sábado, 4 de octubre de 2025

Free Open Source Software and Aerospace

En 2018, Julián Fernández estableció FOSSA Systems como una organización sin ánimo de lucro con el objetivo de democratizar el acceso al espacio y promover la adopción generalizada de IoT. Un equipo de colaboradores de todo el mundo desarrolló FOSSASAT-1 como un repetidor LoRa IoT de radioaficionados de código abierto. Su proyecto de lanzamiento inaugural fue patrocinado por Everis Aerospace & Defense, que posteriormente fue adquirida por NTT Data.

FOSSA Systems ha realizado avances significativos en el software y hardware de código abierto para satélites, permitiendo a los usuarios comunicarse con satélites en el espacio desde cualquier lugar del planeta. Sus contribuciones de código abierto pueden encontrarse en las páginas de GitHub, donde colaboran con desarrolladores de software, ingenieros de telecomunicaciones e ingenieros eléctricos de todo el mundo.

FOSSA Systems S.L. se constituyó formalmente en España el 13 de julio de 2020, por Julián Fernández (CEO) y Vicente González (CTO). Crearon FOSSA Systems para proporcionar conexiones de Internet asequibles en todo el mundo después de reconocer la necesidad de conectividad IoT remota. En 2022, FOSSA Systems fue la empresa europea que más nanosatélites (satélites de menos de 1 kg) lanzó al espacio en 2022, un total de 13, a través de dos misiones de SpaceX.

FOSSA Systems ha recibido reconocimientos por sus logros de diversas entidades, como ser nombrada Mejor Startup de 2022 por El Español, Startup Más Innovadora por el Diario Expansión, Mejor Startup por Alhambra Ventures y premios de la Fundación FEINDEF al emprendimiento en el ámbito de la Defensa y la Seguridad.

La historia

Nadie diría que algunos jóvenes que caminan por la Gran Vía madrileña entre la cotidiana riada de turistas, junto a los carteles del musical El Rey León en el teatro Lope de Vega, son ingenieros que se traen entre manos un vértice estratégico de la innovación. Nueve plantas arriba de esa populosa calle hay un piso convertido en taller, oficina, área de diseño y laboratorio. Va a cumplir ahora cinco años de historia oficial y sus dos fundadores tienen solo 22 y 31 años de edad. En ese piso se hacen los nanosatélites de FOSSA, firma que comenzó como proyecto sin ánimo de lucro -de entonces viene su acrónimo: Free Open Source Software and Aerospace- y que ahora pugna entre las que ofrecen utilidades espaciales a la Seguridad del Estado.

La nueva versión de la guerra inaugurada en la invasión de Ucrania se teje con una tríada: más ligero, más pequeño, más barato. Son también los mimbres con que se trabaja en el piso de la Gran Vía, uno de esos rincones desconocidos de la industria dual, civil y de defensa. El objetivo es contar con una constelación de 80 pequeños satélites en órbita LEO, la más baja, a unos 500 kilómetros de distancia de la Tierra. A esa franja de vuelo ya tiene lanzados 20 nano y picosatélites, desde máquinas de cinco kilos a aparatos no más grandes que la palma de la mano, una parte de las cuales ya han reentrado en la atmósfera.

El plan del despliegue inicial es ofrecer internet a pequeños terminales en tierra útiles para la industria, el sector energético, la agricultura o la ganadería; también detectar todo un catálogo de señales electrónicas, habilidad que introduce a los pequeños satélites en el área de interés de la defensa.

Rastro de la guerra

Un mapa de Europa en un monitor del piso de la Gran Vía es la muestra. Una luz naranja se enciende en un punto de Rusia cerca de la frontera norte de Ucrania. Es la traducción luminosa de la actividad del radar de una batería, posiblemente de misiles, que se ha activado. “Toda actividad electrónica produce una señal, un rastro que es susceptible de ser captado desde el espacio”, explica el ingeniero madrileño Vicente González, cofundador de la firma.

La detección permite al usuario hacer inteligencia de señales: cuantificarlas, estudiarlas, clasificarlas. Y esa es una actividad hoy estratégica para la guerra y en las labores policiales de vigilancia: la geolocalización y seguimiento de los llamados “dispositivos no colaborativos”, ya sea un radar enemigo, un motor, una llamada desde una patera, la emisión para interferir comunicaciones de un batallón de guerra electrónica, o el sistema de puntería de un manpad, el lanzador de cohetes antiaéreos que puede transportar y disparar un sólo soldado.

Toda actividad deja huella electromagnética. En este caso, la señal de un radar de un lanzamisiles en territorio ruso, que señala el consejero delegado de la pequeña empresa espacial. 

Podemos ofrecer grabaciones de señales desde nuestros satélites, que posteriormente pueden ser procesadas para identificar su procedencia, el tipo de señal y su contenido, por parte de agencias y entidades de inteligencia”, explica Julián Fernández, consejero delegado de FOSSA y miembro de la más joven hornada española de ingenieros. Cuando comenzó con el proyecto tuvo que obtener un permiso especial, pues era menor de edad.

Esta capacidad para la inteligencia de señales ya ha sido explicada por los técnicos de la firma a expertos de los ministerios de Defensa e Interior, si bien en la empresa no quieren hacer comentarios sobre ello.

Cobertura soberana

Hay un campo de innovación tecnológica en el que camina el equipo que lideran estos dos ingenieros, González y Fernández, de la especialidad aeroespacial el primero y de telecomunicaciones el segundo, salidos de la Universidad Carlos III y de la Rey Juan Carlos respectivamente. Se trata del terreno que en la industria llaman con siglas en inglés: IoT, el internet de las cosas. Y de él sale un nicho de negocio particularmente caliente hoy con la perspectiva de rearme en Europa. Lo llaman IoBT, Internet of Battle Things, la conexión online entre drones, plataformas, torres autónomas de disparo, misiles guiados, mulas robóticas, municiones merodeadoras… las máquinas que intervienen en la acción militar. En ese campo habita ahora también la pequeña empresa que constituyeron formalmente en 2020 los dos jóvenes ingenieros.

Ese nicho toca de lleno una carencia crítica para la seguridad del Estado. En FOSSA lo llaman “acceso soberano”. Sobre disponer o no disponer de él saben mucho en Ucrania, cuando Elon Musk les apaga el servicio de su constelación de satélites Starlink, y quedan ciegos y mudos los sistemas de observación, mando y control de la defensa ucraniana.

Contar con comunicaciones y red espacial de sensores propios se ha vuelto una necesidad apremiante desde que Donald Trump ha golpeado la confianza de los aliados europeos en las intenciones de Estados Unidos. “Europa tiene que tener sistemas espaciales propios por una mera cuestión de soberanía”, opina Julián Fernández.

Poco peso, poco precio

En las mesas de la planta que ha instalado FOSSA en un noveno piso de la Gran Vía de Madrid hay placas de circuitos, ordenadores con diseños tridimensionales, maquetas, cerca de una sala limpia en la que operarios con monos aislantes hacen el montaje final. Todos los componentes parecen muy ligeros, pequeños, manejables.

FOSSA ha lanzado sus satélites con los cohetes Falcon de Space X, aprovechando el proceso democratizador del espacio que incardina la empresa de Elon Musk. Hace 20 años, el precio de colocación de un aparato en el espacio estaba en 50.000 euros el kilo; hoy oscila entre los 5.000 y 7.000.

“Somos los más accesibles”, vende Fernández. No habla solo del precio en comparación con los grandes proyectos satelitales de Estado. Su equipo trabaja en mejorar estaciones de recepción de señal simples y flexibles, y en radios configurables por software, las SDR que ahora forman el nodo de comunicaciones de las tropas en buena parte de la OTAN.

Se trata de proporcionar radio en lugares sin cobertura, como el Sahel, o tan electrónicamente degradados como el Donbás. Pero, además, hacerlo simple y fácil. “Buscamos una huella logística muy reducida, aparatos de 400 gramos para comunicarse por voz, que pueda llevar encima fácilmente un soldado”, relata Vicente González.

El sector en el que compiten los ingenieros de la Gran Vía se mueve de una forma tan vertiginosa que se han hecho atractivos los satélites de corta vida, casi de usar y tirar, porque no merece la pena gastar tiempo en algo en constante evolución. “Lo más asimétrico que hay hoy es el espacio”, dice Fernández.

Los dirigentes de FOSSA venden su agilidad, la rapidez y bajo coste con que desarrollan sus máquinas, en contraste con los poderosos satélites que devoran grandes inversiones públicas. Para explicarlo, Julián Fernández saca el caso de SEOSAT, el fallido satélite de observación español, antecedente del actual PAZ, que se perdió en un lanzamiento desafortunado en septiembre de 2020. “Se tardó diez años en desarrollarlo, y cuando se lanzó ya estaba obsoleto”.



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