sábado, 5 de julio de 2025

Los microplásticos entre nuestros gametos

Los microplásticos (partículas de menos de cinco milímetros), han llegado al Ártico, a la fosa de las Marianas, al Himalaya, a la atmósfera, a lo que comemos y hasta el interior de nuestro cuerpo. Recientes investigaciones han comprobado que también se encuentran en los fluidos en donde se desarrolla el óvulo y en el semen. Se han logrado identificar hasta una decena de plásticos diferentes, aunque en bajas concentraciones. Aún se desconoce qué impacto pueden tener tanto en los espermatozoides como en los ovocitos.

Investigadores y médicos de la Universidad de Murcia y las clínicas de reproducción asistida Next Fertility analizaron muestras de plasma seminal de 22 donantes y fluido folicular de 29 mujeres bajo tratamiento de fertilidad. Los resultados de este trabajo se presentan en la reunión anual de la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología (ESHRE), que se está celebrando en París.

Se han encontrado microplásticos en el 69% de las muestras de fluido folicular, el líquido donde se desarrollan los ovocitos, futuros óvulos. En el caso del semen, el porcentaje baja hasta el 55%. El plasma seminal, además de medio de transporte de los espermatozoides, los mantiene con vida. Las tres vías de entrada de estas partículas de plástico en el organismo, se encuentran en el aire que respiramos, los alimentos que ingerimos o el contacto con la piel, acabando todas ellas en el mismo sitio: el torrente sanguíneo.

La caracterización de los microplásticos la ha realizado el equipo de la catedrática Pilar Viñas, directora del departamento de química analítica de la Universidad de Murcia. Usando microscopía infrarroja directa por láser, detectaron nueve tipos de material plástico, aunque con una distribución variada entre las muestras de plasma seminal y el fluido folicular. En ambos grupos se identificaron diversos polímeros microplásticos de uso común, como politetrafluoroetileno (PTFE), poliestireno (PS), tereftalato de polietileno (PET), poliamida (PA) y poliuretano (PU).

La concentración era muy baja, a veces dos o tres partículas por muestra. No se sabe cómo han llegado los microplásticos a los fluidos biológicos, aunque su concentración es mucho más pequeña que la de las partículas no plásticas como el carbonato. Aun así, en una de las muestras contaron hasta 38 partículas de teflón (PTFE). El límite inferior del tamaño que pudieron detectar fueron las 20 micras (0,02 milímetros). Los nanoplásticos, aún más pequeños y cuya presencia en el cuerpo humano solo ahora empieza a estudiarse, están por descubrir.

En el libro Espermageddon (Roca Editorial, 2022), Niels Christian Geelmuyden, recoge varios estudios sobre el impacto de los microplásticos en el sistema reproductor. Uno de ellos muestra cómo las ostras expuestas a poliestireno producen un número menor de óvulos y espermatozoides menos móviles. 

Los pocos trabajos que han relacionado la presencia de microplásticos en el cuerpo humano con la salud han encontrado resultados preocupantes. Así, los pacientes con microplásticos en sus arterias multiplican por 4,5 su riesgo de infarto, ictus y muerte. Se ha observado cómo tienden a concentrarse en el torrente sanguíneo o el cerebro. Pero también en la leche materna, el hígado o los intestinos. 

Cuanto más plástico producimos, más encontramos en nuestro interior. Hace años empezamos a ingerir microplásticos y nanoplásticos escondidos en nuestra comida. Estos pasaron a nuestro sistema digestivo, y de ahí fueron al torrente sanguíneo que los acabó repartiendo por nuestras entrañas. Un estudio los encontró en nuestros pulmones, después en nuestros intestinos. Otro alertaba de su presencia en las placentas, en la leche materna, en los testículos… Parece que no haya un solo rincón de nuestro cuerpo ajeno a esta invasión. La sangre lo reparte, pero como sucede con las mareas, hay orillas donde se acumulan más residuos que en otras. Y hay una que destaca entre todas por su gran acumulación de microplásticos: nuestro cerebro.

Un análisis que publicó la revista científica Nature Medicine registra un aumento general en la concentración de microplásticos en cadáveres en los últimos ocho años. Este aumento se hizo especialmente evidente en las muestras del cerebro, donde se ve una concentración mucho mayor que en otras zonas estudiadas. La diferencia no es anecdótica. Las concentraciones eran de siete a 30 veces mayores en muestras cerebrales que las concentraciones observadas en hígado o riñón. 

El equipo analizó muestras cerebrales de personas fallecidas en 2016 y en 2024 y comprobó un aumento considerable. Después, echó la vista aún más atrás y analizó muestras de tejido cerebral de periodos anteriores (1997-2013) y vio que, efectivamente, en el pasado había una menor concentración de microplásticos.

Esto es simplemente porque estamos más expuestos, y esta es una mala noticia, pero la buena es que no se apreciaron mayores concentraciones de nanoplásticos en adultos mayores respecto a pacientes jóvenes, lo que puede significar que nuestro cuerpo los elimina con el tiempo.

Los microplásticos son pequeñas partículas de plástico de entre 0,1 micrómetros (un cabello humano tiene aproximadamente 60) y cinco milímetros (un grano de arroz tiene seis). Se producen por la descomposición de residuos plásticos más grandes. La producción mundial de plástico se duplicó entre 2000 y 2019 hasta alcanzar 460 millones de toneladas. Se estima que más del 22 % del plástico producido acaba en el medio ambiente por una mala gestión de los residuos y de ahí pasa a la cadena alimenticia. Un reciente estudio de la Portland State University detectó microplásticos en el 99% de las muestras de marisco. Los niveles más altos se encontraron en las gambas.

Lo que hace que este estudio sea relevante no es determinar cuánto microplástico  tenemos, sino dónde. Es lógico que haya una mayor concentración en el cerebro que en los riñones o el hígado. El plástico es hidrofóbico, por lo que parece normal que se acumule en un tejido que contiene un 60% de grasa que en otro con un 0,7 o 2,7% de grasa. La relación entre grasa y plástico es de hecho otro de los puntos que analiza este estudio. Creemos que los nanoplásticos se han abierto camino hacia el cuerpo incrustados en la grasa dietética. No creemos que floten libremente en la sangre, sino que están empaquetados en las grasas circulantes y se filtran al resto del cuerpo a través del intestino delgado.







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