Según el diccionario de la RAE mentir es decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa. Por tanto, la mentira es la expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente. Hablando de verdades y mentiras, Mark Twain popularizó la siguiente frase que atribuyó a Benjamín Disraeli: “hay tres tipos de mentiras: mentiras, grandes mentiras y estadísticas” (there are three kinds of lies: lies, damned lies, and statistics). Lo que recoge el mismo diccionario de la RAE es que el bulo es la noticia falsa propalada con algún fin. En sentido contrario, verdad es la conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa y veraz la persona que dice, usa o profesa siempre la verdad. En un terreno intermedio podemos encontrar que error es aquel concepto equivocado o juicio falso. Del mismo modo una equivocación es una acción y efecto de equivocar o equivocarse, y también una cosa hecha con desacierto.
En un terreno más personal la RAE recoge que insultar es ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones. A lo largo de nuestra vida nos rodeamos de insultos propios y ajenos, recibidos o enviados, en la familia, en el trabajo, en el deporte, y como no, leyendo los medios de comunicación físicos o electrónicos que nos relatan las hazañas de nuestros representantes políticos. Y es que político puede ser un buen sustantivo, pero resulta un muy mal adjetivo, miren si no el caso de los sustantivos madre o hermano cuan maltrechos quedan cuando se relacionan con semejante adjetivo.
Insultar, o sea ofender, al adversario siempre ha sido una herramienta básica para el ejercicio de la oratoria parlamentaria. La pregunta sin respuesta que ha flotado en el aire en todas las épocas, ya fuese en el parlamento de la monarquía restaurada de los siglos XIX y XX, de la Segunda Republica o el surgido de la transición del 78, es la de cuales han de ser los límites a imponer a ese ligereza en el tratamiento verbal hacia los contrarios. En palabras del médico del siglo XVI conocido como Paracelso: Todas las sustancias son venenos, no existe ninguna que no lo sea. La dosis diferencia un veneno de un remedio (por remedio hoy en día entenderíamos medicamento). Traducido podría ser algo así como: Todas las palabras pueden ser ofensivas, no existe ninguna que no pueda serlo. Las circunstancias que rodean el debate y a los que en él intervienen hacen que la intervención pueda resultar motivo de tan solo sonrisas e incluso carcajadas, o de la reprobación de la presidencia del Congreso y la ira de alguno de los sectores de sus señorías.
Para ofender y por tanto insultar se pueden utilizar palabras llanas, agudas e incluso esdrújulas, y también algunas palabras malsonantes e incluso tacos y blasfemias, claro está estas últimas a los ojos de una u otra religión, ya sean confesionales o laicas. Si todo ello se ve aderezado con una suculenta porción de medias verdades, estadísticas y mentiras, la ofensa resulta incluso más efectiva.
No se estila ya más el talante de Zapatero ¿O tal vez sí?