La sostenibilidad de la recuperación de la economía española depende en gran medida de que las exportaciones mantengan la firmeza que las convirtió en uno de los factores determinantes del abandono de la recesión.
En estos últimos años el esfuerzo inversor por mejorar el capital tecnológico no se ha puesto de manifiesto. Acabamos de conocer los datos del INE sobre la inversión en I+D en el pasado año. Han vuelto a ser decepcionantes: el 1,24% del PIB es inferior al de 2013, mucho más que las asignaciones de otras economías avanzadas, e incluso de algunas emergentes. Y en esas condiciones es difícil sostener crecimientos de las exportaciones y contención de las importaciones a medio y largo plazo como sería necesario. En mayor medida cuando la observación de lo que está ocurriendo en la industria global subraya más que nunca la importancia de la dotación tecnológica.
La creciente extensión de la digitalización resume gran parte de esas tendencias. Puede sonar algo exagerado, pero ya se habla de la “cuarta revolución industrial”, para caracterizar al conjunto de transformaciones asociadas a la digitalización del sector manufacturero. “Industria 4.0” o “Industria inteligente” son denominaciones alternativas para describir esa misma tendencia de extensión de la digitalización en las manufacturas. Una verdadera transformación del sector de la que quedar rezagado en su asimilación puede significar la exclusión.
Se trata de una nueva fase en la extensión de las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC). De la explotación innovadora de ese binomio fundamental constituido por el cumplimiento de la Ley de Moore —el aumento de la capacidad de computación— y de la Ley de Metcalfe —la extensión de las redes, y más concretamente de la conectividad— que siguen amparando las transformaciones económicas propiciadoras de ganancias de productividad y, desde luego, de fortalecimiento de la adecuación a la demanda.
Las compañías están exigiendo mano de obra digital inexistente en el mercado, y aquellas que lideran esta cuarta revolución industrial piden a gritos talento, formación y reciclaje a empleados pero también a mandos directivos. "Es muy difícil que las compañías avancemos cuando nos ocupa diez semanas encontrar buen talento digital en España, incluso estamos saliendo fuera a ficharlo porque los mejor cualificados se han ido del país", (Marina Specht, CEO de MRM//McCann España).
La robótica entrará en la era moderna con la misma fuerza con que lo hizo la máquina de vapor en la época preindustrial. Nanotecnologías, inteligencia artificial, drones e impresoras 3D modificarán la sociedad en todas sus dimensiones, y particularmente en el ámbito laboral. Así se planteó el futuro en el último Foro Económico Mundial de Davos, en el que se presentó un estudio que calculó que la llamada cuarta revolución industrial, posterior a la energía de vapor, la electricidad y la electrónica, acabará con más de 5 millones de puestos de trabajos en los 15 países más industrializados del mundo. Un panorama más gris que el Londres de principio del siglo XX, aunque con algunos matices.
En los almacenes del gigante del comercio electrónico Amazon trabajan miles de obreros anónimos. Son los Kiva, pequeños autómatas naranjas que van entre las estanterías y recogen productos para llevarlos a los empleados, que se encargan de empaquetarlos y pasarlos a los repartidores. Hasta que los drones no les sustituyan.
Ocho de cada diez jóvenes de entre 20 y 30 años encontrarán empleos relacionados con el entorno digital; muchos de esos puestos de trabajo aún no existen, según el Observatorio para el Empleo en la Era Digital. Y la Comisión Europea prevé que España creará 450.000 puestos laborales en 2016, pero no todos van a ser como los que se han destruido.
Un premio de 100.000 dólares (más de 76.000 euros) por abandonar la formación universitaria y desarrollar un negocio. No es ficción, es el proyecto de Peter Thiel, el fundador de PayPal e inversor en Facebook. Es el tercer año consecutivo en el que este emprendedor hace realidad las ideas de 20 jóvenes menores de 20 años porque cree que el éxito debe estar dirigido por el talento, la educación y el aprendizaje personal, no por los títulos académicos.
Mientras tanto, la burbuja educativa aumenta, no solo en Estados Unidos, donde Obama ha lanzado un plan para contener las tasas universitarias –de media, un alumno gasta al año 18.800 euros, según un estudio del banco HSBC–. En nuestro país, las becas se reducen y las facultades madrileñas elevan un 20% el precio de sus matrículas. «Se trata de un sistema educativo que estaba orientado, en buena parte, a satisfacer la demanda de las administraciones públicas y que ahora se ha quedado fuera de juego», comenta Luís García Tojar, profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
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