sábado, 26 de abril de 2025

El vasco de la carretilla

Guillermo Isidoro Larregui Ugarte, el Vasco de la Carretilla, nació en Pamplona, en el barrio de Rochapea, el 27 de noviembre de 1885. Tras completar sus estudios básicos, en 1900, con 15 años de edad, cruzó el océano Atlántico y llegó a Buenos Aires con la intención de comenzar una nueva vida.

Guillermo Larregui estaba desempleado en ese momento, después de trabajar en la Compañía petrolífera Ultramar de Mata Amarilla, filial de la Standard Oil, en la remota provincia de Santa Cruz. Hablaba con sus amigos que comentaban los nuevos records publicados en los periódicos.

"A cualquiera de esos señores aviadores y automovilistas les desafío yo a hacer una travesía desde aquí a Buenos Aires, caminando y llevando además una carretilla", soltó el vasco. Usted tampoco es capaz, le desafiaron. 

A los cinco días, el 25 de marzo de 1935 desde la ciudad de Comandante Luís Piedra Buena, Larregui partía hacia Buenos Aires, acompañado de los comentarios de los incrédulos que pronto lo apodaron "el loco de la carretilla". Le esperaban más de 3.000 kilómetros de peripecias y aventuras.

"Piense usted que casi pierdo la vida. Enfermé en la provincia de Buenos Aires y permanecí dos meses con peligro de muerte". "He encontrado muchas personas buenas y ayudadoras en el camino, pero la mayoría ¡no me hablen! ¡Con decirle que los propios lecheros vascos que iba encontrando en los pueblos me cobraban la leche que les compraba! 

Le llevó más de un año cumplir su meta.

La carretilla que llevaba tenía una base de 70 por 110 centímetros y 30 centímetros de alto. Allí transportaba su carpa, una cama plegadiza con colchón y colcha, herramientas, utensilios de cocina, un calentador, juego de lavabo, cepillos, brocha, navaja, provisiones y libros. Todo esto pesaba más de 100 kilos.

Para caminar sin que se le cansaran los brazos había creado una especie de arnés con una correa sobre los hombros, mientras que la rueda había sido cubierta con un neumático de automóvil para que la marcha fuera más suave.

Hubo momentos en el trayecto en los que no lo pasó nada bien. Cerca de Trelew se le congeló un pie y casi lo pierde. Además, se enfermó al llegar a Tres Arroyos y de nuevo en San Cayetano, lo que retrasó su viaje.

El 23 de mayo de 1936 llegó a Burzaco, el 24 a Avellaneda –donde el Centro Español lo agasajó con flores y cintas de colores alusivas a las banderas argentina y española– y el 25 montó su tienda de campaña frente a la redacción de los diarios Crítica y Ahora, que publicaban titulares como "gastó 31 pares de alpargatas en su caminata"; o comentarios sobre la hazaña: "en nombre del Club Argentino de Caminatas se le hizo entrega de una plaqueta de oro y de un pergamino con que esta entidad premió la excursión del bravo éuscaro".

Se organizaron recibimientos, homenajes y funciones de teatro en su beneficio. Pero como cuenta Patricia Halvorsen en su libro El vasco de la carretilla, una historia patagónica real pronto "el vasco supo que la popularidad no llega siempre con un pan debajo del brazo". Le costó muchísimo financiar las siguientes expediciones, que no llegaron a tener la misma propaganda que la primera.

Sin embargo, no se acobardó y acabo realizando tres viajes más: uno de Coronel Pringles a La Quiaca (4405 km), otro desde Villa María en Córdoba hasta Santiago de Chile (2018 km) y el último desde Trenque Lauquen a las Cataratas del Iguazú, en 1944. Allí, en Misiones, se estableció finalmente y construyó su casa con la chapa de latas vacías.

El 12 de octubre de 1936 se lanzó a la ruta de nuevo. Se había hecho otra carretilla en Coronel Pringles y salió hacia el norte. Volvió a cruzar muchas ciudades bonaerenses, dando reportajes a todos los diarios. Y en la cabeza tenía un destino: Nueva York, EE.UU. Tal vez lo inspiraba la travesía de los caballos criollos Gato y Mancha, que habían arribado a la ciudad estadounidense en 1928, tres años después de salir de Buenos Aires. Pero por razones que no están claras, Larregui “apenas” llegó a La Paz, Bolivia, luego de caminar 4.400 kilómetros.

Para ganarse la vida en su etapa sedentaria se dedicó a hacer de guía de los primeros turistas que llegaban por aquel entonces a la zona. 

Murió el 5 de junio de 1964. Sus restos descansan en el cementerio de Puerto Iguazú. La carretilla, por su parte, se exhibe en el Complejo Museográfico Enrique Udaondo de Luján, donde Larregui la donó "para que la gente sepa cómo he tenido que luchar para terminar este viaje".

Su hazaña no sólo se relata en los libros de Halvorsen y de Asencio Abeijón, también se han hecho documentales. 

En 2005 fue inaugurado en Piedra Buena –justo en el lugar de donde partió Larregui– un mural en su honor. 

En 2017 la municipalidad de Puerto Iguazú le puso el nombre de El Vasco de la Carretilla a una plazoleta y lo inmortalizó en bronce, junto al mapa de sus cuatro viajes.

El escritor Txema Urrutia, escribió un libro sobre esta hazaña “El vasco de la carretilla” (Txalaparta, España, 2001), 

EL NERVIÓN, 18 de junio de 1936, Página 6

La proeza de un vasco

LLEGÓ A BUENOS AIRES DESPUÉS DE HABER RECORRIDO A PIE 3.423 KILOMETROS

En el "Diario Español", llegado ayer a Bilbao, encontramos la siguiente noticia:

“Después de haber recorrido 3.423 kilómetros a pie y acompañado tan solo de una simple carretilla de mano, en donde llevaba todos sus enseres, ha culminado con todo éxito la proeza que se propusiera uno de nuestros animosos compatriotas. Guillermo Larregui, navarro, de 51 años de edad.

Esto fornido vasco, dotado de la firmeza de carácter racial, emprendió su excursión desde el pueblo de Piedra Buena, territorio de Santa Cruz, el 25 de marzo de 1935, llegando el 25 de mayo último a esta capital y finalizando el mismo al pie do la Pirámide de Mayo.

La población de Buenos Aires, no bien tuvo noticia de su arribo, le prodigó cariñosas demostraciones de simpatía, que culminaron de manera extraordinaria al llegar a las calles céntricas, siendo su paso por la Avenida de Mayo saludado con numerosos aplausos por el público que se había congregado.

Acompañaban a Larregui un grupo de socios del Club Caminatas, entidad que, formada por jóvenes de la localidad de Avellaneda, se dedica a la práctica del pedestrismo, como así también numerosos coterráneos, llegando hasta la redacción del periódico "Ahora", en donde se le hizo entrega de una plaqueta de oro, por intermedio del doctor Luis María Oliver, en nombre del ante dicho Club, quien con ajustadas frases hizo resaltar la proeza realizada.

Por la noche, un grupo de compatriotas, entre los que se encontraban los miembros de la Comisión directiva del Centro Navarro, le hizo objeto de un cordial recibimiento en el Hotel Euskalduna, sito en Lima y Cochabamba, en donde se alojará por unos días.”

Boinas Rojas, 15 de diciembre de 1938, Página 3

Una comisión de cabecillas rojos separatistas, a la Argentina 

Van a tantear el terreno para una emigración en bloque

BUENSO AIRES 14. — "El Diario Español" comenta la llegada a la Argentina de una comisión encargada por el recalcitrante "Gobierno de Euzkadi" de una misión cultural. Esta misión la componen cuatro sujetos: Ramón AldasoroPablo ArchancoSantiago Cunchillos e Isaac López Mendizábal

No está de mas, dice el periódico argentino, que se conozca la catadura de estos individuos, que antes de la guerra fueron en Vasconia cabecillas separatistas, por tanto, perturbadores del orden público y criminales en el orden jurídico, en España. Durante la guerra del separatismo, los cuatro pertenecieron a la Junta de Gobierno separatista que, por centenares, sentenció asesinatos y fusilamientos que se llevaron a cabo, sin tener más delito las infelices víctimas, que no pertenecer a su bando criminal.

Da cuenta también "El Diario Español" de las manifestaciones que los miembros de la titulada comisión hicieron al desembarcar en la capital argentina.

— Venimos en misión esencialmente cultural — parece que dijo campanudamente Aldasoro, que es quien figura al frente de los expedicionarios. 
 
Es raro —comentó un periodista—, pues las actividades de los aúskaros en la Argentina, muy grandes y nobles, por cierto, no suelen ser culturales. Hay, indudablemente, algún vasco dedicado a especulaciones del espíritu, pero son pocos. Algún ironista, como el vasco de la carretilla, por ejemplo, pero, en general, el vasco se dedica aquí al honrado trabajo de labrar la tierra. 
 
— "Visitaremos los países vecinos —respondió el presidente, sin hacer mayor reparo de las observaciones del periodista—. Daremos, quizás, alguna conferencia y estudiaremos la posibilidad de canalizar la inmigración vascuence hacia estos países."
 
— También esto último está ya hecho —insiste el escriba—. ¿No ha oído usted hablar de la gorra de vasco entre los hijos de este país? Los vascuences aquí caminaron detrás del ejército que iba venciendo a la indiana. Los hay por toda la república, y son muy buenos, honrado y trabajadores. Si. Si. 
 
— “Quizás fundemos astilleros y una línea de navegación con lo que reste de la antigua de Sota y Aznar." 
 
— Le vemos las patas a la Sota —terminó el periodista.

Diario de Burgos, 8 de marzo de 1987, Página 23

Desde la Argentina

El vasco de la carretilla

Gonzalo de Sebastián

En este país los vascos tienen buena fama. Llegaron el siglo pasado como inmigrantes y se fueron a trabajar al campo cuando no era más qu e eso, un campo, sin alambres ni líneas divisorias. La mayoría hizo grandes fortunas con la cría de ganado. Otros, con menos suerte, se dedicaron a las vacas de leche y a la comercialización de este alimento. Aquí la tozudez se dice que es sinónima de los vascongados. La quintaesencia de esta característica estuvo representada por un vasco-navarro que llevó a cabo una aventura que demostró intensa tenacidad y tozudez.

Guillermo Larregui fue un inmigrante de la Península, como tantos miles que llegaron a este país. Se estableció en el territorio de La Patagonia, en Santa Cruz, donde trabajó en una compañía petrolera.

Un día cualquiera del 1935, como cualquier otro dentro de la monotonía de aquellas tierras, charlando y mateando a sus compañeros comenzaron a contar anécdotas y a exagerar un poco en los relatos. Larregui, por no ser menos se le ocurrió decir que era capaz de ir hasta Puerto Deseado empujando una carretilla con cien kilos encima. Si calculamos que hasta dicho puerto hay más de trescientos kilómetros, con mal camino, se comprende que todos rieran de la fanfarronada, aumentando el jolgorio cuando dijo que llegaría hasta Buenos Aires. Comenzó la discusión, se cruzaron fuertes apuestas y comenzó la aventura.

El vasco-navarro partió del pueblo de Mata Amarilla el mes de Marzo de 1935. Llegó días después a Piedrabuena a 176 kilómetros donde tuvo que arreglar la carretilla y volverla a cargar con el peso y las provisiones. Arribó en Abril a Comodoro Rivadavia donde le esperaba el periodismo. Continuó viaje y el 4 de Mayo estaba en Chascomús, a 120 kilómetros de la capital. Toda la Prensa dio la noticia, «el vasco de la carretilla está llegando a Buenos Aires». Por fin el 24 de ese mes, víspera de la fiesta patria argentina, llega por la noche a la plaza de Mayo. Una multitud lo esperaba. Como si fuera un torero dio la vuelta al ruedo con la carretilla llena de flores, con el aplauso de miles de personas. Recorrió nada menos que 2.400 kilómetros empujando a su compañera de viaje. Desde entonces se le llamó el «vasco de la carretilla». 

No terminó este extraño personaje con esta aventura. Le debió de gustar correr por los caminos pues aceptó apuestas y como no le pareció suficiente atravesar el territorio argentino, siguió caminando hasta llegar una vez a Santiago de Chile y otra a La Paz, en Bolivia. Intentó después llegar al Brasil pero no le dejaron pasar la frontera, no se sabe el por qué, se creerían que llevaba contrabando en la carretilla. Le gustó la provincia de Misiones y allí se quedó para siempre con su carretilla. Hizo una casa de madera revestida de latas vacías que pintó de diferentes colores. Todavía existe como motivo de atracción de turistas.

Murió el 1964 después de viajar 23.000 kilómetros a pie acompañando a la carretilla. Una de ellas está en el museo de Luján y la otra quedó en la casa de Iguazú como recuerdo de sus hazañas.

El empeño y la tenacidad de este personaje podría ser un ejemplo para muchos seres lentos, indolentes, que dejan pasar la vida por su lado sin hacer un esfuerzo. Hay que hacer algo aunque sea nada más que empujar una simple carretilla.









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