justicia, que secundariamente el diputado de vuestras cortes ha dicho en alta voz. Pero perder a Cataluña y quedar el resto de España con las mismas penas y miserias, solo es propio del que no conoce sus intereses como el caduco y dormilón Bardají lo hizo.
El tirano conquistador en la visita de cárceles del 23 previno a los alcaides de las Atarazanas y Ciudadela que no debía presentársele ninguno de los liberales incomunicados, pues que su suerte solo les permitía hablar con las paredes. Por casualidad había un cura faccioso, aunque no creo fuese de armas tomar, que sin duda por descuido estaba incomunicado, basta que fuese servil, y pudiendo lograr hacer llegar a las manos del tirano una esquela, fue por éste visitado y logró una completa comunicación.
Desearía saber si las cortes españolas se ocuparían de una representación que algunos catalanes haríamos para separarnos del yugo de Meer y entrar bajo las leyes constitucionales que vosotros tenéis, tú me lo sabrás decir, porque podrás enterarte del tratado de entrega que ha mediado entre ……
José María que continúe escribiendo por el estilo de la del diecinueve.
Vicente Díez-Canseco fue juzgado el 22 de agosto de ese mismo año en la sala presidida por el señor Francisco Amorós y López, juez de primera instancia de la misma. Durante el juicio el acusado vistió uniforme de granadero de la Milicia nacional, adornando su pecho con el honroso distintivo que la gran Cristina concediera a los valientes que con sus heroicos hechos supieron inmortalizar a la invicta villa de Bilbao. El abogado defensor, don Juan Bautista Alonso, recordó en su descargo que el reo era un miliciano nacional y que en 1935 había participado en la campaña de Bilbao. El promotor fiscal, no pudiendo demostrar la autoría en todo o en parte del contenido de la carta, acusó al procesado de no haber destruido la carta o en su defecto haberla hecho llegar a la autoridad, por lo que solicitaba una condena de cuatro años de destierro. El veintiséis de agosto el juez dictó sentencia condenando a Vicente Díez-Canseco, representado por el procurador Luís Pérez del Aya, a dos años de destierro a diez leguas de la Corte y de los sitios reales, con encargo de vigilar su conducta a las autoridades donde fijase su residencia. La legua equivalía a cinco mil quinientos setenta y tres metros, por lo que el tribunal condenó a Canseco a alejarse de Madrid unos cincuenta y cinco kilómetros. Podría haber cumplido su condena desplazando su residencia a Toledo, Guadalajara, Ávila o Segovia, pero lo cierto es que no se movió de la capital, ya que prefirió apelar.
El veintidós de enero de 1939 el magistrado de la Audiencia territorial de Madrid, Francisco Crespo Rascón, revocó la sentencia apelada, absolviendo libremente y sin costas a Vicente Díez-Canseco, vecino de esa corte, soltero, de veintinueve años, sin que la formación de la causa pudiera perjudicar su opinión y fama.
Los periódicos de la época cargaron las tintas en este caso y en otros similares en los que pareciera que el gobierno pretendía silenciar las opiniones vertidas en algunos diarios construyendo causas judiciales sin motivos ni pruebas suficientes. Podríamos considerar todo esto como una muestra antigua de la existencia de ese triángulo amoroso entre políticos, jueces y periodistas, que fácilmente pasan del amor al odio, dependiendo del bando en el que militen unos y otros, del mismo modo que ocurre hoy en día, en el siglo XXI. En opinión de unos y otros se judicializa la política y viceversa si sus fallos y decisiones no les convienen, en otro caso es un síntoma de la buena salud de las instituciones. Oír y ver para creer, o dudar. ¿Quién sabe?
Volviendo la vista hacia nuestro particular Míster Hyde, ahora sabemos que en 1839 tenía veintinueve años, por lo que debió nacer hacia 1810, que no coincide con el año en que bautizaron al doctor Jekyll, por lo que sus dos vidas no debieron coincidir en la misma persona, aunque la siguiente historia nos podría hacer dudar de nuevo.
Un año más tarde, en el periódico madrileño El Castellano del treinta de noviembre de 1840 se informaba de la realización del juicio a un escrito en estos términos:
Según anunciamos en nuestro último número, ayer domingo se reunió el jurado en el salón de columnas del Excelentísimo Ayuntamiento de esta capital, para calificar el impreso titulado opinión política de Fr. Gerundio, denunciado por don Modesto Lafuente, que redacta el periódico de este nombre. La concurrencia fue numerosísima y escogida. Sostuvo la denuncia en nombre del señor Lafuente su paisano y amigo don Vicente Díez-Canseco. El responsable del impreso Don Manuel María González hizo su defensa, usando de la palabra por más de cuatro horas. Sin embargo, los señores jueces de hecho calificaron el papel denunciado como injurioso en segundo grado, y de consiguiente la ley ha condenado al mismo señor González a dos meses de prisión, mil reales de multa y en las costas del proceso.
El director del periódico Frai Gerundio, Modesto Lafuente Zamalloa, nació en 1806 en un pequeño pueblo de la montaña palentina, en donde ejercía en aquel momento su padre de médico de espuela y quien al parecer tenía tendencias algo afrancesadas. Siguiendo los pasos de su hermano Manuel, cuando cumplió catorce años ingresó en el seminario de León y posteriormente prosiguió sus estudios en el seminario de Astorga, que completó en la Universidad de Valladolid con una formación en teología y leyes. En 1831 fue nombrado bibliotecario y poco después catedrático de Filosofía en el seminario de Astorga. Como se puede ver existe un claro paralelismo entre Modesto y Vicente, es decir el doctor Jekyll, los dos eran montañeses, hijos de médico y tuvieron una formación eclesiástica, pero lo cierto es que en 1840 Fray Gerundio se editaba en Madrid, por lo que si Modesto Lafuente era paisano de alguien en ese momento había de serlo de Míster Hyde. El primer número, autodenominado Capillada primera, del semanario Frai Gerundio se publicó en León el cuatro de abril de 1837, cuando era su director Cándido Paramio y Pascual, escribano en la ciudad de León, aunque posteriormente se publicó en Madrid hasta 1849 con una interrupción entre 1843 y 1848. Modesto Lafuente usó en sus escritos periodísticos los pseudónimos Fray Gerundio y Pelegrín Tirabeque. Se considera que en política tuvo una ideología liberal progresista.
El nombre del periódico tiene su origen en Fray Gerundio de Campazas, el protagonista de la novela costumbrista Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, escrita en 1758 por José Francisco de Isla y Rojo, más conocido como el Padre Isla, que pretendía ser una crítica de la moda de los oradores de la época que utilizaban en el púlpito un lenguaje excesivamente barroco.
Todo apunta a que debió existir un periodista que de joven ejerció de guardia nacional, de nombre Vicente Díez-Canseco, que trabajó como redactor de publicaciones periódicas en El Castellano en 1836 y en El Duende en 1837 y que más tarde, pasaría a dirigir El Heraldo cuando cesó en la dirección de este periódico el primer conde de San Luis. Se le atribuye la autoría de diversos libros, como el drama en cinco actos y prosa, Mali o la Insurrección, de 1841, la traducción de los Elementos de la ciencia de la estadística, de 1841, la poesía La Risa de mi mujer, de 1843, el Diccionario biográfico universal de mujeres célebres, de 1844 y la traducción de la Historia de la ciudad de Cartago desde su fundación hasta la invasión de los vándalos en el África, de 1845. La traducción de los Elementos de la ciencia de la estadística parece un tema más cercano a nuestro doctor Jekyll, y más si consideramos que uno de los ejemplares que se conserva se encuentra en la biblioteca de la Real Academia Nacional de Medicina, que se vendía en su día en Madrid a un precio de cuatro reales.
Hay quien opina que nuestro Mister Hyde pudiera haber sido Vicente Díez-Canseco Guilló que murió en Valladolid el cuatro de abril de 1895.
Laureano Díez-Canseco Berjón
El hijo de don Vicente, Laureano Díez-Canseco Berjón, nació en León el cuatro de julio de 1862 y murió en Madrid el tres de marzo de 1930. Finalizó los estudios de bachillerato en el instituto de León en 1877. Posteriormente estudió Derecho en la Universidad Central de Madrid en donde se licenció en 1889. Se doctoró en 1892 y en 1900 se trasladó a Berlín para ampliar estudios. Obtuvo la Cátedra de Derecho Natural el siete de junio de 1900 en Valladolid y la desempeñó hasta 1911. Obtuvo la Cátedra de Historia del Derecho Español en 1913 en la Universidad Central. Dirigió la revista Anuario de Historia del Derecho Español. En la ciudad de León tiene una calle dedicada a su nombre, aunque estuvo a punto de perder la placa en dos ocasiones, la primera en 1961 cuando se propuso dedicar la calle al Cardenal Cisneros, pero la iniciativa no prosperó, la segunda en junio de 2009 cuando la corporación dirigida por el socialista Francisco Javier Fernández Álvarez, argumentó que su pasado no era lo bastante democrático, ya que un discípulo suyo, Eduardo Callejo de la Cuesta, desempeñó la cartera de Instrucción Pública y él mismo formó parte de la Asamblea Nacional Consultiva durante la dictadura del general Primo de Rivera. La iniciativa tampoco prosperó, y hubiera sido un tanto contradictoria si se tiene en cuenta que también el dirigente socialista Francisco Largo Caballero fue consejero de Estado en la etapa primorriverista.
Apolinar de Castro e Isern
Retornando por un instante a la infancia de Laureano, podemos afirmar que su amigo Apolinar de Castro, no era otro que Apolinar de Castro e Isern, quien, pasados los años, en 1880, obtuvo su título de apotecario en la Facultad de Farmacia de la Universidad Central de Madrid después de cursar estudios en la misma durante dos años. En esa misma promoción se graduaron los también leoneses Ernesto Matinot y Gómez, de Ponferrada, Constantino Álvarez Álvarez, de Los Bayos, Cirilo Santos Amez, de Santa María del Páramo y Fernando Merino Villarino, de León. Quien de todos ellos alcanzó mayor renombre fue Fernando Merino Villarino, hijo y nieto de farmacéuticos, pero también abogado y sobre todo ello empresario, político y conocido por un título que no era propiamente suyo: el de conde de Sagasta.
Volviendo la vista hacia el compañero de estudios del conde de Sagasta, Apolinar de Castro Isern, que nació en León en 1858 y murió en Cangas del Narcea en 1931, llegó a esta última localidad en 1884 para hacerse cargo de la farmacia de Nicolás Ballesteros, que había pasado a mejor vida el diez de septiembre de ese mismo año. En realidad, a donde llegó en 1884 fue a Cangas de Tineo, que es como se llamaba entonces, nombre que se cambió por el Cangas del Narcea en el pleno del Ayuntamiento del dos de septiembre de 1925. Poco antes Apolinar fue fugazmente alcalde de Cangas del tres de octubre de 1923 al uno de febrero de 1924. A lo largo de su vida escribió en periódicos locales diversos artículos de divulgación y fue profesor del Colegio de Segunda Enseñanza de la villa. De sus inquietudes culturales, y también de su osadía, habla la carta que dirigió el once de febrero de 1901 a Benito Pérez Galdós, felicitándole por el éxito del estreno de su obra Electra, y ante la imposibilidad de salir de entre aquellas montañas para ver la representación, le solicita le remita la obra por correo certificado para poder leerla, para lo cual le enviará su valor en sellos de correos.
Fernando Merino Villarino
El farmacéutico Enrique Granda Vega hizo una semblanza de la vida de don Fernando en un artículo aparecido en la revista Farmacia Profesional en noviembre de 2013 titulado Un muchacho con suerte, y en parte he seguido sus palabras para guiarme por la vida de Merino. Parece ser que la farmacia familiar la fundó su abuelo, Gregorio Felipe Merino, en 1827 y con el devenir del tiempo llegó a manos de su padre, Dámaso Merino Villarino, que curiosamente como podemos ver tenía los mismos apellidos que su hijo, al estar casado con su prima Carolina Villarino. Don Dámaso vio la luz en León allá por el año 1830 y exprimió su vida en todo tipo de actividades hasta que le llegó el momento en que entregó la cuchara al ser llamado por la parca, mientras intentaba recuperar su quebrada salud en el salmantino balneario de Ledesma el veinticinco de septiembre de 1896.
Damaso, además de explotar comercialmente algunos productos farmacéuticos de su invención, participó, junto a Isidro Llamazares García, Felipe Hernández-Llamazares González, Sebastián Díez-Miranda, Eusebio Campo Rodríguez, Francisco Miñón Quijano, Sotero Rico López y Ricardo Mora Varona, en la creación en julio de 1864 de la sociedad anónima de crédito conocida como el Crédito Leonés. Años más tarde, en tiempos de la Restauración, también participó en el establecimiento de la Sociedad Electricista de León y de la Hullera Leonesa, de la que fue consejero, lo mismo que su hijo Fernando. Don Dámaso tenía también propiedades en Madrid y en 1889 era el primer contribuyente del municipio de León. Ese mismo año, y para hacer campaña contra la prevista reforma de la contribución industrial y de comercio, fundó, junto con otros empresarios leoneses, el Círculo Mercantil. Como no podía ser de otra manera, participó de la vida política militando en el Partido Liberal y llegando a ser diputado por el distrito de León y senador por la provincia. Ocupó la presidencia del comité sagastino y promovió varios periódicos locales de esa tendencia política, como El Heraldo y El Alcázar. Poco después de su muerte, en 1898, la ciudad le dedicó una calle a su memoria y convirtió la calle Tesorería en la Dámaso Merino. Esta calle comunica la de Sierra Pambley con la calle Cervantes. Ahora es una calle peatonalizada, tranquila y cómoda para pasear y acceder desde la Catedral al Barrio Romántico y a la Basílica de San Isidoro.
El hijo de don Dámaso, Fernando Merino Villarino, heredó de su padre la vocación empresarial y la jefatura del liberalismo leonés. En las filas del Partido Liberal concurrió a las sucesivas elecciones a Cortes celebradas entre 1891 y 1923. En 1891 obtuvo una victoria arrolladora en el distrito de La Vecilla, siendo la primera vez que las elecciones se hicieron por sufragio universal, aunque entonces solo participaban los hombres, claro está. En esa ocasión competía por el escaño con Antonio Molleda, director general de Registros y candidato oficialista, que perdió por un amplio número de votos. Esto le abrió las puertas de los despachos madrileños y allí acudía con asiduidad a casa de Práxedes Mateo Sagasta, en donde conoció a Esperanza, su única hija, quince años menor que él. Pronto surgió una amistad que devino en amor entre el joven y brillante diputado de treinta y dos años y la bella jovencita de diecisiete. La boda con Esperanza se celebró en la Iglesia de San Jerónimo el Real en 1892, y en ese momento lo tenía todo en sus manos, o más bien en manos de los que le rodeaban, la mejor farmacia de León, un laboratorio fundado por su padre y un puesto en el partido en el que su suegro ocupaba por turno la presidencia del Gobierno. Fruto del matrimonio llegó volando, bajo el pico de cigüeña parisina, su hijo Carlos.
En 1901 la empresa familiar, es decir don Fernando, ya que su padre hacía cinco años que había muerto, trasladó la farmacia al edificio que ocupa en la actualidad, encargando la construcción al arquitecto Juan Madrazo y Kuntz que en aquel entonces trabajaba en la restauración de la catedral. Madrazo también diseñó el mobiliario de la zona de dispensación, conformado con muebles de nogal tallado, separados en veintitrés cuerpos, en cuyas columnas se representan plantas medicinales y en cuyos arcos se ubican rosetones con bustos de botánicos y alquimistas. El conjunto se completaba con techos artesonados y lienzos del pintor Isidoro Lozano, representando alegorías de la Farmacia, la Química y el Comercio. En aquellos años de esplendor Fernando participó junto a su padre en la creación de dos empresas industriales, la Papelera Leonesa en 1902 y la Sociedad Leonesa de Productos Químicos en 1903, en donde se fabricaban las Pastillas pectorales G.F. Merino e hijo. En las cajas de estas pastillas se incluían unos cromos coleccionables con cada una de las provincias españolas, en donde aparecía un monumento, los trajes regionales, el escudo, algún personaje celebre y el mapa con las localidades más importantes. Es curioso que este producto que se aseguraba se vendía desde 1827 llevase el nombre de su abuelo y su padre, pero no el suyo.
A la muerte de don Práxedes, el cinco de enero de 1903, el rey Alfonso XIII concedió a título póstumo el condado de Sagasta a su hija Esperanza, por lo que Merino pasó a ser, como consorte, conde de Sagasta. Fueron para él los años de mayor éxito político y empresarial. Desempeñó el cargo de gobernador del Banco de España en dos ocasiones, la primera entre junio de 1906 y enero de 1907, y más tarde entre 1909 y 1910. También ejerció de ministro de la Gobernación entre el nueve de febrero de 1910 y el dos de enero de 1911 en un gabinete presidido por Canalejas. En ese despacho aprendió a manejar el puchero de los votos, como antes lo había hecho admirablemente Francisco Romero Robledo. En marzo del año siguiente la ciudad de León le dedicó una calle, la actual calle Ancha, donde estaba la farmacia que había sido de su padre.
Se le atribuye al conde de Sagasta el haber promovido la demolición de la Puerta del Obispo para poder circular con comodidad con su automóvil entre la farmacia y el laboratorio de productos químicos. Lo cierto es que fue el arquitecto Demetrio de los Ríos quien realizó la propuesta para que la Catedral estuviera libre de cualquier otra construcción que la empobreciera. Lo cierto es que, en 1910, siendo Merino ministro de Gobernación se puso más empeño en su destrucción, incluida la ferviente campaña del periódico merinista El Porvenir de León. El trece de agosto de 1913 se autorizó su demolición, dejando así el paso libre hacia la Serna al coche de Merino y a los de los otros diecinueve propietarios que entonces estaban motorizados en la ciudad de León.
En 1915 falleció su mujer, Esperanza, tras una larga enfermedad, lo que provocó que las finanzas del Conde se resintiesen sensiblemente, por lo que decidió abrir las veinticuatro horas la farmacia, y a la vez consigue que el Ministerio de Gobernación le autorice a establecer una sucursal de la misma en la calle Ordoño II abusando un tanto de su influencia, ya que las Ordenanzas de Farmacia de 1860 prohibían, como ahora, que un farmacéutico pudiera tener dos farmacias. Pero en aquella época eran muchos los gastos. Conseguir que su hijo Carlos fuera elegido diputado por el distrito de Riaño en 1918 resultó muy caro, y la boda de éste con María Luz González del Valle y Cantero, hija de un influyente arquitecto de Madrid, no lo fue menos, aunque se celebró en familia al haber fallecido el mes anterior su sobrina Ángela, hija de su cuñado José Mateo Sagasta. Mantener el decoro que suponía su título de conde y su estatus de diputado y presidente del Consejo de Estado tampoco eran menos costosos.
Tras el golpe de estado de Primo de Rivera, el día trece de septiembre de 1923, cuando acababa de llegar a su despacho del Consejo de Estado, recibió una carta del gobernador militar de Madrid en la que se le comunicaba su cese. El día siguiente el Gobierno presidido por Manuel García Prieto pidió al Rey la destitución inmediata de los generales sublevados, José Sanjurjo y Miguel Primo de Rivera, y la convocatoria de las Cortes Generales, pero el monarca dejó pasar las horas hasta que finalmente se mostró abiertamente a favor del golpe. Nada tenía que hacer ya en Madrid, por lo que Fernando se vuelve a León para ponerse al frente de su farmacia. Era lo último que le quedaba, además de su hijo y sus nietos Fernando y Covadonga, de dos y un año respectivamente.
La diosa Fortuna no siempre sonríe a los mortales, muchas veces solo nos guiña un ojo y no pocas más nos saca la lengua burlonamente. El señorito Merino vivió todas estas situaciones a lo largo de su vida y lamentablemente su final fue trágico. El uno de julio de 1929, acorralado por las sombras de sus problemas económicos y personales, se suicidó en su domicilio, en el número tres de la calle Sierra Pambley. A las siete en punto de la tarde instintivamente sumergió su mano en el bolsillo derecho de la chaqueta, resiguiendo con las yemas de los dedos las costuras hasta tocar el frio metal del revolver con el que se quitó la vida.
Esa casa familiar la remodeló para él en 1901 el arquitecto municipal Juan Crisóstomo Torbado y cuyo portal vistió de arte con sus azulejos de cerámica esmaltada el pintor Daniel Zuloaga, siguiendo los modelos que le facilitó el fotógrafo Miguel Germán Gracia Pascual. En estas apacibles escenas destacan unas mujeres inmersas en las labores del campo y de la mar, enmarcadas con motivos propios del Art Nouveau, figuras vegetales elegantes, sinuosas y entrelazadas, que en ocasiones se confunden con bellos y estilizados pavos reales. Este hall tiene un gran valor artístico por lo que está catalogado como Patrimonio Artístico Nacional
En la actualidad el edificio aún se conserva con los frescos originales en sus estancias y en él se ubica la residencia de estudiantes Zuloaga y un local comercial en la planta baja que incluye un patio interior ajardinado que se ha utilizado para diferentes actividades y al que se accede por lo que fue la antigua puerta para caballerías.
Cuenta una leyenda recogida por el escritor y abogado Pepe Muñiz que a finales de los años cuarenta a un pintor que allí vivía de alquiler le pidió una señora de avanzada edad que le hiciese un retrato de su hijo, para lo que le proporcionó una antigua fotografía como modelo, pero que para desgracia suya al poco tiempo extravió sin saber dónde pudo haberla dejado. A partir de entonces empezó a recibir, de noche, la visita de un espectro que le repetía insistentemente: ¡Mírame, mírame! Siendo como era un artista, esto no le angustió lo bastante como para salir pitando de aquella casa, por lo que aprovechaba el día reproduciendo aquel rostro según lo recordaba de sus apariciones nocturnas. Una vez acabado el retrato, una noche se armó de valor para preguntarle al ánima quién había sido su dueño, y ello debió de inquietarla ya que ésta se esfumó para siempre. A la mañana siguiente al ir a coger las zapatillas se encontró bajo la cama la pequeña fotografía que le había entregado días atrás la anciana. El retrato que había estado pintando se correspondía exactamente con el rostro de Fernando Merino en su edad madura. El pintor conservó para si ese retrato, ya que la dama de la fotografía nunca más volvió.
En las habitaciones de la casa aún hoy se siguen sucediendo fenómenos curiosos, susurros y sonidos extraños, temblores, crujido y leve movimiento de muebles y fotografías de muy difícil explicación, lo que ha llevado a que el caso fuese analizado por Guillermo León, colaborador del programa televisivo Quinto Milenio que dirige Iker Jiménez.
La farmacia Merino aún se conserva, aunque fuera de la familia, tras su fallecimiento, su hijo Carlos Merino traspasó el establecimiento a Pío Cobos del Valle, quien en 1934 se lo vendió a Francisco Alonso Luengo de quien pasó a su actual propietaria, su hija María José Alonso.
La singularidad política y empresarial de Fernando Merino le hizo merecedor de la titularidad de una calle en la ciudad de león, la que en la actualidad es la calle Ancha, en donde se encontraba y se encuentra la que fue su farmacia.
Faustina Álvarez García
Como profesor del Colegio de Segunda Enseñanza de Cangas de Narcea, Apolinar de Castro Isern, trabó amistad con la familia de Faustina Álvarez García, todos ellos, padres e hijos dedicados a la noble labor de la enseñanza. Teresa Rodríguez Álvarez era la hija primogénita de Faustina y Gabino Rodríguez, natural él de Besullo, y en ese pueblo vivió sus primeros tres años de vida. Estudió magisterio y el seis de junio de 1932 ingresó en el cuerpo de inspectores de primera enseñanza. De su labor como inspectora destaca el trabajo realizado en el concejo de Cangas del Narcea, visitando sesenta y siete escuelas durante los meses de mayo y junio de 1935, y enero a mayo de 1936, recogiendo sus impresiones en una libreta sobre el estado de la educación en la zona. Las notas de su libreta terminan el uno de julio de 1936 ya que comenzaban las vacaciones de verano. Después de la Guerra Civil fue cesada por su implicación republicana y se trasladó con su marido, el médico de Besullo, Florentino Hurlé Morán, a Pontevedra, donde falleció en 1966.
La madre de Teresa Rodríguez Álvarez, Faustina Álvarez García, nació en la localidad de Renueva, hoy en día un barrio de la ciudad de León, el quince de febrero de 1874. Obtuvo el título de maestra en 1894 y ocupó su primera plaza por oposición en Llanos de Alba, en donde ejerció por espacio de dos años, percibiendo noventa pesetas anuales por sus servicios, y allí conoció en 1895 a Gabino Rodríguez Álvarez, natural de la localidad asturiana de Besullo en el concejo de Cangas del Narcea, que ejercía de maestro en Riello. El siguiente destino de Faustina fue el pueblo de Canales, entonces perteneciente a la diócesis de Oviedo, allí ejerció tres años, se casó con Gabino el seis de octubre de 1897, y en 1900 nació su primera hija, Teresa. En su estancia en esa época en Canales creó el Coto Escolar y la Colonia Agrícola a orillas del arroyo de Bobia en unos terrenos propiedad de su familia, cerca del río Luna.
Entre 1901 y 1907 Faustina fue la maestra de Besullo, el pueblo en donde nació su marido y al que llegó en junio de 1901 recorriendo los diecisiete kilómetros que lo separan de la capital del concejo, Cangas del Narcea, a lomos de un caballo, con su hija Teresa de apenas un año en el regazo. En Besullo nació el catorce de agosto de ese mismo año su hija Matutina y el veintitrés de marzo de 1903 su hijo Alejandro, que andando el tiempo se convertiría en el dramaturgo de la generación del veintisiete, Alejandro Casona. En aquellos años su marido trabajaba en Luarca. Entre 1907 y 1910 Faustina trabajó en el pueblo de Barcia, en el concejo de Valdés. En 1908 Gabino consiguió el traslado a Villaviciosa, en donde permanece hasta 1913. Desde Barcia Faustina se traslada a Miranda, en el concejo de Avilés, en donde permanece de 1910 a 1916. Fue su última escuela puesto que allí preparó las oposiciones para inspectora, llegando a ser la primera inspectora de primera enseñanza de España.
De vuelta de las oposiciones Faustina puso en marcha en la escuela de niñas de Miranda la Mutualidad Escolar Perpetuo Socorro adscrita al Instituto Nacional de previsión. En aquel momento se inscribieron cuarenta mutualistas que aportaron la peseta que había de figurar como primera imposición en la libreta de ahorro, o dote, infantil. Una vez cumplida la edad dotal, o sea a los veinticinco años, se tenía derecho a percibir en metálico la cantidad de la dote constituida, convertido en un seguro de pensión vitalicia parte o toda la dote, o canjear esta póliza por otra de pensión vitalicia.
Años más tarde, en 1924, Faustina reformó la casa de Canales situada en el kilómetro treinta y cuatro de la carretera de León a Caboalles, conocida entonces como la de la Huerta de la Fruta y cerró el terreno. En la actualidad la casa aún se conserva y se la conoce como Villa Faustina. En la huerta de esta casa familiar escribió Alejandro Casona alguno de sus libros, como El peregrino de la barba florida de 1926, que todavía firma con su nombre, La flauta del sapo de 1930, Flor de leyendas de 1932, o Nuestra Natacha de 1935. Al igual que su madre y su hermana Teresa, Alejandro también estudio magisterio y ejerció como inspector de primera enseñanza, participando en las Misiones Pedagógicas en tiempos de la Segunda República. Sus otros hermanos, Matutina, José y Jovita también estudiaron Magisterio, aunque Matutina estudió más tarde medicina y se dedicó a la pediatría.
En 1924 Faustina puso en marcha la Mutualidad escolar Árbol Frutal de Canales, adscrita al Instituto Nacional de Previsión, en la sección de Seguros especiales. La imposición inicial era de cien pesetas, utilizando posteriormente los pocos ingresos que producía el Coto Escolar para continuar aportando algún dinero a las libretas infantiles.
José Pallarés Nomdedeu
El dilatado invierno montañés llegaba a veces por San Hilarión, con los higos ya recogidos y hasta convertidos en mermelada, y a menudo no se acababa de despedir hasta Santa Casilda, una vez que las cigüeñas habían puesto sus huevos en lo alto del campanario. Los días oscuros se hacían más largos que una semana sin pan, y uno sí y otro también en la calle salpicaban las madreñas sobre los charcos del empedrado al paso de los paraguas, bajo los que se cobijaban los paisanos que deambulaban calle arriba y calle abajo. Después de cerrar la botica Apolinar de Castro se llegaba dando un paseo hasta la ermita de Curriellos y como un viejo centinela en aquella altura permanecía largo rato observando las lucecillas que escapaban por entre las ventanas del pueblo, como queriendo comprobar que todo seguía en su sitio antes de irse a cenar. Una hora más tarde, con el estómago ya caliente y contento, se encaminaba al Casino Recreativo de Cangas de Tineo, para lo que pudiera surgir, que entre semana solía ser una partida de tute o de mus, a razón de quienes fuesen los compañeros. Uno de los habituales a la hora de las cartas era el comerciante José Pallarés Nomdedeu, quien de joven había emigrado a Buenos Aires a hacer las Américas, a comienzos de los años ochenta del siglo XIX. Ya de regreso en España José decidió establecerse en 1887 en la villa de Cangas, en donde regentaba una ferretería dedicada a la venta entre otras cosas de loza, juguetes y pólvora.
Don José había nacido tiempo atrás en el seno de una saga familiar de comerciantes procedentes del Reino de Valencia y establecidos primeramente en la ciudad de León, desde donde se extendieron, como aceite en papel de estraza, por buena parte de las provincias de León y Oviedo. Como era habitual entre los comerciantes e industriales que disfrutaban de una acomodada situación económica, José Pallarés también mantuvo una activa vida política entre los círculos cercanos al Partido Liberal de Sagasta, representado en Asturias por Félix Suarez-Inclán, con él que colaboró en apoyo a su candidatura a diputado a Cortes por el distrito de Cangas de Tineo. Esta actividad política le llevó a enfrentarse dialécticamente con los redactores del periódico local El Eco de Occidente, de tendencia tradicionalista. Pallarés también participó en la vida política local, llegando a ser alcalde de la villa en 1894, momento que coincide con la llegada de la plaga de la filoxera a las cepas de los viñedos de la localidad. Era la filoxera un minúsculo y voraz insecto venido de Estados Unidos que encontraba alimento en las hojas y raíces de la vid, perjudicando notablemente la planta y arruinando las viñas y a quienes las cultivaban, que tenían que plantar vides americanas resistentes al insecto e injertarlas con las variedades locales si querían continuar viviendo del vino. La actividad vitícola de la comarca se inició a partir del establecimiento de los monjes benedictinos en Cangas y Tineo en torno al siglo XI. El monasterio de Corias, hoy convertido en Parador Nacional, aún conserva la bodega que usaban los monjes, recuperada en 1999 por Víctor Álvarez para producir cerca de cincuenta mil botellas de vino Monasterio de Corias, con Denominación de Origen de Cangas del Narcea.
Nuestro ferretero, José Pallarés Nomdedeu, era uno de los hijos de Pascual Pallarés Pardo, quien llegó a León, junto con su esposa y algunos de sus hijos, en 1840 procedente de Castellón de la Plana y abrió un comercio con el nombre de Los Valencianos en los números cuatro y cinco de los soportales de la Plaza Mayor en el que vendía productos de ferretería, cristal y la loza que traía desde la localidad castellonense de Alcora, famosa por su loza elaborada en la Real Fábrica de Loza Fina y porcelana. Esta tienda pasó varias veces de unos propietarios a otros hasta su cierre en la década de 1990. En los años cincuenta su propietario era el señor Natividad Rodríguez y tenía a la venta todo tipo de cosas, material de ferretería, loza, cristal, cocinas, bombas, tuberías, básculas, escaleras, puntas, alambre, enrejados, herramientas, electricidad, saneamiento, herraje para arados, artículos de viaje y un largo etcétera sobre lo que amablemente informaba si se le consultaba en el teléfono 1426. Entonces eran muy pocos los particulares que tenían un aparato de teléfono en su casa, por lo que con cuatro cifras se podía proporcionar una línea a todos los interesados en disponer del servicio. En la actualidad en el local de la antigua ferretería se encuentra situado el pub El Soportal, del grupo Lamayor, que en palabras de su publicidad ofrece a sus clientes el tardeo AfterWork de los viernes, el café torero del sábado y los Domingazos con concierto en directo.
Los hijos de Pascual Pallarés Pardo se dedicaron todos ellos al comercio y la industria, siguiendo la tradición familiar. El hermano de José, Joaquín Pallarés Nomdedeu, ejercía la profesión de curtidor en el barrio de Santa Ana de la ciudad de León en 1852. Su hermano Vicente Pallarés Nomdedeu también se estableció como comerciante en Astorga, y al igual que José participó en la vida política de la ciudad, ejerciendo como teniente de alcalde en 1903.
Algunos miembros de la saga familiar encontraron acomodo en el ecosistema social de la capital leonesa emparentando con dignos representantes de otras familias acomodadas. Es el caso de Agustina Pallarés Nomdedeu, quien se casó con su vecino, el bañezano Juan Menéndez Cisneros, con domicilio y negocio en la plaza Mayor número dieciocho de León. Juan era delegado de la firma de banca Jover y Menéndez, que en 1871 ejercía como corresponsal del Banco de Oviedo en León. Como era natural, también participó en la vida política formando parte de la lista monárquica progresista para las elecciones a las cortes constituyentes de 1873, junto al abogado Eleuterio González del Palacio, el médico Antonio Arriola y el comerciante Paulino Díez Canseco, resultando elegido por su distrito natal de La Bañeza.
En 1866 nació en León el hijo de Agustina, Emilio Menéndez Pallarés, quien llegó a ser un prestigioso jurista y orador parlamentario del grupo de Blasco Ibáñez, diputado por valencia en 1903 y miembro del comité directivo de los republicanos fusionados a final de siglo. Toda esta actividad no le impidió ejercer en Madrid como abogado con despacho en la calle Fuencarral número ciento siete. En julio de 1894 Emilio fue uno de los promotores, junto con el senador bañezano Gabriel Fernández de Cadórniga, de la construcción de una estatua de tres metros y medio dedicada a Guzmán el Bueno, diseñada por el escultor Aniceto Marinas, costeada por la Diputación y que habría de fundirse en la Fábrica de Cañones de Artillería de Sevilla con bronce desechado, aunque finalmente el bronce no fue fundido en Sevilla, sino en los talleres catalanes de Masriera y Campins. El quince de julio de 1900 se inauguró el monumento que había costado treinta y siete mil pesetas de entonces, de las que mil correspondían a la construcción del pedestal que realizó el escultor Julio del Campo sobre diseño del arquitecto Gabriel Abreu. Por si todo ello fuese poco, Emilio encontró tiempo para iniciarse en la masonería en 1887, llegando a ser Gran Maestre de la Logia de España de 1901 a 1904.
El reconocido masón Emilio Menéndez Pallarés enviaba cartas desde Madrid a su primo carnal José Pallarés Berjón con la más absoluta normalidad, como muestra este fragmento de la carta de arriba donde le ofrece su colaboración, y la de los masones portugueses, para que pueda realizar negocios en Lisboa, ya que parte de los artículos que se vendían en León procedían de proveedores portugueses.
Su maltrecho cuerpo, curtido en tantas batallas dialécticas y algo abatido por recientes sinsabores y una reconocida hemiplejia espiritual, recién cumplidos sesenta y un años, abandonó este mundo en Madrid el tres de septiembre de 1927 y fue enterrado en el cementerio civil en el mausoleo familiar acompañado de su viuda e hijos, aunque su espíritu se encaminó en ese preciso momento rumbo al cielo reservado a los agnósticos. En ese cementerio civil de Madrid también reposan los restos de otros reconocidos agnósticos como Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón, Gumersindo de Azcárate, Francisco Giner de los Ríos, Pablo Iglesias, Pío Baroja, Julián Besteiro, Francisco Largo Caballero, Dolores Ibárruri, Marcelino Camacho y Almudena Grandes. En ese mismo año se puso su nombre a la calle de La Torre, entre la torre de San Isidoro y la avenida del Padre Isla. El principal impulsor de la idea fue el conservador, contratista y concejal Julio del Campo Portas, gran amigo de la familia Pallarés y uno de los fundadores de Unión Patriótica, el partido oficial durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, de 1923 a 1930. En Madrid hubo de esperar seis años para disfrutar de lo mismo, en mayo de 1931 se decidió dedicarle una calle y ya en septiembre de 1932 se puso el nombre de Emilio Menéndez Pallarés a la antigua calle Santa Bárbara, entre las de Fuencarral y San Joaquín, y que por razones fáciles de adivinar una vez acabada la Guerra Civil volvió a recuperar su antiguo nombre. El hijo de Emilio, José Menéndez Campillo, fue ingeniero y contratista de obras. En julio de 1935 ejercía como ingeniero en el Canal de Lozoya en Madrid. Al finalizar la Guerra Civil se exilió a México.
Otro de los hijos de Agustina, Manuel Menéndez Pallarés, se asoció en 1900 con Saturnino San José y León Lescún para fundar los Almacenes Blanco y Negro, especializados en camisería, paraguas e impermeables y todo tipo de géneros blanco y negro, que le dan nombre al comercio, en el número diez de la ovetense calle Uría, en el edificio en donde vivía Manuel y también el arquitecto Julio Galán Carbajal y el comerciante José García-Zaloña. Tras el fallecimiento de Saturnino San José y de León Lescún, Manuel Menéndez Pallarés se asoció con su cuñado, Facundo López-Valdivieso Maroto, natural de Valladolid y casado con la hermana de su mujer, María Victoria Panadero Sedano, también de origen vallisoletano y abuelo materno del expresidente José María Aznar. A la muerte de Manuel Menéndez Pallarés el veintitrés de junio de 1927 los Almacenes Blanco y Negro quedaron en manos de Facundo, quien amplió el negocio abriendo tienda en el número cincuenta y nueve de la calle Corrida, la más comercial de Gijón, un establecimiento que en 1930 pasó a denominarse Almacenes Gijón. Don Manuel Menéndez falleció en Oviedo después de una dolorosa y crónica enfermedad que le hizo abandonar los negocios para dedicarse al cuidado de su salud, pasando largas temporadas en Madrid y en Alicante, buscando en el mejor clima alivio a su dolencia. En sus últimos días se disponía a trasladar su residencia a Madrid, en donde había puesto casa. Un absceso fuerte de asma le privó de la vida, dejando desconsolada a su esposa Concepción Panadero, y a sus hermanos Emilio y Carmen. Don Facundo falleció en 1951, pasando a ocuparse del negocio su hijo Anselmo López-Valdivieso Panadero. En 1969 se derribó el antiguo edificio de la calle Uría, en donde se estableció la Delegación Provincial de Economía y Hacienda, trasladándose el comercio a la calle Toreno, en donde permaneció hasta su cierre.
Es hora de volver a retomar el hilo de los hermanos Pallarés Nomdedeu. Uno de los mayores, Pascual Pallarés Nomdedeu, que llegó a este mundo en la localidad castellonense de Alcora en 1835, ejerció de concejal en el ayuntamiento de León entre 1868 y 1890, y junto con su hermano Cristóbal Pallarés Nomdedeu constituyó en 1872 una sociedad comercial en la que se integró en 1905 Santiago Pallarés Berjón, uno de los hijos de Pascual. Algo más de una generación más tarde, en 1914, Ramón Pallarés Berjón, otro de los hijos de Pascual, y su primo, Enrique Pallarés Moliner, constituyeron la empresa Hijos de Pallarés. Finalmente, en 1923, Hijos de Pallarés se fusiona con las sociedades Santiago Blanch y Compañía, fundada en 1918, y Los Valencianos, entonces propiedad de José Pallarés Berjón, para formar la compañía Comercial Industrial Pallarés S.A., que subsistió hasta la década de 1980 en el famoso edificio Pallarés de la Plaza de Santo Domingo, hoy sede del Museo de León.
Enrique Pallarés Moliner fue concejal entre 1924 y 1929, es decir durante la dictadura de primo de Rivera y alcalde de León en 1931 y 1932, en sustitución de Miguel Castaño que cesó por incompatibilidad al ser elegido diputado en el primer parlamento republicano. En esta ocasión Enrique se había presentado en las listas de los republicanos que habían accedido al gobierno municipal en coalición con el PSOE. En 1932 firmó como alcalde la declaración que se hizo desde la Diputación provincial en contra del Estatuto Catalán. En 1923 Enrique residía en la calle Don Gutierre número uno, en donde también vivía su primo Ramón Pallarés Berjón, figurando ambos como comerciantes del Bazar Pallarés.
Enrique no fue el único miembro de la saga Pallarés que militó en algún partido republicano. Eduardo Pallarés Berjón, nacido en 1891, no había seguido la tradición comercial familiar, realizando estudios farmacéuticos. Había militado en el Partido Radical Socialista y en el Republicano. Fue director del laboratorio municipal de León, desde el inicio del gobierno republicano-socialista de 1931, en donde promovió la Gota de Leche municipal inaugurada en abril de 1934, que tenía 70 niños acogidos y diariamente proporcionaba biberones de leche tratada, así como papillas y medicamentos. En 1923 era socio de la Sociedad Económica de Amigos del País y también miembro de la asociación Amigos de la Unión Soviética en la década de 1930. En 1936 fue destituido por su relación con el régimen republicano y apresado en el campo de concentración de San Marcos, en donde cumplió una condena de seis años de prisión sentenciado en un consejo de guerra por provocación a la rebelión. Allí escribió unas memorias y estuvo preso hasta el ocho de septiembre de 1940, cuando fue puesto en libertad en la prisión provincial de León tras acreditar el director su comportamiento inmejorable en donde trabajó como practicante.
Por su parte, Ricardo Pallarés Berjón fue fundador del Partido Republicano Leonés Autónomo, diputado provincial por Murias de Paredes en 1920, junto con Miguel Díez G. Canseco y presidente de la Diputación en 1931. A Santiago Pallarés Berjón también le juzgó en 1940 el Tribunal Especial para la represión de la masonería y el Comunismo, creyendo algunos que aparecía como fusilado en la lista de represaliados de la capilla laica del cementerio de León, aunque en palabras de la familia su muerte se debió a un síndrome de Hodking.
Logias masónicas leonesas
Durante los años previos a la Segunda República, ni siquiera existía masonería en la ciudad de León. Fue en 1931 cuando se constituyó un Triángulo masónico de nombre Libertad compuesto por Ángel Arroyo Lescún (contable de profesión), Germán Martín Gómez (contable) y Julio Marcos Candanedo (maestro nacional).
Cuando un triángulo masónico, compuesto de tres masones, aumentaba a más de siete miembros, el triángulo pasaba a denominarse logia, que en agosto de 1933 pasó a pertenecer a la logia con el nombre del antiguo masón leonés Emilio Menéndez Pallarés.
El primero de agosto de 1933 se constituyó en la ciudad de León la Logia Emilio Menéndez Pallarés número 15, asociada al Grande Oriente Español, a partir del Triángulo Libertad número 3 y compuesta por once personas. En esta logia estaba en aquel momento Alfredo Nistal Martínez, que ingresó en la masonería en 1892. El 27 de agosto de 1933 ingresó en esta logia Juan Rodríguez Lozano, abuelo que fue del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. Entró en la logia con una celebración de iniciación como aprendiz de grado 1º y posteriormente ascendió a compañero grado 2º, el 4 de diciembre de 1935. Durante el bienio derechista de la Segunda República el capitán Lozano siguió perteneciendo a la masonería y ascendió en el escalafón pese a los recelos que causó por su participación en la represión de la Revolución de Octubre en Asturias en 1934. Durante ese tiempo ascendió dos de los tres peldaños de la masonería azul (formados por aprendiz, compañero y maestro). La Respetable Logia Emilio Menéndez Pallarés, número 15 de los Valles de León era una logia de la obediencia de la Gran Logia Regional del Noroeste de España, con sede en Gijón.
Rodríguez Lozano sería uno de los primeros condenados a muerte tras el alzamiento militar, después de su desafortunada intervención en el Gobierno Civil de León sito en la avenida Padre Isla número 5 (edificio de Blas Alonso), cuando se le ocurrió disparar con su pistola un ridículo proyectil mientras los militares sublevados tenían completamente controlada la situación, con la aviación dispuesta a actuar contra el edificio, y con fehacientes noticias ya sabidas en el mismo Gobierno Civil de que los militares sublevados de otras provincias estaban muy cerca de entrar en la ciudad sin resistencia alguna. Los reproches de los funcionarios y otros políticos retenidos en el edificio administrativo hacia la actitud del capitán Lozano consiguieron crispar aún más la situación. Las causas militares conservadas, con las declaraciones de los testigos presenciales, lo relatan concienzudamente; como, por ejemplo, la causa militar número 467 conservada en el archivo militar intermedio del Ferrol. Lo que está claro es que el posteriormente manido asunto de la masonería (a partir de 1938) es algo que no interesaba en absoluto a los militares al comienzo de la guerra. De hecho, en el expediente de incautación abierto a comienzos de 1937 contra el huido Alfredo Nistal –reconocido y comprobado masón, y líder de la Revolución de octubre de 1934 en León– ni siquiera se menciona su pertenencia a la masonería. Sí se interesan las autoridades por otros asuntos (desconocidos hasta hoy) relacionados con la vida pública y privada de Alfredo Nistal:
Los 'misteriosos' documentos masónicos del XIX ¿Y qué pasó, por tanto, con los misteriosos documentos masónicos del siglo XIX y primer tercio del XX a partir de 1936 en León, que tanto se buscaron? Pues que estaban custodiados en el local donde uno de los principales masones leoneses de finales del siglo XIX, el francés y mecánico de profesión, Alberto Laurín, tenía su taller, permaneciendo allí cuando Laurín dejó ese local y lo regentó otro mecánico llamado Graciano Díez, dueño de un próspero negocio de carruajes dedicados a todo tipo de servicios públicos y privados. ¿Y por qué Laurín no se llevó la documentación masónica a su nuevo negocio en la calle Sierra del Agua (actual avenida de la Facultad de Veterinaria)? Muy sencillo: porque Graciano Díez también era un importante y reconocido masón bastante más joven que Laurín, quien en realidad ejerció durante algún tiempo como digno sucesor del francés en los asuntos relacionados con la masonería leonesa.
El farmacéutico Basilio Díez-Canseco
El último Díez-Canseco nos ha de llevar hasta La Bañeza, se trata del otro Basilio, es decir Basilio Díez-Canseco Cadórniga, que ejerció como farmacéutico en La Bañeza, y adquirió notoriedad gracias a la fabricación de medicamentos. Obtuvo el grado de bachiller en el colegio de segunda enseñanza de Astorga en 1891 con la calificación de sobresaliente. Como muestra de su actividad en el mundo de las drogas, el dieciséis de diciembre de 1905 registró una marca de fábrica para distinguir un producto farmacéutico con el nombre de Píldoras febrífugas de la Cruz Negra, indicadas para el tratamiento de toda clase de calenturas, cotidianas, tercianas o cuartanas, es decir palúdicas y gripales. La caja de cincuenta píldoras se vendía a un precio de tres pesetas.
Posteriormente, el diecinueve de febrero de 1910 registró otra marca denominada Cansecol, para preparados farmacéuticos. Con este nombre vendió papeletas analgésicas contra el dolor de cabeza, jaqueca, oídos, muelas, neurálgicos y menstruales. Una cartera con dos papeletas se vendía en 1910 a 0,5 pesetas. Según la publicidad no contenía ningún narcótico y hacía efecto a los cinco minutos de haberlo tomado. Ese mismo año, el dos de abril falleció en La Bañeza su esposa e hija del político Menas Alonso Franco, Vítora Alonso Fresno. En 1923 la empresa farmacéutica tenía la denominación Productos farmacéuticos Diez Canseco y González, Hijos de Basilio.
Eran los Alonso pertenecientes a una familia de comerciantes y fabricantes bañezanos que combinaron su actividad económica con el periodismo y la política provincial. Esta historia comienza con Menas Alonso Franco, el padre de Vítora y de Menas Alonso Fresno, que consta que en 1864 es propietario de una fábrica de curtidos en La Bañeza. Ya entonces lleva una activa vida política. En agosto de 1863 apoyó con su firma, como elector que era, la candidatura de José Botella Andrés para las elecciones a Cortes en el distrito de La Bañeza. Este candidato consiguió su escaño por esta circunscripción en 1867. En junio de 1868 Menas hace lo mismo, apoya la candidatura del también bañezano Gabriel Fernández de Cadórniga. En julio de 1880 apoyaba al manifiesto del partido democrático-progresista de 1.º de Abril de Cristino Mártos. En marzo de 1888 participó con una peseta en la suscripción de la Asociación benéfica para socorrer a los presos y emigrados políticos republicanos. En ese mismo año se convierte en alcalde de la Bañeza en 1888 y durante su mandato la villa adquirió veinticuatro faroles de petróleo para el alumbrado público. En abril de 1889 participó con cinco pesetas en la Suscripción homenaje a favor de la señorita Emilia Villacampa. El producto de esta suscripción se repartirá proporcionalmente entre los huérfanos y viudas de los patriotas republicanos que hayan sucumbido por esta causa. En enero de 1891 dejó la alcaldía para pasar a ser un simple concejal del partido republicano fusionista y diputado provincial por La Bañeza y Astorga, ya que habían triunfado los conservadores en los comicios habidos a finales del año anterior. En 1894 Menas Alonso Franco es diputado provincial. En junio de 1897 Menas Alonso Franco participa en la Asamblea nacional republicana como representante, contribuyendo con la cantidad de diez pesetas.
El hijo de Menas Alonso Franco, Menas Alonso Fresno, al igual que su padre fue bastante polifacético, pues a sus obligaciones comerciales e industriales supo añadir las periodísticas y políticas. Dedicó sus esfuerzos al comercio de productos agrarios y a la transformación de los mismo en su fábrica de harinas impulsada a vapor, en la que durante la mañana del doce de diciembre de 1904 se produjo un terrible incendio, quedando reducido a cenizas todo el edificio y siendo pasto de las llamas una cantidad muy considerable de trigo. Se salvó la máquina de moler a vapor y algunos enseres. Se calcularon unas pérdidas económicas de alrededor de cuarenta y cinco mil pesetas. Quizás fuese la necesidad de conseguir combustible barato para alimentar la caldera que movía la máquina de vapor, que a su vez accionaba su fábrica harinera, la que le impulsó a adquirir una mina de carbón, pero su explotación no debió de reportarle gran beneficio, pues el doce de noviembre de 1896 puso a la venta la mina La Valenciana de hulla crasa, de dos pertenencias antiguas de ciento ochenta por mil varas cada una, situada en el término de La Valcueva, en el municipio de Matallana de Torío, a dos kilómetros del ferrocarril de La Robla a Valmaseda. Poco tiempo después Menas Alonso se casó con María Loreto Llamas Casado y el fruto del matrimonio fueron cinco hijos, María del Carmen, Menas, Eumenio-Luis, Loreto, Ángel y Tránsito Alonso Llamas.
Arropado por el activismo político de su padre, Menas Alonso Fresno se inició en estos lances públicos en junio de 1887, en calidad de joven republicano federal, como representante bañezano en la Asamblea provincial de fusión republicana. El veinte de Julio de 1889 exponía sus inquietudes en una carta dirigida a Ramón Chíes, director del periódico Las Dominicales del libre pensamiento, en donde el mismo y dos correligionarios bañezanos manifiestan su admiración por la revolución burguesa y liberal conocida como la Revolución francesa. Como miembro de esa burguesía comercial e industrial, admira la república que surge de esa revolución y lo plasma en estos términos.
Rogamos a usted haga constar en sus admirables Dominicales nuestra viva y entusiasta adhesión al libre pensamiento y nuestro decidido amor a la República. Somos jóvenes y apasionados de los grandes ideales, por lo que emplearemos sin cesar nuestra actividad en combatir al fanatismo y el clero que lo cobija, hasta verle huir de nuestra amada patria regenerada, que levantará entonces con dignidad su frente entre las naciones cultas, como esa Francia gloriosa que supo hacer la gran revolución a que debe el mundo las libertades que hoy goza.
Reciba, juntamente con sus compañeros Demófilo y Riofranco, nuestra más sincera felicitación.—Menas Alonso Fresno.—Eduardo de Elejido.—B. Cantón Cisneros.
Diez años más tarde, el veintisiete de julio de 1997, poco después de las nueve y media de la noche, en el teatro de La Bañeza tuvo lugar un meeting republicano, presidido por Menas Alonso Franco, coordinador del comité de fusión republicana de la villa, quien después de una breve introducción presentó a los diferentes oradores. Tal como quedó reflejado en las crónicas, en los palcos había una representación lucidísima del bello sexo y en las butacas, en las gradas, en la escena y en todas partes, hombres de diferentes clases sociales, desde el acaudalado hasta el obrero que acababa de abandonar el bieldo y el trillo, ganando el pan de los suyos bajo los ardientes rayos de ese sol de Castilla. Queda pues patente que aparte de no existir en ese momento el sufragio femenino, ni en los actos de los partidos republicanos se esperaba de las mujeres una participación activa en las discusiones.
El primero de los oradores fue Esteban Morán Rancher, representante leonés en la asamblea republicana celebrada en Madrid, articulista en el periódico El Campeón, que defendía las posiciones de Emilio Castelar, y diputado provincial en 1890. El siguiente en ocupar la tribuna fue Emilio Menéndez Pallarés, tantas veces aplaudido en los meetings de Madrid, quien aprovechando para recordar que su padre había venido al mundo en La Bañeza, alabó el trabajo de la juventud local y especialmente de Menas Alonso Fresno, en esos momentos corresponsal de El Liberal, y que a su modo de ver luchaba incesantemente por cuanto significaba progreso. A continuación, tomó la palabra el abogado Mariano Santos Pinela, quien atacó las concupiscencias de la monarquía, la inmoralidad reinante en la administración y las farsas electorales. En último lugar habló el orador más esperado, Gumersindo de Azcárate y Menéndez. En su discurso abundó sobre muchos aspectos, pero recalcando que la República salvaría al país del naufragio que le amenazaba, y para ello se había de pensar siempre en el partido, sobre el cual estaba la idea de la patria, y sobre estas dos la justicia. Terminó predicando la idea de la virtud, que es la idea de Dios, recordando la frase de Concepción Arenal: No es más piadoso quien más habla de Dios, sino quien le ofende menos.
Poco tiempo después, una vez acabada la Guerra de Cuba, Menas Alonso Fresno pasó a dirigir en 1901 el periódico bañezano La Democracia. Poco tiempo después el diario pasó a editarse en León y Menas intentó el salto a la política nacional, presentándose en enero de 1914 para diputado a Cortes por el distrito de La Bañeza dentro de las listas republicanas.
El hijo de Menas Alonso Fresno, Menas Alonso Llamas nació en La Bañeza en 1899 y pasó a mejor vida prematuramente en 1931. En Madrid era asiduo de las tertulias del café Pombo, en donde conoció a Ramón Gómez de la Serna. En 1928 publicó la novela regional de costumbres leonesas Vendimiario. Esta obra narra la historia de Luis Franco, un joven bien situado que regresa de Madrid a su patria chica, La Bañeza, para hacerse cargo de la herencia familiar formada por diversos terrenos y una casa. Vendimiario habla también de la industria del vino en La Bañeza en aquella época, que tuvo una gran actividad en los años treinta, aunque luego se arruinó.
Para rematar esta historia vamos a sacar a colación a otra saga de Alonsos bañezanos. Todo comienza con Emilio Alonso Ferrero, quien funda su obrador y fábrica de chocolates en 1882 y en 1887 inicia la producción de los Imperiales Alonso, un dulce especial a base de harina de almendra, huevos, azúcar y ese secreto que celosamente siempre ha guardado la familia. Casado con Aurora González Álvarez, entre los dos regentaron la empresa la Dulce Alianza. El matrimonio tuvo tres hijos, Odón, Antonio y Angélica Alonso González. A la muerte prematura de Emilio Alonso, la empresa pasa a manos de su esposa Aurora, con el apoyo de sus hijos, especialmente de Angélica. En un primer momento la empresa pasa a denominarse Viuda de Emilio Alonso. En el momento de incorporarse la tercera generación de pasteleros, son sus nietos Antonio y Carlos Alonso Ruiz quienes toman las riendas de la actividad. Tras la trágica muerte de Antonio en 1969 Carlos regentará en solitario el negocio, logrando que el Imperial siga en el mercado con mayor demanda y merecida fama. En la actualidad dirige el negocio la cuarta generación, representada por Ordoño Alonso Sacristán.
El hijo de Emilio Alonso Ferrero, Odón Alonso González, nació el siete de enero de 1900 en La Bañeza. No siguió la tradición pastelera familiar, cambiando la harina y los huevos por los instrumentos musicales. Por las crónicas de la época sabemos que el tres de agosto de 1937 en La Estación de Matallana de Torío tuvo lugar la entrega y bendición de las banderas de la dieciseisava Centuria de Falange Española Tradicionalista. En esos momentos había en esta población numerosos efectivos militares y de Falange, ya que a unos cientos de metros se encontraba estabilizado el frente, hasta que entre septiembre y octubre se desmoronó el llamado Frente Norte ante el empuje del Ejército Nacional. Con palabras de entonces, parece ser que en ese acto las bandas de cornetas, tambores y música de Milicias, que dirigía el camarada Odón Alonso González, dieron a todo la arrogancia lírica y de festividad que las circunstancias exigían. Era por tanto Odón falangista, por convicción o por conveniencia, o incluso por las dos razones a la vez, que de todo hubo. Como director de orquesta impulso la creación en 1962 de la Orquesta Sinfónica Ciudad de León - Odón Alonso, que la dirigió hasta su fallecimiento.
El hijo de Odón Alonso González, Odón Alonso Ordás, nació en La Bañeza el veintiocho de enero de 1925 y siguió la estela de su padre en el mundo musical. Tras pasar por el Conservatorio madrileño y la Facultad de Filosofía y Letras, recaló en Siena, Salzburgo y Viena. En 1950 fue nombrado director musical del Coro de Cámara de Radio Nacional de España, y, siete años después, del Teatro de la Zarzuela. En 1960 se responsabilizó de la Orquesta Filarmónica de Madrid antes de incorporarse a la Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española.
Otro día de caza en tiempos modernos
A las 12 horas y cuatro minutos del 27 de septiembre de 2015, el centro de emergencias del 112 atendió una llamada que avisaba del accidente sufrido por varón de 24 años, José Manuel Suárez, conocido en Robles de La Valcueva como Tachi. Mientras participaba en una cacería sufrió una caída desde una altura de unos tres metros, en una zona rocosa en la cara este del pico Gallo, en el término municipal de Cármenes. Dado que a la zona resultaba imposible acceder con vehículos de emergencia y que el herido se encontraba consciente, aunque con lesiones en una pierna y en la zona lumbar, al lugar se desplazaron dos helicópteros, uno del Grupo de Rescate de Protección Civil y otro medicalizado del 112.
La maniobra de rescate se inició con el descenso de dos rescatadores desde el helicóptero situado en vuelo estacionario sobre el punto en el que se encontraba el herido. Mientras los rescatadores comenzaron a prestar atención, el helicóptero de rescate recogió a la dotación sanitaria del segundo helicóptero, a la que se trasladó hasta el lugar del accidente y se les descendió a tierra mediante triángulos de evacuación. Los facultativos de Sacyl, apoyados por el equipo de rescate, dieron asistencia sanitaria al herido, a quien se le colocó un collarín y un colchón de vacío, antes de ser izado en camilla, al helicóptero de rescate. Desde allí. la aeronave descendió hasta una superficie a las afueras de Almuzara, donde aguarda el helicóptero de Sacyl, en el cual se trasladó al herido al Complejo Asistencial de León.
A José Manuel la herida en la zona lumbar le ha dejado en silla de ruedas, pero no le ha quitado la pasión por la caza.
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