miércoles, 18 de junio de 2025

El Gran Hedor de 1858

En la ciudad de Londres, el 16 de junio de 1858 la temperatura alcanzó los 34 °C a la sombra, y estas altas temperaturas se mantuvieron así durante varias semanas

Siendo el Reino Unido un lugar en donde habitualmente no se tiene el verano asegurado, motivo por el que hace unos años un famoso cómico advertía de que si uno va a al cine una tarde corre el peligro de perdérselo, aquel verano de 1858 resultó muy atípico.

A mediados del siglo XIX no existían ni el aire acondicionado ni la refrigeración, por lo que era realmente difícil mantener los alimentos frescos. Tampoco había un sistema de alcantarillado adecuado. Eso quería decir que todo lo que no querías terminaba en el río Támesis, desde el contenido de los orinales y de los entonces nuevos inodoros, hasta perros muertos, alimentos en descomposición y desechos industriales, incluidas las partes de animales de los mataderos y productos químicos de las fábricas de cuero cercanas al río.

En aquel tiempo Londres era la ciudad más grande del mundo con cerca de dos millones y medio de habitantes. La población crecía exponencialmente y en multitud de barrios llegaban a apiñarse hasta 40 personas en cada hogar. Era enorme la cantidad de desechos y excrementos que se generaban, yendo a parar a pozos negros situados en los sótanos de las viviendas. El número de estos era de unos 200.000, algunos de los cuales acumulaban hasta un metro de altura de residuos humanos. La introducción del inodoro en sustitución de los orinales multiplicó el volumen de aguas residuales que iban a parar a dichos pozos.

Vaciar uno de estos pozos costaba un chelín, una pequeña cantidad que los londinenses más humildes no podían permitirse. El resultado fue el deterioro de los sistemas de saneamiento, con las consecuentes filtraciones y reboses hacia las alcantarillas de las calles, pensadas únicamente para recoger el agua de lluvia.

Las clases sociales más pudientes disfrutaban de las canalizaciones que conducían el agua procedente del Támesis al interior de sus domicilios, utilizando para ello varias ruedas hidráulicas que conducían el agua a diversas partes de la ciudad. No solo era eso, a partir de 1815 se permitió que los desechos domésticos fueran conducidos por las alcantarillas hacia el Támesis. La consecuencia de ello fue que los residuos, al ser vertidos al río, eran de nuevo bombeados a los hogares con el agua corriente.

Pocos años, hacia 1831, el cólera, una enfermedad venida de India de la que apenas se tenía conocimiento, empezó a extenderse por las calles londinenses. Con una tasa de mortalidad cercana al 50%, su desconocimiento era tal que se creía que se contagiaba a través de los vapores del aire, en una explicación ampliamente aceptada entre los científicos de la época llamada teoría miasmática de la enfermedad. En un principio, el cólera se asociaba a las clases bajas, por lo que no se le concedió mucha importancia. Pero la cosa cambió cuando llegó a los barrios acomodados.

Basándose en la hipótesis de las miasmas, un conjunto de emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras, las autoridades concluyeron que los apestosos efluvios eran la causa de la creciente epidemia, y se tomó la decisión de vaciar todas las fosas y pozos de la ciudad y verterlos al río. Así, desaparecería el olor y el problema de la enfermedad. Pero la situación empeoró, ya que el agua que abastecía la ciudad provenía del mismo río al que se estaban vertiendo los residuos. 

Faraday dijo en aquel entonces que el río era un líquido opaco de color marrón claro, y realizó un experimento para intentar abrir los ojos de los gobernantes: tiró trozos de papel blanco al río, que desaparecían en el agua apenas comenzaban a hundirse. La suciedad no dejaba verlos. Por su parte Charles Dickens, en su novela Little Dorrit, escribió que el Támesis tenía un alcantarillado mortal.

En 1854, con un Londres ya nauseabundo y asediado por una tercera epidemia de cólera (las anteriores habían sucedido en 1831 y 1848), el médico John Snow descubrió que la enfermedad era transmitida por el agua contaminada tras un brote en el Soho. Su estudio incluía a 70 trabajadores de una cervecería local que solo bebían cerveza y no habían enfermado.

Todo empeoró en el verano de 1858. El río y sus tributarios se vieron desbordados con desechos, que fueron el caldo de cultivo perfecto para las bacterias. La película de podredumbre que cubría el río dio como resultado una peste insoportable que inundó la ciudad. El olor era tal que afectó a la Cámara de los Comunes, que llegaron a empapar las cortinas en cloruro de calcio para evitarlo, e incluso suspendieron las sesiones. Algo similar ocurrió con los tribunales, que comenzaron a buscar emplazamientos alternativos (incluso fuera de Londres).

El hecho de que el Parlamento estuviera en sesión durante ese caluroso verano fue realmente lo que dio el impulso para que se hiciera algo. El entonces Ministro de Hacienda, Benjamin Disraeli, propuso un proyecto de ley que los parlamentarios debatieron y aprobaron en 18 días. Durante su primera lectura, el 15 de julio, Disraeli le dijo a los diputados:

Ese río noble, tanto tiempo el orgullo y la alegría de los ingleses, que hasta ahora se ha asociado con las más nobles hazañas de nuestro comercio y los más bellos pasajes de nuestra poesía, realmente se ha convertido un estanque estigio, apestando con horrores inefables e intolerables.

La salud pública está en juego, casi todos los seres vivos que existían en las aguas del Támesis han desaparecido o han sido destruidos, ha surgido un temor muy natural de que los seres vivos de sus riberas compartan el mismo destino, hay una aprehensión constante de pestilencia en esta gran ciudad.

Y fue así que el 2 de agosto de 1858 se aprobó una ley dándole a la Junta Metropolitana de Obras la autoridad y dinero para embarcarse en el proyecto de ingeniería civil más grande del siglo el año siguiente, con Joseph Bazalgette a cargo de la obra.

Sacar las aguas fecales fuera de Londres

El diseño de Bazalgette era un sistema de alcantarillas interconectadas para recoger los desechos de Londres antes de que pudieran llegar al Támesis, y nuevos terraplenes en los márgenes del río con alcantarillas dentro de ellos. Las aguas residuales se canalizaban hasta estaciones de bombeo.

Los desechos de Londres seguían vertiéndose al río pero en áreas menos pobladas, fuera de la vista y de la mente de sus ciudadanos. 

En 1865 se completaron las obras en la orilla sur del Támesis. Comenzaron las obras en Crossness, que comprendían la sala de máquinas de vapor de balancines, la sala de calderas, los talleres, la chimenea de 63 metros y el depósito cubierto de 104 millones de litros. La máquina de vapor fue puesta en marcha por su Alteza Real el Príncipe de Gales, Alberto Eduardo, quien posteriormente se convirtió en el Rey Eduardo VII. 

En 1868 se completó la estación de bombeo de Abbey Mills, en el lado norte del río.

Estas instalaciones cayeron en desuso durante el siglo XX, cuando se hizo inaceptable bombear aguas residuales sin procesar directamente al río.

El Estado, 4 de junio de 1858

El termómetro en la India ha llegado a 50 grados. Los soldados ingleses caen muertos en las marchas. Se creía que durante el verano no podrán continuar la guerra.

La España, 15 de junio de 1858

Temperatura. El calor es excesivo en París habiendo marcado el termómetro muchos días 35 ó 36 grados. Los teatros se ven desiertos, y en algunos de ellos ha habido noche en que no se ha podido representar sino en presencia de una docena de infatigables aficionados Donde hay concurrencia, dice un corresponsal de allí, es en los embarcaderos de los caminos de hierro, que trasportan fuera de la capital a todas horas millares de familias que huyen de la temperatura torcida en que nos asamos los que por nuestra profesión y nuestras ocupaciones nos vemos imposibilitados de imitar esta emigración. Los sábados está concurridísimo el baile de Maville, así como también los viernes el Chateau des Fleurs. No digo nada del bosque de Boulogne, adonde por las noches hay una verdadera confusión de gentes, tan grande es la concurrencia. Para darle a V. una idea del excesivo calor, diré a V. que hay muchos casos de muertes repentinas, de insolación, y que el gobierno ha mandado suspender los ejercicios y los paseos de las tropas desde las nueve de la mañana hasta las cinco y media de la tarde.

El Isleño, 19 de junio de 1858

De Lisboa nos dicen hoy quo las cortes portuguesas no prorrogarán sus sesiones más allá de junio, pues el calor se hace insoportable en aquella capital. La infanta doña Isabel, la antigua regente del Reino, ha ofrecido a SS. MM. una gran comida, en la que se dice que se ha querido dar a la nueva Reina una idea de las antiguas costumbres portuguesas.

La España, 25 de junio de 1858

En todas partes las cuecen. Los cordobeses están sufriendo un calor que no tienen por qué envidiar a los de Madrid. Hace cinco días que en aquella ciudad marcó el termómetro de Reaumur 33 grados (43,75ºC). 

La Esperanza, 29 de junio de 1858

He aquí la nomenclatura de los veranos mas calurosos del siglo VII:

En 658, las fuentes se secan en Francia. En 879, cerca de Wors, caen muertos los trabajadores en los campos. En 993, se tuestan los granos y le abrasan los frutos. En 1000, se secan los ríos y fuentes de Alemania, los peces se pudren y causan una horrorosa peste. En 1022, los hombres y las bestias mueren de puro calor. En 1132, se hiende la tierra, los arroyos y las fuentes desaparecen, y el Rhin se queda en seco por la Alsacia. En 1159, todo queda tostado en Italia. En 1260, caen los soldados en la batalla de Bela, bajo los rayos de un sol abrasador. En 1303 y en 1304, el Loira, el Rhin, el Sena y el Danubio están en seco. En 1556, agótanse los manantiales. En 1615 y 1616, sequía general en toda Europa.

En los tres primeros años del siglo XVIII, los veranos fueron abrasadores. En 1718 se cerraron los teatros de Paris por medida higiénica. Por espacio de cinco meses no cayó gota da agua; el termómetro señaló en Paris 36 grados; las yerbas de los prados se asaron; los árboles frutales florecieron muchas veces. En 1723, calores y sequías. En 1751 y 1753, el termómetro señaló 37 y 38 grados centígrados en Paris. En 1802 hizo en Paris el calor mas fuerte que se ha observado desde la invención del termómetro. En 1811, verano muy caluroso. En 1818, calores excesivos.

Todos recuerdan aun el calor que se sintió en Paris los días 27, 28 y 29 de julio de 1830. En 1835, verano muy caluroso.

En 1846 ha subido el termómetro en Paris a 36 grados a la sombra, y a cerca de 40 al sol y al abrigo del viento; por ejemplo, en el patio del Louvre.

En fin, los calores del año pasado están todavía muy cerca de nosotros para que los hayamos olvidado. Según una serie do observaciones que seria difícil reseñar, un sabio cree poder afirmar qua el período de veranos ardientes qua ha comenzado en 1857 se prolongará consecutivamente por espacio do cuatro años, y concluirá, por consiguiente, en 1861.

En España ha señalado ya el termómetro este año 32 grados de Reaumur. Sin embargo, es de suponer que los calores no serán excesivos.

N. GARCÍA SIERRA













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