El siguiente texto se ha extraído del delicioso libro "La biblioteca de las maravillas", Arturo Mangin, Traducción de Manuel Aranda y Sanjuan, Trilla y Serra, Editores, Barcelona, (Hacia 1875), Calle Baja de San Pedro, Núm. 17.
Parece que los toledanos se manifiestan siempre muy celosos de la reputación de su ciudad, reputación que según ellos dicen se remonta a la más lejana antigüedad. Ya se sabe cuán apreciadas eran hace algunos siglos esas buenas hojas toledanas, que la escuela romántica ha vuelto a poner de moda en los dramas de boulevard. Dícese que la corporación de los armeros de Toledo adquirió gran importancia y fue dotada de privilegios excepcionales después de la expulsión de los moros de España. No todo el que quería formaba, parte de ella; era un honor insigne que solo se obtenía después de haber pasado por rigurosas pruebas y de haber justificado, no tan solo una habilidad extraordinaria, sino también una probidad irreprochable. Esta corporación ha contado en su seno con eminentes artesanos, casi podría decirse con artistas eminentes, cuyos nombres se ven grabados en algunas armas preciosas conservadas hasta nuestros días por los anticuarios. Tales fueron Juan Martínez, Antonio Ruiz, Dionisio Corrientes, etc.
Pero cada cosa tiene su época, y la industria favorita de los toledanos empezó a decaer sensiblemente después que la invención de la pólvora produjo en el arte de matar al prójimo la revolución que se conoce. Casi agonizaba en 1760, cuando Carlos III la reanimo, hasta donde era posible hacerlo, acogiéndola bajo su protección inmediata. Este monarca hizo construir a expensas del Estado, en la cima de una roca escarpada que domina la ciudad, un vasto establecimiento que debía causar la admiración de los extranjeros; mas hubo de conocer en breve que aquella posición era tan incómoda como pintoresca, y edificó otra fábrica a las puertas de Toledo, a la orilla misma del Tajo, cuyas aguas, que según dicen son incomparables para el temple, sirven al mismo tiempo para poner en movimiento las muelas en que se bruñen y pulen las armas. Esta fábrica existe todavía: comprende muchos talleres, destinado cada cual a un objeto especial: hay taller de hojas, de guardas, de vainas, etc. Las forjas son ocho con dos fraguas cada una.
Para hacer una hoja, los obreros cogen dos lingotes de acero, cuya longitud varia de cuatro a cinco centímetros, según la que deba tener la espada. Entre estos dos lingotes adaptan un pedazo de herradura vieja forjada por los herradores toledanos. Según parece, estas herraduras son notables por su homogeneidad y maleabilidad, que sin duda se deben al prolongado martilleo que han sufrido en el yunque del herrador. La pieza así compuesta se calienta, no con coque o con hulla, ni tampoco con carbón de leña común, sino con carbón de brezo, preparado a este efecto. Cuando se pone a la temperatura ordinaria, entre el rojo cereza y el rojo vivo, se retira del fuego, y se le da la forma. apetecida, machacándola largo tiempo con el martil1o. En seguida pasa a uno de los talleres de temple. Hay dos de estos con dos fraguas y dos depósitos llenos del agua blonda del Tajo; caliéntanse allí las piezas con el mismo carbón que en la forja, se lavan con jabón, se calientan de nuevo, se sumergen ceremoniosamente en la onda sagrada, y por último pasan otra vez al fuego, donde se suaviza la aspereza que pueda tener aun el temple. A este sucede el pulimento. El rio hace girar doce muelas de creta roja, distribuidas en dos talleres. Las hojas reciben en estas muelas su forma definitiva, su punta y su corte; pero antes de pulirlas, hay que probarlas, lo cual se verifica en un taller especial.
Las pruebas son tres: la primera consiste en poner la hoja de plano en una especie de yunque, y hacer fuerza con las dos manos en ambos extremos. La segunda se llama prueba de la lengua de león: un operario, cogiendo la hoja por el mango, apoya su punta en la lengua pendiente de una cabeza de león de plomo empotrada en la pared, doblando la hoja de modo que forme una curva algo más cerrada que un semicírculo: si después de esta prueba así como de la del yunque, no se ha roto, debe enderezarse perfectamente por sí misma. Por fin, la tercera prueba se hace descargando tajos sobre un pedazo de hierro dulce que la hoja debe señalar sin mellarse ni perder el filo.
Las hojas que salen victoriosas de estas pruebas decisivas se bruñen en muelas de madera untadas de greda, y luego pasan a manos del grabador, que las adorna con dibujos y estampa en ellas la marca de la fábrica real. Finalmente, se les pone ia empuñadura, la guarda y la vaina, y se envían a los parques del Estado, el cual se reserva celosamente su uso y monopolio.
Además de los sables y espadas destinados al ejército español, se fabrican en Toledo dagas, cuchillos de caza, hierros de lanza y floretes. Una parte de estos productos se exporta, y la fabricación, ciñéndose a la demanda, es bastante desigual; sin embargo, por cálculo aproximado créese que asciende a siete mil u ocho mil piezas anuales por término medio.
Este producto es muy poca cosa comparado con el de los grandes centros de esa industria que Toledo se ha dejado usurpar. Solingen en Prusia, Lieja en Bélgica, Saint-Etienne, Chatelherault y Paris en Francia, suministran ahora al mundo entero casi todas las armas blancas de guerra y de lujo. Francia no tiene rival en cuestión de armas de fuego, si bien en Lieja y en Birmingham se fabrican muchas y muy buenas (Con respecto a bondad, pueden sostener dignamente la competencia las fábricas de armas vascongadas y en especial las de Eybar, como en la misma Francia es bien notorio.). Por lo demás, en esta industria se han llegado a obtener resultados verdaderamente asombrosos, que demuestran con cuanta facilidad, cariño y complacencia aplica el hombre sus facultades a inventar, perfeccionar y engalanar los medios de destrucción.
(Como en los párrafos que el autor dedica a tratar de este célebre establecimiento ha incurrido en algunas inexactitudes que debemos corregir, y como por otra parte, la circunstancia de referirse a una industria española merece que consagremos a su descripción algunos párrafos mas, hemos procurado reunir los datos necesarios para que nuestros lectores puedan formarse una ligera idea de la mencionada fábrica, seguros de que leerán con gusto las curiosas noticias que incluimos en este capítulo adicional y que debemos a la galantería de una persona muy competente en el asunto. )
Fue Toledo desde muy antiguo un centro notabilísimo donde se fabricaban las mejores espadas, debido especialmente a la importancia militar de esta histórica ciudad, corte de reyes tan guerreros como los godos, árabes y castellanos. La fama de las armas de Toledo fue creciendo de tal modo, que las guerras de Flandes y los Países Bajos las acreditaron hasta el punto de que llegaron a rivalizar con ventaja con los mejores productos milaneses y damasquinos. En el siglo XVI tomó a su cargo el Ayuntamiento de la ciudad el gremio de espaderos, hasta que el Gobierno llevado del deseo de mantener esta industria a la altura de la fama alcanzada, y viendo que sin su auxilio pudiera desaparecer atendida su creciente decadencia, determinó reunir los diferentes talleres en la casa llamada de Correos constituyendo con ellos una fabrica bajo su inmediata dependencia. De 1777 data la época en que el cuerpo de Artillería se puso al frente de esta industria, empezando desde luego por fomentar los trabajos y metodizar la fabricación, probar diferentes aceros y fijar el sistema de prueba de las espadas.
Dispuesto por Carlos III que se construyese una fábrica de planta, comisionó al efecto a su arquitecto, el general Sabatini, quien estudió el proyecto y lo llevó a cabo inaugurándose los trabajos en el nuevo edificio en 1780. Después de repetidas pruebas con aceros de San Ildefonso, Mondragón y otros de Vizcaya, así como con los procedentes de Alemania y de Milán, se determinó por Real orden de 22 de junio de 1786 la definitiva adopción del elaborado en Vergara por Zábalo, quien durante largo tiempo estuvo sirviendo a la fábrica de este metal para la construcción de las armas blancas que exigían las necesidades de nuestro ejército de España y Américas, y aun de los particulares a quienes se vendían, conforme se determinó por Real orden de 19 de abril de 1788.
La invasión francesa de 1808 fue un motivo de profunda perturbación para esta fábrica, como era natural sucediera con todos nuestros establecimientos; la mayoría de los operarios, llevados de su espíritu de independencia patria, abandonaron las labores, acudiendo al llamamiento que desde Cádiz se les hizo para establecer una fábrica de armas destinada a los ejércitos españoles, no regresando a la de Toledo hasta el año 1818 en que se ordenó su incorporación. La guerra civil posteriormente produjo un gran desarrollo en los trabajos, si bien estos sufrieron notablemente en algunos periodos por falta de recursos, tropezándose de continuo con la dificultad de servirse de los aceros necesarios, y siendo preciso muchas veces utilizarse en su reemplazo de las limas inútiles que remitían los establecimientos.
En el año de 1838 recibieron los trabajos un nuevo impulso, dirigido a la construcción de toda clase de guarniciones y montura de las armas más acabadas y perfectas, y con tal objeto se fueron estableciendo y perfeccionando los procedimientos del grabado, dorado y esmaltado, instalándose en 1855 el taller de cincelado y escuela de aprendices para los trabajos de adorno que tan buenos resultados produce. Si bien el caudal de agua que es susceptible de suministrar el rio Tajo para el trabajo de las máquinas excede en mucho a las mayores necesidades que puedan ocurrir, en cambio la situación de la fabrica y la disposición y dimensiones del canal de abastecimiento no son las más convenientes, como tampoco lo es la instalación de los motores hidráulicos para proporcionar en todas estaciones el agua necesaria, y aunque se ha tratado de corregir estos defectos arreglando las ruedas para conseguir el mayor efecto útil de que eran capaces, y adquirido la fabrica los molinos de Azumel en 1844 para que no faltase agua en las épocas de descenso del nivel del rio, siempre quedó en pié el defecto de que adolecen estas obras desde la fundación, habiendo sido preciso recurrir para aminorarlo a la instalación de una máquina de vapor de la fuerza de 12 caballos en 1869 cuando aumentaron los trabajos de la fábrica, cuye máquina trebejó en combinación con los motores hidráulicos los días de verano en que por la escasez de agua se hace necesario. Este medio proporcionaba la ventaja de evitar obras costosísimas y la de que pudiera trabajar la fábrica aun en las grandes crecidas del Tajo en que los motores hidráulicos funcionan con dificultad o es imposible su auxilio per la igualación de niveles.
La fábrica de Toledo se viene conservando como una gloria nacional, salvándola de la ruina que han sufrido otras manufacturas, que en época lejana eran admiradas por todos, y de muchas de las cuales solo queda el recuerdo. No es extraño, pues, que bajo tan patriótico principio la fabricación de espadas haya llegado hasta nuestros días sin perder nada de su justa fama, antes al contrario , aprovechando cuantos adelantos ha sido posible de las diferentes artes auxiliares que enriquecen semejante industria , como lo prueban los grandes premios de medalla de oro y gran diploma de honor alcanzados en la reciente exposición de Paris de 1878. Eu el año de 1870 se instalaron los talleres necesarios para le fabricación de cartuchos metálicos que no es del caso enumerar. De las dos fabricaciones que estuvieron en acción hasta la terminación de la última guerra civil en 1876, en la actualidad solo ha quedado la de armas blancas, y esta se encuentre reducida a su grado mínimo de producción, componiéndose de los talleres de forja, desbaste, acicalado, grabado, cincelado y montura.
El de forja dispone de un local cómodo y espacioso de nueva planta, donde hay construidas 18 fraguas con todos los adelantos modernos, consistiendo los principales de estos en estar todas ellas alimentadas per un solo ventilador sin ruido, único en la actualidad en España; tener las pilas y toveras de hierro colado, con agua corriente que les preserva de su deterioro y les mantiene siempre a la misma temperatura; las pilas de templar inmediatas, con surtidores que se procure se conserven siempre a igual temperatura, dando, por mucho que sea el descuido del operario, un producto especial y uniforme (siendo une vulgaridad el suponer que el temple de les hojas consiste en las aguas, puesto que está demostrado repetidas veces que los mismos operarios las han forjado iguales en Madrid, Sevilla, etc., y aun en el extranjero); la especialidad consiste en la bondad de los materiales empleados, que son aceros de Alemania y hierros de Trubia muy fibrosos combinados con el método de fabricación y la mucha práctica de los forjadores que llevan 20 ó 30 años haciendo lo mismo.
La materialidad de la operación se reduce a unir los dos trozos de acero, llamados tejas, con el de hierro, denominado alma, que varían en sus pesos y dimensiones según el modelo que se trate de hacer, colocando el alma en el centro y las tejas en los costados; en seguida se da a las tres partes reunidas una calda en uno de sus extremos, y por caldas sucesivas se va formando cuerpo de estos tres componentes, y dándoles al mismo tiempo la forma y dimensiones que han de tener, templándoles después como otro objeto cualquiera de acero a toda agua, y reviniéndolos en seguida para que adquieran le flexibilidad apetecida.
Estas son les operaciones que se ejecutan en este taller cuyo conjunto causa sorpresa a las personas inteligentes que le visitan, según repiten con frecuencia en particular los extranjeros. El taller de desbaste montado para terminar lo que produce el anterior, lo mismo que los restantes, tiene 18 muelas ó piedras de gres-rojo provistas cada una de ellas de los tragantes propios para recibir y conducir fuera del taller el polvillo insano que se produce al tiempo de tornearlas, alimentadas durante el trabajo habitual de un hilo de agua fría en verano y caliente en invierno, que también se conduce fuera, el cual proporciona la doble ventaja de no molestar al obrero sin una razón que le convenza, y la de no alterar el temple de las hojas. El de acicalado, construido en armonía con los anteriores, dispone de 18 repasadoras, contándose entre ellas, las de nogal, las revestidas de piel de búfalo y las de dar carbón ; también tiene montadas dos piedras circulares de Arkansas, que sientan mejor los filos y preparan la superficie de las armas con ventaja, para las operaciones siguientes.
Los talleres de adorno comprendidos en este nombre son los que tienen la denominación de grabado, esmaltado, cincelado, y adamasquinado, los cuales se hallan establecidos a fuerza de constancia y laboriosidad, merced a lo cual continúan compitiendo con los mejores de su género. El de grabado tiene ocupados 20 operarios en el adorno de toda clase de hojas y objetos que se piden, efectuándolo con cera y a la grasilla, continuando los mismos en las demás operaciones del dorado, plateado y esmaltado ó combinación de color, hasta su completa terminación. La base de este trabajo es el dibujo que conocen perfectamente, tanto el de adorno, como el de figura, gótico, árabe, y del Renacimiento, sabiéndose inspirar para evitar la monotonía. de la igualdad, en los muchos magníficos y variados edificios que conserva aún la imperial ciudad de Toledo, donde se mantiene integra la pureza de estos órdenes.
De los dos talleres de cincelado y adamasquinado se ha formado uno, atendida la escasez de personal con que se cuenta, y con lo reducido de las consignaciones, perteneciendo 9 al primero y 3 al segundo, y dedicándose respectivamente a la ejecución de los trabajos propios de la profesión, y que se reduce a esculpir sobre la superficie tersa de las hojas en el primer tercio los dibujos que se les designan, valiéndose del buril y el martillo; y los adamasquinadores a sentar sobre análogas superficies los hilos de oro y plata marcando las grecas ó adornos que se elijan de antemano.
El de montura responde por lo pronto a las necesidades actuales, pero es donde se nota más la falta de maquinas que reemplacen la parte odiosa y fuerte del trabajo a mano, por el delicado, costoso é inteligente del operario. Los operarios de todos los talleres se forman por lo regular en los suyos respectivos y desde niños reciben las lecciones de sus maestros, hasta adquirir los conocimientos necesarios para desempeñar cumplidamente su oficio. El detallar todas las operaciones que experimenta un sable ó espada sería objeto de un volumen, ó por lo menos de muchas páginas, por lo cual nos concretaremos a los ya indicados. Las hojas sufren fuertes pruebas después de templadas y desbastadas, así como también las armas una vez concluidas, constituyendo todas ellas un programa de reconocimiento superior a ninguna otra fábrica de Europa ni de América.
Para juzgar de la bondad de una hoja, se hacen con ella las pruebas siguientes:
1.º La llamada de muletilla, que consiste en forzar la hoja sobre una almohadilla fija en un pie derecho , doblándola por partes desde la espiga hasta la punta.2.º De la C, que se reduce a coger la hoja por la espiga, con la mano derecha y apoyar la punta en una plancha de plomo fija en el suelo, y obligar a la hoja a que forme una curva tan próxima al semicírculo cuanto la permitan los diferentes espesores de sus partes.
3.º La de la S, que se verifica teniendo la hoja apoyada por su punta en una plancha de plomo fija en la pared y apoyando el antebrazo izquierdo sobre el primer tercio de la hoja forzándole, como en la prueba anterior, y obligándola a formar dos arcos de curvatura contraria., que son los que por su figura dan nombre a la prueba, que demuestra esencialmente la igualdad del temple.
4.º La del casco; es de las más violentas y consiste en dar de corte y a buen aire tres fuertes cuchilladas sobre un casco de hierro templado y fijo sobre una almohadilla situada sobre una mesa, proporcionado el conjunto para que al dar el corte quede la hoja horizontal.
El numero de armas que se han construido el año anterior han sido 2.000 sables de infantería modelo de 1818: 500 de caballería modelo prusiano de 1860; 400 espadas de sargento , de la Guardia Civil ; 50 espadas de Guardias de la escolta real ; 50 sables para sargentos de Carabineros, armas para la exposición de Paris, de modelos diferentes, y finalmente a particulares por valor aproximado de 80.000 pesetas, pero puede cómodamente triplicarse la fabricación, y con algunas mejoras centuplicarse, bastando por si sola a suministrar todas las armas blancas que se puedan necesitar en el continente.